Un
mes de gobierno Obama signado por dificultades
Los
limites del “gatopardismo imperial”
Por
Luis Paredes
Al
salir esta edición el nuevo gobierno está cumpliendo un
mes exacto de gestión. Para festejarlo no ha tenido mejor
idea que declarar –con bombos y platillos– que el
paquete de estímulo fiscal votado recientemente en el
Congreso norteamericano sería “el comienzo del final de
la crisis”. Se trata de declaraciones poco afortunadas cuando es un hecho evidente para todo mundo que no
solo la crisis sigue viva, sino que continúa profundizándose,
como lo atestiguaron las Bolsas del mundo el día 17 al
desplomarse rotundamente.
Presiones
contrapuestas
Antes
de asumir Obama venía haciendo declaraciones políticamente
más realistas e inteligentes en la línea de que “la
crisis, antes de mejorar, empeorará”. Sin embargo, ya está
sintiendo en carne propia la inmensa presión de un
movimiento de masas que si bien mantiene altas expectativas
en su gestión y todavía mayormente no ha salido a la
calle, sigue viendo como el mundo se derrumba bajo sus pies
cotidianamente. ¿Hasta cuándo aguantará mirando
embelezado por la TV las promesas presidenciales?
También
lo ha presionado el hecho que la votación del plan fiscal
no ha dejado conforme prácticamente a nadie.
Ha presentado el paquete como un “triunfo político”.
Pero la verdad es que fracasó
rotundamente en lograr el tan mentado “consenso
bipartidario” con los legisladores republicanos: ni uno de
ellos votó el plan en la Cámara de Representantes y sólo
tres lo hicieron en el Senado mostrando abiertamente las
dificultades que se presentan para su ambición de encarnar
una suerte de gobierno de unidad nacional ante la crisis más
grave de los EEUU desde los años ’30.
Para
colmo, los costos de esta errada estrategia política le han
sido marcados desde la “izquierda” de su propio espectro
político: economistas como el reciente novel Paul Krugman
han señalado que un paquete fiscal que “ya de por sí era
demasiado pequeño” ha terminado siendo totalmente
“arruinado” por la negociación con los republicanos.
Según su opinión, tienen demasiado peso las reducciones
impositivas y no el suficiente la inyección directa de
dinero para la producción.
Como
si esto fuera poco, peor aún le fue a Obama con la
presentación de su nuevo paquete financiero hecha la semana
pasada por el jefe del Tesoro Tim Geithner. Este anunció la
generalidad de un plan público-privado de financiamiento de
hasta 2 billones de dólares para rescatar las carteras tóxicas
de los bancos en un intento casi desesperado por evitar la
quiebra en masa de los mismos. Pero la vaguedad del plan
terminó derrumbando las expectativas que se habían
generado. La clásica revista liberal inglesa The
Economist lo definió como “tímido, incompleto y
completamente carente de detalles”: “Frente a cualquier
estándar histórico, la crisis bancaria norteamericana es
grande. La escala de préstamos en problemas y las pérdidas
estimadas –las cuales son habitualmente valuadas en 2
billones de dólares– sugieren que muchos de los más
grandes bancos del país son insolventes.
Sus balances están inundados por cientos de miles millones
de dólares de acciones tóxicas; por el ilíquido, complejo
y difícil de valuar ‘detritus’ de la deuda hipotecaria; así como por el número
creciente de préstamos a no particulares que están
deviniendo incobrables gracias al derrumbe de la economía.
Peor aún, los balances de los bancos son sólo uno de los
componentes de la caída crediticia”.
Además, en el momento que cerramos esta edición el
gobierno está en plena negociación con las automotrices
General Motors y Chrysler, las
que se están balanceando ante el riesgo absolutamente
cierto de la bancarrota.
Improbable
arbitraje
¿Cuál
es él patrón común de estas dificultades a tan pocas
semanas del inicio de una de las gestiones más cargadas de
exigencias para el principal imperialismo ante la
eventualidad cierta de una nueva Gran Depresión? Lo común
es, digamos, el imposible intento de conformar a “tirios y troyanos”. Es que
el gobierno de Obama es la encarnación de un gobierno
redondamente burgués e imperialista pero bajo una expresión
“progresista” ante el escenario del derrumbe del
consenso neoliberal imperante en el mundo y los propios EEUU
desde finales de los años ’70. Con qué reemplazarlo, nadie lo sabe.
¿Será
capaz Obama de realizar un arbitraje
en relación a quién pagara los dramáticos costos de la
crisis entre la propia clase dominante estadounidense, los
demás estados imperialistas, países “emergentes” tipo
China, India, Brasil y México, y respecto del movimiento de
masas mundial? Nos
permitimos dudarlo. Porque no esta nada claro que
tenga la suficiente fortaleza como para mediar eficazmente
ante el tremendo trastrocamiento de las condiciones de la
estabilidad mundial y las presiones contrapuestas de clases,
Estados y fracciones de clase.
En
todo caso son estas dramáticas circunstancias las que ya
están poniendo a prueba la eficacia de esta suerte de
proyecto de “gatopardismo
imperial” (como bien lo definió el intelectual
argentino Atilio Borón), proyecto que hasta ahora no parece
atinar a ir muchos más lejos que una suerte de
“neoliberalismo light” de pacotilla y un “cambio” demasiado
moderado como para domar el potro de la casi inevitable Gran
Depresión del siglo XXI.
El paquete es por 789.000 millones de dólares, pero prácticamente
un tercio está dedicado a reducciones impositivas
cuando economistas como él mismo Krugman opinaban que
lo que hacía falta era un gasto fiscal directo por casi dos billones de dólares!
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