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Inflación,
salarios en baja y “redistribución” entre ricos
A
la economía K se le cae el maquillaje
Por
Marcelo Yunes
La mentira oficial de
la “distribución del ingreso” se deshace como nieve al
sol ni bien cotejamos los datos de la evolución del salario
con los de la inflación real (que no queda otro remedio que
estimar por aproximación). En consecuencia, las cifras
finales varían según quién haga el cálculo de la inflación,
pero el resultado final es invariable: pierden
los trabajadores por buena diferencia, y en algunos casos
por goleada.
El deterioro salarial
en cifras
Para
el período abril 2007-abril 2008, las estimaciones van del
22% (IERAL) hasta el 30% (Estudio Broda), pasando por el 24%
(Prefinez o 25,4% para la canasta básica alimentaria
(Equis). En todos los casos, hay que recordar que la inflación
de los artículos de consumo popular es claramente más
alta, por lo que el impacto sobre el bolsillo obrero y
popular es aún mayor, como veremos luego. Si se considera
el primer cuatrimestre de 2008, para Ecolatina la inflación del período
fue del 9,1%, lo
que, anualizado, queda cerca del 30%
(La Nación,
18-5). Salvo excepciones, consultoras y economistas de todas
las tendencias ya ven “jugada” la inflación de este año, con un piso
cercano al 25%.
Frente
a este panorama, dos cifras indignan por su falta de
contacto con la realidad. Una es la del INDEK, que a la ridiculez del 8,5% de inflación para todo 2007 le
agrega el absurdo del 2,5% para el período enero-abril de
este año (o, midiendo de abril 2007 a abril 2008, un 8,9%.
Una burla). La otra es el impresentable
19,5% de aumento
salarial que Moyano buscó –y en buena medida, hasta
ahora, logró–
imponer como pauta general para el conjunto de las
negociaciones paritarias.
Incluso
un asesor laboral de la burocracia sindical como Lucio Garzón
Maceda, que intenta dibujar un 25% real de aumento en las
paritarias, tiene que reconocer que los acuerdos quedaron
por debajo de la inflación, especialmente aquellos que, en
su “escalonamiento”, dejan el primer aumento para dentro
de unos meses (ídem).
Otro
elemento a tener en cuenta es la evolución de las
tradicionales diferencias salariales por sector. En los últimos
años se viene verificando una tendencia: los salarios de
los sectores que venían en el fondo de la escala (agro,
construcción, gastronómicos) crecieron en términos
relativos más que los de los sectores mejor pagos
(bancarios, ciertas industrias). El resultado es un cierto achatamiento
de la pirámide salarial, en el que se destacan pocos
sectores que “hagan punta” con aumentos grandes que
puedan generar un efecto arrastre en el resto.
Como
ya señalamos en otras oportunidades, la “recuperación”
del salario llegó hasta 2006, para retroceder algo o
bastante (según el gremio) en 2007 y apuntar a la baja
generalizada en 2008. El ex secretario de Hacienda de
Alfonsín, Mario Brodersohn, calculó que “en 2005 el
salario real aumentó un 11,7%; en 2006, un 8,9%, y en 2007,
suponiendo una inflación real del 17%, aumenta un 1,8%
(…) se prevé en 2008 una caída del salario real” (Clarín,
4-5). No coincidimos con Brodersohn en su conservadora
estimación de la inflación de 2007 –si fuera, digamos,
del 20%, el saldo sería una baja
del salario real global, en vez de un leve aumento–, pero
de todos modos la tendencia está muy clara.
En
estas condiciones, sólo el chaleco de hierro de la
burocracia sindical sobre el movimiento obrero impide una
ola de reclamos generalizados, que igual
se hacen ver allí donde se puede escapar a ese control,
como mostró el corte de FATE, Terrabusi y otras fábricas
de la zona norte del GBA. Por otra parte, la propia
burocracia pone las barbas en remojo y, a su manera, reclama
cifras más altas (como ahora la UOM y Alimentación) o se
prepara para pedir revisiones de los acuerdos, aunque la tinta con que se
firmaron aún no se secó.
¿Y las condiciones
de trabajo?
Un
efecto colateral de la discusión salarial sin número
fiable de referencia (el “masomenómetro”) y, sobre
todo, con el lastre del 19,5% que puso Moyano al conjunto de
las paritarias, es que las
negociaciones tienen menos margen para incluir el tema
condiciones de trabajo. Salvo, por supuesto, cuando lo
instala la propia patronal bajo la forma de acuerdos atados
a la “productividad”.
Al respecto, el consenso entre los empresarios es abrumador:
sin aumento de la productividad, no hay más aumento del
salario real. Un ejemplo de esto es un informe del IAE
(think tank patronal), que advierte que “para que la
situación sea sostenible, la clave a tener en cuenta es la
productividad, tanto por el bienestar de los trabajadores [¡sí,
justo!] como por la competitividad de las empresas (…) es
necesario que, en términos reales, la evolución de los
salarios esté alineada con las ganancias de
productividad” (Clarín,
20-4).
Así,
quieren obligar a la parte obrera a elegir
entre la sartén y el fuego: asistir al deterioro
acelerado del salario o aceptar que se redoble de la
explotación, porque para la patronal “productividad” no
significa casi nunca inversión en tecnología y sí,
siempre, un mayor desgaste de las fuerzas físicas y mentales del trabajador.
El
propio Garzón Maceda, abogado de la burocracia, se queja
del escenario que se abre cuando el centro de la negociación
paritaria está puesto en el monto del reclamo salarial. En
la medida en que la seguridad laboral, el alarmante aumento
de los accidentes de trabajo, las condiciones de
semiesclavitud laboral en cuanto a horarios y turnos y
muchos otros temas que hacen a la salud y la calidad de vida
del trabajador pasan a segundo o tercer plano, “nos
transformamos en sindicatos del pan y la manteca” (La
Nación, 18-5). Como se ve, la burocracia ya abre el
paraguas antes de que lluevan acuerdos que legalicen la
entrega de condiciones de trabajo.
Pobres cada vez más
pobres… aun con salario
Entre
los números-fábula del INDEK figura la persistencia de la
caída de los niveles de pobreza. En verdad, esos niveles
bajaron entre 2003 y 2006, pero ya en 2007 la tendencia se
desaceleró. Como no hay cifra confiable de inflación, es
imposible medir con precisión la pobreza, ya que ese
concepto hace referencia a la capacidad del ingreso de
acceder a una canasta de bienes y servicios cuyo precio real
no se conoce.
Sin
embargo, estimaciones serias dan
cifras alarmantes. Por ejemplo, que nunca
antes los pobres fueron tan pobres. No es un juicio
moral, sino estadístico. Artemio López (titular de la
consultora Equis) explica que mientras la canasta familiar
fue de $ 1.435, el ingreso promedio de los hogares pobres
fue de $ 615. Es decir, pueden comprar apenas el 43%
de los bienes de esa canasta. En el piso de la crisis,
en 2002, el ingreso de los pobres alcanzaba para el 47% de
la canasta familiar. A lo que se debe agregar otro dato: el
80% de los hogares pobres tienen como jefe de familia a un
asalariado. Por otra parte, como ya señalamos, son
justamente estos sectores los más golpeados por la inflación,
ya que los hogares pobres e indigentes destinan un 40,9% y
un 46,6% de su ingreso, respectivamente, al consumo de
alimentos (estudio de Economía y Regiones, Clarín,
20-4)
La “redistribución”
es entre los de arriba
Es
innecesario aclarar, con este panorama, que la
“redistribución” prometida por los K pertenece al reino
de la más pura fantasía, a menos que se entienda por tal
la rapiña del valor creado por la clase trabajadora (junto
con la renta del suelo) y el reparto de esa torta entre
distintas bocas capitalistas.
Por
ejemplo, la caja que logra el Estado vía la recaudación
impositiva (incluidas las retenciones) de ninguna manera
vuelve a los trabajadores. Ni siquiera a “la nación” en
general, como sería el caso de inversiones estatales serias
en infraestructura energética, de transporte o de salud. La
realidad es, en esto, sencilla. La parte del león se la
llevan: a) los acreedores
de la deuda pública; b) la caja
política del Estado nacional, usada discrecionalmente
para sostener gobernadores o empresarios “amigos”; c)
las empresas
concesionarias de servicios públicos (energía y
transporte son los casos más conocidos), que reciben cada
vez mayores subsidios por prestar servicios cada vez peores
pero, al menos, sin tocar demasiado las tarifas. Veamos los
dos rubros más significativos.
Los
pagos de intereses de la deuda saltaron de 11.000 millones de pesos en 2006 a
un proyectado de casi
20.000 millones este año. El periodista especializado
Ismael Bermúdez calcula que, a semejante ritmo, este año
seguramente el gasto
del Estado por concepto de deuda pública va a ser igual o
incluso superior a lo que paga en sueldos toda la
administración pública nacional, de 330.000 empleados (Clarín,
5-5). Para que se vea que la “redistribución”
definitivamente no
empieza por los sueldos estatales, digamos que en 2003 el
Estado gastaba en sueldos el 16,6%, y en jubilaciones, el
37% de sus ingresos. Las cifras estimadas para 2008 son 12,6
y 33,9%, respectivamente. Y se trata de una tendencia que
llegó para quedarse: la cuenta intereses de deuda tiene
erogaciones previstas por 6.100 millones de dólares en
2008, pero 6.900 millones en 2009 y 7.500 millones en 2010.
Por supuesto, nada de esto significa que la deuda se reduce.
Al contrario, subió 8.000 millones de dólares en un año
(I. Bermúdez en Clarín,
15-3).
En
cuanto a los subsidios, las cifras asustan. Se trata de una cuenta de gastos del
Estado que viene creciendo sin parar desde 2003, pero ahora
la cosa está casi llegando al descontrol.
Si en 2006 los subsidios que “compran inflación baja”
–porque son un reemplazo al aumento de tarifas– llegaban
a 8.000 millones de pesos, en 2007 se duplicaron: 16.500
millones. Y para 2008 se estiman 27.000
millones de pesos. Para no hablar del faraónico,
improductivo y delirante proyecto del tren bala a Córdoba,
en el que ya están comprometidos varios miles de millones
de dólares del Estado.
Ante
semejante dispendio de los ingresos de la caja estatal
–que, como es sabido, son récord– mientras salarios y
jubilaciones caen en picada, la crisis energética sigue a
la vuelta de la esquina y la educación y la salud pública
se desploman, el cuento de la “redistribución del
Bicentenario” que se lo hagan a Cornelio Saavedra.
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