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Los márgenes para escapar al terremoto mundial no pueden
estirarse mucho más
La crisis global y las
perspectivas en la Argentina
Por Marcelo Yunes
Aunque
es necesario entender las razones del impacto hasta ahora
mediado del tsunami internacional en la región y en la
Argentina, se acerca el momento en que habrán de afrontarse
las consecuencias. En el plano local, el gobierno y la
oposición, por más que ahora parezcan sacarse los ojos, no
tienen mucho más margen que discutir las dosis de anestesia
para el ajuste que se viene.
El estallido de la crisis actual
encontró a América Latina en una situación relativamente
diferente a la de ocasiones anteriores. Desde la crisis de
los petrodólares (1973), pasando por la de las deudas
(1982) hasta los cimbronazos de los 90 (Tequila de 1994,
crisis del sudeste asiático en 1997), los efectos de los
sacudones globales sobre la región siempre habían sido
inmediatos y arrasadores. La explicación pasaba, sobre todo
en el caso de los 90, por la muy alta exposición de las
economías latinoamericanas a los vaivenes de las finanzas
internacionales. Con economías muy abiertas y muy
dependientes del financiamiento externo, al primer derrape
del crédito y el comercio globales, la región sufría las
consecuencias. No es esto lo que pasa ahora… todavía.
Pero los márgenes para escapar a este terremoto mundial
–de dimensiones muy superiores a las crisis antes señaladas–
no pueden estirarse mucho más.
Las primeras víctimas y
las próximas
Precisamente en virtud de su “apertura” y de su total
dependencia del flujo de inversiones externo (para colmo, en
buena medida atado a burbujas de especulación inmobiliaria
o puramente financiera), las víctimas más notorias y
catastróficas de la presente crisis son –aparte de los
propios países centrales donde se originó, empezando,
claro, por EE.UU.–, países europeos “periféricos”.
Islandia, los países bálticos y varias economías del Este
europeo, ex paraísos de la inversión financiera, fueron
los primeros en empezar a pagar el pato de manera brutal. Su
retroceso económico y la destrucción de valor los dejan en
niveles de postración al mejor estilo Gran Depresión de
los años 30.
Pues bien, por las razones inversas –inserción menos
profunda en la globalización neoliberal, mayor “autarquía”
financiera, menor dependencia de los mercados y entidades de
crédito–, América Latina y en particular Sudamérica
resulta todavía menos
golpeada.
Esta situación obedece a que venimos de dos
ciclos –uno político, otro económico– que cambiaron drásticamente
las coordenadas de la región en comparación con los
90. El agotamiento del modelo neoliberal clásico imperante
hasta fin de siglo dio lugar al ciclo que hemos llamado de
rebeliones populares en la región y al surgimiento de
gobiernos de “mediación”, de “centroizquierda” o
“progresistas”.[i]
A pesar de sus evidentes diferencias, todos tienen el signo
común de dar mayor peso a la
intervención del Estado en la economía con fines de
garantizar una estabilidad política que se veía amenazada.
Estos gobiernos, por otra parte, pudieron montarse sobre
un ciclo económico internacional –cuya brevedad y
fragilidad se manifiesta ahora– de recuperación de
precios de los productos primarios de exportación. Sobre
esa base se asentaron inéditos
niveles de superávit comercial y, por ende, fiscal. De
esta manera, economía y política se conjugaban para
conceder a esos gobiernos (y a las naciones en su conjunto) mayores
márgenes de relativa autonomía de los centros de
decisión política y financiera que habían sido
reverenciados hasta la genuflexión en los 90. A la toma de
distancia político-ideológica de las formas neoliberales más
brutales de inserción en la globalización se le correspondía
una corriente favorable en lo relativo a los términos de
intercambio comercial (a contramano de una tendencia decenal
negativa).
Por otra parte, la
crisis no encuentra a estos gobiernos de mediación
centroizquierdista en su mejor momento. Mas bien al
contrario: Chávez, Evo Morales, los Kirchner, Correa,
por nombrar los más “radicales”, enfrentan una
recomposición de la oposición burguesa de derecha que se
siente madura para disputarles y arrebatarles el poder político.
Cosa que intentarán, en principio, por la vía electoral,
aunque ni los escuálidos venezolanos, ni la burguesía
cruceñista en Bolivia, ni las patronales agrarias en la
Argentina, han renunciado a métodos de acción directa y a
la movilización de sectores de masas reaccionarios.
Ahora bien, el estallido de la crisis internacional no
tiene un efecto definido a priori en el sentido de
beneficiar o perjudicar a esos gobiernos. Sin duda, ideológicamente
los fortalece en la medida en que muestra la debacle del
modelo neoliberal de apertura y libre mercado a ultranza
(que es el que defiende, de manera abierta o vergonzante, la
oposición burguesa de derecha). Pero no está escrito hacia
dónde se inclinará la balanza. Eso es algo que dependerá
en parte de su propia reacción pero, sobre todo, de cómo
talle el movimiento de masas y en particular la clase
trabajadora cuando se hagan sentir los efectos de la crisis.
Efectos que se nos vienen encima.
Las puertas de entrada a
la Argentina de la crisis
Dentro del marco general regional apuntado, hay lógicamente
diferencias específicas a veces considerables. Por ejemplo,
Brasil es un caso
atípico en más de un sentido. Por un lado, a su escala
económica muy superior a la de todo el resto y al sentido
estratégico de su clase capitalista[ii],
se le agrega que fue casi el único país de Sudamérica
donde no hubo “rebelión popular”. Por el otro, su
estructura económica y de comercio exterior también
difieren en parte de las del resto de la región, por su
mayor peso de la industria. Justamente, el sector
automotriz, uno de los puntos clave de la industria brasileña,
es el que a nivel mundial resulta claramente más golpeado.[iii]
De allí la brutal oleada de despidos fabriles, con una pérdida
total de más de 800.000 puestos de trabajo en cuestión de
dos meses. Se trata de una cifra que excede incluso la
tremenda caída del empleo en EE.UU. y que no tiene
precedentes.
En cambio, en la Argentina –y posiblemente en otros países
de la región– la puerta
de entrada de la crisis no parece ser la industria ni
tampoco las finanzas, sino la erosión
del superávit comercial, con el consiguiente impacto sobre
el superávit fiscal.
En múltiples oportunidades, nosotros y muchos otros hemos
insistido sobre la importancia crucial de los “superávits
gemelos” para la estabilidad económica y política del
modelo kirchnerista. Pues bien, asistimos a una fuerte caída
de los precios internacionales de los commodities que
exporta el país. A lo que se agrega la caída de los volúmenes
exportados, por causas naturales (sequía) o políticas
(especulación de los exportadores agrícolas en pulseada
con los K). La única manera de mantener el superávit
comercial es con una reducción paralela de las
importaciones (algo que ya se viene verificando). Pero la
baja absoluta del volumen del comercio exterior implica, por
múltiples vías, el descenso general de la actividad económica
interna. Que es lo que hay: se calcula que el primer
trimestre va a dar índices negativos de crecimiento del PBI.
La recesión no está
al caer: ya llegó. Sólo queda calcularle el piso y la
duración, cosa que nadie se atreve a hacer.
Los efectos negativos del deterioro del superávit
comercial no se detienen aquí. Dada la estructura
tributaria argentina, muy dependiente de los impuestos al
consumo (es decir, del nivel de actividad) y, desde 2002, de
los impuestos a las exportaciones (las famosas retenciones),
tendremos una pronunciada
baja del superávit fiscal, es decir, de la caja del
Estado nacional.
Esto tiene una serie de consecuencias. Por un lado,
voracidad del gobierno para hacerse de recursos. A eso
respondió la estatización del sistema jubilatorio y la
desaparición de las AFJPs. El efímero proyecto de un ente
estatal de control del comercio exterior (una especie de
IAPI de Perón aggiornado) respondía a esa lógica económica…
sólo que pasaba por encima de las condiciones de extrema
debilidad política del gobierno, y por eso duró un
suspiro.[iv] Por el otro, achique de
gastos. Por supuesto, los Kirchner no se animan a un ajuste
brutal al estilo Menem-Alianza-Cavallo-López Murphy. Eso es
lo que proponen –en voz baja, naturalmente– los
opositores de derecha (Carrió, Solá y el resto). Por lo
tanto, lo que probó el gobierno es una reducción gradual
de subsidios a las empresas de servicios, energía y
transporte, con aumentos de tarifas también más o menos
graduales (con alguna grosería como el de aumento de la
luz).
Queda otro frente de tormenta, los pagos de la deuda, al
que nos referiremos enseguida. Pero antes hay que recordar
un tercer problema generado por la baja del superávit
comercial: la presión sobre el tipo de cambio, esto es, sobre el valor del dólar
(problema que ya afrontan todas las economías de la región).
Se trata de un área
potencialmente explosiva en la que puede manifestarse la
crisis global, porque frente a una menor entrada de
divisas por exportaciones –para no hablar de una fuga de
capitales como la del año pasado[v]–,
el único contrapeso
son las reservas del Banco Central. Que son más sólidas
que en la época de Cavallo, pero tampoco hay que creerse
que son los 47.000 millones de dólares declarados. Por
ahora, el gobierno deja subir el dólar de manera moderada y
controlada. Si el panorama se complica y la presión a la
devaluación no se aguanta (económica y/o políticamente),
el resultado, para el conjunto de la población y en
particular para los trabajadores, será algo que se parece
al peor de los mundos: recesión
con inflación. Porque es sabido que si sube el dólar,
sube todo.[vi]
La necesidad tiene cara de
FMI
El adelantamiento de las elecciones por parte de los
Kirchner obedece, en lo esencial, a enfrentar los comicios
antes de que el escenario se desbarajuste sin remedio. El
consejo que le dio el asesor Jaime Durán Barba a su cliente
Macri –adelantar
las elecciones antes de que todo reviente y pague el pato
quien está en el gobierno, sea del signo que sea–
vale también para los Kirchner. Porque no
pasarán muchos meses antes de que estén en condiciones de
salirse de madre todas las variables: la caída de la
actividad económica conduce al aumento del desempleo, ambos
generan una baja de la recaudación fiscal, que obliga a un
ajuste que retroalimenta la recesión, en un contexto de
presión devaluatoria que amenaza inflación, y mientras
pasa todo esto hay que seguir honrando el servicio de la
deuda.
Para aliviar este panorama negro es que el
gobierno busca un respiro financiero vía nuevos préstamos
del FMI (recordemos que el país está virtualmente sin crédito y vive al día gracias al superávit
fiscal). ¿Cómo es posible pedirle justo al FMI, cuatro
años después del “gesto soberano” de cancelar toda la
deuda?
Lo que pasa, dirán los Kirchner, es que se tratará de
“otro” FMI, de un FMI “reformado”. En efecto, en el
encuentro previo a la cumbre del G-20, Argentina e
Inglaterra propondrán una reforma del FMI que consista básicamente
en lo siguiente. Primero, aumentar los recursos del
organismo de manera que pueda realizar préstamos
importantes, no simbólicos. Segundo, eliminar
las restricciones y condicionalidades hoy existentes
para autorizar esos pagos. En particular, el famoso artículo
IV, que estipula misiones de control y revisión de las
cuentas nacionales (en la Argentina no se hacen desde 2006).
De esta manera, el gobierno podrá decir que recibe plata
fresca sin “resignar soberanía”. Claro que para eso
deberá sortear la oposición del “ala dura” del G-20
(incluido EE.UU.), que no quiere saber nada con andar
prestando sin condiciones a países de dudosos antecedentes,
por más crisis financiera internacional que haya.
Por ahora, a esto
se reduce el plan anticrisis de los Kirchner. Porque,
como era de esperar, los rimbombantes anuncios de líneas de
crédito para PyMEs y para el consumo de autos, heladeras,
calefones y Biblias quedaron en la nada más vacía. Plan B,
no hay. El gobierno se sacó un flor de cero en microeconomía,
y la única parte del programa de macroeconomía que más o
menos maneja es la de la política monetaria. En cuanto al
resto, la crisis y
las elecciones dirán… si es que los trabajadores no toman
la palabra antes.
Tampoco
la burguesía argentina tiene mucho para elegir. La medida de la irresponsabilidad
de Carrió, la UCR y otros opositores de derecha la da el
hecho de que –en especulación demagógica con el supuesto
“prestigio” de los ruralistas– proponen alegremente
eliminar las retenciones en su totalidad. No es de extrañar
que la clase capitalista local, nada afecta a los Kirchner,
mire de reojo a estos políticos que con tal de asegurarse
una victoria electoral son capaces de dejar al Estado
desfinanciado. ¿Esta
gente va a lidiar con la crisis internacional y la agitación
social que se viene?, parecen preguntarse. Por eso, sin
ningún entusiasmo, la burguesía intenta encontrarle
virtudes a la oposición peronista de derecha, que al menos
tiene detrás a una fracción del único partido que parece
capaz de gobernar la Argentina capitalista.
Claro que el “proyecto” de esa gente –como reconoció
sin ambigüedades Felipe Solá– no es otro que darle al
ajuste unas cuantas vueltas de tuerca más de las que se
animarían a dar los Kirchner, y tapar los agujeros fiscales
ya señalados con préstamos del FMI… en las condiciones
que sean. En otras palabras, una versión del neoliberalismo
de los 90 en un contexto internacional infinitamente más
peligroso, y encima con el antecedente no tan lejano del
Argentinazo. No hay caso: en el próximo período la burguesía
argentina no va a ganar para sustos. Si sólo se tratara de
sacarse de encima a los Kirchner tras los buenos servicios
prestados, no habría problema, pero de lo que realmente se
trata es de ir
perfilando un elenco político que sea piloto de tormentas
que el mundo no ha visto durante décadas. Y a nadie se le
ven uñas de guitarrero…
[i]
Ver
más antecedentes al respecto en el texto de R. Sáenz
publicado en revista SoB 21.
[ii]
El
problema del carácter del capitalismo brasileño y su
burguesía amerita todo un debate que no estamos en
condiciones de desarrollar aquí. Sólo mencionaremos
que autores marxistas como Claudio Katz se inclinan por
incluir al país en la categoría de “subimperialismo”,
lo cual si bien tiene puntos de apoyo reales nos parece
en principio dudoso.
[iii]
Cabe puntualizar que en general las vías de difusión
de la crisis han sido en primer lugar la financiera
y en segundo lugar la comercial.
Por ahora, la crisis propiamente industrial
–esto
es, de producción– se manifiesta sobre todo en la
rama automotriz (y sus satélites de autopartes) y luego
en la construcción y la siderurgia. Irónicamente,
aunque la explicación marxista profunda de las crisis
hace referencia a la caída de la tasa de ganancia
(originada en la esfera de la producción), la forma de
manifestación de la crisis hasta hoy hace aparecer
como “centro” de la hecatombe a la esfera de las
finanzas y de la circulación, y la crisis en la
producción aparece entonces como un derivado
de la primera. Esta inversión de las verdaderas
causales de las crisis que se da en la superficie de los
fenómenos económicos es la que confunde tanto a los
economistas burgueses como a los charlatanes
“progres” que levantan un muro entre la “economía
de producción” y la “economía de especulación
financiera”.
[iv]
Este
tema está desarrollado en el texto de Manuel Rodríguez
en la edición anterior de SoB.
[v]
Durante
el conflicto gobierno-ruralistas se fugaron más de
25.000 millones de dólares. Según algunos agoreros de
la oposición (que podrían tener razón), la
fuga no se ha detenido y todos los meses saldrían
del país (o del sistema financiero local, lo que es lo
mismo) entre 1.000 y 2.000 millones de dólares. Si esto
es así, tenemos una razón adicional para que el
gobierno haya adelantado las elecciones: en pocos meses
la presión devaluatoria sería insoportable. Por otra
parte, unos Kirchner que seguramente van a salir
maltrechos de los comicios no van a estar en condiciones
de resistir mucho el embate de los exportadores, los
sojeros y sus abogados políticos. Todos clamando, en
nombre de la “voluntad popular”, por un dólar caro,
ingresos sin retenciones y fisco desfinanciado.
[vi]
Una
de las paradojas de la actual crisis es que por ahora la
“reserva de valor”, es decir, el activo en el que
“buscan refugio” los capitales despavoridos, sigue
siendo el dólar. Es decir, la moneda nacional de un país
financiera, fiscal y comercialmente insolvente,
que si no fuera la primera potencia mundial sólo
recibiría un rechazo desdeñoso por parte de cualquier
prestamista que eche una ojeada a sus cifras macroeconómicas.
Ver más sobre esto en los trabajos de Roberto Ramírez
y Roberto Sáenz en revistas SoB 21 y 22,
respectivamente.
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