De Cumbre en Cumbre en tiempos de crisis
“Cumbre de las Américas” en Trinidad Tobago
Otra reunión del tiburón con las sardinas
Por Claudio Testa
Del 17 al 19 de abril, se realizará la “Quinta Cumbre de las Américas”,
en Port of Spain, capital de la “República de Trinidad y
Tobago”, dos islas del Caribe, ex colonias británicas,
que están frente a Venezuela.
Hasta
la fecha se han realizado seis “Cumbres de las Américas”
(dos de ellas no fueron “numeradas” por su carácter
extraordinario). La Primera Cumbre se reunió en Miami, en
diciembre de 1994, y la última, la Cuarta, en Mar del
Plata, en noviembre de 2005.
De
Miami a Trinidad Tobago
En
las nubes de la diplomacia, estas cumbres han reflejado, por
un lado, el ascenso y posterior deterioro de
la hegemonía del imperialismo yanqui y, por el otro, los
procesos de la lucha de clases en América Latina, en
especial el de las rebeliones populares que marcaron
los inicios del siglo XXI, cuyas consecuencias siguen
presentes.
En
1994, la primera de las cumbres expresó en Miami la
borrachera del triunfo del capitalismo en su versión
neoliberal (y de EEUU en particular), con la caída del Muro
de Berlín en 1989 y la restauración capitalista en la ex
URSS, el Este de Europa y China.
Por
eso, en diciembre del 94, los gobiernos latinoamericanos
viajaron a ponerse en cuatro patas frente el Emperador del
Mundo domiciliado en Washington, que había vencido en la
“guerra fría” al Imperio del Mal. Eran los tiempos,
como decía Menem, de las “relaciones carnales” con EEUU.
No sólo hacían votos de acatamiento político. También
juraron sobre la nueva Biblia neoliberal, el llamado
“Consenso de Washington” formulado en 1990 y que marcaba
las obligaciones de los vasallos del sur: desregulaciones,
privatizaciones, ajustes presupuestarios, liberalización
financiera y del comercio exterior, total apertura a las
inversiones extranjeras, respeto a la propiedad (nada de
nacionalizaciones), liquidación de leyes sociales y
laborales, etc.
Pero, desde entonces, se dieron cambios de gran importancia, que
configuran un escenario muy distinto para la Quinta
Cumbre. Ya la última reunión, la de Mar del Plata, había
sido de crisis... y no sólo porque el viaje de Bush
cosechó un amplio repudio en Argentina y otros países del
Cono Sur. Con otra de sus habituales torpezas, Bush (por
intermedio de unos de sus títeres, el presidente de México)
trató inútilmente de hacer votar “de prepo” el
establecimiento del ALCA (tratado de libre comercio con EEUU),
al que se oponían los principales países sudamericanos,
como Brasil, Argentina y Venezuela.
Bush atropellaba así una norma no escrita de estas reuniones: que no se
vota nada que no haya sido acordado previamente tras
bambalinas. Su fracaso reflejó, a nivel diplomático, el
debilitamiento geopolítico global de EEUU, determinado
principalmente por su empantanamiento en las guerras
coloniales de Medio Oriente.
Pero en su “patio trasero” latinoamericano, el imperialismo yanqui también
había perdido puntos, especialmente en Sudamérica, con los
procesos de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argentina. Lo que
hemos llamado el “ciclo de rebeliones populares” fue tiñendo
el conjunto del continente sur, incluso por las medidas
“preventivas”, políticas y sociales, adoptadas en países
más estables, donde no ha habido estallidos semejantes.
En todo el mundo –y también en América Latina– había aparecido el
nuevo fenómeno geopolítico de “desobediencia a
Washington”, casi inconcebible a principio de los 90.
Aunque en forma muy desigual, comenzó a operar la
tendencia de que “cada cual hace su juego”.
Desde la reunión de 2005 en Mar del Plata, las cosas fueron de mal en peor
para el imperialismo yanqui. Sin haber revertido su
debilitamiento geopolítico, EEUU es hoy además el
epicentro de la crisis económica más grave desde la Gran
Depresión. Esto ha abierto una nueva situación mundial
donde están en tela de juicio la organización
neoliberal del capitalismo (en cuyo centro está
EEUU)... pero también el capitalismo mismo.
Por el lado de América Latina, esto se combina con complejos fenómenos
y tendencias propias y contradictorias. Las
rebeliones populares sudamericanas no llevaron a
revoluciones obreras y socialistas, pero tampoco a una
vuelta a lo anterior. En los últimos años, en algunos de
los países donde se dieron los principales procesos de
rebeliones populares, han surgido fuertes movimientos
sociales y/o políticos de derecha, como los escuálidos de
Venezuela, los autonomistas de Bolivia y los “sojeros”
en Argentina. Sin embargo, hasta ahora, aunque son un
peligro cierto, no han logrado, en ninguno de esos países,
inclinar el péndulo decididamente a la derecha.
Asimismo, el impacto de la crisis mundial introduce un factor nuevo, que
apenas comienza a desplegarse. En Centroamérica, sin que
haya habido rebeliones como las sudamericanas, hay ahora una
mayoría de gobiernos distintos a los clásicos de derecha
“dura” neoliberal de los 90. En Sudamérica, es un
interrogante lo que va a pasar con un país como Brasil,
principal factor de estabilidad continental, si sigue siendo
castigado de lleno por la crisis. Por otro lado, los dos
agentes más directos e incondicionales de EEUU –los
gobiernos de Colombia y México–, están pasando por las más
graves dificultades políticas y económicas.
Obama
superstar
Es en este cuadro global que la nueva conducción del imperialismo yanqui va
a tratar de recomponer algo las cosas. Obama y quienes están
detrás de él, son más realistas que Bush. Parten de
reconocer expresamente que “se
acabó la época en que dábamos órdenes”, como dijo el vicepresidente de
Obama en la reciente “Cumbre del Progresismo” en Chile.
Theodore Roosevelt, presidente de 1901 a 1909, uno de los “padres
fundadores” del imperialismo yanqui, tenía como lema la
frase: “habla suavemente, pero lleva un gran garrote”.
Ahora, con Obama, en relación a América Latina, es la hora
de “hablar suavemente”.
Esto no implica que el “gran garrote” haya dejado de existir. Sigue
masacrando directamente en Iraq, Afganistán y Pakistán (e,
indirectamente, por medio de Israel). Pero, hoy en América
Latina las cosas van por el otro carril (aunque en
silencio EEUU haya reactivado la IV Flota... por la dudas).
La personalidad como “showman” político de Obama (la opuesta de Bush
hasta en el color de la piel) le ha conquistado simpatías
amplias, tanto en Europa como en América Latina. Cosecha su
público en sectores que alientan la esperanza de un
(imposible) cambio de fondo de los Estados Unidos
capitalistas. Es una cuota de ilusiones como la que también
se da dentro de EEUU y que le ha ayudado a Obama contener
–hasta ahora– un estallido social. Hay que reconocer que
es un “vendedor de buzones” de alta performance.
Buscando
socios menores en América Latina
Pero no se trata sólo de las sonrisas que Obama dirige hacia las masas de
EEUU y del exterior. También tiene una política más
“amplia”: trata de “abrir el juego” a poderes
menores, asociándolos a su empresa de “poner
orden” en este desbarajuste. Es la táctica opuesta a la
Bush (en su primera presidencia), que hacía guerras
rompiendo con tradicionales aliados (como Francia y
Alemania) y prescindiendo de la ONU y hasta de la OTAN. O
sea, una política hegemonista directa y unilateral.
Obama está en otra: busca socios (menores)... para seguir
ejerciendo su dominio. En otra esfera, el G-20 es un
ejemplo de esta política de “apertura”.
Tradicionalmente las decisiones mundiales se procesaban en
el G-7 (Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, Francia,
Alemania, Italia y Japón) o el G-8 (esos países + Rusia).
Luego, en los primeros años de Bush, todo se cocinaba
unilateralmente en Washington. Ahora, el revés, con el
G-20, convocan a otros estados de Asia-Pacífico, Medio
Oriente, África y América Latina, para que les ayuden a
sostener la estantería. Buscan contrarrestar las tendencias
“centrífugas” en el sistema mundial de estados.
En América Latina, los suspiros de Obama se dirigen en primer lugar a
Lula (aunque por supuesto, en el norte, México juega un
papel importante). Pero la asociación con Brasil es aun más
fundamental y, de hecho, ya está en curso desde hace tiempo
en varios aspectos (como el comando de la infame ocupación
militar de Haití, donde participan también Argentina y
Uruguay). Otro papel, ya discutido con Lula, es que le ayude
a encuadrar a Chávez.[1]
En síntesis: asociar estrechamente a Brasil para garantizar el orden en
toda la región, es gran objetivo de Obama.
Cuba,
un caso testigo
Hay, entonces, ciertos “cambios” en la política de EEUU hacia América
Latina. Pero sus límites son estrechos. Son cambios
para mantener su dominio imperialista sobre el
conjunto de la región, dominio cuestionado y debilitado en
los últimos años.
Los estrechos límites de este “cambio” se revelan nítidamente en un
caso testigo, el de Cuba.
En la mencionada “Cumbre del Progresismo”, los gobernantes presentes le
reclamaron al vicepresidente Biden el levantamiento del
bloqueo a Cuba. Biden se negó categóricamente: las
sanciones van a seguir, aunque con retoques
insignificantes, como los aprobados esta semana.
Obama hace esto, aunque es un cierto
riesgo para la misma Cumbre. Aunque sea “de boca para
afuera”, hoy todos los gobiernos latinoamericanos
se pronuncian contra el bloqueo. Asimismo, el bloqueo, en la
última votación de la Asamblea General de la ONU, fue
condenado por 185 de los 192 países miembros. Hay algún
peligro de que Cuba termine siendo un tema principal en la
Cumbre, aunque el tradicional borreguismo de la mayoría de
los gobiernos latinos lo haga difícil.
Pero
el bloqueo sigue siendo, para el imperialismo yanqui, un
ejemplo para los pueblos latinoamericanos de que no está
dispuesto a tolerar desafíos como fue la Revolución
Cubana. El
“cambio” de Obama no modifica eso.
Neoliberalismo
“moderado”... en las palabras
En la esfera de la economía, los cambios de Obama tampoco son mayores.
Basta leer el “Proyecto de Declaración de Port of
Spain”, redactado en Washington, que se va a votar en
la Cumbre.
La mayoría de sus 66 artículos son las pavadas de siempre. Buenos deseos
que nadie espera que se cumplan, tales como “fomentar mayores oportunidades de empleo decente”
(¡en medio de una ola mundial de despidos, en primer lugar
en EEUU!), “reducir la desigualdad social y disminuir los índices
de pobreza a la mitad para el año 2015” y “aumentar los
niveles de nutrición de todos los pueblos” para la misma
fecha... Como faltan más de cinco años, habrá que seguir
pasando hambre...
Despejada la humareda rosada, las medidas concretas
son las de siempre: “seguir aplicando políticas macroeconómicas
sanas”. Cuando se las detalla, consisten en que
“seguiremos promoviendo el desarrollo del sector
privado”, etc., etc. Los estados deben ante todo “atraer
inversión privada adicional y fomentar el desarrollo
empresarial...” ¡Son las políticas neoliberales de
siempre: es decir, las que llevaron al abismo! Un chiste de
humor negro es la recomendación a los gobiernos de hacer
“gastos públicos prudentes”. O sea, lo opuesto que
Obama en EEUU.
En otros puntos se bendice el desarrollo de los
biocombustibles, incompatible con producir comida para
“aumentar los niveles de nutrición”.
Tampoco faltan largos párrafos sobre “perseverar
en nuestros esfuerzos para prevenir y combatir el
terrorismo”. Es decir, el “santo y seña” inaugurado
por Bush para bombardear e invadir. También eso sigue tal
cual.
El gran “cambio” es la traducción de todo eso
al lenguaje dulzón del “progresismo” y las ONGs.
Nota:
1.- Este rol de Brasil (que viene de antes), le ha
valido la caracterización de “subimperialismo” de parte
de algunos analistas importantes, como Claudio Katz. Aquí
no hay espacio para discutir este tema. Pero nos parece que
el rasgo fundamental para caracterizar a Brasil sigue siendo
el de su dependencia de EEUU y otros centros del
imperialismo, aunque por supuesto no sea una mera
semicolonia como otros países del continente.
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