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Paro
agrario y polémica en la izquierda (primera parte)
El
campo argentino según el PCR
Una fábula que no resiste el menor análisis
Por Rojo José Luis
A
medida que han pasado las semanas, se podría decir que el carácter
de clase del reclamo agrario se ha ido haciendo cada vez
más transparente.
Hay un test infalible: los
aumentos siderales de los precios que esta sufriendo la población trabajadora, incuestionablemente potenciados por la situación creada con el lock out patronal. El analista Fabián Amico señala lo siguiente: “Hay que decirlo con todas las letras: este conflicto no se
desata por la situación de los pequeños productores.
Las entidades rurales que negocian con el gobierno
rechazaron las propuestas oficiales porque la discusión
real no pasa por la suerte de los productores más chicos,
sino por quién se queda con la voluminosa renta
agropecuaria. Y, si se la queda el agro, como impacta
este resultado en términos de mayor inflación, caída
del salario real y aumento de la pobreza. En suma, si
se transfieren mas ingresos desde los trabajadores y toda la
sociedad hacia el campo”.
Sin
embargo, corrientes de “izquierda” como el PCR han
mantenido incólume su subordinación a la burguesía
agraria, al punto de haber contribuido decisivamente (junto
al MST y al PO) a la división de las acciones
reivindicativas por el 1º de Mayo. Por eso queremos poner
al desnudo los erróneos supuestos teóricos y políticos
sobre los que se apoya su vergonzosa posición. Dada
la extensión del texto, será publicado en dos partes.
¿Un paro reaccionario como parte de
una revolución por etapas?
Con
el paro del campo, el PCR ha tenido una oportunidad para
aplicar a fondo su posición estratégica de que la clase
obrera está condenada a ir a la rastra de algún sector
capitalista. Si en el caso actual su frente único es con la
fracción burguesa más reaccionaria, es lo de
menos...
Según
el PCR, con el paro agrario “apareció la parte oculta de
la Argentina real: los obreros rurales, pueblos originarios
y campesinos pobres y medios [sic]. Esa parte que, como ha
señalado el PCR, es esencial en la estructura económica
social argentina. Quienes niegan esta realidad, fuerzas como
el PO, el PTS y el MAS, se unieron al kirchnerismo en el
ataque a la pueblada agraria, votando juntos como en Filosofía
y Sociales de Buenos Aires” (Hoy, periódico del
PCR, Nº 1211).
Por
supuesto, es una redonda mentira que nos hayamos “unido al
kirchnerismo” en las asambleas estudiantiles, ya que
nuestra condena del lock out patronal –como una medida reaccionaria
–
la venimos haciendo desde una ubicación de intransigente
independencia de clase respecto de ambos bloques patronales.
Pero la posición del PCR esconde problemas más de fondo.
Primero,
aunque de menor relevancia, está la fantástica
afirmación de que en este paro patronal habrían aparecido
los “obreros rurales, pueblos originarios y campesinos
pobres y medios”. ¿Dónde están? Porque la realidad es
que ni una sola de las reivindicaciones de las 4
entidades del campo y de los “autoconvocados” tiene nada
que ver ni con los obreros rurales, ni con los pueblos
originarios, ni con los “campesinos” pobres y medios de
carne y hueso. La rebaja indiscriminada de las
retenciones, el aumento del precio de corte de la leche, la
liberalización del comercio de exportación de las carnes,
y tantas otras exigencias de la dirigencia rural: ¿qué
podrían tener que ver con los sectores explotados y
oprimidos que, según el PCR, se habrían “hecho ver” en
el actual lock out?
En
realidad, lo que el PCR pretende no es dar cuenta de la
naturaleza del paro agrario tal cual es, sino meter
la realidad dentro de sus esquemas, volviendo a reafirmar
la anacrónica y oportunista teoría de la revolución
por etapas (aunque de manera más “sofisticada”). Es
decir, aquella idea según la cual la Argentina no sería un
país “plenamente capitalista” y, por lo tanto, estaría
“plagado de resabios feudales” –sobre todo en
el campo–, y por ende la clase obrera debería ir a la
rastra de uno u otro sector burgués. La burguesía
“nacional”, al realizar su revolución “democrático-popular”,
abriría el paso a un desarrollo capitalista “pleno”
para que en una próxima etapa y con las condiciones
objetivas “maduras”, se pueda comenzar a pensar en una
revolución propiamente obrera y socialista... Que en
esta oportunidad el interlocutor burgués
“revolucionario” es la fracción más derechista de la
misma burquesía, sólo pone de relieve el absurdo de una versión
aún más reaccionaria e irreal que la formulación
original.[3]
Así,
se señala que se habría “vuelto a demostrar, como viene
sosteniendo el PCR, el carácter de la revolución en la
Argentina: democrática-popular, agraria y
antiimperialista, en marcha ininterrumpida al socialismo
(...). La teoría de ‘la revolución socialista de
inicio’, aparentemente de izquierda, ha llevado a sus
partidarios a juntarse con el kirchnerismo en la
Universidad, o acompañarlo en Plaza de Mayo” (Hoy,
ídem).
Pero una
cosa es el debate acerca del carácter obrero y socialista
“de inicio” que defendemos para la revolución en la
Argentina en tanto se trata, a todas luces, de un país plenamente
capitalista (aun cuando sea un
capitalismo dependiente y semicolonial).
Y otra cosa distinta es cómo una medida reaccionaria como la que viene
llevando adelante el “campo” –un lockout patronal de consecuencias
abiertamente antiobreras y antipopulares–
podría ser expresión de cualquier teoría de la revolución,
“de inicio” o no.
¿Camino
prusiano o camino específicamente argentino?
En
todo caso, la confusión que introduce el PCR para
justificar sus posiciones oportunistas puede aclararse
apelando a otros textos de esta corriente. De manera
asombrosa, se considera que parte de la flor y nata de la
burguesía del campo argentino sería una clase “oprimida”
por unos propietarios terratenientes que provendrían
–en una línea de continuidad– de un supuesto pasado
precapitalista, conservando hasta hoy, en lo
esencial, rasgos “feudales o semi-feudales”.
En ese sentido, dado que el campo argentino no sería
plenamente capitalista, como opinamos los socialistas
revolucionarios,
habría que ir de la mano de esta burguesía agraria en su
supuesta “lucha” contra la opresión
terrateniente-feudal en una revolución “democrático-popular,
agraria y antiimperialista”, y sólo una vez consumada ésta
se podría empezar a hablar de la revolución obrera y
socialista. En esto consistiría su carácter
“ininterrumpido”. Anacronismos políticos tan
evidentes, que niegan que la revolución social en nuestro
país sólo puede pasar por la unidad de los trabajadores
de la ciudad y el campo en alianza con los auténticos pequeño
propietarios –que básicamente no están radicados en
la pampa húmeda–, son difíciles de encontrar entre las
corrientes de la izquierda. Uno no puede dejar de
pellizcarse y volver a preguntarse, ante estos dislates, en
qué país vive el PCR.
A modo de justificación de sus posiciones etapistas afirman que “en
la actual etapa de nuestra revolución (...) las lacras
principales a batir son la dependencia del país del
imperialismo y el latifundio en el campo” (Eugenio
Gastiazoro, “Lo nuevo y lo viejo en el campo argentino”,
revista Teoría y Política).
Es una verdad absoluta que hay que acabar con el carácter
semicolonial del país y con el latifundio en el campo. Pero
el PCR parece olvidarse que el campo argentino (agricultura,
ganadería, caza y silvicultura) no aporta más que
alrededor del 10% del PBI del país, y que depende
enteramente de la evolución de la economía urbana, que es
la que le puede aportar todos los insumos para la producción
y el resto de los consumos para su reproducción.
Es
decir, parece querer soslayar que la burguesía del campo
(terrateniente, propietaria y arrendataria) es parte,
y no puede dejar de serlo, de la burguesía de conjunto
que domina el país (imperialista y/o de origen
argentino, aunque nunca “nacional”). Burguesía que
tiene como base material fundamental la explotación de una
clase obrera rural y urbana. Clase obrera que, a todas
luces, en su abrumadora mayoría, es de radicación urbana:
unos 14 millones de asalariados (PEA) de los cuales algo
más de un millón trabajan en el campo.
Pero
como el PCR parece perder de vista esto, su “revolución”
en la Argentina no estaría obligada a enfrentar a la
flor y nata de la burguesía industrial, comercial y
financiera propiamente dicha, a la cual están unidos por
mil y un vínculos los latifundistas. Extraña revolución
social la que tiene en mente el PCR.
A
partir del disparate anterior, los nuevos se apilan unos
tras otros. Para el PCR, el campo argentino habría seguido
“el llamado camino prusiano” que “implica el injerto
de relaciones de producción capitalista sobre la base del
mantenimiento del latifundio y de relaciones atrasadas
(...). Por eso, en nuestro caso, (...) nos vamos a encontrar
con aquello que decía Lenin en 1920 (...) de que subsisten
todavía restos de explotación medieval, semifeudal, de
los pequeños campesinos por los grandes terratenientes” (Gastiazoro,
ídem).
Como
venimos señalando, la verdad es que hay que padecer
alucinaciones para seguir afirmando que en el campo
argentino del siglo XXI podrían subsistir “restos de
explotación medieval, semifeudal”. Esto es redondamente
falso y un disparate por varias razones, no sólo actuales
sino también históricas.
La
primera es que en Latinoamérica (hispánica y lusitana), nunca
hubo feudalismo. Lo que hubo fue una suerte de “capitalismo
colonial” que se apoyó mayoritariamente en relaciones
de producción salariales bastardas que, en realidad, lo
que hacían era esconder relaciones de esclavitud de tipo
particular.
Al
mismo tiempo, todo el mundo sabe que en el territorio
colonial de la Argentina (Virreinato del Río de la Plata)
nunca hubo vastas proporciones de población originaria ni
de esclavos de color. Por esto, la estructura del campo
argentino (una formación sui generis, como veremos
enseguida), promediando el comienzo del siglo XX, tuvo en un
polo a grandes propietarios-terratenientes-capitalistas de
la tierra (no a terratenientes “feudales”) y, en el
otro, a pequeños chacareros no propietarios originados de
la inmigración europea (pero no siervos de la gleba) que
las más de las veces eran explotados –vía arriendo o
aparcería– como unidad familiar de conjunto por estos
grandes propietarios-terratenientes-capitalistas de la
tierra. Al mismo tiempo, a partir de este escenario, se fue
desarrollando un creciente proletariado agrícola.
Decía Milcíades Peña al respecto: “El monopolio terrateniente de
la tierra y la subordinación de la agricultura a las
necesidades de la ganadería extensiva impidieron que los
chacareros se asentasen como productores familiares
propietarios de sus tierras, y que a través de la
competencia se produjera la paulatina diferenciación entre
una burguesía agraria y una masa creciente de proletarios y
semi-proletarios rurales. Es decir, no se produjo lo que
Lenin denominaba el desarrollo tipo [norte]americano de la
agricultura.
Por otra parte, tampoco se dio en la
Argentina lo que Lenin denominara ‘desarrollo prusiano’,
vale decir, la transformación de los terratenientes en
capitalistas agrarios que explotan grandes haciendas
empleando mano de obra asalariada. O, mejor dicho, este tipo
de desarrollo se produjo en la ganadería. En la agricultura,
en cambio, tuvo lugar un ‘desarrollo argentino’
consistente en impedir el acceso de los inmigrantes a la
propiedad de la tierra y en explotarlos no como asalariados,
sino como productores familiares (arrendatarios, medieros,
apareceros, etc.)” (M. Peña, Industria, burguesía industrial y liberación
nacional, Buenos Aires, Ediciones Fichas, 1974, pp.
178-9).
En
un sentido similar se había manifestado –incluso antes
que Peña- el especialista en el campo y socialista
revolucionario José Boglich: “Boglich defenderá con énfasis
(...) la tesis del carácter capitalista del campo
argentino, extensivo a la formación social argentina en
su conjunto. Se trata, para el autor de ‘La cuestión
agraria’, de un país capitalista agrario atrasado y
semicolonial. Él equívoco de entender el atraso como
‘resabios feudales en el campo’, sostiene, proviene del
‘error inveterado de suponer a nuestra clase campesina y a
nuestra economía agropecuaria en un plano de igualdad con
la de los viejos países agrícolas’. El campesinado
‘independiente’ o semiproletario del viejo mundo
proviene de la sociedad feudal, del siervo de la gleba,
‘mientras que el agricultor argentino surge sobre la base
del capitalismo colonizador, que le imprime
modalidades peculiares y crea paralelamente a él un
proletariado agrícola puro’. Allá ese campesinado es autóctono,
aquí llega con el aluvión inmigratorio” (Horacio Tarcus, El marxismo
olvidado de Silvio Frondizi y Milciades Peña, Buenos
Aires, El cielo por asalto, p. 98).
Es
síntesis: ni vía “prusiana”
ni vía “americana”: un específico y sui generis “desarrollo
argentino” de la agricultura, donde luego entre los
chacareros se fue produciendo una creciente diferenciación
social, con la creciente emergencia a partir de los años
70 a 90 del siglo XX de una vía de desarrollo más o menos
“clásica” y/o “inglesa”: rentistas grandes y
pequeños; desarrollo de figuras capitalistas “arquetípicas”
en la producción agraria
como los pools de siembra
y los
contratistas de servicios, y la asalarización de todo un
sector.
“La
perspectiva pareciera ser que de no mediar modificaciones se
avanzara lenta pero fatalmente hacia un agro cada vez más
capitalista: con grandes arrendatarios capitalistas o
productores mediano-grandes que combinan una parte en
propiedad con otras en alquiler, pequeños y medianos
rentistas, y predominio de la mano de obra asalariada
(algunos con altos niveles de capacitación). Esta tendencia
será inexorable en la medida en que se pierdan las características
familiares de las unidades de producción (...). El
resultado [es] la expansión de un modelo ‘inglés’
de agro capitalista” (“El
desvanecimiento del mundo chacarero”, Javier Balsa, Buenos
Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 006, p. 264).
Es
un hecho que siempre se ha tratado en nuestro país de un
campo capitalista que tuvo y tiene por objetivo
principal la producción para el mercado mundial y la
realización de una sideral renta agraria diferencial en él.
Y aunque inicialmente fuera parte de un capitalismo
colonial, estuvo en las antípodas de cualquier
“feudalismo”, caracterización que sirvió siempre
de coartada para las capitulaciones del estalinismo en
nuestra región, y que el PCR sigue defendiendo hasta hoy
contra toda evidencia. De hecho, en un campo tan
capitalista como el argentino, donde las tendencias
“modernizantes” han avanzado tanto en las últimas décadas,
hablar de “restos de explotación medieval” sonaría
como una fábula... si no fuera un escandaloso atajo teórico
para apoyar un paro ultrarreaccionario.
¿Quiénes son los que cortan las
rutas?
A
partir de esta incomprensión de las características históricas
del campo argentino y de su evolución real, el PCR se
desliza a una pintura de los cortes de ruta totalmente
irreal, hablando de ellos como “la mayor rebelión de
obreros rurales y campesinos pobres y medios de la historia
argentina” (Hoy 1221).
Agrega
que “lo que estalló en el campo venia de antes (...).
(La) sojización provocó un genocidio agrario, expulsando
obreros rurales, pueblos originarios y campesinos sin tierra
a sobrevivir en villas de emergencia; y los que tenían
pequeñas parcelas debieron irse a los pueblos como
mini-rentistas sin futuro. Los grandes usureros formaron los
pools y, junto a los grandes terratenientes ‘nacionales’
y extranjeros acapararon gigantescas extensiones de tierra
como no se veía desde la época de oro de la vieja oligarquía
vacuna” (ídem). Pero aunque esta descripción se ajusta a
la realidad, el PCR no parece haberse notificado de que el
paro agrario (y en general el conflicto “campo” vs.
gobierno) para nada hace referencia a los problemas que se
señalan aquí.
Lo
que el PCR no logra explicar es por qué en el paro agrario
real (no el que tienen los compañeros en la cabeza) los
“terratenientes”, los “capitalistas agrarios” e,
incluso, los "pequeños y medianos productores" están actuando en
un –hasta ahora, al menos– sólido frente único,
y no en una lucha bajo líneas de clase como fue el famoso
Grito de Alcorta de 1912. Allí, chacareros de carne y hueso
(que no eran burgueses sino pequeño burgueses del campo) se
levantaron contra los impagables arrendamientos que les
cobraban los grandes propietarios. Que el paro agrario
de hoy tenga una lógica de clase que en nada se
parece a la de hace un siglo, debería hacer reflexionar
acerca de su carácter.[9]
“¿Cómo
era el campo hace algunas décadas? Una gran proporción en
manos de un puñado de terratenientes que manejaban la
producción y distribución a expensas de medianos y pequeños
productores (...) que labraban la tierra con sus
herramientas, en forma personal, acopiando las mejores
semillas para las próximas siembras. Gran parte de su
producción, que era variada, era destinada al mercado
interno. Estas últimas cuestiones les daban cierta
independencia de las multinacionales y una relación con
la población (...). El sector que hoy tiene más
protagonismo en los piquetes rurales y que más
diferencias suscita entre la izquierda son los pequeños
y medianos productores ligados al modelo. Son un sector
que está recibiendo una parte minoritaria de la
fabulosa renta en juego, pero que le ha servido para enriquecerse
sobremanera en estos últimos años. Yo diría que han
pasado de ser pequeño burgueses rurales a ser burgueses
pequeños o medianos” (Eduardo de Córdoba, mimeo).
Sobre este sector de “productores” enriquecido en los últimos años,
el autor agrega que “en forma mayoritaria, y cada vez más
creciente, se dedican al cultivo de soja (...) son pocos los
que viven aún en el campo (...) sus características más
definitorias son: están ligados totalmente al mercado
externo. Por esto están pendientes de la cotización de
los granos de Chicago y no prestan ninguna atención al
poder adquisitivo del salario de los trabajadores;
mantienen dependencia comercial y técnica de los
pulpos exportadores, en especial Monsanto (que maneja todos
los granos de soja). Su representación es la FAA. ¿Se
equivoca al aliarse la FAA con la SRA, con Monsanto y los
pools? No. Son sus socios menores, y se enriquecen
con las ‘migajas’ que le quedan de tan fabulosa renta;
no dependen más del mercado interno ni del poder
adquisitivo de los trabajadores” (ídem).
En
el mismo sentido, Javier Balsa
explícitamente rechaza la asociación del PCR de los
pools de siembra como operadores “no capitalistas” y los
pone en el mismo saco con los contratistas como actores
capitalistas agrarios de pleno derecho.
“En
la década de 1990 incrementaron su importancia tres
tipos de capitalistas agrarios relativamente novedosos:
los grandes contratistas tanteros, los contratistas de
servicios y los ‘pools de siembra’(...). Entonces,
cuando la dinámica económica se desenvolvió con niveles
de intervención estatal menos intensos (más cercanos al
patrón neoliberal) y las explotaciones debilitaron sus
rasgos familiares, el desarrollo agrario presenta una
tendencia hacia el modelo ideal descrito por Marx, y casi
olvidado en el cajón de las ideas equivocadas; aunque, en
la Pampa, los que arriendan sus campos son más bien pequeños
rentistas que grandes terratenientes” (“El
desvanecimiento...”, cit., p. 264).
Una
vez más, se verifica que los actores centrales de la
“zona núcleo” (pampa húmeda) del campo argentino han
pasado a ser los grandes arrendatarios capitalistas, los
productores mediano-grandes que combinan una parte en
propiedad con otras en alquiler y los pequeños y
medianos rentistas (que no parecen tener tan poco
futuro...), todo bajo el predominio de la mano de obra
asalariada, en muchos casos con altos niveles de capacitación
y disminución relativa de su cantidad.
Todo
esto se puede poner en números con el último censo
agropecuario del 2002: de las 300.000 explotaciones
agropecuarias, 170.000 (el 57%) son en
promedio de hasta 100 hectáreas y ocupan sólo
5.000.000 de hectáreas en total. Retengamos que un
propietario chico, de hasta 50 hectáreas, en la pampa húmeda,
puede ingresar 25.000 dólares de renta anualmente
(es decir, en su calidad de rentista, alquilando su campo y
no haciéndose cargo directamente de la producción), lo
que, aun siendo una cifra no despreciable, configura en todo
caso al sector pequeño propietario que debería, pese a
todo, ser aliado de los trabajadores urbanos y rurales y
no ir a la rastra de la Sociedad Rural.
En
el otro polo, existen 936 propietarios (el 0,3%)
con más de 20.000 hectáreas promedio cada uno, que
suman en total la friolera de 35 millones de hectáreas.
Es decir, la expresión directa de la histórica estructura
de concentración de la tierra en la Argentina, que
bajo el gobierno K no sólo no ha retrocedido sino que se ha
agravado.
¿Qué
pasa en los estratos “intermedios”? Para focalizar en el
sector propietario medio-medio y medio-grande enriquecido en
los últimos años (una de las figuras más activas en los
cortes de ruta), subrayemos que en la región pampeana, y
según el calculo del presidente del INTI, Enrique Martínez),
la renta se multiplica a razón de 50.000 dólares
cada cien hectáreas. Entonces, para un universo de
entre 500 y 5000 hectáreas, tenemos que 45.000 productores
pueden embolsarse entre 250.000 y 2.500.000 dólares al año
sólo a modo de renta (Enrique Martínez, “El conflicto agrario: mirada desde
el INTI”).
La
renta agraria: ¿una relación económica no capitalista?
Como
dijimos, a los problemas fácticos y políticos de la posición
del PCR se le agregan los anacronismos teóricos que
le sirven de fundamento a sus posiciones.
Así,
se quejan de aquellos que hablamos de “capitalismo
agrario” y no del “capitalismo en el agro,
borrando lo específico de la producción en el campo, que
es que para poder concretarse necesita de la tierra” (E.
Gastiazoro, cit).
Se
desliza así que los capitalistas agrarios, por culpa de los
terratenientes, carecerían de tierra para poder desarrollar
sus negocios. Y como remate, se agrega: “Nos encontramos
ante una situación en que, predominando las relaciones
capitalistas de producción, lo que rige en lo fundamental
la producción agrícola (como ocurre también en la minería)
es la búsqueda de una ganancia extraordinaria por los
monopolizadores de la tierra subordinando a esa búsqueda
al capital agrario y su búsqueda de la ganancia normal”
(E. Gastiazoro, cit.).
Aquí
se confunde todo, porque el PCR parece olvidar que la renta
agraria es ni más ni menos que la forma de valorización de
la propiedad de la tierra bajo el capitalismo; es
decir, una relación económico-social plenamente
capitalista independientemente del hecho que,
efectivamente, el “productor” capitalista le paga una
renta al propietario capitalista en concepto de uso de su
tierra. O que, en el caso de ser él mismo el dueño de la
tierra, se pague la renta a sí mismo “autoexplotándose”
(en términos del PCR).
Lo
que al PCR se le escapa, es el origen tanto de la renta
agraria extraordinaria, como de la ganancia normal que se
obtienen en la producción capitalista en el campo. Como es
sabido para cualquier marxista digno de ese nombre, el
origen es uno y sólo uno: el trabajo no pagado del
asalariado del campo. Dice Marx: “En el modo
capitalista de producción, el supuesto es el siguiente: los
verdaderos agricultores son asalariados, ocupados por un
capitalista, el arrendatario, que sólo se dedica a la
agricultura en cuanto campo de explotación particular del
capital, como inversión de su capital en una esfera
peculiar de la producción. Este arrendatario-capitalista le
abona al terrateniente, al propietario de la tierra que
explota, en fechas determinadas (...) una suma de dinero
fijada por contrato (exactamente de la misma manera que el
prestatario de capital dinerario abona un interés
determinado) a cambio del permiso para emplear su
capital en este campo de la producción particular. Esta
suma de dinero se denomina renta de la tierra, sin que
importe si se la abona por tierra cultivable, terreno para
construcciones, minas, pesquerías, bosques, etc. Se la
abona por todo el tiempo durante el cual el terrateniente ha
prestado por contrato el suelo al arrendatario, durante el
cual lo ha alquilado. Por lo tanto, en este caso la renta
del suelo es la forma en la cual se realiza económicamente
la propiedad de la tierra, la forma en la cual se valoriza”
(Karl Marx, El capital, Tomo 3, volumen VIII,
p. 796, México, Siglo XXI, 1981).
Que
en este marco, estas dos fracciones componentes de la
burguesía (productores-agrarios-capitalistas y
propietarios-terratenientes-capitalistas-de la tierra)
puedan disputarse el reparto de la renta agraria –o
incluso si lo hacen con su propio gobierno burgués– en
nada menoscaba que la relación de renta agraria es una
relación plenamente capitalista, una relación supuesta
por el capitalismo y que sólo podría ser liquidada expropiando
a los capitalistas y propietarios agrarios como un todo por
una revolución socialista.
Esto
último es lo que señalaba Marx: “La forma de propiedad
de la tierra que consideramos es una forma específicamente
histórica de la misma, la forma trasmutada, por
influencia del capital y del modo capitalista de producción,
tanto de la propiedad feudal de la tierra como de la
agricultura pequeño campesina” (ídem, pp. 791-2). Y
agregaba lapidariamente: “El monopolio de la propiedad
de la tierra es una premisa histórica, y sigue siendo
el fundamento permanente del modo capitalista de producción
(...). Pero la forma en la que el incipiente modo
capitalista de producción encuentra a la propiedad de la
tierra no se corresponde con él. Sólo él mismo crea la
forma correspondiente a sí mismo mediante la subordinación
de la agricultura al capital; de esa manera, también la
propiedad feudal de la tierra (...) se trasmuta en la
forma económica correspondiente a este modo de producción,
por muy diversas que sean sus formas jurídicas” (ídem,
p. 794).
En
síntesis: lo que nos esta diciendo Marx es que los
monopolizadores de la tierra hacen lo propio sobre una forma
de propiedad que ha sido transmutada en uno de los
fundamentos del modo capitalista de producción: la
propiedad privada de la tierra, que sólo podría ser
liquidada mediante una revolución proletaria que avance
en la estatización de toda la tierra.
Hacemos este artículo en homenaje
a los verdaderos trabajadores y trabajadoras agrícolas,
de los cuales nadie
en la Argentina “oficial” y parte importantísima de
la izquierda habla hoy en oportunidad del lock out
agrario patronal, como han sido las recientes y duras
luchas de los obreros frutihortícolas de Río Negro
y las trabajadoras del ajo en Mendoza.
[2]
Hace casi 50 años Milcíades Peña pintaba con toda
precisión el carácter reaccionario de la
reivindicación de los propietarios capitalistas sobre
la renta agraria, más allá que la figura del
“chacarero” hoy se haya desvanecido por completo:
“El latifundio significa que los terratenientes se
apoderan bajo la forma de renta agraria de un elevado
porcentaje del producto de la agricultura, y la masa de
la renta agraria indica la masa de poder de compra
restado a la economía nacional y, por tanto, la
medida en que se reduce el mercado interno para la
industria. Entre el 60 y 80% del valor de la cosecha
levantada por arrendatarios es transferido a los
terratenientes. En manos de los chacareros, ese poder de
compra se transformaría en demanda de medios de
producción para sus establecimientos y de bienes de
consumo para sus familias. Esta demanda campesina
contribuiría a aumentar, a la vez, la producción agrícola
y el mercado para la industria. Por el contrario, en
manos de los terratenientes, este poder de compra
perjudica por varios caminos a la economía nacional,
sirviendo ante todo para aumentar la demanda de
importaciones de lujo –agravando el déficit de
divisas– y para incrementar la especulación en
tierras, etc.”. Milcíades Peña, Fichas, abril
1964.
[3]
No debe sorprender que, por ejemplo en Venezuela, las
corrientes maoístas sean parte de la dirección del
reaccionario movimiento estudiantil antichavista de la
UCV.
[4]
Es precisamente por este carácter del país que la
revolución socialista que tiene planteada la Argentina
(como parte de la revolución en toda la región) no
puede dejar de asumir tareas democracias y
antiimperialistas irresueltas desde la constitución
misma de la nación, pero que no por ello cuestionan
el carácter obrero y socialista de la revolución.
[5]
En este sentido, el PCR se queja de los que “hablan de
capitalismo agrario y no del capitalismo en el agro”
(Gastiazoro, ídem). Traducido: en la Argentina habría
capitalistas en el campo... pero la estructura económico-social
del campo no sería capitalista. Volveremos sobre
esto.
[6]
El PCR parece olvidar que Argentina a comienzos del
siglo XXI no es la China de la revolución de 1949,
aunque esa misma China estaba subordinada también al
mercado capitalista mundial.
[7]
Estas relaciones de esclavitud fueron de orden
“ilegal” en el caso de la explotación española de
la población originaria, o “legal” en el caso de la
abierta esclavitud de los afrodescendientes en el Brasil
y el sur de Estados Unidos.
[8]
Lenin conceptualizó el desarrollo prusiano como “vía
junker”, en la que los terratenientes de origen
feudal asumían también el papel de capitalistas, pero
estableciendo nuevos tipos de obligaciones sobre la
población rural, sujetándolos nuevamente a la tierra a
través de formas atrasadas de tenencia.
[9]
Naturalmente, esto no significa que no existan en el
campo argentino pequeños productores expoliados
por los grandes capitalistas y propietarios de la
tierra. Pero, en este caso, no se trata de los
capitalistas agrarios de los cuales habla el PCR sino de
pequeños propietarios (en general extra
pampeanos) que las más de las veces poseen
minifundios y explotan su propio trabajo y no el ajeno. Aquí
sí estaríamos en presencia de los “campesinos pequeños
y medios” de los que hablaba el PCR al principio de
esta nota. Pero, como es sabido, estas capas,
representadas por ejemplo en el MOCASE, se expidieron
categóricamente en contra del actual paro agrario.
[10]
Su trabajo, el citado “El desvanecimiento del mundo
chacarero”, es digno de mención por su
solvencia y su manejo enriquecedor de las perspectivas
marxista y weberiana.
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