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A 20 años de su muerte
Nahuel Moreno, critica y reivindicación
Por Roberto Sáenz
En enero pasado se cumplieron 20 años de la muerte de Nahuel Moreno y
a propósito de este aniversario han aparecido diversos artículos
en la prensa de izquierda y también se han realizado
distintas conmemoraciones. Hemos dedicado un extenso trabajo
al balance del morenismo y de las corrientes del trotskismo
en general,
volvemos sobre el tema a modo de homenaje y para aportar al
debate acerca de cómo
abordar el legado de Nahuel Moreno.
Moreno,
que fue el fundador de la corriente trotskista más
importante en Latinoamérica y una de las principales en el
orden internacional en la segunda mitad del siglo XX, junto
con Ernest Mandel, Tony Cliff y Joe Hansen fue uno de los más
importantes dirigentes del trotskismo en la posguerra. Después
del asesinato de Trotsky, en condiciones dificilísimas, fue
parte central de un esfuerzo político y constructivo
gracias al cual el marxismo revolucionario, aunque no llegó
a tener influencia de masas, hoy es una corriente viva y
presente en la vanguardia, especialmente en Latinoamérica,
Europa occidental y algunos países de Asia.
Balance y tradición
Partamos
de señalar que Socialismo
o Barbarie Internacional proviene de la corriente de
Moreno pero no se
considera “morenista”. Esto a consecuencia de las
propias circunstancias de su formación: ha sido un
subproducto del
estallido del morenismo, que reveló un conjunto de
problemas y graves inercias teóricas, políticas y
constructivas que no podían ser encaradas si se las obviaba
amparándose en la “tradición”.
A esto se sumó la caída del estalinismo, un acontecimiento
epocal, que puso sobre la mesa la necesidad de reconsiderar
el bagaje del movimiento trotskista en su conjunto.
Además,
aquel estallido no era cualquier estallido, se trataba de la
destrucción de un partido como el viejo MAS (que llegó a
tener casi 10.000 militantes) y de la vieja LIT (en su
momento, la corriente trotskista más fuerte en Latinoamérica)
no cabía otra
alternativa que ir hasta la raíz en las razones de
semejante crisis, sacando las enseñanzas del caso.
Creemos
que en el fondo de esa crisis y estallido está que a
principios de la década del 80 se terminó decantando una
“síntesis” extremadamente unilateral y
“objetivista” de la teoría de la revolución permanente
y también un equivocado abordaje de la degeneración de la
ex URSS y demás países del Este europeo y China. Esta
errada síntesis –que desarmó
a dirigentes y militantes– es la explicación última del
dramático y trágico estallido: el morenismo –es verdad
que ya sin
Moreno– no logró
pasar la prueba de los acontecimientos nacionales e
internacionales de principios de los 90 justo cuando estaba
en la cúspide de su apogeo, dándose lugar a partir de ahí
a una serie de tendencias o corrientes provenientes de esta
experiencia.
Sin
embargo, esto no quiere decir que militemos en el bando del
“antimorenismo” al estilo del PO argentino.
Por el contrario, reconocemos que la corriente morenista
tuvo una enorme riqueza y vitalidad,
así como una
tradición con fuertes rasgos independientes, pro-obrera e
internacionalista. Es decir, una trayectoria claramente
a la izquierda en el cuadro de conjunto del trotskismo de la
posguerra, hegemonizado por Pablo, Mandel y Posadas (este último
en Latinoamérica), que
hicieron escuela en el seguidismo a cuanto aparato burocrático
o pequeño-burgués asomaba en la escena. La trayectoria del
morenismo dejó un conjunto de enseñanzas o rasgos que
necesariamente deben ser parte del bagaje del marxismo
revolucionario y el trotskismo en el siglo XXI y
que hacemos nuestros.
Por
esto mismo, creemos que en relación a Moreno y a su
experiencia militante, lo que se plantea es una superación
crítica; al decir de Hegel, una superación que negando
los aspectos largamente sobrepasados por la experiencia histórica,
al mismo tiempo logre conservar aquellas que son sus
adquisiciones o características más “universales”. En
el marco, claro está, de un esfuerzo mayor: el rescate del
conjunto de la tradición del marxismo clásico y
revolucionario (Marx, Engels, Lenin, Trotsky y Rosa
Luxemburgo) así como también –y esto expresamente en repudio
a toda la historia oficial y la liturgia de los actuales
“morenistas” al estilo del PSTU brasileño– de
aspectos valiosos de otras tendencias trotskistas y de militantes o intelectuales
marxistas revolucionarios “olvidados” como Christian
Rakovsky, Milcíades Peña, Pierre Naville y tantos otros.
Es
desde este ángulo que no deja de sorprender la superficialidad
de los diversos textos echados a correr en homenaje a
Moreno. El cúmulo de escritos, recordatorios y discursos de
las corrientes que se consideran “morenistas” han sido
–salvo excepciones– de una pobreza conceptual realmente
estremecedora que poco honor le hace al propio Moreno, dejándolas al nivel de meros epígonos del mismo. Es el caso del
MST y la IS en la Argentina, del PSTU y –en menor
medida– del MES
de Brasil, principales organizaciones que se reivindican
“morenistas” a nivel internacional, junto con una serie
de grupos y compañeros sobre todo en Latinoamérica.
En
estas condiciones, desde estas páginas propondremos otro
ángulo de rescate de la obra de Moreno que creemos más
honesto y fructífero: un
ángulo necesaria e inevitablemente crítico en lo que hace
a los erróneos elementos de síntesis teórico-programática,
pero que sin embargo busca rescatar toda la riqueza de su
trayectoria.
Una síntesis equivocada
¿Cuál
es el principal problema que atañe a las corrientes que se
consideran “morenistas”? La carencia de balance del estallido de la corriente. Han tejido un
sinnúmero de hipótesis al respecto, todas con una parte de
verdad: la muerte de Moreno en el “apogeo” de la
corriente, la inexperiencia de los que lo sucedieron, las
intensas presiones sociales y políticas “objetivas” a
las que estuvo sometido el viejo MAS, etc. Sin embargo, lo
que se decanta de esos argumentos es una auténtica fuga
hacia delante apelando a la “tradición” como tabla de
salvación: a 15 años
del estallido de la corriente, prácticamente carecen de
todo balance real, objetivo y descarnado de sus razones.
A
nuestro modo de ver, la explicación es en el fondo sencilla
y contundente: ocurrió la circunstancia de que Moreno
terminó haciendo una síntesis y sistematizando una visión
de las enseñanzas de la revolución y la transición al
socialismo en la segunda mitad del siglo XX que no sólo
resultó equivocada, sino
que en el preciso momento de ser generalizada, la historia
mundial pegaba un vuelco tremendo dejándola aún más fuera
de lugar.
Para colmo, esto que en propiedad fue común
a la inmensa mayoría de las corrientes trotskistas y
que hemos balanceado en otro lado, ocurrió no en cualquier
momento, sino cuando se tenía la
responsabilidad sobre miles y miles de militantes y con un
partido como el viejo MAS, con responsabilidades concretas
en la lucha de clases. De ahí que la caída haya sido tan
dramática y que el propio estallido de la corriente haya
adquirido ribetes realmente trágicos.
Moreno
siempre había reconocido que a lo largo de casi toda su
vida política estuvo obsesionado por el fenómeno de las revoluciones
anticapitalistas en la posguerra.
Sin clase obrera, sin organismos de poder y autodeterminación
de la misma clase y sin partidos y corrientes marxistas
revolucionarias y/o trotskistas con peso de masas,
efectivamente se expropió a los capitalistas. Con revolución
o sin ella, esto ocurrió en China, en los países del Este
europeo, en Yugoslavia, Vietnam y Cuba.
Del
conjunto de estos fenómenos, evidentemente el que mas
presionó a la corriente morenista fue la revolución
cubana, presión que muchas veces con una fundamentación
algo confusa se supo
resistir, a diferencia –por ejemplo– de Ernest
Mandel, poseedor de un verdadero record mundial de
capitulaciones. Hizo esto apostando estratégicamente
por la clase obrera y la construcción del partido
revolucionario, en oposición al sustituismo de la clase
en las diversas versiones guevaristas o guerrilleristas
frente-populistas.
La máxima expresión de esta pelea fue la construcción del
PST, que tuvo más de
100 compañeros muertos o desaparecidos por la Triple A y la
dictadura militar.
Sin embargo, en
Moreno había una tensión teórico-política que nunca fue resuelta o –si se quiere– se resolvió mal: partiendo
de la interpretación que igualaba
revolución anticapitalista a revolución socialista,
Moreno llegaba a la conclusión de que la revolución socialista
podía ser un proceso “objetivo” que se produce
fundamentalmente por el peso de las circunstancias,
y que León Trotsky
había estado equivocado al poner en el centro de la teoría
de la revolución permanente a las clases en lucha, es decir
en los sujetos sociales y políticos efectivamente
actuantes.
En este marco, la
revolución socialista se transformaba en un proceso que
dependía esencialmente de las circunstancias y
determinaciones “objetivas” y no de la actividad real de la clase obrera que, con sus
movilizaciones, organismos, partidos y conciencia, ocupara
el lugar central en el proceso de la lucha. Así, tomó
cuerpo una reelaboración crudamente “objetivista” de la
teoría de la revolución,
que se llegó a presentar vulgarmente como “teoría de las
revoluciones socialistas objetivas”, una verdadera
contradicción en los términos.
Para colmo, Moreno
llega a plantear teóricamente –aunque este paso nunca lo
da de manera práctica– que estaba la posibilidad que el
trotskismo hubiera sido en la posguerra una “secta”, por
no haber sido capaz de ser el “ala izquierda” de los
movimientos de liberación nacional o incluso del castro-guevarismo
en la lucha democrática o antiimperialista. En textos o
cursos desgrabados se esbozan planteos claramente etapistas.
Se llega a elevar a “teoría y programa” la
tesis de la “revolución democrática” como supuesta
“etapa independiente” de la socialista. Esto ocurría
aunque fuera contradictorio, y en tiempo real, con la correcta
ubicación de la corriente morenista frente a la revolución
nicaragüense y centroamericana.
“Pareciera
que el hecho de la contrarrevolución capitalista
–planteaba Moreno– ha replanteado la necesidad de que tiene que haber una revolución democrática (...).
No sé si es correcto o no. Si es correcto, hay que cambiar toda la formulación de las tesis de la Revolución Permanente
(...). Si es
correcto, cambia toda
nuestra estrategia con respecto a los partidos oportunistas,
y en buena medida respecto a los partidos burgueses que
se oponen al régimen contrarrevolucionario. Como un paso
hacia la revolución socialista, nosotros estamos a favor de
que venga un régimen burgués totalmente distinto (...)
aunque eso provoque una tendencia terrible a ir al
frentepopulismo. Porque si de verdad hay una revolución
democrática (...) surge
la posibilidad de uniones con sectores burgueses y surge la
posibilidad de la teoría etapista. Vuelve a plantearse
la teoría menchevique y estalinista de las etapas: una
revolución democrática que va a durar veinte, treinta,
cuarenta o cincuenta años”.
Es
conocido el desastre que produjo este armazón teórico-político
equivocado –y mayormente “oral”– de la “revolución
democrática” entre la dirección y la militancia del
viejo MAS y la LIT en los 80. Porque estos erróneos
planteos de Moreno (muerto éste y sin el equilibrio que venía
de su experiencia dirigente), dieron
lugar a delirios facilistas, confusiones oportunistas y
desastres burocráticos de todo tipo y color que terminaron
deglutiendo a la corriente morenista en poquísimos años. Esto
no son palabras: son
hechos. Y, como decía Lenin, los hechos son tozudos.
Sin
embargo, hasta hoy los epígonos de Moreno como el PSTU y
otros, no han sido
capaces de sacar una sola línea de balance claro y honesto
acerca de las lecciones de la crisis, que para nosotros,
a la luz de la experiencia histórica, han mostrado que en
última instancia, sin la clase obrera, no puede haber auténtica revolución socialista ni
proceso de transición al socialismo. En estas
condiciones, en sus distintas versiones (más oportunistas o
más sectarias), han quedado desarmados estratégicamente.
Una visión errada de la transición socialista
Hay
un segundo y grave problema: la lectura de las experiencias
no capitalistas de la segunda mitad del siglo XX. Aquí hay
otro grave anacronismo
de los “morenistas” (compartido en este caso con el PO y
el PTS), vinculado no sólo a la incapacidad de hacer
cualquier balance crítico sino también de aprender
y leer la experiencia histórica que ha ocurrido bajo sus
ojos. Porque no habrá manera de dejar de ser una secta
si no somos capaces de sacar las lecciones dejadas por la
experiencia histórica del siglo que pasó. Es también la
única manera de presentarnos con un
balance intransigente frente a las camadas obreras y
estudiantiles que despiertan a la vida política y que
comienzan a plantearse el problema del socialismo en el
siglo XXI.
Sin
embargo, no es esto lo que los “morenistas” tienen en
mente. Por ejemplo, el PSTU acaba de anunciar la traducción
al portugués de la obra de Moreno La
dictadura revolucionaria del proletariado. Lo ridículo
del caso es que este texto no
ha pasado la prueba de la experiencia histórica, la
cual –nobleza obliga– es mucho más clara hoy que 30 años
atrás, cuando Moreno lo escribió en polémica con Ernest
Mandel (cuya posición, aclaremos, era desastrosa).
Entendemos que, fiel a su espíritu, Moreno
seguramente hubiera “revisado” y ajustado las
previsiones de esta elaboración a la luz de los hechos.
Aquí
se da otra paradoja: Moreno siempre reivindicó que junto
con Pablo y Hansen fueron “los primeros” en plantear que
los países del Este europeo se habían transformado en
Estados obreros en virtud de la expropiación de los
capitalistas. Esto era considerado como un “gran
acierto”. Pero más allá de la presión real puesta por
la polémica con los “antidefensistas” (que sostenían
una postura totalmente unilateral y equivocada), es cierto
que décadas después, sobre todo a comienzos de los 80, Moreno
–con la sensibilidad que lo caracterizaba–, comienza a
interrogarse acerca de la evolución de estos estados.
No
hay que olvidar que durante años estudió
a Pierre Naville y que en más de una ocasión señalo
que su obra le parecía “valiosa”, al punto de
contraponerla parcialmente a las elaboraciones de Mandel. Así
lo hace casi textualmente en una de las tesis de su revisión
del Programa de Transición (donde habla de la unidad de la
economía mundial versus la tesis mandeliana de las “dos
economías”) y en las escuelas de cuadros de los 80.
Sin
embargo, en puridad, la obra de Naville, El
nuevo Leviatán, tiene conclusiones opuestas a las de
Moreno en La
dictadura…, cuyo problema central es que termina
siendo una “racionalización” o justificación histórica de la
burocratización de la ex URSS y demás estados donde se
expropió el capitalismo. El argumento liminar es el señalamiento
de que la brillante obra de Lenin El
estado y la revolución, por ser previa a la experiencia
de la revolución de 1917, quedaba “desactualizada”.
Especialmente en lo que hace a la insistencia de Lenin en
que una auténtica dictadura del proletariado, al tiempo que
es una dictadura sobre las clases enemigas, debe tender a
ser cada vez más una democracia de nuevo tipo:
es decir, la más amplia democracia y autodeterminación de
los trabajadores, única base posible de la fortaleza del
“semi-estado” proletario, junto con la extensión
internacional de la revolución.
En el texto citado, Moreno se pasa a la concepción de que
el siglo XX habría demostrado que en las condiciones del
cerco imperialista, la burocratización seria
“inevitable” y que habría toda una etapa intermedia de “fortalecimiento” del Estado como tal, es
decir, del estado en tanto que aparato en sí mismo, en vez
de la extensión de la democracia obrera y popular.
Sin
embargo, la experiencia histórica del siglo XX ha
demostrado lo opuesto: lejos de ser “antediluvianas” las enseñanzas del Lenin en El
estado y la revolución se han demostrado de una inmensa
actualidad. Porque el verdadero fortalecimiento de la
dictadura proletaria sólo puede provenir de la ampliación de su base de sustentación social, es decir,
de que el poder este realmente apoyado en organismos democráticos
de autodeterminación de la clase obrera misma, lo que
no excluye la adopción de medidas de “excepción”
contra las clases enemigas.
Por
oposición, en las condiciones del fortalecimiento de la
burocracia y de su actuación sin control ni medida en el
manejo de la propiedad estatizada y la dirección de la
producción, lo que se afianza es un mecanismo de explotación
del trabajo emparentado con el del capitalismo: la
ley de la tasa máxima de acumulación de bienes que nunca
llegan a manos de los trabajadores sino que van al
fortalecimiento de la propia burocracia y que se apoyan en
la continuidad del trabajo no pagado a los obreros, una
plusvalía en manos del estado.
Moreno
pierde de vista esto cuando da el desgraciado argumento de
que en la ex URSS supuestamente imperaba la “democracia de
los nervios y los músculos”, en frontal oposición
a una textual afirmación contraria de Trotsky, que señala que la
burocracia basaba su orientación económica en el “sistema del sudor”, es decir, en estrujar los nervios y los músculos
de los trabajadores.
Teoría
y práctica
El desembarco en Villa Pobladora en 1944; la experiencia de
Palabra Obrera en la resistencia
peronista; la actividad entre el campesinado cuzqueño
en Perú (Convención y Lares); el glorioso PST; la Brigada
Simón Bolívar en la revolución nicaragüense; la
construcción del viejo MAS; todo ello forma parte de una muy rica y variada trayectoria política
y constructiva de Moreno.
Hay
una línea de continuidad que une todo esto: el
inmenso esfuerzo por hacer al trotskismo parte de la
experiencia real de la clase obrera. Moreno impulsó a
su corriente a ser parte de un sinnúmero de experiencias de
lucha y organización y fue –en la segunda posguerra– una de las corrientes que más experiencia revolucionaria militante práctica
adquirió en la lucha de clases.
Mediado
por el estalinismo, por el fenómeno del nacionalismo burgués
y luego por el castrismo y el guerrillerismo, no
era fácil sobreponerse a la marginalidad y hacer del
trotskismo una corriente vital y material en la lucha de
clases. Moreno, muchas veces, en circunstancias criticas
y de ascenso en la lucha de clases, lo
consiguió.
Esto
se suma a un segundo rasgo de gran importancia: una gran
capacidad para hacer política y una “obsesión”
constructiva. Lejos
de tanto postmodernismo y liquidacionismo en materia de
organización leninista (expresada vergonzosamente luego
por muchos de los integrantes de la dirección del viejo MAS
desmoralizados),
Moreno mostró haber sido un gran político y un gran
constructor partidario.
Sin
embargo, estos logros, adquisiciones y rasgos muy
progresivos del “morenismo”, estuvieron lastrados por un
déficit que luego se cobró su deuda: cierto “pragmatismo” y/o déficit en el trabajo teórico sistemático.
Aclaremos
el punto. Sin duda, no
cabe más que reivindicar la actitud abierta con que Moreno
enfrentó muchos de los problemas planteados por la lucha de
clases. Incluso si su síntesis de la Teoría de la
Revolución se reveló a nuestro juicio equivocada, no deja
de ser completamente correcta su ubicación de intentar
dar cuenta de los fenómenos nuevos de una manera no
doctrinaria. Por no hablar de esbozos de elaboración
pioneros acerca de la naturaleza de la colonización
hispanoamericana, los estudios sobre la estructura económica
social del país y el fenómeno del peronismo, que fueron
inspiración de los trabajos más sistemáticos en este
terreno de un intelectual marxista de enorme talla como Milcíades
Peña.
Al
mismo tiempo, de alguna manera se revela una cierta falta de
trabajo teórico sistemático. Es decir, al abordar y profundizar en el estudio de la
obra de Moreno, no deja de llamar la atención el carácter inspirador pero a la vez fragmentario de su elaboración (para no
hablar de quienes lo sucedieron, ni “inspiradores” de
nada y siquiera “fragmentarios”: sólo un
lamentable desierto teórico,
salvo honrosas excepciones de las cuales hemos aprendido
mucho).
El propio Moreno daba cuenta de esto con el conocido
planteo de que su marxismo era un “trotskismo bárbaro”,
en condiciones de aislamiento. Esto expresa condiciones
reales, objetivas, del trabajo revolucionario en países
semicoloniales como el nuestro, que no son del centro
imperialista. Pero al mismo tiempo, no puede dejar de
subrayarse que no se puede tratar de una barrera absoluta, barrera
que no siempre el
morenismo supo sobrepasar.
Ver Socialismo o Barbarie N° 17/18, “Notas sobre la teoría de la
Revolución Permanente a comienzos del siglo XXI”
Esto es lo que caracteriza la obra de Ernesto González,
El Trotskismo
Obrero e Internacionalista en la Argentina, sin que
deje de tener, en ese marco, riqueza testimonial.
Un reciente artículo de Julio Magri en Prensa
Obrera bordea lisa y llanamente la calumnia, lo que
además de ser un método detestable, es una manera burocrática
y no educativa de abordar las diferencias entre
corrientes: tira
tierra a los ojos de la militancia en lugar de dar
argumentos que sirvan a formar su opinión independiente.
Al mismo tiempo, Razón y Revolución acaba de reeditar
el libro de Osvaldo Coggiola Historia
del trotskismo en Argentina y América Latina,
donde, detrás de páginas calumniosas hacia Moreno, lo
que queda es una verdadera oda al nacionalismo burgués
y al mismo Perón.
Por ejemplo, es conocida la capitulación del POR
boliviano –disciplinado por Pablo– al gobierno
nacionalista burgués del MNR en oportunidad de la
revolución de 1952, uno de los más grandes desastres
del trotskismo en la segunda posguerra y que se sigue
pagando en Bolivia hasta el dia de hoy. El libro de
Coggiola pretende, en este punto, barrer
esta verdad histórica bajo la alfombra.
Este último aspecto también vale para el PTS, que
muchas veces no logra escapar de una reivindicación puramente doctrinaria de Trotsky.
Quizá el único texto que intenta decir algo es el de
Pedro Fuentes: “A 20 años de la muerte de Nahuel
Moreno”, aunque “su” Moreno parece demasiado
adaptado a las elucubraciones oportunistas del MES
sobre el chavismo.
Por otra parte, no sabemos si Valerio Arcary, del
PSTU, ha escrito algo para la ocasión. Por lo menos, este autor revela un intento de sistematización y
“aggiornamiento” del pensamiento de Moreno (en su
libro Las esquinas peligrosas de la historia), aunque de una manera completamente errada que profundiza aún más, si
se quiere, el ángulo objetivista de la síntesis
morenista.
La caída del Muro de Berlín, la restauración lisa y
llana del capitalismo en la ex URSS y demás estados
burocráticos, cierre del periodo de revoluciones
anticapitalistas que expropiaban a la burguesía; todo
esto en el marco de una situación mundial que se iba
haciendo cada vez más reaccionaria internacionalmente
con el surgimiento del neoliberalismo, cuyos comienzos
Moreno no vio.
En una actitud metodológicamente muy valorable, Moreno
siempre estaba preocupado por dar una explicación no dogmática a los fenómenos
nuevos. Otra cuestión es que esas explicaciones
hayan sido satisfactorias.
Daniel Bensaid ha publicado hace no mucho un texto
–verdadera “historia oficial” del mandelismo– donde
se defiende todo lo actuado por esta corriente,
incluso las elucubraciones sobre la “Tercera Guerra
Mundial” supuestamente en ciernes a comienzos de la década
del 50, y que se usó de justificación para la
capitulación del entrismo en el estalinismo.
Hay que recordar también que Mandel apostó
irresponsablemente a la estrategia guerrillera en América
Latina, llevando a la muerte a decenas de militantes.
Valerio Arcary lleva esto al extremo planteando que
cuando “la necesidad obliga” se llevan a cabo
revoluciones “necesariamente”
socialistas, como habría ocurrido en la posguerra.
Para esto se apoya –entre otros– en un texto
totalmente mecanicista y determinista como el de G.
Plejanov, “El lugar del individuo en la historia”,
que presenta una ubicación opuesta
casi por el vértice a la de León Trotsky cuando
aborda el papel de Lenin en la Revolución Rusa de 1917.
En nuestra “Crítica a la concepción de las
revoluciones socialistas objetivas” (SoB 17/18) hemos
intentado demostrar que Trotsky hacía valer, a la hora
de la definición del carácter social de la revolución,
no sólo las tareas que cumplía, sino también quién
y cómo las llevaba adelante, lo que creemos es una clave
interpretativa crucial para dar cuenta de los alcances
y límites de las revoluciones de posguerra.
En Apuntes para una historia del trotskismo (1938/1964), Mercedes
Petit, Ediciones El Socialista, enero 2006.
Todo el mundo sabe que cuando se publicó este texto en
1986 se lo hizo con una presentación que prácticamente
cuestionaba todo el contenido de esta obra, incluso
con elementos debatibles como el reconocimiento de la
legalidad de los partidos burgueses en los soviets.
Hay que señalar que Moreno se ubicó bien cuando el
levantamiento obrero en Berlín en 1953 y la entrada de
los tanques rusos, agresión que Pablo y Mandel,
bochornosamente, se negaron a condenar.
En su texto sobre Moreno, Fuentes señala honestamente
que: “Moreno también si indagaba si en la ex URSS y
los países del Este la burocracia ya
no había socavado a un punto cualitativo las conquistas
de la expropiación de la burguesía”.
L. Trotsky, La
Revolución Traicionada, capítulo IV.
Nos referimos especialmente a Roberto
Ramírez y –en su momento– a Aldo Andrés Romero.
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