Escuela
de cuadros del Ya Basta! de la UBA, La Plata, Norte, Mar del
Plata, Córdoba y Neuquén
Para
comprender la crisis
Por
José Luis Rojo
En
las últimas semanas la juventud de nuestro partido realizó
una escuela basada en El Capital de Marx para tener más herramientas para comprender la
crisis capitalista. Prácticamente 100 jóvenes compañeros
asistieron a una serie de intensas jornadas donde hubo que vérselas
con capítulos enteros de la obra del fundador del marxismo
clásico.
La
circunstancia de esta escuela es evidente: se está frente a
la crisis más dramática de la economía mundial desde la
Gran Depresión de los años ’30. De ahí que sea una
extraordinaria oportunidad para
comprender la crítica
marxista al capitalismo en
lo que hace a sus leyes y contradicciones más profundas.
En
lo que sigue levantamos entonces un “acta” de algunos de
los ejes o “coordenadas” alrededor de los cuales
discurrió la escuela pidiendo disculpas de antemano si por
lo apretado de la síntesis los conceptos que aquí señalamos
se hacen difíciles a nuestros lectores. Razón demás para
sumarse entonces al estudio de Marx junto a nuestro partido.
De la mercancía al capital
pasando por la explotación
El
responder al interrogante acerca de qué es la llamada
“ley del valor” configuró la primera exigencia de la
escuela. Necesariamente había que arrancar de explicar la
misma para poder comprender luego los mecanismos que llevan
a la crisis. Suscintamente la explicación giró alrededor
de entenderla como la ley que gobierna la producción
generalizada de mercancías (así se denomina a los productos del trabajo bajo el capitalismo).
Para
comprender esto hubo que partir –tal cual Marx en El
Capital- del concepto
histórico-teórico de mercancía y del capitalismo como
sociedad productora de mercancías. Se subrayó que a
diferencia de otros modos de producción históricos (otros
sistemas económicos), el modo de producción capitalista se
caracteriza por ser el
modo de producción en el cual se
produce para el intercambio (el llamado “mercado”).
Ahora
bien, el problema está precisamente en cuál
es la ley que gobierna (o permite medir) los intercambios;
esto no podría estar fundado en el terreno de la pura
arbitrariedad, o en criterios extraeconómicos. Precisamente
es ahí donde aparece la ley del valor. Es decir, en el
hecho que los intercambios se basan en la cantidad
de valor (esto es, trabajo) incorporado en la producción
que tiene cada mercancía.
Es
decir, el trabajo incorporado en cada una es lo común
a todas ellas. Son un producto
del trabajo humano; todas tienen una determinada
cantidad de trabajo humano incorporado necesario para su
producción. Precisamente, tienen que tener algo en común
que permita medir racionalmente los intercambios. El
factor “activo”, el que les da valor a las mercancías,
la clave de la producción de las mercancías, es
el trabajo humano (el trabajo vivo), el gasto de energía
humana puesto en su producción. Es el producto del trabajo
humano explotado de la clase obrera.
El
primer concepto a explicar fue entonces el de mercancía. De
él se desprendieron luego los conceptos de valor de uso (el
imprescindible carácter útil del producto), el ya señalado
concepto de valor y el valor de cambio (la medida a la hora
de los intercambios que luego se expresa en el precio de la
mercancía).
Pero
había que avanzar más allá en el manejo de las categorías
para comprender los mecanismos íntimos de la crisis. A
partir del concepto de mercancía (como unidad de valor de
uso y valor) se pasó al del representante general de la
riqueza, al del mediador general de los intercambios:
la
categoría de dinero.
Es
decir, inevitablemente había que dar una definición del
dinero. Comprender la categoría del dinero y el problema de
los intercambios era fundamental. Porque una vez comprendido
el concepto de dinero se debe pasar al concepto fundamental
de capital.
Capital que es una relación social (los medios de producción
en manos de los capitalistas, la fuerza de trabajo como única
mercancía productiva de los trabajadores) y que, desde el
punto de vista económico, no es más que la forma que
adquiere la riqueza bajo el capitalismo
(una forma separada del control de los explotados y en manos
de los explotadores).
Capital
cuya fórmula es ni más ni menos que D-M-D’: es decir,
dinero “enriquecido” a partir de la explotación de los
trabajadores en la producción y que por eso se transforma
en capital. Es que a diferencia de los modos de producción
mercantiles simples donde la fórmula es M-D-M (producción
simplemente para satisfacer las necesidades pero sin
explotación ni acumulación), el incremento de dinero
incluye la necesidad imprescindible de pasar
por la producción
como
sede de la explotación del trabajo y de la creación de
valor (trabajo pago) y plusvalor (trabajo impago).
Precisamente,
lo anterior nos llevó a otro concepto fundamental: el
concepto de plusvalor. Era inevitable referirse a él que es
el que da cuenta de la explotación del trabajo humano.
Y
no sólo por esto, sino por el hecho de que en el modo de
producción capitalista el objetivo y motor específico de
la producción es justamente la generación de este trabajo
no pagado, el proceso de valorización del capital. Es
decir, la ganancia y no la satisfacción de las
necesidades humanas.
Justamente
aquí hay algo clave característico de la producción
capitalista: el concepto de desarrollo
de las fuerzas productivas del trabajo social; el
“estrujamiento” no sólo del plusvalor absoluto
–extensión e intensidad de la jornada laboral– sino la
vía del llamado plusvalor relativo como instancia de la
superación de los límites “orgánicos” de la fuerza de
trabajo. Esto es: la
emergencia de la gran industria y del sistema de máquinas
(hasta llegar a la automatización) que
“contradictoriamente” crea al mismo tiempo las
condiciones materiales para acabar con la explotación del
trabajo y que le quita base de valor a la producción. Esto
fue subrayado por el marxista polaco Román Rosdolsky cuya
valiosísima obra “Génesis
y estructura de El Capital” nos fue de mucha utilidad
en esta primera parte de la escuela.
La sustitución de trabajo vivo por trabajo muerto como
causa última de la crisis
A
partir de los desarrollos anteriores se pasó a la segunda
parte de la escuela. Se comenzó explicando que en la economía
la producción no puede existir sin el momento de la
reproducción. Se señaló el terreno de la producción como
el fundante –el fundamento material– pero que la economía
capitalista como productora de mercancías no
puede existir sin los intercambios en el mercado. De ahí
los terrenos de la producción y la circulación y el somero
señalamiento de los problemas de la reproducción simple y
ampliada, así como la ley de acumulación capitalista y la
ley de población que le es propia.
En
fin, todo lo anterior se desarrolló con el objetivo de
llegar al núcleo de la escuela: el objetivo de la
misma era ayudar a comprender cómo “funciona” la
crisis, cuál es su mecánica.
Se
podría decir que el ciclo del capital, el ciclo de la
producción capitalista, tiene contradicciones y “fallas” que la atraviesan de cabo a rabo; así
como manifestaciones fenoménicas de enorme
importancia que son como derivaciones en segunda instancia
de la crisis que late en el núcleo íntimo del sistema
(pero que hacen a la configuración concretamente
determinada de cada crisis).
Porque
hay un “núcleo racional”, un secreto íntimo que es el
que las explica en su razón más profunda: la
tendencia a la sustitución del trabajo vivo por el trabajo
muerto (el trabajo anterior acumulado en los medios de
producción); la tendencia al aumento en la composición
orgánica del capital subproducto de la acumulación; todo
lo cual deriva –inevitablemente– en la tendencia a la
baja de la tasa de ganancia. Este es el secreto íntimo de
las crisis capitalistas.
Para
decirlo de otra manera:
su fundamento es la explotación del trabajo humano, pero
esta explotación es –a los efectos de la producción de
cosas útiles como tales– cada vez menos necesaria para
impulsar hacia adelante la producción. Esto ocurre en
virtud del propio desarrollo de las fuerzas productivas
sociales-científico-naturales que tienden a colocar al
trabajador mas bien como “vigilador” y/o
“controlador” de la producción que como base explotada
de la misma.
Pero
para comprender esto había que explicar primero varias
categorías, categorías que sólo se pueden comprender en términos
de ley del valor, en términos de explicar primero que el
modo de producción capitalista tiene como objetivo específico
la creciente valorización del capital: produce
para la ganancia, para aumentar plusvalor sobre plusvalor y
no para satisfacer necesidades humanas.
Esto
es “independiente” del hecho de que, para que el sistema
funcione, el sustrato material de la valorización es y no
puede dejar de ser, indefectiblemente, el valor de uso. Como señalara Marx, el valor de uso es el sustrato
material del valor (podríamos agregar que es el sustrato
material de toda economía como también señalaran Marx y
Engels). Esto es así a tal punto que por más que se
incorporen decenas y cientos de horas en una “mercancía”
que no tenga utilidad económica-social alguna, ésta
no tendrá ningún valor.
Aquí,
inevitablemente, hay que explicar la diferencia entre el
proceso de trabajo y el proceso de valorización, problemática
subrayada en la obra clásica de Henry Grossmman, “Ley
de acumulación y derrumbe del capitalismo”, obra
enormemente vigente y que sirvió de importante referencia
para esta parte de la escuela.
También cómo el proceso de la producción capitalista es
la unidad de estos dos momentos que sin embargo no son sinónimos.
A
partir de aquí hay varias categorías a explicar –cosa
que aquí no podemos obviamente hacer– para que se pueda
comprender la mecánica de la crisis: el capital
variable y constante; y a partir de ahí, la tasa de
plusvalor, la tasa de ganancia, la composición orgánica
del capital, la ley tendencial a la caída de la tasa de
ganancia (tasa y masa de ganancia) y las llamadas causas
contrarrestantes.
Hay
un encadenamiento del conjunto de las categorías a
las cuales hay que hacer referencia para que se entienda de
qué estamos hablando y de cuáles son las categorías que
Marx debió construir para entender la
mecánica íntima de las crisis capitalistas más allá de
todas las manifestaciones fenoménicas (tales como
sobreproducción, subconsumo, etc.).
Luego
de señaladas todas estas categorías, se trabajó con el
concepto de el capital como límite del propio capital.
Es decir, el problema de que la economía capitalista se
basa todavía en una “medida de enano”: el “simple” gasto de energía humana, al tiempo que el constante
revolucionamiento de las fuerzas productivas del trabajo
social cada vez más tiende a socavar esta base
independizando más y más la producción de la energía
humana directa involucrada en la misma. Esta es la paradoja
central de la producción capitalista y la que lo
aproxima tendencialmente a la tumba.
Economía y lucha de clases
En
definitiva, la escuela se centró básicamente en los textos
y obra de Marx, pero dejó abierta a la vez toda esta serie
de problemáticas para el estudio y la elaboración
ulterior. Problemáticas que deben ir de la mano del
estricto seguimiento de la actual crisis mundial y que se
anudan alrededor de las coordenadas de la necesaria
interrelación entre leyes económicas y lucha de clases
para la evolución de la misma.
Básicamente,
aquí se colocó el problema de que en el marxismo
hay una teoría de la crisis pero no, mecánicamente, del
derrumbe-colapso del sistema. Precisando mejor: Marx
establece categóricamente una tendencia a una recurrencia
de crisis cada vez más graves que acercan al sistema –de
manera asintótica– a la “gran crisis final”. Pero se
trata de una crisis que nunca se saldará de manera
“definitiva” sin la intervención de la clase obrera (es
el socialismo o la barbarie), que no tiene un punto de
llegada “lógico”. Se trata por el contrario de un
proceso históricamente determinado por la interrelación
entre las leyes económicas y la lucha de clases, la
necesaria imbricación de los factores objetivos y
subjetivos.
En
ese sentido se recomendó vivamente el estudio de los
extraordinarios textos de León Trotsky de la década del
‘20 (tales como “La
curva de desarrollo capitalista”, entre otros) acerca
de cómo abordar la crisis capitalista como una totalidad
concreta donde necesariamente se superponen economía,
relaciones entre Estados y lucha de clases.
En
síntesis, sin intervención de la clase obrera no hay ni
socialismo ni derrumbe del sistema capitalista que valga. Acá
hay que unir metodológicamente
la crítica al capitalismo con el balance de las
revoluciones del siglo XX que dejaron como lección marcada
a fuego que no puede haber revolución socialista ni
transición al socialismo sin la clase obrera en el centro
mismo de estos procesos.
[1]
El punto débil de esta obra es el equivocado señalamiento
de que habría un punto “lógico” de
colapso-derrumbe del sistema independientemente del
desarrollo de la lucha de clases, posición que nunca
fue recogida por el tronco principal de la tradición
del marxismo revolucionario dado su evidente
“objetivismo”.
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