La crisis llegó a la economía real. Adelantamiento
de las vacaciones, suspensiones,
despidos y cierres de
empresas. Hay que imponer el reparto de las horas de
trabajo. Por la reducción de la jornada laboral sin rebaja
salarial.
La
bancarrota de Wall Street ya impacta en la economía
nacional
La
crisis llegó y vino para quedarse
Como
un huracán, la bancarrota financiera ha barrido la economía
mundial. A pesar de que prácticamente toda la banca
internacional ha sido rescatada mediante paquetes de dinero
inimaginables, ya se anuncia el próximo pico de la crisis,
ahora en la economía “real”. El mundo entero se desliza
hacia la recesión más grave de que se tenga memoria en
décadas. Este hecho ya ha hecho pegar un salto en los
ataques a los trabajadores, mundialmente y en cada país: reducciones
salariales, suspensiones y despidos se han puesto a la orden
del día en todo el planeta.
Como
si esto fuera poco, hay
por delante nuevas jornadas de “pánico” global:
muchos analistas están señalando que no habrá que
sorprenderse si insignes y centenarias “instituciones”
del capitalismo, como la automotriz General Motors –entre
otras–, van a la quiebra.
En
latinoamerica, la caída económica de los países del norte
tiró brutalmente a la basura meses de “teorizaciones”
alrededor del eventuales “desacople” y “blindajes”
que podrían tener nuestros países respecto del centro
capitalista. La abrupta caída de materias primas como el
petróleo o la soja ha puesto las cosas en su lugar.
Lo
propio ocurre en nuestro país: lejos de los cantos de
sirena del gobierno de Cristina, la actual escalada de corte
de horas extras, suspensiones, vacaciones adelantadas y
despidos muestra que la crisis llegó y viene para
quedarse.
Brasil, las commodities y las automotrices
Las
reacciones ante el desplome mundial de las bolsas comenzaron
siendo muy “frías”, como si de algo muy “lejano”
y “ajeno” se tratara. Es que cuesta entender la conexión entre acontecimientos que parecen ocurrir en las
alturas de las finanzas mundiales con nuestra vida
cotidiana.
Sin
embargo, pasadas las semanas, la percepción comenzó a
mostrar algunos cambios: si todavía cuesta dimensionar la
gravedad de una crisis que afecta al centro mismo del
capitalismo mundial, la ola de suspensiones y despidos en
curso hace que a la crisis ya no se la considere tan distante.
Durante
meses había habido un debate acerca de si la crisis
internacional iba a llegar a la Argentina y, en ese caso,
por qué vías. Por un lado, se ha dicho que al haber
quedado el sistema bancario tan reducido luego del default
del 2001, la crisis internacional no podría venir por el
lado financiero. Además, como el país estaba fuera de los
mercados de crédito internacionales, la crisis “no
nos afectaría”.
Respecto
del sistema financiero, la cosa no está tan clara: el
gobierno tiene necesidad de cubrir con ingresos de alguna
parte las obligaciones externas de 2009 (puede que lo haga
ahora con los ingresos jubilatorios). Además, se ha
desatado una durísima puja alrededor de la estatización de
las AFJP, que está afectando la Bolsa y otros índices
financieros.
En
todo caso, independientemente de lo que vaya a ocurrir en el
terreno de las finanzas, la crisis ya llegó a la economía
real. Y las vías son tres: la relación con Brasil, las
commodities y las automotrices.
En
cuanto a Brasil, venía con una moneda
muy sobrevaluada, en la medida en que su
funcionamiento económico se había organizado alrededor de
un masivo ingreso de dólares del exterior. Aquí no es el
lugar para explicar técnicamente el tema. Someramente,
digamos que ya no le llegan divisas sino que, por el
contrario, se van del país. De ahí la devaluación del
real. Por otro lado, la anterior abundancia de divisas
servía, entre otras cosas, para financiar un boom de
ventas automotrices que alcanzaba las 2.000.000 de
unidades anuales (lo que a su vez “arrastraba” a la
industria automotriz argentina). Ese boom se terminó, y la
realidad es que la economía más grande del Mercosur
atraviesa una grave crisis, que no puede menos que afectar a
la Argentina en múltiples
aspectos.
En
segundo lugar, es sabido que sobre todo un componente de las
exportaciones argentinas, las de origen agropecuario, es el
que viene garantizando el superávit comercial. Tan
alto estaba el precio de las commodities que a lo largo de
cuatro meses el país vivió una durísima puja entre
sectores patronales (gobierno vs. ruralistas) alrededor de
la apropiación de una renta agraria extraordinaria, inmensa
montaña de dinero que ahora se esfumó.
El
cambio que ha supuesto la crisis mundial es de tal magnitud
que no sólo prácticamente ha pulverizado
esta renta extraordinaria (el precio de la soja paso, en
pocas semanas, de 600 dólares la tonelada a sólo 300) que
dio lugar a aquellos fragores, sino que está en riesgo
el conjunto del superávit comercial.
En tercer
lugar aparece el problema de la industria automotriz (y
otras menores como la textil, el plástico, la carne, etc.),
la rama industrial más importante de nuestra economía.
Junto con la ventaja de un régimen especial, está
estrechamente integrada a su par brasileña; de ella
dependen parte de la industria siderúrgica, las
autopartistas, la rama del neumático, etc. No casualmente
ya se han anunciado suspensiones y, eventualmente,
despidos masivos en
plantas de Córdoba, Rosario y el Gran Buenos Aires: Iveco,
FATE, Renault...
Que paguen los trabajadores, pero que no se note
La
crisis ha llegado, pero la política del gobierno es que se
note lo menos posible. En los últimos días, todos los
medios han dado cuenta de las reuniones del gobierno con
empresarios y dirigentes de la CGT. Lo que está en discusión
es muy sencillo: buscan
llegar a un acuerdo tácito (no escrito) por medio del
cual se imponga el congelamiento salarial, supuestamente
a cambio de que las patronales “no despidan
trabajadores”.
Por
si acaso, Moyano se apresuró a enterrar el reclamo de
alguna suma que compensara la inflación del año. Menos que
menos se esta hablando de lo que correspondería: la
reapertura de las paritarias frente a la crisis.
Lo
irónico del caso es que, abiertamente, desde la UIA y demás
sectores patronales ya salieron a decir que el
compromiso de despedir “no
se puede garantizar”. A lo sumo, están en
marcha una serie de mecanismos para “ganar tiempo”, como
las suspensiones o las vacaciones anticipadas. Pero hay una
fecha “tope” en la mira de todas las patronales: los
meses del verano. Si para ese momento la situación económica
mundial y nacional no mejora, sí o sí (lo dicen sin ningún
miramiento), va a haber despidos en masa. Al mismo
tiempo, la UIA viene reclamando una sustancial devaluación
del peso, medida que sólo hundiría más los salarios de
los trabajadores.
Pero,
con la abierta complicidad de la CGT, el gobierno ha seguido
adelante con su política de “pacto social de hecho”,
cuya primera medida sería el ya señalado congelamiento
salarial… ¡por dos o tres años!
Un
verdadero escándalo:
la crisis la generaron los dueños del sistema que
gobierno, empresarios y dirigentes sindicales defienden: el
capitalismo mundial. Pero la cuenta la debemos pagar, con
nuestra sangre, sudor y lágrimas, los
trabajadores. Es tan brutal que por eso se busca que
el acuerdo sea tácito, no a cara descubierta.
El
primer reflejo condicionado es congelar los magros salarios.
El segundo es dar lugar a despidos (a no equivocarse), pero sin
que se note tanto. De ahí que el gobierno haya parado
los despidos groseros y al bulto, como en la empresa Easy.
Sin embargo, ya están ocurriendo despidos masivos de compañeros
contratados y de agencia, verdaderos “parias” de
la clase trabajadora, porque por ellos los sindicatos
“oficiales” no reclaman.
En
suma, y como siempre, el gobierno hace la del tero: cacarea
para un lado y pone los huevos en el otro. Mientras se llena
la boca con la “protección del empleo”, alienta el
congelamiento salarial y la ola de despidos
“encubiertos” de
los no efectivos.
No se llega igual que al 2001
En
el marco de la ofensiva patronal en curso, lo primero a
subrayar es que esta crisis económica no encuentra la
clase obrera igual que cuando 2001. En aquel momento, el
desempleo y subempleo alcanzaban casi el 40% de la población
económicamente activa: unos 5.000.000 de trabajadores.
Hoy
la realidad es distinta: una nueva generación obrera
entró a trabajar, y el desempleo bajó sensiblemente. Esto
quiere decir que la actual crisis encuentra a una porción
muy significativa de la clase trabajadora en sus lugares de
trabajo, lo que crea la posibilidad de que vaya emergiendo
una dura resistencia, pasado este primer momento de
cierto desconcierto.
No
por esto se nos escapa que hay dramáticos problemas que ya
mismo se ponen en evidencia. Por ejemplo, la herencia de fragmentación
entre las filas de los trabajadores (dictadura y menemismo
mediante), a la que los gobiernos de Néstor y Cristina
Kirchner se han encargado de dar continuidad. Es un logro
estratégico de la clase capitalista argentina, que no
pudo ser revertido en los últimos años de luchas, más allá
de las conquistas parciales que se obtuvieron.
Nos
estamos refiriendo a la “informalidad”, el trabajo en
negro y por agencia, que ronda el 40% de la población
ocupada. Es por allí que comenzó el ataque patronal;
basta ver los casos de Peugeot y Citroen en Caseros, General
Motors en Rosario, varios frigoríficos, empresas textiles o
Pirelli en Merlo, entre otros lugares.
Para
el gobierno, las patronales y la burocracia, que queden en
la calle los compañeros que no están “efectivos” es
considerado algo “normal”. Porque ésta es una de
las válvulas de
seguridad que tiene el sistema para proteger las
ganancias empresarias: reducir los planteles empezando
por los más desguarnecidos, mecanismo que ya ha sido
puesto a funcionar a pleno.
La
experiencia histórica marca que habitualmente le ha sido
muy difícil a los trabajadores enfrentar una ofensiva de
despidos en un contexto recesivo. En general, la clase
obrera pelea en mejores condiciones con el ciclo económico
en ascenso, no en descenso.
Sin
embargo, no es ocioso repetir que el actual ataque encuentra
a la clase trabajadora más recuperada desde el punto de
vista “estructural”. Tampoco viene de una derrota
catastrófica al estilo de los 90. No es casual la preocupación
del gobierno: todavía están frescas en la memoria de
muchos sectores las experiencias recorridas en los últimos
años, que hay que recuperar para enfrentar la actual
crisis.
¿Por
dónde empezar?
Por
supuesto, no por donde lo hizo la CGT, que se bajó
miserablemente del reclamo de reapertura de paritarias y
aumentos o compensaciones salariales. Aunque la tendencia al
crecimiento de la inflación haya comenzado a reducirse por
la desaceleración económica, en el año en curso ya
estaban acumulados aumentos de precios que sobrepasaron
largamente a los acuerdos salariales. ¡La CGT y la CTA
le regalan parte de nuestro salario a las patronales, a
cambio de promesas de “preservar el empleo” que ya han
adelantado que no cumplirán! Opinamos lo contrario:
deberían reabrirse
inmediatamente las
paritarias, por lo pronto, para incluir cláusulas
que impidan que seamos los trabajadores los que paguemos la
cuenta de la crisis.
En
primer lugar, se deberían prohibir los despidos, incluyendo
cláusulas de reducción de la jornada laboral con igual
salario en todas las ramas de la economía. Esta
experiencia fue recorrida exitosamente, por ejemplo, por los
compañeros del subterráneo de Buenos Aires, y podría ser
reproducida entre los trabajadores de todo el país: trabajando
todos menos por igual salario, no tendría que quedar ningún
compañero en la calle si es que a la patronal se le ocurre
reducir algún turno en la producción.
Ahora
reapareció el llamado “procedimiento de crisis”, al que
acuden las patronales para que el Ministerio de Trabajo (a
su servicio) sancione la posibilidad de suspender por
chirolas y despedir por mucho menos de lo que marca la ley.
Si una empresa pide procedimiento de crisis, los
trabajadores deberíamos exigirle entonces que acabe con el
secreto empresarial: ¡que se abran inmediatamente los
libros contables para que los trabajadores podamos saber, a
ciencia cierta, cuál es la verdadera situación empresaria!
Cabe
recordar, además, otra experiencia: en 2001, en muchas
empresas quebradas, las patronales abandonaron el
“barco”. ¿Qué pasó entonces? Fueron sus
trabajadores los que las pusieron a producir, como ha venido
siendo el caso de la cerámica Zanon.
Y
falta considerar algo muy importante: en los países
centrales del capitalismo mundial se estatizó prácticamente
todo el sistema bancario. Aquí en la Argentina debería
hacerse lo propio, pero bajo control obrero y sin
indemnización alguna a las patronales, con toda empresa que
pretenda suspender o despedir masivamente compañeros.
Ahora
el gobierno anunció la “estatización” de las
jubilaciones: pues bien, ¡entonces que se haga cargo el
Estado (sin indemnización alguna) de toda empresa que vaya
a la quiebra, como ha sido el reciente caso del Hospital
Francés!
En
tanto, para los compañeros desocupados, queda la
alternativa de organizarse como parte de un movimiento de
desocupados independiente del gobierno y del Estado,
pero no para reclamar planes de miseria que eternizan la
pobreza y condenan a la semimarginalidad, sino para
imponerle al Estado trabajo genuino por la vía de
verdaderas obras públicas.
El capitalismo muestra su verdadera cara
Junto
con comenzar a organizar la resistencia, hay una tarea de
enorme importancia en la actual coyuntura. Sería un gravísimo
error dejar pasar la oportunidad de ayudar a
extraer enseñanzas de esta crisis brutal. No todos los
días insignes instituciones del sistema capitalista se
vienen abajo cual castillos de naipes, como lo muestra el
rescate estatal de la quiebra a los mayores bancos del
mundo.
Ante
todo lo que está ocurriendo, debe quedar claro que lo que
vemos son las contradicciones mortales de un sistema que
gobiernos, empresarios y burocracias habían presentado como
“eterno” e “incuestionable”. Ya no es así:
la crisis que azota el corazón del capitalismo demuestra a
mazazo limpio que no es ni el único ni el mejor de los
mundos posibles.
Por
esto, su deslegitimación ante los ojos de la población
mundial debe ser subrayada y utilizada también a la hora de
las luchas cotidianas. Si esto no se denuncia, caeríamos
en el sindicalismo más bajo. La crítica radical al
sistema capitalista debe pasar a ser un elemento de
propaganda política a ser incorporado, a partir de ahora, en
la actividad política cotidiana de toda corriente de la
izquierda revolucionaria, como manera de pelear también
por un avance en la conciencia de la clase trabajadora.
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