El
asesinato de Raúl Reyes
El bombardeo a una salida negociada del
conflicto
colombiano
Por
Claudio Testa
El ataque llevado a cabo por el ejército
“colombiano” al campamento de las FARC en Ecuador tenía
como objetivo humano al comandante Raúl Reyes. Pero, como
gran objetivo político, se trataba de bombardear las
negociaciones de liberación de prisioneros y, más
ampliamente, a una salida negociada del conflicto mismo.
Reyes,
como titular de la Comisión Internacional de las FARC, era
el hombre de las relaciones diplomáticas y de las
negociaciones de esa organización guerrillera. Como
revelaron las declaraciones a Reuters (03/03/08) del
ministro francés de Relaciones Exteriores, Bernard
Kouchner, “el comandante de las FARC que murió a manos de
las fuerzas colombianas era el contacto de Francia para las
negociaciones que buscan la liberación de Ingrid
Betancourt… es una mala noticia que el hombre con el que
estábamos dialogando, con quien teníamos contactos, haya
muerto…”
En
esas negociaciones por Ingrid Betancourt –que se venían
haciendo con conocimiento y aprobación (de labios para
afuera) del mismo Uribe–, el gobierno de Ecuador jugaba un
rol de intermediario, similar al de Chávez. Por eso son de
un cinismo increíble las “acusaciones” del gobierno
colombiano de que el presidente ecuatoriano Correa mantenía
contactos con Raúl Reyes y las FARC! ¿Cómo podría, de
otra manera, negociar?
Pero
las negociaciones de intercambio de prisioneros y de
liberación de rehenes son sólo el primer tramo de un curso
político más importante: una “salida negociada” a la
situación de guerra civil “sui generis” que vive
Colombia, y que se remonta a 60 años atrás, incluso mucho
antes de la fundación formal de las mismas FARC.
Esta
cuestión ya la examinamos en nuestros artículos de
Socialismo o Barbarie (periódico) Nº 118, del 24/01/08.
Para decirlo con palabras de Chávez (el principal gestor
internacional, pero no el único, de una salida negociada):
hace falta una nueva Contadora.
Ahora,
la invasión a Ecuador y el asesinato de Reyes son la
respuesta –instrumentada por el gobierno yanqui, que es
quien arma el operativo a través de su fantoche de Bogotá–
de que no quieren ninguna “solución negociada”.
¿Qué fue Contadora?
Para
mejor ubicarnos, recordemos qué fue “Contadora”, que Chávez
y muchos otros invocan como el modelo para una salida al
conflicto.
A
inicios de la década del ‘80, después del triunfo de la
Revolución Sandinista de Nicaragua, en julio de 1979, en
Centroamérica se estaban desarrollando luchas
revolucionarias en medio de una extrema polarización, que
en algunos países, como El Salvador, habían llevado a una
situación de guerra civil. Asimismo, el imperialismo yanqui
había montado en Honduras una guerrilla
contrarrevolucionaria (la llamada “contra”) para atacar
en territorio de Nicaragua al nuevo régimen sandinista.
En
esa situación, en la isla de Contadora (Panamá), se
reunieron los gobiernos de Colombia, México, Panamá y
Venezuela (a los que posteriormente se agregaron los de
Argentina, Brasil, Perú y Uruguay), para iniciar gestiones
por un acuerdo de paz.
Los
pactos que finalmente se suscribieron –en el “Acuerdo de
Paz de Esquípulas” (1987) y otros posteriores– fueron
completamente reaccionarios. Significaron el entierro de la
Revolución Centroamericana.
¿Por qué rechazan una nueva
Contadora?
¿Por
qué hoy Bush, Uribe y los sectores de la burguesía
colombiana que los apoyan, no se avienen a negociar algo así
con las FARC? Después de todo, en Centroamérica, los ex
guerrilleros –reconvertidos en honorables diputados,
ministros y hasta presidentes (como Daniel Ortega)– son
hoy los máximos defensores de “la ley y el orden”…
capitalistas.
Aquí
juegan varios problemas. En primer lugar, esa línea
negociadora –bien denominada en su momento como la política
de reacción “democrática”– no ha sido la línea
preferida de quien tiene hoy la última palabra en este
asunto, el gobierno de Bush. El centro de su política
–con resultados desastrosos– ha sido la de atropellar
militarmente.
En
el caso colombiano, el llamado Plan Colombia, iniciado bajo
Clinton pero llevado adelante (y relativamente modificado)
en la era Bush, no contempla otra alternativa que el
aniquilamiento militar de la guerrilla y/o su rendición prácticamente
incondicional. Una consecuencia de esa política es la
negativa a reconocer a las FARC como beligerantes y
encadenarse a su clasificación como “grupo terrorista”.
Los
otros interesados, el gobierno y la burguesía de Colombia,
presentan un panorama más complejo, pero cuya resultante no
es muy distinta a la de Washington.
En
primer lugar, Uribe, un político que hizo su carrera con un
pie en el narco y otro en el paramilitarismo (que hoy son prácticamente
sinónimos), ha sido el predicador de la línea de derrota
militar de la guerrilla sin negociación: una traducción al
castellano de las órdenes que llegan de la Casa Blanca.
Aunque
las opiniones en la burguesía colombiana y su personal político
son más contradictorias y matizadas, hoy la balanza se
inclina también a jugar la carta militar. El triunfalismo
delirante que ha provocado en estos medios el asesinato de
Reyes, ha reforzado esto. Por supuesto, las cosas pueden
cambiar rápidamente si, cuando despierten de la borrachera,
los hechos demuestren que la cosa no es tan fácil.
Además,
en Colombia, el estado y las clases dirigentes tienen un
antecedente inquietante. Mientras en Centroamérica los
“acuerdos de paz” funcionaron a las mil maravillas
integrando a los ex guerrilleros al régimen, en Colombia
todos los antecedentes similares terminaron con la masacre
de los combatientes que firmaron esos acuerdos o los estaban
negociando. Invocando esos funestos precedentes, las FARC,
antes de firmar nada, reclaman mayores garantías que sus
pares centroamericanos: principalmente dominio territorial.
Pero
nos parece que el principal motivo para la obcecada oposición
a una nueva Contadora (tanto de Washington, como de, hasta
ahora, la mayoría de la burguesía colombiana) reside en el
contexto internacional y latinoamericano en que tendría
efecto.
La
primera Contadora y sus acuerdos de paz se realizaron en los
años ‘80, cuando se estaba desplegando la ofensiva
imperialista Reagan-Thatcher y una ola reaccionaria mundial
que llevaría la restauración del capitalismo en la URSS,
China y el Este europeo, a derrotas generalizadas de los
movimientos obreros y a la imposición del neoliberalismo
puro y duro.
Con
todas sus contradicciones, la actual situación mundial y
latinoamericana tiene otras tendencias. Concretamente, una
nueva Contadora para resolver el conflicto colombiano,
significaría constituir un grupo de gobiernos
latinoamericanos que impulsaría las negociaciones entre
Bogotá y las FARC y definiría los términos de la
“paz”.
Pero
ese nuevo Grupo de Contadora tendría a Chávez a la cabeza,
y no a agentes de Washington como Carlos Andrés Pérez en
los ‘80.
Por
supuesto, los resultados de ese hipotético acuerdo de paz
(visto además lo que proponen tanto las FARC como Chávez)
estarían totalmente en los marcos del capitalismo. Pero, al
mismo tiempo, marcarían el fin del virtual
“protectorado” que Washington ejerce en Colombia. Sería
un golpe más (y muy grave) en la ya seria crisis de hegemonía
mundial del imperialismo yanqui y sobre todo de su dominio
en América Latina.
Es
por eso que no sólo Bush desde Washington ha festejado la
cobarde hazaña de su títere de Bogotá. También Hillary
Clinton y Barack Obama aplaudieron a Uribe. Más allá de
las diferencias que tienen con Bush, ven que aquí se trata
de una “política de estado”. Es decir, se juega un
interés común de la burguesía imperialista yanqui.
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