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El imperialismo cambia el escenario
Af-Pak, la guerra de Obama
Por Claudio Testa
“La diferencia fundamental entre Bush y Obama, desde el punto de vista de
la clase dominante norteamericana, es de método;
esencialmente de procedimientos. Obama deberá cumplir el
programa para el que Bush fue elegido: mantener la hegemonía
imperial, programa que no realizó por absoluta
incompetencia...”
(P. Escobar, columnista del Asia Times de Hong Kong,
y especialista en temas del Oriente Medio, 17/04/09)
Obama ya tiene su guerra. O, mejor dicho, una ampliación fenomenal de la
primera guerra iniciada por Bush, la de Afganistán. Ahora,
al extenderla oficialmente a Pakistán, la convierte en un
conflicto mucho mayor, más grave y de consecuencias impredecibles.
Para subrayar que estamos ante algo nuevo, en los círculos de Washington le
han inventado un nombre al territorio donde se desarrolla la
contienda: es la guerra de Af-Pak, por las primeras sílabas
de Afganistán y Pakistán.
En verdad, de Obama puede decirse cualquier cosa menos que mintió sobre
este tema en su campaña electoral. Siempre dejó claro que
sus críticas a Bush y su oposición a la invasión de Iraq
en 2003 se debían a que la estimaba como la “guerra
equivocada”. Reflejó así un sector (al principio
minoritario) de la burguesía, y el personal político y
militar del imperialismo yanqui, que veía que lo de Bush
acabaría mal. Ahora Obama va a hacer la guerra
“correcta”.
Las críticas de esos sectores a Bush –entre los que se contaba el joven
senador por Illinois, Barack Houssein Obama– no
objetaban el proyecto global del imperialismo
yanqui –compartido con Israel–, de establecer un
firme dominio neo-colonial en Medio Oriente y Asia
Central, que sería el pilar de esa “hegemonía
imperial” de EEUU, aludida por el analista del Asia
Times. Las críticas eran a los “procedimientos”.
En esas áreas geopolíticas, había quedado abierto un cierto “vacío
de poder”, en primer lugar, por el derrumbe de la ex
Unión Soviética (en 1989/91) y la diáspora de sus repúblicas
de Asia Central, precedido del desastre de los distintos
nacionalismos burgueses “laicos” que habían gobernado
estados importantes de la región. Además, daba la
casualidad que, en esas regiones, se encuentran las
principales reservas de petróleo y gas del planeta.
Controlar esas reservas y, también, los territorios de los
oleoductos y gasoductos que lleven su producción al mercado
internacional, era punto clave de esa “hegemonía
mundial”. El dominio de esta región tiene esas jugosas
recompensas.
Por esos motivos, ya en los 90, mucho antes del fracasado Bush y su
sonriente sucesor, comienza en el imperialismo yanqui un
debate sobre cómo asegurar la dominación de ese área
estratégica. Como ya señalamos, en eso no había ni hay
diferencias, pero sí en los “procedimientos”.
En relación a eso, en la década pasada, se fortalece una corriente –los
llamados “neoconservadores” o, más breve,
“neocon”– que predica, como principales
“procedimientos”, emplear el poder militar de
EEUU y actuar, además, unilateralmente, por
cuenta propia, sin subordinarse a negociaciones y acuerdos
con sus tradicionales aliados europeos en el marco de la ONU
y la OTAN. En síntesis: EEUU era el super-imperialismo, tenía
el “gran garrote” en sus manos, y debía utilizarlo como
le diese la gana, sin pedir aprobación de nadie.
Esta orientación empezó a aplicarse con Bush desde el 2001, con el
oportuno atentado terrorista a la “Torres Gemelas”, un
episodio nunca bien aclarado, que dio el esperado pretexto y
el aval “popular” para iniciar las operaciones ocupando
Afganistán. Pero, en 2003, como ya recordamos, el ataque a
Iraq acabó con la unanimidad, tanto dentro como
fuera de EEUU.
A partir de allí la “guerra global contra el terrorismo” de Bush –“GWAT”,
como se la conoció por sus siglas en inglés– comenzó a
ir de mal en peor, al punto que Obama evita
cuidadosamente emplear esa expresión, incluso ahora, cuando
inicia lo de Af-Pak.
Bush hizo el ridículo de dar oficialmente por terminada la guerra de Iraq,
cuando en verdad apenas se iniciaba. En la cubierta de un
portaaviones, disfrazado de militar, proclamó: “¡misión
cumplida!”. Pero la verdadera guerra comenzó con la
ocupación. Esto marcó el principio del debilitamiento
geopolítico y militar de EEUU, que Obama ahora quiere revertir.
Este debilitamiento, que además hoy potencia la crisis mundial, combina
múltiples factores –entre ellos, las rebeliones y
procesos políticos latinoamericanos que han ido socavando
el dominio yanqui en nuestra región–. Sin embargo, el escenario
principal sigue estando en las guerras coloniales
desatadas por Bush. Por esos motivos, mientras Obama
distribuye abrazos, sonrisas y zanahorias en la Cumbre de
las Américas, desenvaina el garrote en Oriente Medio/Asia
Central e impulsa la guerra de Af-Pak. Es allí donde
va a jugar sus principales cartas.
La
gran mudanza de Obama: de Iraq a Af-Pak
Esto implica cambios que ya se habían iniciado durante la segunda
presidencia de Bush. En su segundo mandato, el desastre era
tan evidente que surge una especie de consenso en el
imperialismo yanqui que va imponiendo rectificaciones.
Con Obama, el cambio se hace más amplio y coherente.
A nivel diplomático, por ejemplo, el “unilateralismo” se reemplaza por
la búsqueda de consensos y aliados, la “legalización”
de las agresiones imperialistas por medio de los
borregos de la ONU y la participación de Europa en los
esfuerzos militares a través de la OTAN.
A nivel militar, estos cambios –ya en tiempos de Bush– se personificaron
en el desplazamiento del neocon Donald Rumsfeld al frente
del Pentágono y su reemplazo por Robert Gates, que hoy
continúa en su puesto con Obama. Que siga en funciones,
es toda una ratificación de continuidad del giro.
Sería largo exponer en detalle este giro a nivel militar. Podríamos
sintetizarlo diciendo que quedaron descartadas las
disparatadas doctrinas militares de Rumsfeld –un civil
aficionado a los juegos de guerra–, basabas exclusivamente
en el poderío tecnológico-militar de EEUU. Ahora, sin
dejar de lado ese factor, hay un regreso a las doctrinas
de la “contrainsurgencia”, heredadas de las
experiencias de Vietnam y las guerras coloniales de los
imperialismos europeos después de la Segunda Guerra
Mundial.
A nivel de los mandos, los cambios se expresaron en el vertiginoso ascenso
del general Petraeus, que en Iraq logró éxitos parciales,
gracias a este cambio de orientación. Esencialmente
Petraeus –aprovechando la falta de unidad de la
resistencia y explotando los enfrentamientos
religioso-sectarios y étnicos, las rivalidades tribales y
las barbaridades del extremismo islamista de Al-Qaeda–,
logró negociar precarios acuerdos de paz con sectores de la
resistencia. Aunque esto hoy da signos de deterioro, aparece
como un gran éxito, comparado con la situación de hace dos
o tres años.
Pero el desastre de Iraq, que resplandecía en el centro de la escena
mundial, hizo pasar más inadvertido que en Afganistán las
cosas se iban poniendo peor aun.
Ahora Obama comienza a trasladar el
centro de gravedad de la intervención militar
estadounidense de Iraq a Afganistán, con una simultánea
extensión a Pakistán.
Afganistán:
el “cementerio de imperios”
Por razones sociales largas de explicar, esta región sumamente atrasada
–cuyas fronteras se configuraron artificialmente en el
siglo XIX como “estado tapón” entre el Imperio Británico,
el Imperio Ruso de los Zares e Irán– ha merecido el
nombre de “cementerio de imperios”, debido a los
sucesivos y sangrientos fracasos de los poderes extranjeros
de imponerle una dominación directa. La burocracia
de Moscú fue la penúltima en comprobar esto, durante su
ocupación de 1979 a 1989. Ahora EEUU y sus comparsas de la
OTAN se encuentran en un aprieto parecido.
Patrick Cockburn –el gran periodista británico que cubrió la guerra de
Iraq y que ahora trabaja en Afganistán– pinta bien la
situación con una simple pregunta: ¿cuántos kilómetros
puede andar en auto el “presidente” títere Karzai, con
escolta militar y todo, saliendo de la capital, Kabul? La
respuesta es que, la semana pasada, apenas logró llegar al
aeropuerto para tomar el avión que lo llevó a Washington a
conferenciar con Obama y el presidente de Pakistán.
Si se hubiese aventurado algo más por cualquiera de las rutas que salen de
Kabul, se hubiese topado con los puestos de control de los
talibán [1]. Por eso, el “presidente” Karzai, es
apodado, en broma, el “alcalde de Kabul”, porque el área
de su “gobierno” no llega mucho más allá.
El dominio del resto del país está fraccionado entre las distintas fuerzas
denominadas “talibán” y los diferentes “señores de
la guerra”, “comandantes” que vienen de la época de
la lucha contra los soviéticos.
Bajo la común denominación de “talibán”, hay distintos jefes y
organizaciones que coinciden en la lucha por la expulsión
de los ocupantes pero que, al parecer, no tienen una dirección
central clara ni una coincidencia total de programas y políticas.
Su fuerza se despliega principalmente en las regiones del
sur y el este del país.
Por su parte, los “señores de la guerra”, bandoleros de diferente bases
étnico-tribales, “apoyan” (salvo una importante excepción)
al régimen títere de Kabul, pero eso no significa que le
permitan ejercer directamente el poder en sus feudos. El
hilo principal de la trama de intereses comunes (y peleas)
entre los títeres de Kabul y esos bandidos es, en primer
lugar, el negocio billonario de la producción y exportación
de opio y heroína, que comparten con la oficialidad yanqui.
A eso le siguen otros negocios parecidos, como embolsarse la
“ayuda humanitaria” que viene del exterior.
Sin embargo, para la inmensa mayoría de los afganos, no ha sido negocio
alguno la ocupación imperialista. Sólo ha representado más
miseria y muchísima más sangre. Es que las tropas
occidentales evitan a toda costa el enfrentamiento cuerpo
a cuerpo con la guerrilla. Apenas hay problemas, piden
“apoyo aéreo”: o sea, el bombardeo indiscriminado de la
población. Esto multiplica las masacres de civiles,
especialmente mujeres y niños. La consecuencia final de
esto ha sido el renacimiento del talibán.
¿Pero por qué Pakistán?
¿Pero por qué Washington encara la crítica situación afgana llevando la
guerra al país vecino?
La semana pasada, Obama convocó en Washington a sus vasallos, los
presidentes de Afganistán y Pakistán y, con ellos, anunció
el inicio oficial de la campaña. Ya desde hace tiempo,
extraoficialmente, los ataques aéreos yanquis a aldeas
pakistaníes (y las muertes de sus habitantes) eran de
rutina. Ahora ha comenzado a actuar directamente el ejército
de Pakistán, atacando el valle Swat, al norte del país.
Esto tiene que ver, en primer lugar, con el carácter artificial de
las fronteras entre Afganistán, Pakistán y otros estados
de la región, como la India, por un lado, e Irán, por el
otro. Los límites fueron trazados principalmente en las épocas
del Imperio Británico, dejando de uno u otro lado de las líneas
fronterizas a los mismos pueblos, unidos por tradicionales
lazos de idiomas, familiares, tribales, etc.
Así de la etnia pashtún, viven unos 8 millones del lado afgano y otros 22
del lado pakistaní. Los pashtunes de Afganistán son una de
las bases fundamentales de los talibán. Esto sucede también
del lado pakistaní, aunque el talibán que existe allí es
independiente de las organizaciones afganas.
La “solución” de Washington a este problema fue, inicialmente,
bombardear a las poblaciones a uno y otro lado de la
frontera. Como era lógico, las masacres no hicieron más
que fortalecer al talibán pakistaní.
Ahora, Obama, después de violentas presiones, ha logrado que el gobierno de
Pakistán inicie una mini-guerra civil en el valle Swat,
cuya primera consecuencia es una ola de casi un millón de
refugiados que huye desesperada de la matanza.
Pero, como decíamos al principio, las consecuencias de esto pueden ser incalculables.
Pakistán, con 180 millones de habitantes, con un débil y
desprestigiado gobierno,
con una crisis económica pavorosa, una multiplicidad de
etnias, y un movimiento obrero, estudiantil y popular urbano
con importantes tradiciones de lucha, puede hacer que Af-Pak,
la guerra de Obama, termine en un desastre no menor que los
provocados por Bush.
Nota:
1.- No podemos examinar aquí la compleja génesis,
naturaleza y evolución de los talibán. Digamos sólo que,
paradójicamente, EEUU, sus socios de Arabia Saudita y sus
agentes en el Ejército de Pakistán, tuvieron mucho que ver
con su nacimiento, cuando tuvieron la genial idea de
impulsar y financiar las variantes más fanáticas y retrógradas
del Islam sunnita para combatir al socialismo, al
nacionalismo laico y a la ocupación soviética de Afganistán.
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