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A 90 años del asesinato de rosa Luxemburgo
"El orden reina en Berlín"
Este mes se cumple el 90
aniversario del asesinato de Rosa Luxemburgo en las sucias
manos del gobierno de la socialdemocracia en el poder en
Alemania en aquella época. Cuando recordamos a Rosa lo
hacemos respecto de una compañera que fue una de las
principales espadas de la tradición del marxismo
revolucionario junto con Lenin y Trotsky.
Su ángulo de mira, en
muchos aspectos, siempre tuvo el matíz de que las tareas
que debieron encarar fueron muy distintas.
Es
clásico a este respecto el tema del partido. Si en el caso
de Lenin lo que estaba en juego era la organización de un
movimiento socialista que estaba disperso a lo largo y ancho
de toda Rusia, en el caso de Rosa el problema fue un aparato
socialdemócrata conservador que agrupaba 1.000.000 de
afiliados de manera directa y dirigía vía los sindicatos
unos 4.000.000 de trabajadores afiliados a los mismos. De ahí
que el énfasis "luxemburguiano" tenía que ver
con la intervención más o menos "espontánea" de
las masas que pudiera quebrar el "corsé" burocrático
impuesto por este mismo aparato.
Sin
embargo, esta compresión de las circunstancias diversas que
debieron enfrentar estos grandes revolucionarios no puede
dejar de balancear que la comprensión de las relaciones
entre las masas, la vanguardia y el partido no tuvieran una
mayor madurez en el caso de Lenin, y que la propio Rosa haya
pecado de la debilidad de no haber organizado –hasta
demasiado tarde– una fracción revolucionaria en el seno
del partido reformista.
No importa: como dijera
Trotsky y hacemos nuestro en este homenaje, la bandera del
marxismo revolucionario (claro que incluyendo al propio
Trotsky) "se puede escribir bajo las tres grandes L:
Lenin, Luxemburgo y Liebeneck" (este último, gran
agitador de masas y compañero revolucionario de Rosa en su
militancia dentro del partido socialdemócrata; fue
aprendido y asesinado junto con ella).
Presentamos entonces y a
modo de homenaje el último texto escrito por Rosa el mismo
día que fuera asesinada, el 14 de enero de 1919, por los
esbirros socialdemócratas y que hace las veces de balance
de la derrota del levantamiento revolucionario en enero de
1919 en Berlín.
“EI orden reina en Varsovia”, anunció el ministro Sebastiani a la Cámara
de París en 1831 cuando, después de haber lanzado su
terrible asalto sobre el barrio de Praga, la soldadesca de
Paskievitch había entrado en la capital polaca para dar
comienzo a su trabajo de verdugos contra los insurgentes.
“iEI orden reina en Berlín!”, proclama triunfante la prensa
burguesa, proclaman Ebert y Noske, proclaman los oficiales
de las “tropas victoriosas” a las que la chusma pequeñoburguesa
de Berlín acoge en las calles agitando sus pañuelos y
lanzando sus hurras. La gloria y el honor de las armas
alemanas se han salvado ante la historia mundial. Los
lamentables vencidos de Flandes y de las Ardenas han
restablecido su renombre con una brillante victoria
sobre... los 300 espartaquistas del Vorwärts. Las
gestas del primer y glorioso avance de las tropas alemanas
sobre Bélgica, las gestas del general von Emmich, el
vencedor de Lieja, palidecen ante las hazañas de Reinhardt
y Cía. en las calles de Berlín. Parlamentarios que habían
acudido a negociar la rendición del Vorwärts, asesinados,
destrozados a golpes de culata por la soldadesca
gubernamental hasta el punto de que sus cadáveres eran
completamente irreconocibles, prisioneros colgados de la
pared y asesinados de tal forma que tenían el cráneo roto
y la masa cerebral esparcida: ¿quién piensa ya a la vista
de estas gloriosas hazañas en las vergonzosas derrotas ante
franceses, ingleses y americanos? EI enemigo se llama
Espartaco, y Berlín el lugar donde nuestros oficiales
entienden que han de vencer. Noske el “obrero” se llama
el general que sabe organizar victorias allí donde
Ludendorff ha fracasado.
¿Cómo no pensar aquí en la borrachera de victoria de la jauría que
impuso el “orden” en París, en la bacanal de la burguesía
sobre los cadáveres de los luchadores de la Comuna? ¡Esa
misma burguesía que acaba de capitular vergonzosamente ante
los prusianos y de abandonar la capital del país al enemigo
exterior para poner pies en polvorosa como el último de
los cobardes! Pero frente a los proletarios de París,
hambrientos y mal armados, contra sus mujeres e hijos
indefensos, ¡cómo volvía a florecer el coraje viril de
los hijitos de la burguesía, de la “juventud dorada”,
de los oficiales! ¡Cómo se desató la bravura de esos
hijos de Marte humillados poco antes ante el enemigo
exterior, ahora que se trataba de ser bestialmente crueles
con indefensos, con prisioneros, con caídos!
“¡EI orden reina en Varsovia!”, “¡EI orden reina en París!”,
“¡EI orden reina en Berlín!” Esto es lo
que proclaman los guardianes del “orden” cada
medio siglo de un centro a otro de la lucha histórico-mundial.
Y esos eufóricos “vencedores” no se percatan de que un
“orden” que periódicamente ha de ser mantenido con esas
carnicerías sangrientas marcha ineluctablemente hacia su
fin. ¿Qué ha sido esta última “Semana de Espartaco”
en Berlín, qué ha traído consigo, qué enseñanzas nos
aporta? Aun en medio de la lucha, en medio del clamor de
victoria de la contrarrevolución, han de hacer los
proletarios revolucionarios el balance de lo
acontecido, han de medir los acontecimientos y sus
resultados según la gran medida de la historia. La revolución
no tiene tiempo que perder, la revolución sigue avanzando
hacia sus grandes metas aún por encima de las turbas
abiertas, por encima de las “victorias” y de las
“derrotas”. La primera tarea de los combatientes por el
socialismo internacional es seguir con lucidez sus líneas
de fuerza, sus caminos.
¿Podía esperarse una victoria definitiva del proletariado
revolucionario en el presente enfrentamiento, podía
esperarse la caída de los Ebert-Scheidemann y la instauración
de la dictadura socialista? Desde luego que no, si se toman
en consideración la totalidad de los elementos que deciden
sobre la cuestión. La herida abierta de la causa
revolucionaria en el momento actual, la inmadurez política
de la masa de los soldados, que todavía se deja manipular
por sus oficiales con fines antipopulares y
contrarrevolucionarios, es ya una prueba de que en el
presente choque no era posible esperar una victoria duradera
de la revolución. Por otra parte, esta inmadurez del
elemento militar no es sino un síntoma de la inmadurez
general de la revolución alemana.
El campo, que es de donde procede un gran porcentaje de la masa de
soldados, sigue sin estar apenas tocado por la revolución.
Berlín sigue estando hasta ahora prácticamente asilado
del resto del país. Es cierto que en provincias los centros
revolucionarios –Renania, la costa norte, Braunschweig,
Sajonia, Württemberg– están con cuerpo y alma del lado
de los proletarios de Berlín. Pero lo
que sobre todo falta es coordinación en la marcha
hacia adelante, la acción común directa que le daría
una eficacia incomparablemente superior a la ofensiva y a la
rapidez de movilización de la clase obrera berlinesa. Por
otra parte, las luchas económicas, la verdadera fuerza volcánica
que impulsa hacia adelante la lucha de clases
revolucionaria, están todavía –lo
que no deja de tener profundas relaciones con las
insuficiencias políticas de la revolución apuntadas–
en su estadio inicial.
De todo esto se desprende que en este momento era imposible pensar en una
victoria duradera y definitiva. ¿Ha sido por ello un
“error” la lucha de la última semana? Sí, si se
hubiera tratado meramente de una “ofensiva”
intencionada, de lo que
se llama un “putsch”. Sin embargo, ¿cuál fue el punto
de partida de la última semana de lucha? Al igual que en
todos los casos anteriores, al igual que el 6 de diciembre y
el 24 de diciembre: ¡una brutal provocación del gobierno!
Igual que el baño de sangre a que fueron sometidos
manifestantes indefensos de la Chausseestrasse e igual que
la carnicería de los marineros, en esta ocasión el
asalto a la jefatura de policía de Berlín fue la causa de
todos los acontecimientos posteriores. La revolución no
opera como le viene en gana, no marcha en campo abierto, según
un plan inteligentemente concebido por los “estrategas”.
Sus enemigos también tienen la iniciativa, sí, y la
emplean por regla general más que la misma revolución.
Ante el hecho de la descarada provocación por parte de los Ebert-Scheidemann,
la clase obrera revolucionaria se vio obligada a recurrir a
las armas. Para la revolución era una cuestión de honor
dar inmediatamente la más enérgica respuesta al ataque, so
pena de que la contrarrevolución se creciese con su nuevo
paso adelante y de que las filas revolucionarias del
proletariado y el crédito moral de la revolución alemana
en la Internacional sufriesen grandes pérdidas.
Por lo demás, la inmediata
resistencia que opusieron las masas berlinesas fue tan espontánea
y llena de una energía tan evidente que la victoria moral
estuvo desde el primer momento de parte de la “calle”.
Pero hay una ley vital interna de la revolución que dice que nunca hay
que pararse, sumirse en la inacción, en la pasividad, después
de haber dado un primer paso adelante. La mejor defensa es
el ataque. Esta regla elemental de toda lucha rige sobre
todos los pasos de la revolución. Era evidente –y haberlo
comprendido así testimonia el sano instinto, la fuerza
interior siempre dispuesta del proletariado berlinés– que
no podía darse por satisfecho con reponer a Eichhorn en su
puesto. Espontáneamente se lanzo a la ocupación de otros
centros de poder de la contrarrevolución: la prensa
burguesa, las agencias oficiosas de prensa, el Vorwärts.
Todas estas medidas surgieron entre las masas a partir del
convencimiento de que la contrarrevolución, por su parte,
no se iba a conformar con la derrota sufrida, sino que iba a
buscar una prueba de fuerza general.
Aquí también nos encontramos ante una de las grandes leyes históricas
de la revolución frente a la que se estrellan todas las
habilidades y sabidurías de los pequeños "revolucionarios"
al estilo de los del USP, que en cada lucha solo se afanan
en buscar una cosa, pretextos para la retirada. Una vez
que el problema fundamental de una revolución ha sido planteado
con total claridad –y ese problema es en esta revolución
el derrocamiento del gobierno Ebert-Scheidemann, en tanto
que primer obstáculo para la victoria del socialismo–
entonces ese problema no deja de aparecer una y otra vez en
toda su actualidad y con la fatalidad de una ley natural;
todo episodio aislado de la lucha hace aparecer el problema
con todas sus dimensiones por
poco preparada que este la revolución para darle
solución, por poco madura que sea todavía la situación.
“¡Abajo Ebert-Scheidemann!”, es la consigna que aparece
inevitablemente a cada crisis revolucionaria en tanto que única
fórmula que agota todos los conflictos parciales y que, por
su lógica interna, se quiera o no, empuja todo episodio de
lucha a su mas extremas consecuencias.
De esta contradicción entre el carácter extremo de las tareas a
realizar y la inmadurez de las condiciones previas para su
solución en la fase inicial del desarrollo revolucionario
resulta que cada lucha se salda formalmente con una
derrota. ¡Pero la revolución es la única forma de
“guerra” –también es esta una ley muy peculiar de
ella– en la que la victoria final sólo puede ser
preparada a través de una serie de “derrotas”!
¿Qué nos enseña toda la historia de las revoluciones modernas y del
socialismo? La primera llamarada de la lucha de clases en
Europa, el levantamiento de los tejedores de seda de Lyon en
1831, acabó con una severa derrota. El movimiento cartista
en Inglaterra también acabó con una derrota. La
insurrección del proletariado de París, en los días de
junio de 1848, finalizó con una derrota asoladora. La
Comuna de París se cerró con una terrible derrota. Todo el
camino que conduce al socialismo –si se consideran las
luchas revolucionarias– está sembrado de grandes
derrotas.
Y, sin embargo, ¡ese mismo camino conduce, paso a paso,
ineluctablemente, a la victoria final! ¡Dónde estaríamos
nosotros hoy sin esas “derrotas”, de las que hemos
sacado conocimiento, fuerza, idealismo! Hoy, que hemos
llegado extraordinariamente cerca de la batalla final de la
lucha de clases del proletariado, nos apoyamos directamente
en esas derrotas y no podemos renunciar ni a una sola de
ellas, todas forman parte de nuestra fuerza y nuestra
claridad en cuanto a las metas a alcanzar.
Las luchas revolucionarias son justo lo opuesto a las luchas
parlamentarias. En Alemania hemos tenido, a lo largo de
cuatro decenios, sonoras “victorias” parlamentarias, íbamos
precisamente de victoria en victoria. Y el resultado de
todo ello fue, cuando lIegó el día de la gran prueba histórica,
cuando lIegó el 4 de agosto de 1914, una aniquiladora
derrota política y moral, un naufragio inaudito, una
bancarrota sin precedentes. Las revoluciones, por el
contrario, no nos han aportado hasta ahora sino graves
derrotas, pero esas derrotas inevitables han ido
acumulando una tras otra la necesaria garantía de que
alcanzaremos la victoria final en el futuro.
¡Pero con una condición! Es necesario indagar en que condiciones se han
producido en cada caso las derrotas. La derrota, ¿ha
sobrevenido porque la energía combativa de las masas se ha
estrellado contra las barreras de unas condiciones históricas
inmaduras o se ha debido a la tibieza, a la indecisión, a
la debilidad interna que ha acabado paralizando la acción
revolucionaria?
Ejemplos clásicos de ambas posibilidades son, respectivamente, la
revolución de febrero en Francia y la revolución de
marzo alemana. La heroica acción del proletariado de París
en 1848 ha sido fuente viva de energía de clase para todo
el proletariado internacional. Por el contrario, las
miserias de la revolución de marzo en Alemania han
entorpecido la marcha de todo el moderno desarrollo alemán
igual que una bola de hierro atada a los pies. Han ejercido
su influencia a lo largo de toda la particular historia de
la socialdemocracia oficial alemana llegando incluso a
repercutir en los más recientes acontecimientos de la
revolución alemana, incluso en la dramática crisis que
acabamos de vivir.
¿Qué podemos decir de la derrota sufrida en esta llamada Semana de
Espartaco a la luz de las cuestiones históricas aludidas más
arriba? ¿Ha sido una derrota causada por el ímpetu de la
energía revolucionaria chocando contra la inmadurez de la
situación o se ha debido a las debilidades e indecisiones
de nuestra acción?
¡Las dos cosas a la vez! El carácter doble de esta crisis, la
contradicción entre la intervención ofensiva, llena de
fuerza, decidida, de las masas berlinesas y la indecisión,
las vacilaciones, la timidez de la dirección ha sido uno de
los datos peculiares del más reciente episodio.
La dirección ha fracasado. Pero la dirección puede y debe ser creada de
nuevo por las masas y a partir de las masas. Las masas son
lo decisivo, ellas
son la roca sobre la que se basa la victoria final de la
revolución. Las masas han estado a la altura, ellas han
hecho de esta “derrota” una pieza más de esa serie de
derrotas históricas que constituyen el orgullo y la fuerza
del socialismo internacional. Y por eso, del tronco de esta
"derrota" florecerá la victoria futura.
“¡El orden reina en Berlín!” ¡Esbirros estúpidos! Vuestro orden
está edificado sobre arena. La revolución ya mañana “se
elevará de nuevo con fragor hacia lo
alto” y proclamará, para terror vuestro, entre
sonido de trompetas:
¡Fui soy y seré!
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