Socialismo o Barbarie, periódico Nº 148, 03/04/09
 

 

 

 

 

 

Ataque global capitalista al empleo

Crisis laboral mundial y lucha de clases

Por Roberto Sáenz

La crisis pone sobre la mesa índices de desempleo inéditos en décadas, sobre todo entre los países desarrollados. Esta realidad remite en el plano político a la recepción de la crisis entre los trabajadores del mundo. Es decir, sus procesos de enfrentamiento, recomposición de su conciencia y organización ante un ataque capitalista que configura un tremendo martillazo sobre sus condiciones de existencia y conciencia. A partir del procesamiento que hagan los trabajadores de la crisis, y superando las desigualdades iniciales, hay razones para esperar nuevos desarrollos de la lucha de clases.

La crisis global está inevitablemente marcada por desigualdades nacionales. Hay, no obstante, una serie de patrones comunes. A nivel mundial, el capitalismo logró dividir profundamente a la clase trabajadora en los últimos 30 años. La relación salarial se extendió, pero con ella creció la atomización y fragmentación de los trabajadores, en una estructura marcada por “anillos concéntricos” donde se superponen diferenciales por tipo de contratación, cuestiones generacionales, étnicas y nacionales (inmigrantes). Así, toda la diversidad de la clase obrera mundial, su potencial riqueza y universalidad, es aprovechada por el capitalismo para dividir, emponzoñar y empobrecer al conjunto de la clase.

Son estos “anillos exteriores” más desprotegidos la primera variable de ajuste de la crisis. En EEUU, la inmigración latina y la clase obrera negra; en Europa, la inmigración africana o asiática; en China, el proletariado venido del campo; en países latinoamericanos como la Argentina –socialmente más “homogéneos”–, los contratados. En todos estos casos, una importantísima fracción de la clase obrera (quizá cerca de la mitad del proletariado mundial) opera como válvula de seguridad del sistema. Al no afectarse directamente a las franjas más estables de la clase obrera, las otras funcionan a modo de colchón social para los despidos en masa, sin que en lo inmediato se verifique una respuesta a la altura de la agresión.

Es lo que señala también The Economist: “Los cambios estructurales en Europa sugieren que los puestos de trabajo se van a perder más rápido en caídas económicas anteriores. Los contratos temporarios han proliferado en muchos países. Mucha de la reducción del desempleo en Europa en estas últimas décadas fue debido al rápido crecimiento en este tipo de contratos. Ahora el proceso está yendo en reversa. En España, el ejemplo más extremo de mercado de trabajo ‘dual’, todos los puestos de trabajo perdidos el año pasado han sido de temporarios. En Francia, el empleo temporario ha caído en un quinto. Los puestos de trabajo permanentes prácticamente no han sido afectados. Aunque la profusión de los contratos temporarios ha traído mayor flexibilidad, ha dejado caer el mayor peso del ajuste desproporcionadamente sobre los menos calificados, los jóvenes y los inmigrantes. (…) A pesar de que tiene pocos inmigrantes, Japón también muestra las consecuencias de un mercado laboral dual. Los trabajadores ‘regulares’ gozan de una fuerte protección; el ejército flotante de los temporarios, contratados y trabajadores de medio tiempo, prácticamente ninguna. Las empresas se han apoyado crecientemente en estos irregulares, que ahora representan un tercio de la fuerza laboral, por encima del sólo 20% en 1990” (12-3-09).

De la pasividad a la acción

Pero lo anterior no evita que el carácter histórico de los índices de desempleo exprese una acumulación de tensiones y la eventualidad de desequilibrios sociales. Ante la dinámica de la profundización de la crisis y del cierre de plantas, no habrá forma de no afectar al “primer anillo” de trabajadores con contratos estables.

Este problema estructural se combina con otro que atañe a la subjetividad de la primera reacción frente al derrumbe: “Creo que el primer efecto de la crisis no va a ser poner a la gente en movimiento, sino ponerlos temerosos por sus empleos. Pero luego de un cierto punto, generalmente las cosas cambian. (…) Desde ya que no estamos en un ascenso todavía (…), pero si alguna vez hubo una convergencia de condiciones que pueden presionar las cosas en una dirección correcta, creo que han comenzado a decantar ahora” (Kim Moody, International Socialist Review 64, marzo-abril 2009).

Ese miedo se relaciona con la “muerte social” que significa en muchos casos el desempleo: “La desocupación, ocurra en el mundo subdesarrollado o en el Imperio, es una instancia límite, donde la prioridad es el riesgo de la supervivencia del individuo y su familia” (“Los emergentes de la recesión”, en www.socialismo-o-barbarie.org).

Esta realidad se expresa en una tendencia: siempre a la clase obrera le ha resultado más difícil enfrentar situaciones de despidos en masa, al menos en un primer momento. El metabolismo social de desempleo funciona así inicialmente como un factor paralizante: “Es inevitable que todavía haya, a pesar de la severidad de la caída, una aquiescencia residual entre los trabajadores. Muchos están paralizados por el colapso económico. Hay inclusive una visión ingenua entre muchos trabajadores de que la crisis va a ser ‘temporaria’ (…) [En Irlanda,] los salvatajes del gobierno han causado un profundo repudio y presionan a la gente hacia la izquierda, hacia la actividad y la lucha. (…) Pero, al mismo tiempo, la propaganda de los medios de comunicación y del gobierno y el impacto de la crisis golpean a la gente llevándola hacia atrás. Junto con la bronca, hay también miedo y confusión acerca de qué hacer” (Socialism Today, 126).

En síntesis, factores estructurales y psicológicos se combinan para dificultar la reacción inicial de la clase trabajadora a los ataques capitalistas. Un ejemplo reciente es el de Brasil. Sólo en diciembre hubo más de 600.000 despidos. En este contexto, se produjeron 4.200 despidos en la fábrica de aviones Embraer (de casi 20.000 trabajadores). Pero estos despidos en masa, más allá de los recursos políticos y judiciales que lleva adelante su representación sindical, no han logrado generar una sola medida de lucha efectiva de las bases frente a la agresión.[1] Esto podría transformarse en un dramático problema si el (mal) ejemplo cundiera.

Sin embargo, andando el tiempo, vale la ley dialéctica del salto de cantidad en calidad: cuando los ataques afectan a la mayoría social de los trabajadores, cuando no quedan argumentos económicos ni subjetivos para creer que a uno no le va a tocar, cuando comienzan a darse experiencias que sirven de punto de referencia o ejemplo, la situación puede virar 180 grados a un ascenso de las luchas, como ocurrió en los EEUU de la Gran Depresión a partir de 1933, el mayor ascenso obrero en ese país hasta hoy. La distancia entre el constante empeoramiento de la situación objetiva y la conciencia de la clase puede tender a cerrarse en el próximo período.

Eventos explosivos van a ayudar en esta dinámica. Al borde del abismo, la masa de los trabajadores va a cuestionar el sistema capitalista, aun sin una idea clara de con qué reemplazarlo. Es esta ley la que acaba de funcionar en la toma de dos ejecutivos de Sony como rehenes en el sur de Francia: “Impedir que el ejecutivo dejara la planta era nuestra última chance. No teníamos ninguna otra alternativa” (The Independent, 16-3-09).

En suma, la dialéctica de la lucha de clases puede terminar haciendo de la necesidad de enfrentar la catástrofe una virtud para empujar a la clase obrera mundial a la lucha, una vez pasada la primera fase del desastre económico mundial. Como señalaba Trotsky, “las fuerzas elementales del capitalismo están buscando vías de escape entre pilas de obstáculos. Pero estas mismas fuerzas fustigan a la clase obrera y la impulsan hacia adelante”.

¿Un nuevo movimiento obrero?

Cuenta el investigador y militante estadounidense Kim Moody que “por primera vez en toda mi vida, estoy viendo algunos líderes sindicales [de EEUU] que toman la cuestión racial. Esto es muy inusual. Generalmente no les interesa; de hecho, le tienen miedo. Ellos tienen que hablar para sus bases blancas, muchos de los cuales son perfectos racistas” (ISR 64).

Marx utiliza dos conceptos para dar cuenta de la situación de la clase obrera: clase en sí (es decir, su situación “estructural”) y clase para sí (sus niveles de conciencia y organización). Estos planos son decisivos para comprender hoy el impacto de la crisis, así como los inhibidores y desencadenantes de la lucha. La clase obrera mundial afronta esta crisis luego de 30 años de contrarreformas y transformaciones antiobreras, tanto en el plano estructural como sindical y político. De ahí que no puede esperarse una respuesta automática frente a la agresión capitalista de hacerle pagar la crisis.

Ya hemos mencionado la fragmentación que generan las desigualdades contractuales, el rol de la inmigración, el factor étnico o la lisa y llana “exportación” de franjas enteras de la clase obrera, como ocurre en Centroamérica. Pero a este elemento estructural se le sobreimprimen otros de orden revolucionario en el terreno de la subjetividad. Por ejemplo, en EEUU está planteada la posibilidad de una resindicalización masiva de la clase obrera. Si en los años 50 el 35% de la clase estaba sindicalizado, ahora a duras penas alcanza el 8%. Sin embargo, hoy, al calor de la crisis, parecen abrirse grietas por donde podría asomar un proceso de reorganización sindical de los trabajadores de EEUU similar al de los años 30.

Según The Economist, “aun si los períodos de alto desempleo son una desgracia, parece que podrían ser buenos para los derechos de los trabajadores. La crisis capitalista ha fortalecido las perspectivas de los sindicatos, que son vistos más positivamente en EEUU desde la presidencia de Jimmy Carter” (12-3-09).

Inhibiendo estos posibles desarrollos en materia de lucha y organización está, por supuesto, el rol de las burocracias sindicales. Ocurre en Francia, donde entre una y otra convocatoria a jornada nacional de lucha pasaron casi dos meses, o de las automotrices en EEUU, entregando las conquistas de los trabajadores sin llamar a una sola medida de lucha. El caso irlandés también es representativo: “La bronca [por el rescate a los bancos] obligó al Congreso Sindical de Irlanda (ICTU) a llamar a una manifestación nacional en Dublín contra las medidas del gobierno. Esto ocurrió respondiendo a las presiones sobre todo del sector público, pero el ICTU y los sindicatos no están haciendo prácticamente nada para pelear los efectos de la crisis en el sector privado. Esta actuación ayuda al gobierno en sus planes de divide y reinarás, ayudándolo a la vez a lograr un cierto éxito en sus ataques al propio sector público” (Socialism Today 126).

En todo caso, nos interesa reafirmar aquí la eventualidad de desarrollos progresivos en el terreno de la organización de los trabajadores al calor de la crisis. Un ejemplo clave es el de EEUU. Muchos analistas señalan el impacto de la elección de un presidente negro, sobre todo en la clase obrera del sur del país. ¿Qué va a pasar ahora con ese trabajador blanco del Sur que se identificaba más con el patrón blanco que con su compañero de color?

Este interrogante se vincula a las mayores posibilidades de sindicalización de nuevos y más dinámicos sectores de la clase obrera yanqui, como contradictorio efecto de una serie de leyes laborales que podría poner en marcha el gobierno de Obama. En este sentido, señala Kim Moody, editor de las Labor Notes: “Está bastante claro que las direcciones tradicionales del movimiento obrero norteamericano –la UAW (sindicato automotriz), los trabajadores del acero, etc. – no están llamados a ser la vanguardia de lo que ocurra. Están a la defensiva, y no veo cambio en eso. Pero podemos mirar hacia otros lugares, como los trabajadores de empaquetamiento de carnes, una de las pocas industrias donde la densidad sindical ha crecido en los últimos años. Han sido obligados a establecer relaciones con movimientos sociales, y particularmente con trabajadores inmigrantes (…). Creo que organizar el Sur es la clave en toda esta cuestión. Los inmigrantes van a jugar un papel en esto, lo mismo que los trabajadores negros, así como una pequeña porción de trabajadores blancos que apoyaron a Obama y que están dispuestos a superar su tradicional racismo” (ISR 64).

Más allá de si estas apreciaciones y esta apuesta estratégica son correctas (queda la duda acerca del rol imprescindible de los “pesos pesados” de la clase obrera yanqui), expresan muy bien el rango de cuestiones que se han echado a rodar en el proletariado yanqui, quizá las más importantes desde el ascenso de los años 30.

El equilibrio social de las clases bajo amenaza

Vivimos ya las primeras manifestaciones de radicalización como subproducto de la crisis,: “Si se quiere quedar ingratamente impresionado, no hay más que colgar un mapa en la pared y empezar a clavar alfileres rojos allí donde ya se han sucedido episodios de violencia. Atenas (Grecia), Longnan (China), Puerto Príncipe (Haití), Riga (Letonia), Santa Cruz (Bolivia), Sofía (Bulgaria), Vilna (Lituania) y Vladivostock (Rusia) servirían para empezar. Muchas otras ciudades, de Reykjavic, París, Roma y Zaragoza a Moscú y Dublín han sido testigos de importantes protestas provocadas por el creciente desempleo y los salarios en descenso. Si claváramos alfileres naranja en esas localidades –ninguna todavía de los EEUU–, nuestro mapa parecería arder de actividad. Y si es usted jugador o jugadora, es apuesta sobre seguro que este mapa se verá pronto bastante más poblado de alfileres rojos y naranjas (…) En su mayor parte, es probable que estas convulsiones, aun violentas, sigan siendo localizadas y lo bastante desorganizadas como para que las fuerzas gubernamentales las controlen en cuestión de días o semanas (…). Ésa ha sido la tónica hasta ahora. Es enteramente posible, sin embargo, que a medida que la crisis económica empeore, algunos de estos sucesos sufran una metástasis en acontecimientos de mucha mayor duración e intensidad: rebeliones armadas, toma del poder por los militares, conflictos civiles y hasta guerras entre estados motivadas por la economía” (Michael T. Klare, 26-2-09, en www.socialismo-o-barbarie.org).

El más avanzado ejemplo de lucha obrera mundial ha sido hasta ahora la huelga general en las islas de Guadalupe y Martinica, que obligó al gobierno de Sarkozy a firmar un compromiso de 170 puntos incluyendo salarios, condiciones de contratación, etc. La lucha tuvo características semiinsurreccionales: la central sindical organizó en torno a ella prácticamente a toda la comunidad durante los 44 días de huelga general, y el “Colectivo contra la Explotación” fue a lo largo de semanas y semanas un verdadero doble poder en la isla.

Pero no sólo allí se han visto acciones obreras radicalizadas. En Sony de Francia, como vimos, los trabajadores tomaron de rehenes por una noche a sus patrones. Sólo los dejaron ir tras comprometerse a pagar las indemnizaciones por el cierre de la planta. Esta dura medida de lucha fue sólo para cobrar una indemnización mayor, pero esta acción, seguida de otras similares en ese país de gran tradición de lucha, es un signo de las tremendas potencialidades encerradas en la clase obrera y que podrían desplegarse con la crisis.

Concretamente, si los cierres se multiplicaran, se podría estar ante una oleada mundial de ocupaciones de fábricas. Hasta ahora, la que más trascendió es la de los obreros latinos de Chicago de Republic Windows and Doors, que ocuparon su planta por una semana, aunque también sólo para cobrar su indemnización. Hubo y hay otras ocupaciones, pero se trata aún de un fenómeno aislado y fragmentario. Sin embargo, ante la generalización de despidos masivos, el proceso podría extenderse.

Al mismo tiempo, en países como Inglaterra asoman síntomas, aun plagados de contradicciones, de un posible despertar obrero, como la lucha de los obreros de construcción de refinerías. Fue presentada como una huelga “racista” o “xenófoba”, pero aun a distancia de los acontecimientos, creemos que la cosa fue muchísimo más contradictoria. Se trató de una de las pocas huelgas salvajes en Inglaterra en años, ya que no siguió los reaccionarios requisitos establecidos desde la época de Thatcher (plebiscito previo, anunciar la medida con meses de antelación, etc.), que tienden a liquidar el mismo carácter de lucha de una medida de fuerza.

En estas condiciones, “esta lucha ha sido un laboratorio, un test para medir la conciencia de la clase obrera (…) Dada la noche oscura del neoliberalismo, sería enteramente utópico esperar que elementos de nacionalismo e incluso de racismo no estuvieran presentes en la conciencia de algunos trabajadores, en algunos casos quizá de la mayoría. Éste, sin embargo, no fue el caso en esta oportunidad. Fue, en esencia, una lucha contra el intento capitalista de imponer condiciones laborales de esclavitud” (Socialism Today 126).

En síntesis, lo que está en juego en esta nueva situación mundial abierta por la crisis es que en los países centrales de la dominación capitalista mundial se están acumulando condiciones para una ruptura del equilibrio social de enormes proporciones: además de Francia (con toda su tradición de lucha), es el caso de los propios EEUU, de China, de Japón, de Inglaterra. Naciones centrales de la dominación capitalista mundial que, si dan paso a un auge de las luchas obreras, pueden dar una vuelta de página marcando un mojón histórico en la lucha de clases mundial.


[1] Al respecto, ver la polémica que nuestros compañeros de Praxis en Brasil vienen sosteniendo con los compañeros del PSTU, que desde Conlutas tiene la responsabilidad de la dirección del sindicato de la planta: “Embraer: basta de superestructura, organicemos la lucha por la base”, en www.socialismo-o-barbarie.org.