Cumbre del G-20
Una pelea en las alturas
Por Claudio Testa
Al escribir esta
nota, el 1º de abril, faltan 24 horas para que el G-20
inicie su reunión de Londres. Siempre puede haber
sorpresas. Pero hoy todo indica que será
difícil a los principales gobiernos ponerse de acuerdo para tomar medidas conjuntas
en serio frente a la crisis.
Para disimular esto, ya circula el borrador de un
comunicado con las vaguedades diplomáticas de siempre,
donde se pone "un poco de todo" de las distintas
posiciones enfrentadas. Sin
embargo, ni siquiera hay seguridad de que ese
“papel mojado” sea firmado por todos. El presidente de
Francia, por ejemplo, ha amenazado con irse dando un
portazo, si no aceptan su plan de “refundación del
capitalismo”. Y hasta Cristina K. se ha “retobado”,
diciendo que tampoco va a firmar nada si el capítulo
referido al FMI no responde a sus expectativas.
Semanas atrás, con bombos y platillos, se prometía que
la nueva Cumbre del G-20 iba a ser una reunión histórica,
de donde saldría no sólo la solución de la crisis,
sino también la reorganización del capitalismo mundial
sobre nuevas bases. Se habló de “un nuevo Bretton
Woods”, la conferencia de 44 países que en julio de
1944, en esa localidad de EEUU, sentó las reglas de la
organización de la economía capitalista internacional
después de la Segunda Guerra Mundial (1939-45).
Sin embargo, era previsible que esto sería difícil, por
no decir imposible. En noviembre del año pasado ya hubo
otro G-20 en Washington que tampoco llegó a nada. La
justificación fue que Bush aún habitaba la Casa Blanca, y
entonces EEUU no podía tomar decisiones. Por eso se convocó
a esta reunión de abril.
Pero, como ya entonces advertíamos, "con Obama en
funciones, el «problema Bush» estará solucionado... Sin
embargo, eso no implica que las cosas vayan a encarrilarse fácilmente
para lograr medidas conjuntas. Es que, con Bush o con Obama,
va a seguir en pie el gran problema que dificulta una acción
concertada de las principales potencias económicas: si bien
hay intereses comunes, hasta ahora están primando
las divergencias de intereses entre las distintas
burguesías y sus estados. Por eso, a la reunión de
Washington, cada uno fue con su propio «programa» y
sus propias «soluciones». No vemos que esto varíe
cuando el G-20 vuelva a reunirse.” ("Reunión del
G-20 - Sólo hubo acuerdo en un «principio»: que la crisis
la paguen los trabajadores", Socialismo o
Barbarie, Nº 140, 21/11/08)
Efectivamente, lo único que varió, es que esas divergencias
se han profundizado.
Un pandemonio de intereses y propuestas contradictorias
La razón es que desde noviembre la crisis se ha profundizado
seriamente [1]. Eso ha exasperado las diferencias
y contradicciones entre las distintas burguesías y
sus gobiernos.
Por supuesto, tienen una coincidencia profunda:
hacer pagar la crisis a las masas trabajadoras. Pero
también difieren hasta en cómo hacer esto. Es que, por
ejemplo, no es la misma situación la de Sarkozy en Francia
(donde el suelo empieza a arder bajo sus pies) que la de
Obama (que ha logrado, hasta ahora, contener la protesta
social, a pesar del huracán de desempleo y miseria que
arrasa EEUU).
Los capitalistas, aún en tiempos normales, viven peleando
no sólo contra los trabajadores, sino también unos contra
otros. En tiempos de crisis, esto se agudiza y pueden llegar
hasta hacerse la guerra. Este es el marco del G-20 reunido
en Londres.
La crisis ha sepultado, así, una de las pavadas
“posmodernas” de los 90: que la globalización había
fusionado a las distintas burguesías y que por lo tanto los
estados nacionales habían perdido relevancia. Aunque ha
habido un significativo entrelazamiento de intereses, éste
no llegó jamás a ser absoluto. Ahora, la crisis revela la
verdadera situación: cada burguesía importante se
atrinchera en su estado, para disputar con las de
afuera y/o establecer alianzas con unas contra otras...
¿Quién está al mando?
Hay una media docena de temas puntuales de pelea,
que examinamos en otro artículo. Pero la gran dificultad
para llegar a algo en el G-20 no es la suma y resta de esos
puntos, sino un problema global; es decir, de la totalidad
de la economía mundial y, también, del sistema
mundial de estados.
Se trata sencillamente de quién manda en el mundo
de hoy, tanto en la esfera económica como geopolítica,
del sistema de estados. Por eso, difícilmente se implemente
ahora (o más adelante) un “nuevo Bretton Woods”. Un
“nuevo orden” económico, exige que alguien ponga
orden.
La conferencia de 1944 se hizo en el marco de una
abrumadora hegemonía económica y militar de EEUU. Los ejércitos
del imperialismo yanqui (aunque con la contradicción de su
alianza con la Unión Soviética stalinista) estaban ganando
la Segunda Guerra Mundial. Los imperialismos rivales
(Alemania, Italia y Japón) estaban siendo aniquilados. Y
los imperialismos aliados (el Imperio Británico y Francia)
salían arrasados de la guerra. EEUU producía la mitad del
Producto Bruto Mundial. Era el gran acreedor del mundo. Tenía
las mayores reservas de oro. Su tecnología y su organización
fordista de la producción eran las más avanzadas del
planeta. El dólar era la expresión monetaria de todo eso.
En Bretton Woods, simplemente, hubo un país, EEUU, que dictó
los términos, y otros 43 países que, después de
algunos pataleos (especialmente británicos), se avinieron a
firmar al pie.
Hoy el capitalismo presenta un cuadro mundial económico y
geopolítico muy distinto, con un rasgo que hace mucho más
difícil y conflictiva una reorganización
global. EEUU ya no es lo que era en 1944. Pero tampoco
existe ninguna potencia capitalista (o grupo de potencias)
que lo reemplace y pueda imponer otro ordenamiento
global.
Entonces, asoma un horizonte mundial muy complejo, caótico
e impredecible, sobre todo si, finalmente, la barbarie
capitalista de desempleo, hambre y miseria termina por
agotar la paciencia de las masas trabajadoras.
1.- Ver “Bajo el espectro de la
Gran Depresión”, partes I y II en Socialismo o
Barbarie, Nº 144 y 145.
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