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A 40 años del Mayo Francés
Las barricadas que despertaron
al mundo
Por Alejandro Kursh y Manuel Rodríguez
Pasaron 40 años desde que la juventud estudiantil y obrera de París
impactara al mundo con las jornadas de mayo y junio de 1968.
Sus barricadas de adoquines, la huelga general que paralizó
esta metrópoli imperialista, la unidad obrero-estudiantil y
su crítica radical y total al “aburrido” e imperialista
capitalismo galo, personificado en el reaccionario general
Charles De Gaulle, son referencias obligadas de todo el
ascenso de la lucha obrera y popular que sacudió al
imperialismo yanqui y a la burocracia estalinista en la década
del ‘60. Va aquí un recuerdo militante.
Ni tan Mayo, ni tan Francés
Al finalizar la carnicería
imperialista de la Segunda Guerra Mundial, cuando las
potencias victoriosas acuerdan repartirse el mundo, la
burocracia estalinista entrega, en un pacto mundial de no
agresión con las potencias imperialistas, no sólo la lucha
revolucionaria del pueblo trabajador soviético contra el
nazismo sino la perspectiva de la revolución socialista en
los países capitalistas avanzados, perspectiva bien
concreta en Italia y Francia. El Partido Comunista Italiano
y el Partido Comunista Francés obligaron a las guerrillas y
movimientos antifascistas de sus países a desarmarse y
unirse a los gobiernos burgueses de “reconstrucción
nacional”, de “unidad nacional” (el PCF se sumó por
algunos años al gobierno del nacionalista reaccionario
Charles De Gaulle). Como en los ‘30, el estalinismo repetía
su política de la participación como pata de izquierda de
proyectos burgueses, traicionando cualquier perspectiva de
lucha política independiente de la clase trabajadora, dada
su hegemonía en el movimiento obrero junto con la amarilla
socialdemocracia. Así la perspectiva revolucionaria en la
posguerra encontró cauce en los márgenes del sistema
capitalista mundial con la revolución en China, Bolivia y
Cuba, la guerra de la independencia de Argelia y Vietnam
como principales frentes de la lucha de clases.
El ascenso obrero y popular
mundial que se desarrolla a fines de la década del ‘60
viene a cambiar esta tendencia. Continúa la lucha
antiimperialista, cuyo emblema era la lucha del pueblo
vietnamita por su independencia frente al imperialismo francés
primero y al yanqui después. Para respaldarla, surgen
fuertes movimientos juveniles contra la guerra en los países
imperialistas, como Japón, Gran Bretaña, Francia, Alemania
y en especial Estados Unidos, y contra las dictaduras
pro-imperialistas del “Tercer Mundo”. El ejemplo y el
llamado del Che en la Tricontinental de hacer “Uno, dos,
tres Vietnam” encuentran un auditorio de masas a nivel
internacional. Se luchaba contra el imperialismo y sus
guerras asesinas, su hipocresía de ser el “mundo libre”
y sostener el apartheid de Sudáfrica, al fascista entidad
sionista (“Israel”) y la OAS, franceses paramilitares
que masacraron impunemente en la guerra de Argelia y que
luego entrenaron en la tortura y desaparición a las fuerzas
armadas argentinas que actuaron en la dictadura de Videla y
Viola. Con un profundo carácter internacionalista, rodearon
de solidaridad la causa vietnamita, cubana, china y
palestina, entendiéndola también como lucha contra el
imperialismo en su propia metrópoli. Al mismo tiempo en los
propios Estados Unidos, la comunidad negra sale a luchar por
sus derechos civiles y resurgen con fuerza los movimientos
feminista y de liberación de las minorías sexuales. Estos
movimientos fueron un factor y producto de la radicalización
en la juventud. Nunca antes había irrumpido la
juventud, estudiantil y también obrera, como actor
específico de la lucha de clases.
Pero también fue un ascenso
obrero. Por décadas antes del 68, el estalinismo, la
socialdemocracia y el nacionalismo burgués mantuvieron en
chalecos de fuerza la combatividad y espontaneidad del
proletariado. En el ascenso de fines de los 60s, las jóvenes
generaciones obreras arrancaron millones de su clase de
estas amarras, llevándolos a la lucha de clases directa,
con ocupaciones de plantas, recuperación de organismos
sindicales y acciones directas en las calles en Italia,
Francia, Inglaterra, Alemania, Japón y el cono sur
latinoamericano. Así, el Mayo Francés comparte esta
tribuna obrera con el Otoño Caliente Italiano y el
Cordobazo (ambos de 1969), con el proceso de movilización y
organización del pueblo trabajador chileno en los Cordones
Industriales (no en la Unidad Popular), el proceso de las
Comisiones Obreras contra el franquismo y la Revolución
Portuguesa.
Semejante alza en la lucha de
clases también puso en tela de juicio el capitalismo
“reformado”, “de bienestar”, que el cinismo
socialata y estalinista quiere vender como “los años
dorados”. Señalan como salida, aún en los países
sometidos por el imperialismo, ese conjunto de conquistas
obreras y populares corrompidas por el consumismo de masas e
hipotecadas con constantes aumentos de productividad, de
ritmos de trabajo y de “racionalización” de la producción.
A estas “mieles” capitalistas la joven generación
obrera y estudiantil apuntó todas y cada de sus críticas.
Y al hacerlo, denunciaron y expusieron el carácter
contrarrevolucionario, traidor de la burocracia estalinista,
que cubriéndose de la gloria de la revolución que sepultó,
propició, además, la “coexistencia pacífica” con el
imperialismo yanqui y la adaptación y asociación al
imperialismo europeo. Con la ayuda de las rebeliones e
insurrecciones obreras de Berlín, Budapest y Poznan
(Polonia), durante la década del ’50, y con el
levantamiento obrero y popular checoeslovaco, la
“Primavera de Praga” ese mismo 68, hicieron estallar la
ficción de las “democracias populares” y pusieron en
duda el carácter revolucionario y obrero del estalinismo
para grandes sectores populares y obreros. Por otra parte,
la juventud estudiantil, el movimiento de liberación de las
mujeres y las minorías sexuales, lo mejor de la vanguardia
obrera, intelectual y artística salieron a combatir de mil
y una formas el entramado cultural, ideológico y social que
hace naturalizar al capitalismo. Le declararon la guerra a
muerte al puritanismo moral y conservadurismo cultural,
hijos del anticomunismo triunfantes luego de la Segunda
Guerra Mundial. La juventud estudiantil y obrera,
protagonista junto con los pueblos del “Tercer Mundo” y
los oprimidos por raza, género y sexualidad, levantaron una
feroz crítica en las calles, con adoquines y molotovs en
mano, al capitalismo, al imperialismo, a sus cómplices
estalinistas y a la ideología que los encubría.
“Obreros y estudiantes / unidos, adelante”
En Francia, la juventud
estudiantil, universitaria y secundaria, radicalizada y
organizada en la lucha contra la guerra de Argelia y de
Vietnam, salió también por sus reclamos específicos: los
contendidos educativos y las anquilosadas y autoritarias de
la educación. El horizonte de una educación para ser
funcional al “bienestar” artificial y limitado de un
capitalismo asesino y explotador crujía con el avance de la
lucha y conciencia del estudiantado. “La belleza está en
la calle” (Le beauté est dans la rue) declaraban los
graffitis de la calles parisinas en mayo del ‘68. La bella
escuela de la lucha de clases en las calles, con las
barricadas, la organización para resistir la represión, la
toma de las facultades y la unidad y solidaridad con los
obreros, le plantearon a una generación entera otro
horizonte de vida, la posibilidad de reventar toda la mugre
que se vendía como “democracia y modernización”. La
juventud obrera se hizo eco de esta posibilidad de romper
con lo establecido, o sea, con la explotación y creciente
miseria, por más dorada que se disfrace. Así logró
arrastrar detrás de sí y detrás de los estudiantes a
sectores obreros enteros, arrancados de las amarras del PCF.
La gran huelga general de mediados de mayo, con la toma de
La Sorbona y de la Renault-Billiancourt y la marcha de masas
del 13 de mayo consolidó la unidad entre estudiantes y
obreros en el camino de la revolución socialista.
No fue un fetiche obrerista lo
que movilizó a los estudiantes a las fábricas. Fue la
comprensión de la necesidad de ganar al conjunto del
proletariado para su lucha en las calles contra el
reaccionario De Gaulle. Esto lo comprendió un sector
importantísimo de la vanguardia obrera, su juventud. Porque
jóvenes obreros combatieron a la policía y fuerzas de
choque codo a codo con los estudiantes en las barricadas de
Gay-Lussac, discutieron en La Sorbona la política para el
momento y la estrategia revolucionaria. Encontraron los jóvenes
obreros en la lucha estudiantil las ideas y referencias que
buscaban para comprender y actuar contra el sistema que los
explotaba. La unidad política en la acción y concepción
revolucionarias es lo que unió y lo único que puede
verdaderamente fusionar a obreros y estudiantes. Cualquier
otra concepción de la unidad obrero-estudiantil corre el
riesgo o de ser estéril pedantería pequeño burguesa (por
más roja o radical que se presente) o de ser negación de
la conciencia y autoactividad en la lucha socialista
revolucionaria por el burocratismo y/o sindicalismo de
direcciones impotentes para intervenir en la realidad. Esta
naturaleza de la unidad obrero-estudiantil es una asignatura
pendiente para la mayoría de las organizaciones
estudiantiles que se reclaman clasistas y revolucionarias en
la actualidad.
“Meramente cultural”
Está de moda plantear que el
Mayo Francés fue una “revuelta o rebelión o revolución”
meramente cultural. Entre entusiastas y retractores, de
derecha y de izquierda, aquéllos que ven en este ascenso el
origen de todos los males o todos los avances contemporáneos,
suelen plantearse el Mayo Francés como una mera
transformación cultural. En el mejor de los casos de la
cultura, las ideas y la familia. Hay un interés evidente y
expreso en muchos casos (como lo hace el estalinista Eric
Hobsbawm en su comercial “Historia del Siglo XX”) en
negarle el carácter político al Mayo Francés. (*)
El Mayo Francés cuestionó al
arte establecido y a las vanguardias. Los artistas e
intelectuales comprometidos se pusieron al servicio de la
revolución y su política, su lucha cotidiana. No sólo fue
el graffiti, el cine y el teatro comprometidos “con la
causa”. Se le exigió a las vanguardias renovar los artes
y las culturas para expresar las nuevas formas de actuar y
pensar, al mismo tiempo que se les exigió estar también
políticamente a la altura de las circunstancias. Ser
vanguardia en todo sentido. Pero no sólo puso bajo una crítica
radical a la cultura. La familia, la sexualidad, los medios
de comunicación, la ideología y la educación también
fueron cuestionados, criticados y transformados por la acción
revolucionaria del Mayo Francés y del ascenso obrero y
popular mundial. Cada etapa revolucionaria plantea un desafío
radical y total a cada esfera de la vida humana, y esto es
profundamente político porque problematiza el sentido y el
fin de cada aspecto y las bases que lo sostienen.
Entonces, ¿qué sentido tiene
decir que no fue político? ¿Acaso el cuestionamiento de la
cultura no es un hecho político? ¿Acaso la cultura, la
familia, el género y la sexualidad no son hechos políticos?
Es imposible negarle el carácter político a un movimiento
que buscó conscientemente desestructurar ámbitos tan
centrales a la vida de cada individuo y de toda la sociedad.
“Lo personal es político” decretaron las feministas
revolucionarias, marcando que también lo que pasa en las
casas y en las camas es materia de política. Reducir el
Mayo Francés a algo “meramente cultural”, o que es lo
mismo, negarle su carácter político, no es sólo ocultar
la realidad histórica y recortarlo brutalmente, sino
admitir la voluntad reaccionaria de no transformarla o bien
la impotencia de no poder hacerlo. ¿Por qué? Negarle a
semejante avanzada revolucionaria, que sacudió los
cimientos de la V República Francesa, su carácter político,
es convertirse en un conservador consumado, es aceptar la
sociedad tal cual es y desentenderse de la lucha
revolucionaria por y contra el poder político burgués que
ordena esta sociedad. Es limitarse a cambios “simbólicos”
o “pequeños” en algún “ámbito de la sociedad” y
no la lucha contra todo el capitalismo. Ubicar como
“cambio cultural” al Mayo Francés lo reduce a una breve
provocación adolescente y niega toda la tremenda crisis política
que generó, niega que su objetivo era atacar al sistema en
su conjunto y a sus baluartes de derecha y de izquierda.
Concebir al Mayo Francés como “revuelta o rebelión o
revolución cultural” es una bandera del gaullismo
contemporáneo.
Mayo y poder
Las jornadas de Mayo de 1969 en
Francia fueron una lucha política contra el gobierno del
reaccionario De Gaulle. Se obtuvo una victoria al conseguir
al poco tiempo su agotamiento y su renuncia, su muerte política.
En este sentido fue una lucha para decidir sobre los
destinos de la sociedad, por el poder político. La gran
huelga general de 10 millones de obreros con 122 fábricas
ocupadas, que paralizó Francia por dos semanas, las marchas
de decenas de miles, centenares e incluso un millón de
personas en París contra el gobierno y por un cambio
revolucionario fueron una clara disputa política contra un
régimen capitalista conservador y represivo.
“Fuera del poder, todo es
ilusión”, afirmó Lenin. Y así parecieron entenderlo los
protagonistas del Mayo Francés. Lo mejor de la vanguardia
no rehuía ni de la política, ni de los partidos, ni del
poder. Crecieron las organizaciones de la “extrema
izquierda” (dentro de las cuales se encuentra el
trotskismo pero no sólo éste), se ocuparon 122 fábricas
en el marco de una gran huelga general, se crearon Comités
de Huelga y de Acción. Hubo embrionarias experiencias de
doble poder, como en Nantes.
De ahí lo funesto de la
derrota impuesta por el PCF al movimiento de Mayo. Esta
formidable máquina de organizar derrotar y preparar
traiciones, que contaba con la hegemonía en el movimiento
obrero, actuó de nuevo, como a fines de los ‘30 y ‘40,
como último bastión del imperialismo francés y del
capitalismo europeo. Hizo todo en su poder para
desprestigiar a los estudiantes y aislarlos de los obreros.
Entregó una gigantesca huelga general por un miserable
aumento salarial y la participación en las elecciones. Por
esto, podemos decir que el odio abierto de lo mejor de la
vanguardia hacia el PCF refleja de manera más o menos
consciente la necesidad de dotarse de una dirección y
organización revolucionarias que luchen por el poder político
en la perspectiva de la revolución socialista, por una
dictadura del proletariado que tenga por aliados al conjunto
de explotados y oprimidos.
Faltó la solidez política de
los cuadros revolucionarios para poner en pie un núcleo que
comience a presentar una alternativa socialista
revolucionaria de organización y dirección. La debilidad
política de las organizaciones del trotskismo, su débil
estructuración en el movimiento obrero y la heterogeneidad
ideológica del movimiento (que aparte del trotskismo contenía
al maoísmo, el escéptico idealismo marcusiano y al
anarquismo más despolitizante) contribuyeron a la disolución
del movimiento, que significó su derrota. Si bien los
grupos revolucionarios crecieron y diversas luchas se
siguieron profundizando (como la lucha por liberación de
las mujeres y de las minorías sexuales), la descomposición,
la desmoralización y el cinismo sentaron las bases para las
corrientes postmodernas, las cuales negaron la lucha política,
los sujetos sociales y la perspectiva revolucionaria (ni
hablar ya del socialismo). El desencanto de amplios sectores
con el estalinismo, que identificaban con el marxismo, y la
profundización unilateral de pensadores como Foucault
llevaron al desgastante pantano de la inactividad
postmoderna, su elitismo e intelectualismo. Aquellos que ven
en el Mayo Francés los orígenes del postmodernismo
confunden el proceso con su resultado, de la misma manera
que los derrotados y desmoralizados del Mayo Francés, y del
ascenso obrero y popular de los ‘60 en general, suelen
confundir al estalinismo con la revolución socialista y el
partido de la clase obrera.
Legado
El Mayo Francés fue uno los
puntos cúlmines del ascenso de la lucha de clases de fines
de los ‘60. En “Consideraciones sobre el marxismo
occidental” dice Perry Anderson: “La revuelta francesa
de mayo de 1968 señaló (…) un profundo cambio histórico.
Por primera vez en casi cincuenta años se produjo un
levantamiento revolucionario masivo en el capitalismo
avanzado, en tiempos de paz y en condiciones de prosperidad
imperialista y democracia burguesa. (…) La reaparición de
masas revolucionarias fuera del control de un partido
burocratizado hizo potencialmente concebible la unificación
de la teoría marxista y la práctica de la clase obrera una
vez más”. Este tremendo ascenso obrero, sumando a la
lucha juvenil y popular, en el Oeste, en el Este y el Sur,
permitieron la ruptura política de la vanguardia con el
estalinismo, reabriendo la oportunidad para el socialismo
revolucionario de empalmar con la clase obrera y los
sectores explotados y oprimidos en sus barricadas, en la
unidad obrero-estudiantil, en su grandiosa huelga general y
en su cuestionamiento radical y total al capitalismo.
Para los revolucionarios la
historia no es mera memoria histórica, como lo es para los
progresistas. Es una fuente de lecciones para la acción política.
Así el Mayo Francés y el ascenso de la lucha de clases del
que formó parte, exceden lo anecdótico, lo contestatario y
la nostalgia. Con toda su fuerza y a pesar de sus
limitaciones, el Mayo Francés nos marca el camino que
debemos seguir para acabar con la barbarie capitalista: la
lucha de la clase obrera por el poder político para abrirle
el paso a la revolución socialista mundial.
Nota:
(*) En esta misma posición,
lamentable espectáculo presta quien fuera uno de los
principales dirigentes estudiantiles del Mayo Francés,
Daniel Cohn Bendit. Caracteriza hoy en día al Mayo Francés
como un “fracaso político” y llama a enterrarlo.
Actualmente este renegado es un eurodiputado que sirve
fielmente, vestido de “Verde”, a la Europa neoliberal
(hizo campaña por la reaccionaria Constitución Europea).
Se ubica de esta forma junto al derechista Sarkozy, quien
prometió “liquidar” la herencia del Mayo Francés.
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