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Neoliberalismo
agrario vs. “progresismo” K
Dos vías capitalistas para que los
trabajadores
paguemos la crisis
“Es necesario que demos
una gran batalla cultural para hacerles comprender a las
elites que no deben ver a los gobiernos que luchan por la
distribución del ingreso como enemigos”
(Cristina Fernández de Kirchner).
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El trasfondo de la pelea campo vs K
La crisis económica internacional
Para
entender el porqué de esta creciente disputa
alrededor de la economía nacional, hay que partir de
la coyuntura económica mundial. La crisis financiera
abierta por el derrumbe del mercado de hipotecas en
los Estados Unidos sigue teniendo nuevos
desdoblamientos, abarcando más y más áreas de
la economía mundial.
Resumidamente,
su mecánica ha operado así: de la crisis por la
quiebra masiva de las hipotecas se fue pasando a una
crisis que viene provocando caídas en la mayor parte
de las bolsas de comercio internacionalmente. Esta
crisis termina traduciéndose en una crisis
bancaria, dado que los bancos más importantes tenían
alta exposición en carteras hipotecarias
“basura”. La suma de ambas crisis (que configura
una crisis del capital en dinero), se está
trasladando ahora a la “economía real”. Es decir,
una restricción en los préstamos, desalentando el
consumo, así como el financiamiento de la producción
y las inversiones. Producto de todo esto, se
ciernen amenazas cada vez más ciertas de que la economía
del amo del Norte se encuentre en recesión, con
una perspectiva similar no sólo España e Irlanda,
sino otros países de Europa y también Japón.
Ya
está sonado otra señal de alarma: un proceso
inflacionario mundial en niveles que no se han visto
en décadas, como producto de varios factores
entre los que se encuentran la persistente
devaluación de dólar (que todavía sigue siendo
la moneda de cambio mundial) y el aumento del valor
del barril de petróleo, por razones económicas
(el irreversible agotamiento de las reservas) y políticas
(empantanamiento de Estados Unidos en Irak).
A
esto se agrega otro factor: los altísimos precios de
las llamadas “commodities” (no sólo el petróleo;
también la mayor parte de los productos de la minería
y de las materias primas alimenticias), que han
aumentado enormemente producto de que países como
China e India están inmersos en una suerte de “revolución
industrial” del siglo XXI y/o un aumento descomunal
del consumo urbano, acaparando una proporción
inmensa de la producción mundial en esos rubros.
Los
altísimos precios de los productos agrícolo-ganaderos
(que ingresan directamente en el consumo popular y en
el valor del salario) obedecen a factores tan disímiles
como la creciente producción de biocombustibles, la
especulación bursátil con títulos sobre los
cereales, etc., en lo que parecen estar dando origen a
una suerte de crisis alimentaría internacional.
Ya se están desatando movilizaciones, revueltas o
rebeliones populares en países tan disímiles como
Egipto, Indonesia, Tailandia, México, Pakistán,
Burkina Faso y Haití. El aumento de los productos
de consumo popular tiene como consecuencia directa el
encarecimiento potencial de la fuerza de trabajo... o
una posible tendencia a un nuevo aumento en el
desempleo en el orden mundial.
“La
generalización de la crisis de los alimentos ya
provoco la aparición de un término nuevo, agflation,
que combina agricultura con inflación (...). La
primera y principal causa de la suba de los alimentos
hay que buscarla en (...) la incorporación de
millones de nuevos asalariados urbanos en China e
India, que demandan cada vez más alimentos (...).
El punto que no parece tan positivo es el incremento
de la demanda de granos provocada por la industria del
biocombustible (...). En tono dramático, el
subsecretario general para asuntos humanitarios de la
ONU, John Holmes, advirtió que un aumento
generalizado de los alimentos podría provocar inestabilidad
política en todo el mundo: «no se deben
subestimar las consecuencias de la crisis alimentaría
para la seguridad (...) se informa ya de motines
provocados por falta de alimentos»” (La Nación,
13/4).
En
síntesis: la combinación de las tendencias recesivas
en los Estados Unidos con el crecimiento de la inflación
a escala internacional podría dar lugar a un fenómeno
económico llamado “stagflation”: recesión
más inflación. Un verdadero cóctel explosivo porque
–entre otras muchas cosas– hacen mucho más difíciles
(y contradictorias) las recetas económicas para
combatirlo.
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El
larguísimo paro agrario puso de relieve un problema de
enorme importancia: comenzó a insinuarse una importante
fractura entre sectores de la clase dominante alrededor del
“modelo económico K”. Es decir, acerca de si
mantener o no organizada la economía alrededor del
presupuesto de un peso devaluado contra el dólar por 3 a 1.
Esto no ocurre en cualquier momento. Pasa cuando se está
profundizando la crisis de la economía mundial.
Ante
esta realidad, los distintos sectores patronales (gobierno
K, ruralistas y empresarios), ya están actuando con “reflejos
condicionados”. Es decir, buscan descargar la crisis
para que la pague otro. Otro que, en definitiva, bajo
las condiciones de una economía capitalista como la de
nuestro país, siempre son los trabajadores. De ahí
los recurrentes halagos de Cristina K a la CGT y la CTA por
su “responsabilidad” a la hora de “no hacer olas” y
respetar a rajatabla un techo salarial para este año 2008
(el 19,5%), que significará, sin lugar a dudas, una
categórica caída del salario real contra la inflación.
Pero
mientras las entidades ruralistas y el gobierno K siguen
negociando quién será el que pague los platos rotos de la
crisis (negociación que no se puede descartar que termine
en un nuevo paro agrario), desde Venezuela sonó un campanazo.
Quince mil obreros del grupo de los Rocca en ese país
(la siderúrgica Ternium-Sidor, tercera de Latinoamérica),
luego de una durísima lucha de 14 meses (con represión
chavista incluida), terminaron imponiendo la estatización
(por ahora parcial; ver aparte en esta misma edición) de
la planta.
Lo
más importante de este hecho es que, al imponer esta
medida, marcaron –en medio de las crecientes disputas
interburguesas que caracterizan la coyuntura regional– una
salida independiente de los trabajadores frente a la
crisis que amenaza con enseñorearse en toda Latinoamérica.
La inflación como mecanismo de trasmisión de la
crisis
El
creciente aumento de la inflación en el orden internacional
(ver recuadro) es actualmente uno de los mecanismos más
poderosos de la trasmisión de la creciente crisis económica
mundial a todas las regiones y países. Junto con los
factores propiamente “nacionales”, ésta es una de las
tendencias en obra en el ámbito mundial que impacta
directamente en la Argentina. El brutal salto en la
inflación desnuda las “patas cortas” de los discursos K
acerca de “blindajes” y “desenganches” de la economía
nacional respecto de la internacional. La noticia es que vía
el paro del campo y la creciente inflación, la crisis ya
llegó y parece haber venido para quedarse.
Precisamente,
el reclamo de rebaja indiscriminada de las retenciones que
las entidades ruralistas sostienen en la negociación con el
gobierno K ha pegado en el corazón de este problema.
No porque sea verdad la campaña hipócrita de Cristina K de
que el gobierno las use para “redistribuir la
riqueza”... Son los propios números del oficialismo los
que demuestran que la parte del león de las retenciones
van al pago de la deuda externa y a subsidiar a los más
variados sectores capitalistas.
Lo
que sí es verdad es que opera como mecanismo para “desconectar”
parcialmente los precios nacionales de los internacionales
(lo que en primerísimo lugar sirve para abaratar el valor
de la mano de obra para todos los capitalistas). Si rigiera
la libre exportación de todos los productos como
exigen los ruralistas, la mayoría exportaría toda su
producción... o la vendería en el mercado interno sólo a precios
internacionales. A modo de ejemplo, digamos que entonces
un kilo de nalga para milanesa alcanzaría la cifra de 50
pesos, y algo similar ocurriría con la leche, el pan, las
frutas y verduras, y demás productos del consumo popular.
Esto
hasta lo reconoce un insospechado vocero de posiciones
“proteccionistas” como es el diario La Nación:
“Desde hace varios meses, los alimentos que integran la
canasta básica registran aumentos prácticamente
todas las semanas. Frente a la aceleración de la inflación,
el gobierno decidió subir las retenciones a los granos con
el objetivo de reducir el impacto en el mercado local de las
alzas internacionales de las commodities (...). Esta sucesión
de hechos describe lo que está pasando en la Argentina. Sin
embargo, perfectamente se podría aplicar a Ucrania,
que también esta apostando a un esquema de limitación de
las exportaciones y controles de precios (...). La solución
argentina y ucraniana es una de las recetas que aplican
los diferentes países del mundo para hacer frente a la
llamada crisis internacional de los alimentos o, como
lo definió el semanario inglés The Economist, el
fin de los alimentos baratos” (La Nación, 13/4).
Países tan disímiles como México, Rusia, China,
Australia, Bolivia, Camboya, Vietnam y Egipto están
aplicando instrumentos “antiinflacionarios”
similares. Está claro, entonces, que el alza de los
precios de los alimentos en el ámbito mundial y su traslado
a la economía de cada país
es uno de los elementos por
excelencia del traslado de la crisis internacional.
Junto
con las causas internacionales de la inflación, están las
“locales”. Se puede listar la constante emisión de
pesos para comprar dólares provenientes del superávit
comercial; el sostener la devaluación del peso contra una
moneda que también se devalúa, como es el caso del dólar;
la remarcación constante de los precios en una
carrera para mantener los salarios retraídos en términos
reales, y también los esbozos de un incipiente desabastecimiento
de determinados productos (como el aceite de maíz),
escasez que propende al aumento de precio de esos
productos; la crisis energética, etc..
Neoliberales “revaluacionistas”...
Como
hemos señalado, la emergencia de la crisis genera reflejos
condicionados entre los diversos sectores patronales y
el gobierno a la hora de decidir quién pagará la crisis.
También de esto se trata el paro del campo.
“La
defensa oficial de las retenciones como instrumento
redistributivo es otro punto polémico. Es cierto que
contribuyen a desconectar los precios internacionales de los
internos, pero ésta no es toda la verdad. Los alimentos
podrían ser aún más caros en dólares, pero también más
baratos si el tipo de cambio no se mantuviera tan por encima
de su nivel de equilibrio, aunque ello implicaría costos
sociales indeseables en términos de empleo. Pero en un
contexto inflacionario en que casi todos los precios suben y
no sólo los de los productos alimenticios, los salarios se
deprimen y los más pobres están peor. De esta manera, queda
en jaque el modelo de tipo de cambio alto y retenciones
crecientes para otorgar subsidios más abultados y
masivos (para pobres y ricos), mientras la permanente
intervención del Estado en los mercados estropea el clima
de inversiones para apuntalar el alto crecimiento económico”
(Néstor Scibona, La Nación, 13/4).
El
paro del campo termina detonando lo que se venía acumulando
como elementos de “deterioro” y/o agotamiento de la
economía K, desatando la mayor discusión interburguesa
alrededor del plan económico desde la crisis final del 1 a
1.
Llevando
adelante una medida de fuerza corporativa y reaccionaria
(vergonzosamente apoyada por sectores de la “izquierda”
como el PCR y el MST), los productores agrarios exigen gozar
las mieles de los precios internacionales quedándose con
toda la renta agraria extraordinaria sin importar que esto
signifique, inevitablemente, una irrefrenable tendencia
al empobrecimiento de los trabajadores y al aumento del
desempleo.
Por
si quedara alguna duda, un vocero “popular” de este egoísta
reclamo y mascarón de proa de la Federación Agraria
como el entrerriano Alfredo De Angeli declaró que “la única
forma de arreglar con el gobierno es si retrocede con las
retenciones móviles. Caso contrario, estamos listos
para volver a las rutas (...). No me importa lo que digan en
el gobierno. Nosotros vamos por lo nuestro, y si no
cumplen con nuestras expectativas, volvemos a las rutas” (La
Nación, 16/4).
Esta
disputa tiene su lógica: lo que los productores agrarios
(grandes y pequeños) expresan es una clara tendencia a negociar
directamente con el mercado mundial (que ofrece precios
tan suculentos) desentendiéndose de la suerte del
mercado interno (y urbano).
Pero
es precisamente en esas condiciones que se caerían
pilares fundamentales del esquema económico K. El
“enganche” de los precios del mercado interno con los
internacionales produciría tres efectos inmediatos: uno es
que la única manera de adquirir los productos exportables
(desde granos, aceites y carnes hasta combustibles) seria comprándolos
a los astronómicos precios internacionales. Dos, que se
deterioraría el “clima de negocios” de los empresarios
amigos de los K que usufructúan muy bajos salarios y demás
costos a valor dólar (al tiempo que traería un mayor
grado de “conflictividad social” por el inevitable
aumento de la desocupación). Finalmente, porque
“forrados” en divisas los productores pondrían tan
enorme presión sobre las importaciones que se liquidaría
en un santiamén el todavía subsistente (aunque a la baja) superávit
comercial.
Es
decir, el “paraíso” para las cuatro entidades del agro
se parecería como una gota de agua a la otra a un retorno
a las condiciones de la “libertad de mercado” de los 90.
...
versus “progresistas devaluacionistas”
A
pesar de que Cristina se llena la boca todos los días
hablando de la “redistribución de la riqueza” y
llamando a las elites a “ser solidarias como en las
sociedades desarrolladas”, el gobierno K y sus
capitalistas amigos apuntan en una dirección tan
capitalista y antiobrera como sus “adversarios”
neoliberales puros y duros.
Porque
lo que se busca vía el mecanismo devaluatorio es el
mantenimiento del “paraíso K” de los últimos años
(con salarios y costos en pesos devaluados y exportaciones
en “moneda dura”), sosteniendo las “condiciones de
competitividad” de la economía logradas con el 3 a 1.
Esto
significa una receta muy “clásica”: profundizar el
rumbo devaluatorio a costa de remachar con mil clavos la
superexplotación de los trabajadores para lograr
“ganancias de productividad” (más productos en igual
tiempo de trabajo) que actúen como contrapeso a las
tendencias inflacionarias. Junto con lo anterior, otra
receta “clásica”: pactar salarios a la baja en términos
reales. Es decir, que los aumentos salariales queden por
detrás de la inflación, como ya ocurrió en 2007.
Dicho
de otra manera: como mantener el tipo de cambio alto genera
presiones adicionales sobre la creciente inflación
nacional, para “contener” esto no hay “magia” que
valga: la única receta es tender –cada vez mas
descaradamente– a la depresión de los salarios en términos
reales, justo cuando recién se estaba llegando a los
miserables niveles del 2001. Y a esto, repetimos, se agrega
el aumento en las condiciones de esclavitud laboral
por la vía de un aumento de la productividad del trabajo.
En
ese marco, no ha sido casual que el ministro de Economía
Martín Lousteau se haya dado una vuelta por la sede del FMI
en Washinton para sondear la “buena predisposición del
organismo” a no trabar un posible arreglo con el Club de
Paris por la deuda en default por 6.000 millones de dólares.
También sondeó la posibilidad de que diversos organismos
internacionales concedan renovados y multimillonarios préstamos
a la Argentina para “un nuevo canje de la deuda”.
Parece que más temprano que tarde volveremos a la noria del
endeudamiento creciente... Digamos que en el plano político,
esto se complementa con la reciente visita del secretario de
Asuntos Hemisféricos del gobierno de Bush, Tom Shannon, que
ponderó la “importancia de la Argentina como factor de
estabilidad regional”.
Seguramente
Lousteau escuchó atentamente las “recomendaciones” de
un viejo y conocido funcionario del FMI: Anoop Singh. Hombre
consecuente, recordó que “en un contexto inflacionario,
la prioridad central es evitar las negociaciones
salariales para no fomentar precios aún más
elevados”. Una vez más, el remanido cantito de que la
culpa de la inflación la tendría el salario obrero.
Así,
de la mano del “progresismo” K o de neoliberales como
los dirigentes agrarios, los trabajadores seremos siempre
el pato de la boda.
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