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Se agudizan los problemas en
la economía K
Del 3 a 1 al… ¿4
a 1?
Por Marcelo
Yunes
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El derrumbe definitivo del esquema de subsidios
Llegaron los tarifazos
Por Marcelo Yunes
Aunque las variantes políticamente “indoloras” (léase
de porcentajes bajos y fuera del Gran Buenos Aires) ya
existen hace rato, ahora sí se vinieron con todo
tarifazos brutales al mejor estilo de los 80 y los 90.
La electricidad y el transporte público (éste último
fue el más indiscriminado de todos) pegan fuerte en
el bolsillo. Las telefónicas y el resto ya se
anotaron en lista de espera. Y el tarifazo que se
prepara para el gas (no ahora; cuando haga más falta,
en invierno) es de proporciones parecidas o peores.
El gobierno trata de presentar los tarifazos más groseros
como “aumento
para los más ricos”, dado que los porcentajes
mayores (algunos, directamente escandalosos, del 200 y
300%) se dan en los “consumos altos”. Alguien
debiera explicarle a los Kirchner, De Vido y Cía. que
el volumen de
consumo es sólo un indicador del nivel social del
usuario, no el único ni necesariamente el más
importante. Una pareja de ricachos que viven en un
piso de avenida Libertador con aire acondicionado no
tiene por qué gastar más electricidad que una
familia de más de cinco chicos (en verano, todo el día
en casa), aunque la heladera y el lavarropas sean
viejos y usados. Ni hablar si la energía eléctrica
reemplaza servicios precarios (falta de gas, motor
bombeador de agua, etc.). De esa manera, aunque es
verdad que los consumos más bajos aumentaron poco, al
establecer la línea del tarifazo sólo con el consumo
“pagan justos
por pecadores”.
De todas maneras, el dato política y económicamente
relevante es el
derrumbe definitivo del esquema de subsidios. Por
supuesto, se trata de la crónica de una muerte
anunciada; desde estas páginas hace rato que venimos
tocando el tema. La cuestión de fondo es,
naturalmente, el
adelgazamiento del superávit fiscal, que ya venía
a dieta y en los próximos meses directamente va a
pasar hambre, a pesar del suplemento alimentario que
quisieron darle con el traspaso de los fondos de las
AFJP.
Y, por supuesto, en todos estos años de superávit el
Estado manejado por los Kirchner no hizo nada para
paliar las deficiencias de infraestructura que son las
que hacen más odioso (e inevitable para la clase
capitalista) salir a hacerle pagar el pato a los
usuarios. Porque el dinero disponible fue a parar de
todas maneras a las compañías privatizadas en forma
de subsidios, sin que se extiendan los servicios en
cantidad ni en calidad.
Así, una vez pagado el tributo al Argentinazo del 2001,
que convirtió en tabú durante más de un lustro todo
ajuste de tarifas –ingreso que las privatizadas
compensaban con los subsidios que una caja fiscal
“gorda” permitía–, ¿con qué nos encontramos?
Con la misma infraestructura de servicios
insuficiente, vieja, escasa y, en muchos casos, al
borde del colapso (ahora postergado, en el caso de la
generación de energía, por el “clima recesivo”).
Con un agravante: el Estado ya no tiene recursos extra
para subsidiar (van todos al servicio de deuda), de
modo que el atraso nominal de las tarifas de servicios
respecto de la inflación lo va a pagar otro. Es
decir, nosotros.
Y si no se puede tensar tanto la soga (es un tema delicado
para millones de personas, encima en un año
electoral), la otra posibilidad es que las compañías
se retoben ante ingresos que consideren insuficientes
y resientan el servicio.
En resumen: en éste como en tantos otros rubros, ha
llegado el fin de la fiesta kirchnerista también para
los subsidios. Y las consecuencias se van a hacer
sentir bajo la forma de más tarifazos, cortes de
servicio o, muy probablemente, las dos cosas.
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Mientras los Kirchner siguen
anunciando un paquete tras otro de “ayuda” y de
“promoción al consumo” con un ojo y medio puestos en la
elección parlamentaria de este año, los índices
fundamentales de la economía dan cada vez más motivos de
alarma y confirman el progresivo agotamiento del esquema
nacido en 2003 en puntos decisivos, como el tipo de cambio.
En ese marco se lanzó el “exitoso canje de bonos”,
buscando aliviar un panorama de vencimientos de deuda que,
cada vez más, se acerca a la tradicional estrechez de los
80 y los 90.
El razonamiento del gobierno
parece ser: si los consumidores compran heladeras,
televisores y autos; si los productores agrícolas compran
cosechadoras; si los industriales arman planes de expansión
subsidiados por el gobierno… tal vez el coletazo de la
crisis internacional no sea tan duro y nos alcance para
ganar las elecciones. Lo que esperan los Kirchner es que,
cuando todo el planeta se aferra a la liquidez y cuenta cada
centavo, la clase media y media alta y los capitalistas
argentinos se endeuden alegremente porque un gobierno en el
que esas clases confían poco y nada les asegura que todo va
a estar bien.
Ya señalamos que semejantes
planes de “estímulo al consumo” son un manotazo de
ahogado, pura improvisación. Ni siquiera fueron capaces de
instrumentarlos de manera creíble (el “plan 0 km” es un
ejemplo palmario). Pero el problema principal no pasa por ahí,
sino por los núcleos del esquema económico kirchnerista.
Si éste antes crujía y mostraba grietas, ahora se está
poniendo al desnudo su debilidad esencial de orígen, nunca
superada pero sí bien disimulada durante los años de vacas
gordas. Ahora nos concentraremos en un problema central: el
tipo de cambio y su relación con otras variables.
Crisis del 3 a 1
Durante la breve (pero no
tanto) gestión Duhalde, uno de los problemas cruciales fue
encontrar el “tipo de cambio de equilibrio”, es decir,
el valor del dólar que convenía a los intereses de la
clase capitalista en su conjunto y que a la vez fuera viable
políticamente en un contexto de crisis social aguda.
Recordemos que la devaluación inicial de Duhalde puso el dólar
en 1,40 pesos, y que los diversos movimientos especulativos
y lobbies lo hicieron bambolear hasta 3,70 pesos, para
finalmente estabilizarse alrededor de los 3 pesos. Uno de
los secretos del “éxito” de Kirchner en 2003-2006 fue anclar
esa variable, lo que dio un horizonte de relativa
previsibilidad en dos áreas claves: inversión privada y,
sobre todo, ingresos públicos.
Pues bien, ese tipo de
cambio ya no resuelve todos los problemas. Desde el
punto de vista de la “competitividad internacional” de
las exportaciones argentinas, esa paridad –aun en su
aggiornado valor cercano a los 3,50 pesos– queda por detrás
de otros países y monedas que devaluaron bastante más. Y
desde el punto de vista de los ingresos y egresos de
divisas, hace rato que empieza a haber una presión en
sentido alcista. Claro que devaluar, además de su
impacto sobre la inflación (en la Argentina históricamente
la tasa de traslado de la devaluación a los precios
internos fue siempre muy alta, salvo justamente en 2002), le
complicaría al gobierno el frente fiscal: los ingresos
son en pesos, pero las obligaciones impostergables son en dólares.
Veamos esto más de cerca.
Por lo pronto, la desconfianza de una parte importante de la
burguesía en los K y su “modelo”, sumada a la “crisis
del campo”, que aumentó la histeria al respecto, llevó a
una cuantiosa fuga de capitales, que fue de casi
30.000 millones de dólares desde agosto de 2007 (y de
ellos, 20.000 millones desde abril, es decir, el
“sojazo” de los ruralistas). A esto se sumó luego
la baja del precio de los productos de exportación
argentinos (lo que implica baja de la recaudación por
retenciones). A los ponchazos, los números “macro” de
superávit fiscal y comercial y de actividad económica
dieron bien para todo 2008. Pero ya en los dos últimos
meses del año pasado se definió la tendencia de lo que
va a ser 2009.
Esto es: menos
exportaciones, menos ingresos, menos superávit fiscal,
menos superávit comercial, más problemas para pagar la
deuda. Y con respecto al superávit fiscal, cabe una
precisión: gracias a la jugada de estatizar las AFJPs, el
gobierno se garantizó un importante volumen de ingresos
extra que sostendrían ese superávit en pesos. Pero con
los dólares no hay magia: si baja el superávit
comercial, si se siguen fugando divisas y remitiendo
dividendos,
si el financiamiento internacional sigue cortado (nueva
diferencia entre Argentina y otros países de la región)…
sencillamente no se puede sostener el tipo de cambio. Y
tampoco el plan de pago de vencimientos de la deuda externa.
Eso se resolverá este año,
seguramente, recurriendo a las reservas del Banco
Central (para eso se hicieron las modificaciones legales
necesarias en el Presupuesto 2009). El gobierno se ocupa de
espantar todo fantasma de default para 2009. Si todo sigue
como hasta ahora, y suponiendo que el gobierno ate todo con
alambre para llegar con aire a las elecciones, el 2010 viene
mucho más bravo de lo que la mayoría imagina… si es que
la economía no se sale de madre ya esta año, algo que no
está para nada descartado.
Prendiéndole
dos velas a Obama
En este contexto, las cartas
están sobre la mesa: suman varios los sectores de la clase
capitalista que meten presión en un sentido devaluatorio.
Ya no son sólo los ruralistas:
ahora los actores centrales de la producción industrial
exportadora argentina (las automotrices y Techint) se
muestran dispuestos a jugar fuerte. Quieren un dólar más
alto, y mientras tanto aprovechan la crisis para avanzar en
la reducción del costo laboral. Ése es el sentido de
las suspensiones, los despidos y los chantajes varios de la
patronal industrial al propio gobierno, que ya no sabe cómo
hacer equilibrio entre sus necesidades político-electorales
y su vínculo fuerte con estos sectores que han sido parte
del núcleo duro de la economía kirchnerista y niños
mimados del oficialismo.
La burguesía exportadora
(industrial y agraria) tiene un rol crucial en el modelo:
proveer dólares. Y quieren hacerlo valer. En tanto, otros
sectores (la banca, las privatizadas, la construcción, las
PyMEs; en suma, los que dependen más del consumo interno),
sin romper lanzas con el gobierno, esperan que les tiren un
hueso. Pero si todo lo que recibirán son estos “planes
estímulo”, tanto ellos como la actividad económica
general están en problemas. Entre otras razones, y además
de lo improvisado, torpe y tardío de las medidas oficiales,
porque en el fondo la evolución de la economía local
estará atada al desarrollo de la crisis internacional,
cuyas señales son cada vez más alarmantes (ver nota en
esta edición).
Es por esa crisis que el
crecimiento económico se detuvo. No se crece a tasas
chinas, ni suizas, ni argentinas: no se crece. Los
pronósticos más optimistas calculan una suba del PBI para
2009 del 2% (incluido el arrastre estadístico de 2008);
los más pesimistas hablan de recesión abierta. Con la
actividad económica cae la recaudación fiscal (algo que se
busca compensar con la gorda caja de la ANSéS) por IVA y
por Ganancias. Con la baja de exportaciones cae la recaudación
por retenciones… y el superávit comercial. La otra
posibilidad es apretar el cinturón a las importaciones,
receta típicamente recesiva.
Con este panorama, la
inflación debiera moderarse un poco respecto de 2007-2008
(ya se notan tendencias incluso a la deflación, como en las
“ofertas especiales”), algo que sin duda tendrá en
cuenta la burocracia sindical de la CGT y la CTA a la hora
de negociar paritarias… si la base los deja. Claro que la
inflación también va a depender de que el dólar se quede
quieto, de lo cual no hay garantía alguna.
Así que los K deben estar prendiéndole
dos velas a Obama.
Una, en general, para que
acierte con el manejo de la crisis y acote su profundidad
y duración (tal como vienen las cosas, todo cuestión
de fe). Y otra, más específica, para que en el marco de la
escasa prioridad que le dará a América latina, se animen a
darle una manito a Argentina al estilo de la línea
de crédito por 30.000 millones de dólares que la Reserva
Federal le ofreció a Brasil. O hacer alguna gestión para
que el FMI vuelva a prestarle al país, después de tanta
agua que pasó bajo el puente (el periodista Daniel Fernández
Canedo da cuenta de sectores del oficialismo que proponen
volver, con la frente no tan marchita, a pedirle al FMI). O alguna otra cosa que
saque a la Argentina de la sequía de divisas en la que se
encuentra y que amenaza agravarse.
Vivir con
lo nuestro… y con lo ajeno
La prédica de Néstor
Kirchner de “vivir con lo nuestro” (reeditando a, y
apoyado por, el viejo cepaliano Aldo Ferrer) podía tener
sentido hace dos años. Ya no. Argentina no tiene
acceso al crédito internacional (y el prestamista que
funcionaba a tal efecto, Venezuela, tiene sus propios
problemas); sufre de fuga de divisas; se reduce su volumen y
su superávit comercial; su estructura productiva
–limitada, concentrada y extranjerizada– carece de
financiamiento a mediano y largo plazo,
con un mercado de capitales raquítico y hoy en manos del
gobierno; baja la actividad económica y los ingresos
fiscales genuinos, reemplazados por los ahorros acumulados
de un sistema “paralelo” (el previsional).
De esta manera, los K no
tendrán más remedio, tarde o temprano, que recurrir al
financiamiento externo del que hoy abjuran. Porque
“nuestros” pesos tal vez alcancen; “nuestros”
dólares, seguro que no. Es previendo ese escenario
que desde el propio oficialismo se empieza a barajar la
posibilidad mencionada de un retorno sin mucha gloria a los
amorosos y acaudalados brazos de un FMI “renovado”.
Mientras tanto, hay que
salir a raspar el tarro, como en el reciente canje de Préstamos
Garantizados (un regalito de Cavallo en su gestión De la Rúa).
Esos bonos, nominados en pesos, estaban en propiedad de
tenedores locales: bancos y las desaparecidas AFJPs. De modo
que buena parte del canje fue, en realidad, un autocanje: el
Estado se canjeó sus propios bonos. En cuanto a los bancos,
agarraron viaje sin pensarlo: se trataba de bonos que se
ajustaban por el IPC del INDEC (¡pésimo negocio!). En
cambio, los nuevos bonos (Bonar 14), a cinco años, tienen
tasa de interés superior a la inflación, y además se
ajustarán por la tasa que elabora el Banco Central.
Muestra
esquizofrénica de que el INDEC y el Central, ambos
organismos controlados por el Estado (y el gobierno),
calculan distinto el índice de inflación. Por supuesto,
para los asalariados corre el número mágico del INDEC;
para los banqueros, un número más cercano a la realidad.
No se agotan allí los cebos para que los banqueros piquen:
hay ventajas impositivas (diferimiento de pago de Ganancias)
y, además, se les permite computar los bonos a su valor técnico,
no el de mercado (que haría ruido en los balances). En
suma: para que el gobierno pueda aliviarse un poco los pagos
en pesos en 2009, se genera deuda con intereses más pesados
para los años venideros. Total, quién sabe cuál será el
gobierno que tenga que honrar esos pagos. Tal como viene la
mano, no parece que vaya a tener puesta la marca de los K.
El que pasó fue un año récord en materia de remesa de
dividendos a las casas matrices por parte de sus
filiales radicadas en el país.
Mientras que en el bienio 2003-2004 las remesas
no llegaron a 1.000 millones de dólares, en 2008 fueron
de más de 3.500 millones; de ellos, el 40% en el último
trimestre (Clarín Económico 1-2-09).
Mientras todos los días se oye el llanto de De Angeli,
Buzzi, Biolcati, Llambías y Cía., veamos algunas
cifras. Según la consultora Agritrend (Clarín Económico,
2-11-08), la cosecha 2007-2008 cerró en 97 millones de
toneladas (47 millones de soja), con exportaciones por
33.942 millones de dólares, que dejaron retenciones por
cerca de 10.000 millones. La previsión para 2008-2009
es de 90 millones de toneladas (51 de soja),
exportaciones por 26.400 millones y retenciones por 8.250 millones, sobre la base de una soja a 380 dólares
(algo optimista, pero no disparatado). Pues bien, pese
al retroceso y aun retocando estas cifras a la baja por
la sequía, sería el segundo mejor año en la
historia agraria argentina… después del año pasado,
el mismo en el que los ruralistas lloraban miseria
mientras la “izquierda” como el PCR y el MST le
acercaba el pañuelo. Con sequía y todo –y con la
excepción de los verdaderos “pequeños
productores”, casi todos fuera de la zona núcleo–,
tan mal no les va. Digamos de paso que la baja de las
exportaciones se debe sobre todo a la caída de los
precios y en segundo lugar de los volúmenes producidos,
pero también a que algunos de los “ruralistas” que
lloran miseria postergaron la venta de granos
especulando con un mayor deterioro del peso frente al dólar.
Sobre todo, teniendo en cuenta que el saldo neto con otros
organismos financieros internacionales, como el BID y el
Banco Mundial, ya es deficitario para el Estado
argentino (en Clarín, 29-1-09)-
Ver informe de O. Martínez e I. Bermúdez en Clarín
Económico, 11-1-09.
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