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Ataque
global capitalista al empleo
Crisis
laboral mundial y lucha de clases
Por
Roberto Sáenz
La crisis pone sobre la mesa índices de desempleo inéditos
en décadas, sobre todo entre los países desarrollados.
Esta realidad remite en el plano político a la recepción
de la crisis entre los trabajadores del mundo. Es decir, sus
procesos de enfrentamiento, recomposición de su conciencia
y organización ante un ataque capitalista que configura un
tremendo martillazo sobre sus condiciones de existencia y
conciencia. A partir del procesamiento que hagan los
trabajadores de la crisis, y superando las desigualdades
iniciales, hay razones para esperar nuevos desarrollos de la
lucha de clases.
La
crisis global está inevitablemente marcada por desigualdades nacionales. Hay, no obstante, una serie de patrones
comunes. A nivel mundial, el capitalismo logró dividir
profundamente a la clase trabajadora en los últimos 30 años.
La relación salarial se extendió, pero con ella creció la
atomización y fragmentación de los trabajadores, en una estructura
marcada por “anillos concéntricos” donde se
superponen diferenciales por tipo de contratación, cuestiones generacionales, étnicas y nacionales (inmigrantes). Así,
toda la diversidad de la clase obrera mundial, su potencial
riqueza y universalidad, es aprovechada por el capitalismo
para dividir, emponzoñar y empobrecer al conjunto de la clase.
Son
estos “anillos exteriores” más desprotegidos la primera variable de ajuste de la crisis. En EEUU, la inmigración
latina y la clase obrera negra; en Europa, la inmigración
africana o asiática; en China, el proletariado venido del
campo; en países latinoamericanos como la Argentina
–socialmente más “homogéneos”–, los contratados. En todos estos casos, una importantísima fracción de la clase
obrera (quizá cerca de la mitad del proletariado mundial)
opera como válvula
de seguridad del sistema. Al no afectarse directamente a
las franjas más estables de la clase obrera, las otras
funcionan a modo de colchón
social para los
despidos en masa, sin que en lo inmediato se verifique una
respuesta a la altura de la agresión.
Es
lo que señala también The
Economist: “Los cambios estructurales en Europa
sugieren que los puestos de trabajo se van a perder más rápido en caídas económicas
anteriores. Los contratos temporarios han proliferado en
muchos países. Mucha de la reducción del desempleo en
Europa en estas últimas décadas fue debido al rápido
crecimiento en este tipo de contratos. Ahora el proceso está
yendo en reversa.
En España, el ejemplo más extremo de mercado de trabajo
‘dual’, todos los puestos de trabajo perdidos el año pasado han sido de
temporarios. En Francia, el empleo temporario ha caído
en un quinto. Los puestos de trabajo permanentes prácticamente
no han sido afectados. Aunque la profusión de los contratos
temporarios ha traído mayor flexibilidad, ha dejado caer el
mayor peso del ajuste desproporcionadamente
sobre los menos calificados, los jóvenes y los inmigrantes.
(…) A pesar de que tiene pocos inmigrantes, Japón
también muestra las consecuencias de un mercado
laboral dual. Los trabajadores ‘regulares’ gozan de
una fuerte protección; el ejército flotante de los
temporarios, contratados y trabajadores de medio tiempo, prácticamente
ninguna. Las empresas se han apoyado crecientemente en estos
irregulares, que
ahora representan un tercio de la fuerza laboral, por encima
del sólo 20% en 1990” (12-3-09).
De
la pasividad a la acción
Pero
lo anterior no evita que el carácter histórico de los índices
de desempleo exprese una acumulación
de tensiones y la eventualidad de desequilibrios sociales.
Ante la dinámica de la profundización de la crisis y del
cierre de plantas, no habrá forma de no afectar al “primer anillo” de trabajadores con
contratos estables.
Este
problema estructural se combina con otro que atañe a la subjetividad de la primera reacción frente al derrumbe: “Creo que
el primer efecto de la crisis no va a ser poner a la gente
en movimiento, sino ponerlos temerosos por sus empleos. Pero
luego de un cierto punto, generalmente las cosas cambian. (…)
Desde ya que no estamos en un ascenso todavía (…), pero
si alguna vez hubo una convergencia de condiciones que
pueden presionar las cosas en una dirección correcta, creo
que han comenzado a decantar ahora” (Kim Moody, International
Socialist Review 64, marzo-abril 2009).
Ese
miedo se relaciona con la “muerte
social” que significa en muchos casos el desempleo:
“La desocupación, ocurra en el mundo subdesarrollado o en
el Imperio, es una instancia límite, donde la prioridad es el riesgo de la
supervivencia del individuo y su familia” (“Los
emergentes de la recesión”, en www.socialismo-o-barbarie.org).
Esta
realidad se expresa en una tendencia: siempre
a la clase obrera le ha resultado más difícil enfrentar
situaciones de despidos en masa, al menos en un primer
momento. El metabolismo social de desempleo funciona así
inicialmente como un factor paralizante:
“Es inevitable que todavía haya, a pesar de la severidad
de la caída, una
aquiescencia residual entre los trabajadores. Muchos están
paralizados por
el colapso económico. Hay inclusive una visión ingenua entre muchos trabajadores de que la crisis va a ser ‘temporaria’
(…) [En Irlanda,] los salvatajes del gobierno han causado
un profundo repudio y presionan a la gente hacia la
izquierda, hacia la actividad y la lucha. (…) Pero, al
mismo tiempo, la propaganda de los medios de comunicación y
del gobierno y el impacto de la crisis golpean a la gente
llevándola hacia atrás.
Junto con la bronca, hay también miedo y confusión acerca de qué hacer” (Socialism Today, 126).
En
síntesis, factores estructurales y psicológicos se
combinan para dificultar
la reacción inicial de la clase trabajadora a los
ataques capitalistas. Un ejemplo reciente es el de Brasil. Sólo
en diciembre hubo más de 600.000 despidos. En este
contexto, se produjeron 4.200 despidos en la fábrica de
aviones Embraer (de casi 20.000 trabajadores). Pero estos
despidos en masa, más allá de los recursos políticos
y judiciales que lleva adelante su representación sindical,
no han logrado
generar una sola medida de lucha efectiva de las bases
frente a la agresión.
Esto podría transformarse en un dramático problema si el
(mal) ejemplo cundiera.
Sin
embargo, andando el tiempo, vale
la ley dialéctica del salto de cantidad en calidad:
cuando los ataques afectan a la mayoría social de los
trabajadores, cuando no quedan argumentos económicos ni
subjetivos para creer que a uno no le va a tocar, cuando
comienzan a darse experiencias que sirven de punto de
referencia o ejemplo, la situación puede virar 180 grados a un ascenso de las luchas, como
ocurrió en los EEUU de la Gran Depresión a partir de 1933,
el mayor ascenso obrero en ese país hasta hoy. La distancia
entre el constante empeoramiento de la situación objetiva y
la conciencia de la clase puede tender a cerrarse en el próximo período.
Eventos
explosivos van a
ayudar en esta dinámica. Al borde del abismo, la masa de
los trabajadores va a cuestionar el sistema capitalista, aun
sin una idea clara de con qué reemplazarlo. Es esta ley la
que acaba de funcionar en la toma de dos ejecutivos de Sony
como rehenes en el sur de Francia: “Impedir
que el ejecutivo dejara la planta era nuestra última
chance. No teníamos ninguna otra alternativa” (The
Independent, 16-3-09).
En
suma, la dialéctica
de la lucha de clases puede terminar haciendo de la
necesidad de enfrentar la catástrofe una virtud para
empujar a la clase obrera mundial a la lucha, una vez
pasada la primera fase del desastre económico mundial. Como
señalaba Trotsky, “las fuerzas elementales del
capitalismo están buscando vías de escape entre pilas de
obstáculos. Pero
estas mismas fuerzas fustigan a la clase obrera y la
impulsan hacia adelante”.
¿Un nuevo movimiento obrero?
Cuenta
el investigador y militante estadounidense Kim Moody que
“por primera vez en toda mi vida, estoy viendo algunos líderes
sindicales [de EEUU] que toman
la cuestión racial. Esto es muy inusual. Generalmente
no les interesa; de hecho, le tienen miedo. Ellos tienen que
hablar para sus bases blancas, muchos de los cuales son perfectos
racistas” (ISR
64).
Marx
utiliza dos conceptos para dar cuenta de la situación de la
clase obrera: clase en sí (es decir, su situación
“estructural”) y clase para sí (sus niveles de
conciencia y organización). Estos planos son decisivos para
comprender hoy el impacto de la crisis, así como los
inhibidores y desencadenantes de la lucha. La clase obrera
mundial afronta esta crisis luego de 30 años de
contrarreformas y transformaciones antiobreras, tanto en el
plano estructural como sindical y político. De ahí que no
puede esperarse una respuesta automática frente a la
agresión capitalista de hacerle pagar la crisis.
Ya
hemos mencionado la fragmentación que generan las
desigualdades contractuales, el rol de la inmigración, el
factor étnico o la lisa y llana “exportación” de
franjas enteras de la clase obrera, como ocurre en Centroamérica.
Pero a este elemento estructural
se le sobreimprimen otros de orden revolucionario
en el terreno de la subjetividad.
Por ejemplo, en EEUU está planteada la posibilidad de una resindicalización masiva de la clase obrera. Si en los años 50 el
35% de la clase estaba sindicalizado, ahora a duras penas
alcanza el 8%. Sin embargo, hoy, al calor de la crisis,
parecen abrirse grietas por
donde podría asomar un proceso de reorganización sindical
de los trabajadores de EEUU similar al de los años 30.
Según
The Economist,
“aun si los períodos de alto desempleo son una desgracia,
parece que podrían
ser buenos para los derechos de los trabajadores. La
crisis capitalista ha fortalecido
las perspectivas de
los sindicatos, que son vistos más positivamente en
EEUU desde la presidencia de Jimmy Carter” (12-3-09).
Inhibiendo
estos posibles desarrollos en materia de lucha y organización
está, por supuesto, el rol
de las burocracias sindicales. Ocurre en Francia, donde
entre una y otra convocatoria a jornada nacional de lucha
pasaron casi dos meses, o de las automotrices en EEUU,
entregando las conquistas de los trabajadores sin llamar a
una sola medida de lucha. El caso irlandés también es
representativo: “La bronca [por el rescate a los bancos]
obligó al Congreso Sindical de Irlanda (ICTU) a llamar a
una manifestación nacional en Dublín contra las medidas
del gobierno. Esto ocurrió respondiendo a las presiones
sobre todo del sector público, pero el ICTU y los
sindicatos no están
haciendo prácticamente nada para pelear los efectos de la
crisis en el sector privado. Esta actuación ayuda al
gobierno en sus
planes de divide y reinarás, ayudándolo a la vez a
lograr un cierto éxito en sus ataques al propio sector público”
(Socialism Today
126).
En
todo caso, nos interesa reafirmar aquí la
eventualidad de desarrollos progresivos en el terreno de la
organización de los trabajadores al calor de la crisis.
Un ejemplo clave es el de EEUU. Muchos analistas señalan el
impacto de la elección de un presidente negro, sobre todo en
la clase obrera del sur del país. ¿Qué va a pasar
ahora con ese trabajador blanco del Sur que se identificaba
más con el patrón blanco que con su compañero de color?
Este
interrogante se vincula a las mayores posibilidades de
sindicalización de nuevos y más dinámicos sectores de la
clase obrera yanqui, como contradictorio efecto de una serie
de leyes laborales que podría poner en marcha el gobierno
de Obama. En este sentido, señala Kim Moody, editor de las Labor Notes: “Está bastante claro que las direcciones
tradicionales del movimiento obrero norteamericano –la UAW
(sindicato automotriz), los trabajadores del acero, etc. –
no están llamados a
ser la vanguardia de lo que ocurra. Están a la
defensiva, y no veo cambio en eso. Pero podemos mirar hacia
otros lugares, como los trabajadores de empaquetamiento de
carnes, una de las pocas industrias donde la densidad
sindical ha crecido en los últimos años. Han sido
obligados a establecer relaciones con movimientos sociales,
y particularmente con trabajadores inmigrantes (…). Creo
que organizar el Sur es la clave en toda esta cuestión.
Los inmigrantes van a jugar un papel en esto, lo mismo que
los trabajadores negros, así como una pequeña porción de
trabajadores blancos que apoyaron a Obama y que están
dispuestos a superar su tradicional racismo” (ISR 64).
Más
allá de si estas apreciaciones y esta apuesta estratégica
son correctas (queda la duda acerca del rol imprescindible
de los “pesos pesados” de la clase obrera yanqui),
expresan muy bien el rango de cuestiones que se han echado a
rodar en el proletariado yanqui, quizá las
más importantes desde el ascenso de los años 30.
El equilibrio social de las clases bajo amenaza
Vivimos
ya las primeras manifestaciones de radicalización como
subproducto de la crisis,: “Si se quiere quedar
ingratamente impresionado, no hay más que colgar un mapa en
la pared y empezar a
clavar alfileres rojos allí donde ya se han sucedido
episodios de violencia. Atenas (Grecia), Longnan
(China), Puerto Príncipe (Haití), Riga (Letonia), Santa
Cruz (Bolivia), Sofía (Bulgaria), Vilna (Lituania) y
Vladivostock (Rusia) servirían para empezar. Muchas otras
ciudades, de Reykjavic, París, Roma y Zaragoza a Moscú y
Dublín han sido testigos de importantes protestas
provocadas por el creciente desempleo y los salarios en
descenso. Si claváramos alfileres naranja en esas
localidades –ninguna todavía de los EEUU–, nuestro mapa parecería arder de actividad. Y si es usted jugador o
jugadora, es apuesta
sobre seguro que este mapa se verá pronto bastante más
poblado de alfileres rojos y naranjas (…) En su mayor
parte, es probable que estas convulsiones, aun violentas,
sigan siendo localizadas y lo bastante desorganizadas como
para que las fuerzas gubernamentales las controlen en cuestión
de días o semanas (…). Ésa
ha sido la tónica hasta ahora. Es enteramente posible,
sin embargo, que a medida que la crisis económica empeore,
algunos de estos sucesos sufran una metástasis
en acontecimientos de mucha mayor duración e intensidad: rebeliones armadas, toma del poder por los militares, conflictos civiles
y hasta guerras entre estados motivadas por la economía”
(Michael T. Klare, 26-2-09, en www.socialismo-o-barbarie.org).
El
más avanzado ejemplo de lucha obrera mundial ha sido hasta
ahora la huelga
general en las islas de Guadalupe y Martinica, que obligó
al gobierno de Sarkozy a firmar un compromiso de 170 puntos
incluyendo salarios, condiciones de contratación, etc. La
lucha tuvo características semiinsurreccionales:
la central sindical organizó en torno a ella prácticamente
a toda la comunidad durante los 44 días de huelga general,
y el “Colectivo contra la Explotación” fue a lo largo
de semanas y semanas un
verdadero doble poder en la isla.
Pero
no sólo allí se han visto acciones obreras radicalizadas.
En Sony de Francia, como vimos, los trabajadores tomaron
de rehenes por una noche a sus patrones. Sólo los
dejaron ir tras comprometerse a pagar las indemnizaciones
por el cierre de la planta. Esta dura medida de lucha fue sólo
para cobrar una indemnización mayor, pero esta acción,
seguida de otras similares en ese país de gran tradición
de lucha, es un signo
de las tremendas potencialidades encerradas en la clase
obrera y que podrían desplegarse con la crisis.
Concretamente,
si los cierres se multiplicaran, se podría estar ante una oleada mundial de ocupaciones de fábricas. Hasta ahora, la que
más trascendió es la de los obreros latinos de Chicago de
Republic Windows and Doors, que ocuparon su planta por una
semana, aunque también sólo para cobrar su indemnización.
Hubo y hay otras ocupaciones, pero se trata aún de un fenómeno
aislado y fragmentario. Sin embargo, ante la generalización
de despidos masivos, el proceso podría extenderse.
Al
mismo tiempo, en países como Inglaterra asoman síntomas,
aun plagados de contradicciones, de un posible despertar
obrero, como la lucha de los obreros de construcción de refinerías. Fue
presentada como una huelga “racista” o “xenófoba”,
pero aun a distancia de los acontecimientos, creemos que la
cosa fue muchísimo más contradictoria. Se trató de una de
las pocas huelgas
salvajes en Inglaterra en años, ya que no siguió los
reaccionarios requisitos establecidos desde la época de
Thatcher (plebiscito previo, anunciar la medida con meses de
antelación, etc.),
que tienden a liquidar el mismo carácter de lucha de una
medida de fuerza.
En
estas condiciones, “esta lucha ha sido un laboratorio,
un test para medir la conciencia de la clase obrera (…)
Dada la noche oscura del neoliberalismo, sería enteramente
utópico esperar que elementos de nacionalismo e incluso de
racismo no estuvieran presentes en la conciencia de algunos
trabajadores, en algunos casos quizá de la mayoría. Éste,
sin embargo, no fue el caso en esta oportunidad. Fue, en
esencia, una lucha contra el intento capitalista de imponer condiciones laborales
de esclavitud” (Socialism
Today 126).
En
síntesis, lo que está en juego en esta nueva situación
mundial abierta por la crisis es que en los países
centrales de la dominación capitalista mundial se
están acumulando condiciones para una ruptura
del equilibrio social de enormes proporciones: además
de Francia (con toda su tradición de lucha), es el caso de
los propios EEUU, de China, de Japón, de Inglaterra.
Naciones centrales de la dominación capitalista mundial
que, si dan paso a un auge de las luchas obreras, pueden dar una vuelta de página marcando
un mojón histórico en la lucha de clases mundial.
Al respecto, ver la polémica que nuestros compañeros
de Praxis en Brasil vienen sosteniendo con los compañeros
del PSTU, que desde Conlutas tiene la responsabilidad de
la dirección del sindicato de la planta: “Embraer:
basta de superestructura, organicemos la lucha por la
base”, en www.socialismo-o-barbarie.org.
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