Editorial
Mientras
sigue la crisis campo–gobierno K
Salir
a pegar con los reclamos obreros
Tomemos el ejemplo de FATE y Terrabusi, desbordando a los dirigentes de
las CGT y la CTA que quieren mantener el techo salarial del gobierno
La
crisis política que asomó con el conflicto agrario ya se
llevó a un ministro. Y no uno menor, sino el de Economía.
Pero no por eso la disputa está resuelta: al contrario,
cuando esta edición esté en la calle, la soga se habrá
vuelto a tensar y parece que se va abriendo un segundo capítulo
de cortes y paro agrario.
Al
mismo tiempo, y aunque la inflación aprieta, la CGT y la
CTA están jugando su habitual rol de contención en medio
de las crisis: mantener inmovilizada a la clase obrera,
impedir que se haga ver con sus reclamos y programa.
Pero
eso es lo que está planteado en este momento: que en medio
de esta grave crisis que no cesa y que ya está comenzando a
“desangrar” a ambos contendientes patronales, aparezca
un tercer actor: ¡que la clase obrera irrumpa con sus
reclamos contra la brutal escalada inflacionaria haciendo
saltar por los aires el techo salarial K!
Hay
que aprovechar que incluso sectores de la propia burocracia
sindical tiene en estos momentos dificultades para hacerlo
firmar. Dos gremios de importancia como el SMATA y la UOM no
están logrando firmar. Es que están levantando reclamos en
torno al 30% que las empresas no quieren –hasta ahora–
convalidar. Y otro gremio de importancia como es el SUTNA,
tiene la paritaria “interrumpida” por las empresas que
se han levantado unilateralmente de la mesa de negociación
esgrimiendo el quite de colaboración que están llevando
adelante los obreros de FATE.
En
momentos en que la burguesía aparece dividida, es que hay
que pegar: ahora es el momento de golpear agarrándolos
con la “guardia baja” e imponiendo que la crisis no la
paguemos los trabajadores.
El
deterioro de Cristina K
Un
dato no menor de la actual coyuntura es el crecimiento
del deterioro político que experimenta, de manera cada vez
más ostensible, el gobierno de Cristina.
En
efecto, un dato central es el aumento del malhumor social
respecto del oficialismo, que tiene como primerísimo
motor una inflación aún no desbocada pero ya galopante. En
menos de cinco meses, el nivel de la caída de la imagen y
la popularidad de los Kirchner –especialmente de
Cristina– es asombroso por su magnitud y profundidad. Hay
incluso odio visceral a los K en ciertos sectores medios y
altos, y no es raro oír expresiones del tipo “este
gobierno no termina, o termina como De la Rúa”. Si bien
esto es una exageración –hay claras diferencias no solo
políticas sino sociales con el 2001–, no deja de ser
sintomático como manifestación de lo desdibujado que se
encuentra el consenso inicial del gobierno.
En
cierto modo, son las entidades del campo las que están
–por ahora– capitalizando ese sentimiento anti K al
aparecer como la única oposición efectiva (con un proyecto
patronal, desde ya). El hecho de que el escenario político
esté casi completamente ocupado por estos dos contendientes
de los de arriba, contribuye a la confusión en
amplios sectores que tienden a ver con simpatía los
reclamos de la burguesía agraria simplemente porque se
opone a los Kirchner.
Es
a esta presión de la “opinión pública opositora”,
encolumnada con los reclamos agrarios sin entender del todo
lo que está en juego, a la que capitulan sectores de
izquierda. Es el caso del MST y del PCR, éste incluso con
un discurso ideológico justificatorio.
Esta
misma confusión que subsiste entre amplios sectores
populares podría cambiar si se produjera la irrupción de
fuertes luchas de los trabajadores. En ese caso, además, la
crisis del gobierno K, podría ser capitalizada por
izquierda y por los reclamos de la clase obrera y no, como
está ocurriendo hasta ahora, por los sectores privilegiados
y satisfechos que encabezan el reaccionario reclamo agrario
y al cual le hacen vergonzoso seguidismo aquellos grupos de
izquierda que han abandonado toda referencia en los
trabajadores.
Por
uno u otro camino patronal, los trabajadores somos el
“pato de la boda”
Durante
la “tregua” con el campo, se instaló en la agenda pública
un tema cada vez más difícil de barrer debajo de la
alfombra: la inflación. Precisamente, el detonante de la
salida de Lousteau puede haber sido su propuesta de
enfrentar la escalada inflacionaria con un paquete de
medidas de tufillo neoliberal ortodoxo y de las cuales
simpatizan varias entidades del campo: “enfriar” la
economía, “aumentar un poco el peso”, subir las
tarifas, bajar el gasto público (incluidos los subsidios).
Es decir: bajar salarios y comenzar una ronda de
despidos.
La
respuesta de los K, que le temen como a la peste que retorne
la “conflictividad social” y que están juramentados en
mantener la “competitividad” de las patronales
industriales, fue poner a Carlos Fernández, un disciplinado
funcionario de la pareja presidencial. En épocas del
menemismo se decía “un contador sin visión política”.
En todo caso, Fernández es un contador al servicio de la
política económica de los K, y cumplirá sus mandatos políticos
sin un miligramo de juego propio (como podía intentar tener
Lousteau). Lo mismo que hace Guillermo Moreno, pero en otra
función. El mensaje es claro aquí también: los K no
aceptan que la inflación sea un problema.
Pero
vaya que lo es. Mientras el índice del INDEC ya casi ni es
tomado como noticia, las mediciones menos contaminadas por
los enjuagues de Moreno son más coincidentes con la
percepción popular. Es el caso del índice de marzo en
Santa Fe, por encima del 3%. Abril cerrará con no menos del
2% real, y la inflación de todo el cuatrimestre, al menos
en los productos de consumo popular, debe andar por arriba
del 10%. ¡En cuatro meses ya superó la mitad de la
vergonzosa cifra pactada por la CGT para un año y pico!
Y
la proyección para todo el año, suponiendo que la crisis
con el campo no siga, que la estrechez energética no haga
de las suyas y que otras variables por el estilo no hagan
olas, anda por el 30% como estimación conservadora pero
bien real. Es este panorama, que todo el mundo percibe como
una amenaza tangible cada vez que va a hacer las compras, el
que está metiendo tensión creciente en el plano salarial.
Y el que demuestra que con el “enfriamiento” de los
agrarios neoliberales o la economía “caliente”
inflacionaria de los K, los que somos el “pato de la
boda” somos los trabajadores.
Pobreza
con trabajo
El
año en curso será recordado como el fin de la bonanza K,
que ellos mismos creían eterna. En todos los planos –político,
económico, social– asoman problemas cuando hasta hace
poco todos los indicadores les sonreían.
Ya
hicimos referencia al deterioro político, justo cuando los
K se disponían a aprovechar el 46% obtenido en las
elecciones. Sin cargar en exceso las tintas, puede afirmarse
que el gobierno hoy tiene cuestionado el consenso
mayoritario del que indudablemente gozaba al asumir.
Ese
período ha terminado, y difícilmente vuelva. Por más
que los valores de las exportaciones argentinas sigan siendo
altos, un hilo de agua, la inflación, empieza a horadar
una piedra que, por otra parte, nunca fue tan sólida.
En un contexto internacional de carestía, aumentos en
alimentos y energía, crisis financiera que amenaza pasar al
plano de la economía “real” y creciente agitación
social (ver nota en este número), los buenos precios de los
granos ya no resuelven todos los problemas.
Por
lo pronto, la inflación mete presión sobre un tipo de
cambio artificialmente alto, pero que es el centro del
“modelo K” y la razón de ser de los famosos “superávits
gemelos”. Si el peso se aprecia respecto del dólar, el
resultado es que las exportaciones argentinas serán menos
“competitivas” y los costos internos en dólares subirán.
También se afectará la recaudación fiscal (fuente de los
subsidios) y bajará el superávit comercial. Ante esta
perspectiva, como señalábamos en la edición anterior, los
intereses de los agro–exportadores y las necesidades del
gobierno divergen necesariamente: unos piden dólar real
más barato (sin retenciones) y los K saben que si ceden en
eso ponen en peligro todo el esquema. La oposición
burguesa, en esto, tiene una ventaja sobre el gobierno: ya
reconoce que hay que hacer algo con la inflación, además
de dibujar las estadísticas.
La
inflación, además, erosiona el modelo K en uno de los
aspectos que hasta ahora le daban balance positivo: la
situación social. Néstor y Cristina viven vanagloriándose
de la mejora en los índices de pobreza y desocupación, lo
cual no era tan falso hasta el año pasado, si bien
partiendo de los niveles catastróficos de 2001–2002.
Ahora bien, desde 2007 y sin ninguna duda en 2008, la
pobreza ha vuelto a crecer, de la mano de la caída en el
salario real como producto de una inflación por encima de
las paritarias de Moyano. Esta sí que es una creación
pura del modelo K: la pobreza con trabajo. De paso,
digamos que los índices de productividad del trabajo no
paran de crecer, demostrando cómo el aumento de la
explotación obrera está en el corazón del “milagro”
kirchnerista.
Salario
y condiciones de trabajo como banderas políticas contra el
gobierno K
Por
ahora, como dijimos, los contendientes son dos: el gobierno
K y las organizaciones del campo hegemonizadas por los
grandes productores. No hay un “tercer actor” que talle
en la pelea, que debería ser el movimiento obrero, con sus
propias reivindicaciones y programa independiente de los dos
actores capitalistas. Para que esta irrupción aún no haya
tenido lugar ha sido fundamental el papel de las burocracias
de la CGT y la CTA, y en primer lugar de Hugo Moyano, que al
adelantar la paritaria de su gremio y cerrar por el 19,5%
marcó el camino al resto de la burocracia. Que este rol es
decisivo para sostener el andamiaje K lo demuestra la
gratitud de Néstor Kirchner hacia Moyano, ungido como número
3 (detrás de Scioli y Kirchner) en la estructura del PJ.
Hasta
ahora la burocracia logró controlar al movimiento obrero y
evitar que salga a una pelea salarial contra la carestía de
la vida que podría cambiar todo el escenario. Un
subproducto de esto es que las posiciones de la vanguardia
en el seno del movimiento obrero quedan más aisladas y
expuestas. La represión a los compañeros de Mafissa es un
ejemplo de este cuadro.
Pero
no está escrito en ningún lado que los trabajadores vayan
a aceptar mansamente el deterioro salarial acompañado de
condiciones de trabajo en muchos casos de semiesclavitud. La
propia burocracia está olfateando ya el peligro: según un
analista, “los sindicalistas empiezan a presumir que los
acuerdos salariales convenidos no durarán más allá de
octubre” (Clarín, 27–4). ¡Esos traidores ya
reconocen que la paritaria “anual” que firmaron no sirve
ni para seis meses!
Esta
situación ya podría estar ocurriendo: mientras el SMATA y
la UOM no logran firmar su paritaria, mientras la del SUTNA
está “suspendida”, crece el descontento entre más
amplios sectores de trabajadores por el deterioro salarial
(como es el caso de alimenticias de importancia como
Kraft–Terrabusi y muchas otras empresas). Incluso se está
hablando de acciones coordinadas como podría ser un corte
de la Panamericana.
La
procesión va por dentro, y puede estallar a la vuelta de
cualquier mecha prendida. Para esa perspectiva hay que
prepararse.
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