Elecciones
del 28 de junio: los esposos K arriesgan su continuidad
Bajo
el signo de la fragmentación
“El
Ejecutivo busca legitimidad en la legislativa pero, si
perdiera, estaría obligado a tener que formar nuevo
gobierno siguiendo la lógica parlamentaria tan usual en las
democracias europeas. Esto podría significar desde
renuncias a cambios de gabinete y de políticas. Julio
Cobos ya imagina una alianza parlamentaria para sostenerse
en caso de crisis de gobernabilidad” (La Nación,
13-04-09).
Las
próximas elecciones del 28 de junio han pasado a dominar el
escenario político. Todo lo demás parece haber quedado
subordinado. Como un nuevo capítulo de la crisis abierta
entre los de arriba con el conflicto del campo, el gobierno
parece estar jugándose su continuidad a “todo o nada”.
Viéndolo
en perspectiva, la clase dominante argentina está jugando
con fuego: busca dirimir su interna sobre el trasfondo
de una crisis histórica del capitalismo que cuando termine
de impactar de lleno en el país podría implicar un giro de
180 grados en las tendencias políticas tal cual se han
venido manifestando en la última coyuntura.
Aquí
el tema es si el muy probable recambio anticipado de los K
podrá ser “pacífico” o si sobre la base de la fragmentación
política que emergerá irremediablemente del 28 se podrán
colar o no las
exigencias y luchas de los trabajadores, literalmente
“silenciados” desde la rebelión de las 4 por 4 en marzo
del 2008.
¿Como Chávez y Morales?
En
el contexto de debilidad en que se encuentra el gobierno de
Cristina K, la jugada del adelantamiento electoral pareció
ser una maniobra inteligente. El objetivo: realizarlas antes
que la crisis económica internacional pegue de lleno en el
país al tiempo que buscar evitar la sangría de votos que
sufre cada día que pasa el oficialismo.
Al
adelanto electoral se le ha sumado el intento K de
transformarlas en un plebiscito: que el electorado opte por sí o no respecto del gobierno. De ahí
que hayan salido a plantear que todas las principales
figuras del Frente para la Victoria se postulen en las
listas independientemente que ninguno vaya a dejar el cargo
que ocupa. El caso más visible es, evidentemente, el de
Daniel Scioli, que iría detrás de Kirchner en la lista a
diputados de manera de mejorar las perspectivas de éste.
Más
allá que “técnicamente” sea muy difícil transformar
una elección parlamentaria de medio término (elección que
habitualmente dispersa la votación a diferencia de cuando
funciona el voto útil de la presidencial), hay
un problema de fondo en la maniobra de los K.
Es
que la idea de plebiscitarse pretende imitar un recurso
similar utilizado por Hugo Chávez y Evo Morales. El
gobierno K pretende repetir la “gesta” de aquéllos.
Pero la cuestión es que Chávez y Morales fueron
plebiscitados favorablemente debido a que cuentan con una
base social de masas real que los apoya. Esto asentado
en el hecho que son gobiernos que independientemente de los
estrictos límites capitalistas que los caracterizan, han
hecho determinadas reformas que las masas populares, con su
voto, salieron a sostener.
Nada
parecido pueden aducir los K a su favor. La única
“reforma” bajo el gobierno K fue la creación de empleo
superexplotado subproducto de una devaluación que se impuso
por la fuerza de los hechos bajo su antecesor Eduardo
Duhalde (que de reformista no tiene nada) y en un contexto
económico mundial que ha desaparecido sin dejar rastro.
Conclusión:
incluso entre sectores de trabajadores crece el repudio a
los Kirchner que en oportunidad de su conflicto con el campo
no fueron capaces siquiera de decretar un miserable aumento
de los salarios como destino para parte de los fondos
obtenidos por retenciones.
En
síntesis: la maniobra plebiscitaria no parece tener ningún fundamento real en el
cual apoyarse y bien podría terminar en una estruendosa
derrota.
Con
pronóstico reservado
No
parece haber entonces “alquimia” que valga a los K para
escapar a una situación de escuálida primera minoría o,
peor aún, a una derrota lisa y llana el 28. Uno de los
datos políticos más relevantes del último período –que
ninguna maniobra política podría “desbaratar” por sí
misma– es que el kirchnerismo ha pasado a ser –a priori,
irremediablemente– un
gobierno minoritario. La burguesía agraria lo abandonó
en masa mientras que la industrial, cada día que pasa, lo
mira con más desconfianza.
La parte principal de las clases medias urbanas y rurales ha
girado a la derecha; sólo una minoría sigue siendo
seducida por el discurso “progresista” de los derechos
humanos (cada día que pasa más vacío de contenido)
mientras que la mayoría es interpelada por los discursos
tipo “seguridad”. Incluso entre los trabajadores, aunque
una porción seguramente los seguirá todavía votando, en
la medida que lo más duro del ajuste esté postergado para
después de las elecciones, también
hay crecientes signos de rechazo al kirchnerismo. Sólo
entre los sectores más pobres de la sociedad parecen
conservar un apoyo mayoritario y esto por razones obvias en
lo que hace a la dependencia del Estado para su
sostenimiento.
Veamos
cómo se expresa esto en términos electorales. Surge del
simple cotejo de la situación distrito por distrito. El
dato central es la división
del peronismo: éste irá a las urnas en dos o más
listas al menos en 15 provincias, incluyendo aquí el
acuerdo Unión PRO dirigido por Macri.
Por otra parte, está el polo –coaligado o no dependiendo
de las circunstancias– de la Coalición Cívica, la UCR y
el Partido “Socialista” de Binner. Todo ellos buscan
ocupar el tradicional espacio radical, amén de otra serie
de expresiones menores centroizquierdistas tipo Solanas,
etc.
Hay
que recordar que salvo la fracción kirchnerista del PJ
(vinculado a los grandes grupos económicos de la industria,
la minería y el petróleo), el conjunto de las expresiones
de la oposición –incluyendo a la centroizquierda y también
sectores de la “izquierda” como la CCC y el MST por más
“anticapitalista” que se pinte–, son
correa de transmisión de los intereses de la patronal
agraria de la Mesa de Enlace, la que está poniendo
descaradamente huevos en todas estas canastas.
Continuemos.
En Capital ganaría el macrismo y la lista oficialista
quedaría relegada a un tercer o cuarto lugar. En Córdoba
la elección se disputaría básicamente entre la lista del
gobernador pro-campo Schiaretti y la “oposición” (también
pro-campo) que tendrá dos expresiones: el oportunista y
supuesto “outsider” Luís Juez y la clásica UCR
provincial; a partir de ahí habría que ver qué le queda
al kirchnerismo. En Santa Fe Reutemann se presenta por el PJ
pero como alternativa a los K y la disputa será con el
oficialismo provincial del gobernador “socialista”
Binner; el candidato K no llegaría ni al 10% de los votos.
En Mendoza el kirchnerismo mira la cosa desde afuera y Entre
Ríos no está asegurada.
El problema es que estas provincias –conjuntamente con la de Buenos
Aires– aglutinan el 75% del electorado…
¿Qué
les queda a los K? Básicamente parte importante de las
provincias del Norte y el Sur (que tiene una baja densidad
de población) y la propia Provincia de Buenos Aires, donde
se preparan para dar “la madre de todas las batallas”.
Pero aquí la situación también es compleja: lo que se
vive es una tremenda sangría en el aparato del PJ por parte
de De Narváez y Felipe Solá. Al kirchnerismo, aun ganando
en la Provincia, eventualmente no le alcanzaría para
compensar la derrota en el resto del país: lo
haría por un margen demasiado estrecho quedando en la
cuerda floja.
Festejando
por anticipado
“Casi
nadie cree que el gobierno puede ganar por mucho, pero si
gana por poco, no se sabe qué puede pasar –observan en el
entorno de la organización empresaria AEA–.
Si pierde, quedan como un ‘pato rengo’. No se sabe cómo
puede ser un gobierno con poco poder. En el PJ la gente
cambia de bando en dos segundos. Además, la derrota también
puede afectar al gobernador Scioli. Si empatan, es el peor escenario porque habría una indefinición
total”.
La
oposición haría mal si sale a festejarse por anticipado
como “recambio” de los K: todavía es un rompecabezas para armar. Se dice que el testamento de
Alfonsín sería un mensaje alentando la recuperación del
histórico bipartidismo peronista-radical que dominó la política
del país a lo largo de décadas. Hay un “pequeño
problema”: el régimen
político argentino sigue en gran medida hecho pedazos un
poco como postrero tributo al 2001.
Esto
se debe al redondo incumplimiento de la promesa acuñada por
el propio caudillo radical en su campaña electoral en el año
1983 (dicha con el objetivo de desviar al terreno electoral
la furia popular que se abría paso en las calles contra los
militares). Es un hecho incontrastable que con la
“democracia” no se comió, no se educó y no se curó.
Sencillamente porque su
irremediable contenido es ser un régimen político de
los capitalistas basado en la superexplotación de la clase
obrera nacional.
Esta
continuada crisis del sistema de partidos se expresa en una
simple palabra: todos son “armados”. Ninguna de estas
facciones convoca fervores populares;
todos carecen de militancia por ideales y no por el vil
metal; sólo la izquierda se puede vanagloriar de estar
integrada por militantes auténticos hechos y derechos por más
minoritaria que la misma sea hoy por hoy.
En
reemplazo de verdaderos partidos, estos “armados” –con
múltiples nombres, siglas y donde solo valen los “cabezas
de lista”– son un verdadero
rompecabezas político. Rompecabezas que va a colocar un
problema de gravedad para los de arriba en la coyuntura que
viene: el escenario político que emergerá del 28 de junio será uno
irremediablemente cruzado por una enorme fragmentación.
Cristina K puede llegar a renunciar si pierde las elecciones
y será reemplazada por Cobos. Pero a la burguesía
argentina siempre le costó gobernar con el principal
partido opositor (o parte de los fragmentos en los que se
expresa hoy) en la oposición; y con él, los sindicatos
dominados por la burocracia de esa extracción.
“Para
la escena nacional la ausencia de Alfonsín será problemática.
La Argentina se acerca, después de las elecciones, a otro
ciclo en el cual el
poder estará fragmentado. Pocas figuras como el ex
presidente muerto estaban tan habilitadas para tender un
puente entre las distintas facciones”.
De
ahí que estos días hayan sonado fuerte las declaraciones
del juez de la Corte Eugenio Zaffaroni en el sentido que el
país necesitaría un sistema político parlamentario:
“Llegó el momento de empezar a pasar a un sistema que
permita cambiar el gobierno sin matar a nadie. Todo esto que
estamos viendo de candidaturas testimoniales, de
funcionarios que se presentan como candidatos, de gente que
sale de un partido y que forma otro,
creo
que la política real está superando la
institucionalidad”.
Pero
no se trata de un mero problema de formas políticas. Lo que
está en juego es de contenido: tiene que ver con la
eficacia de la democracia de ricos para mediatizar las
crecientes contradicciones económico-sociales del país,
contradicciones que se van a poner al rojo vivo con la
crisis mundial.
Porque
el deterioro que arrastra el régimen político tiene que
ver con el incumplimiento de sus “promesas”. Aquella
famosa frase de Alfonsín que la democracia capitalista
–para colmo en un país semicolonial como el nuestro–
nunca
podrá resolver.
Nos
quieren esclavos
En
todo caso, se van a poder “honrar” menos todavía hoy:
irremediablemente el país ya está bajo el influjo de una
crisis histórica del capitalismo mundial que cada vez se
parece más a una Gran
Depresión del siglo XXI.
En
estas condiciones, lo que se está discutiendo entre
los círculos dirigentes de toda la clase dominante es cómo
se va a imponer el ajuste que viene luego de las elecciones.
Que hay que imponer algún tipo de ajuste es una
coincidencia unánime de los de arriba:
desde el “progresismo” K hasta el PRO. El ajuste
consistirá básicamente en una mayor devaluación del dólar
dejando “congelados” los salarios, dejar correr lo que
se pueda de los despidos y algún tipo de retorno al FMI.
Esto,
en todo caso, podría ser más “mediatizado” de la mano
de Cristina, y más descarado si pasa a gobernar el país la
fracción “campestre” vía Cobos. Pero, insistimos: todos coinciden en que la crisis la debe pagar la clase trabajadora
nacional.
Los
matices de estilo entre ambos ajustes tiene que ver con el
famoso “modelo”: el de los K tuvo necesariamente
aspectos de “contención” frente a la rebelión popular
del 2001. De ahí los elementos de cierto
“proteccionismo” (con la devaluación del dólar) y la
apuesta a la creación de empleos (con salarios miserables y
superexplotados) vía la reactivación de la industria.
También un cierto traspaso del trabajo no pagado de la
clase obrera urbana y rural desde los capitalistas agrarios
en beneficio de los de la industria vía las retenciones.
Para los campestres las cosas son más simples: retención
cero y libre exportación y el resto que explote. Es decir:
precios
dolarizados para los productos de consumo básico, mayor
destrucción del poder adquisitivo y despidos masivos.
En
todo caso hoy, frente a la crisis, ambas fracciones tienen más
puntos en común de lo que parece a primera vista. Es que al
gobierno K se le están acabando aceleradamente los
cartuchos. Los dólares comienzan a escasear. El superávit
fiscal se achica día a día. Mientras tanto las necesidades
de financiamiento –interno y externo– no paran de
aumentar. Todos quieren devaluar
la moneda pero se distinguen en el tamaño de la devaluación.
Con más olfato de clase dominante, el gobierno recela por
la estabilidad social cuando a los trabajadores les caiga la
ficha de que están en el peor de los mundos:
un desempleo creciente en las condiciones de un acelerado
deterioro salarial.
La
oposición, con sus medidas abiertamente neoliberales, no
parece preocuparse por esto: supondrá que la clase obrera argentina puede ser esclava… Pero
históricamente ha dado sobradas muestras que esto no es así.
En este sentido nunca hay que olvidar que todavía la rebelión
popular del 2001 está a la vuelta de la esquina.
[1]
La oposición ha salido a hacer un escándalo hipócrita
acerca de la “estafa” que significaría la propuesta
kirchnerista, cuando todos los días tienen las mismas
prácticas que los K, prácticas que son consustanciales
con el lodazal que significa este régimen patronal de democracia de los
ricos en el que se “revuelcan” cotidianamente todos
ellos.
[2]
Ver el caso ahora de la UIA, que de ser oficialista a lo
largo de toda la gestión de los K, ahora ha sido electo
un nuevo titular, Héctor Méndez, empresario del plástico,
tradicionalmente con posiciones económicas más
liberales.
[3]
En términos generales incluimos aquí al “macrismo”,
que en realidad es subproducto de dos componentes: el
componente propiamente peronista y el que proviene de
expresiones liberales históricas del país tipo la UCeDé
o más cerca en el tiempo, del menemismo.
[4]
Éste ya tiene colocado a Alderete en las listas
provinciales de la Coalición Cívica:
se
ve dónde ha terminado su eterna campaña por el voto en
blanco y su crítica por “electoralismo” al resto de
la izquierda…
[5]
Al día de hoy, estaría con una intención de votos de
sólo el 32%, De Narváez alcanzaría el 27% y Stolbizer
un 23%.
[6]
Asociación de Empresarios Argentinos, en realidad
principal organización corporativa de los capitalistas
del país y que por las declaraciones que se han podido
ver, parecen cada vez más inclinados a soltarle
la mano al gobierno de los K.
[8]
De ahí que toda la clase política se haya querido
subir al tren de la campaña por la muerte de Alfonsín;
en todo caso, lo que tuvo de “espontáneo” el
reconocimiento popular a éste tiene que ver con que los
de arriba lograron imponer el operativo por el cual se
le cargó a éste los atributos de “padre de la
democracia” escamoteándoselo a los que verdaderamente
pusieron su vida al servicio de la lucha contra la
dictadura militar.
[10]
La Nación, 14-04-09.
[11]
No podemos dejar de recordar que a este ajuste económico
–en su variante más “ortodoxa” de la mano de los
campestres– han
contribuido vergonzosamente sectores de la
“izquierda” como la CCC y el MST. ¡Una capitulación
en toda la regla!
[12]
Ver en esta misma edición “¿Qué hay detrás del
acuerdo con China?”.
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