Cuestiones de estrategia frente a la crisis capitalista
Ocupación, estatización y control obrero
Por José
Luís Rojo
“Cada huelga encierra la hidra de la revolución”
(ministro prusiano
en el siglo XIX).
En el laboratorio de experiencias de lucha en que se está
convirtiendo el mundo, por la crisis económica más dramática
desde los años ‘30, se está comenzando a expresar una
tendencia a ocupaciones de fábrica. Ocupaciones que parafraseando a un ministro
alemán del siglo XIX, potencialmente muestran la
capacidad de los trabajadores para dirigir los asuntos de la
sociedad. Las
mismas plantean el problema del destino ulterior de la
empresa, colocándose así cuestiones que tienen que ver con
la propiedad y la gestión de las empresas (como en
el caso en nuestro país de la papelera Massuh). Se trata
entonces de ir sacando las enseñanzas del caso delimitando
educativamente la serie de elementos que están en juego en
estas experiencias.
Nada que perder, salvo las cadenas
En un trabajo publicado semanas atrás realizábamos un análisis
acerca de cual sería la mecánica
de la respuesta obrera a la crisis. Decíamos que no era
fácil encontrar los puntos de apoyo para la acción cuando
el mundo se hunde bajo los pies; que a la clase obrera
siempre le ha costado pelear bajo las condiciones de
desempleo de masas. Además, que había que entender la
respuesta obrera en las condiciones de las enormes
transformaciones objetivas y subjetivas sufridas por la
clase obrera en estos últimos 30 años: una
herencia de fragmentación y de crisis de su conciencia y
organismos de lucha y representación política.
Sin embargo, esto tiene necesariamente una contratendencia,
la misma crisis termina generando las condiciones materiales para que en determinado momento la base
obrera se vea obligada a reaccionar, cuando el ataque atañe
a la mayoría social de los trabajadores; cuando la
patronal, el gobierno o el Estado actúan sin las necesarias
“mediaciones”; cuando se tiene a mano un ejemplo exitoso
reciente; o cuando se pone a los obreros entre la espada y
la pared de no tener ya nada que perder salvo sus cadenas, la clase obrera
reacciona desbordando incluso el nefasto contrapeso
contrarrevolucionario de las burocracias de todos los
colores.
En este último sentido, muchas veces se pierde de vista
el carácter realmente reaccionario de la mediación burocrática
y el hecho de que la estrategia (no tácticas determinadas)
nunca podría ser la insulsa “exigencia” de que haga
algo (cuestión en la que caen la mayoría de las corrientes
de la izquierda en nuestro país), sino el impulsar la tendencia revolucionaria a su desborde y a la
organización independiente de los trabajadores.
La
tendencia a la ocupación de fábrica
En este contexto, está ocurriendo un fenómeno singular:
ante la quiebra empresaria, si bien no todavía de
manera generalizada, los obreros están procediendo a la
ocupación de plantas. Quebrado el mito de los supuestos
beneficios de la “mano invisible del mercado” y la
“inviolabilidad” de la propiedad privada, los
trabajadores se aferran a sus fuentes de trabajo concientes
de la “muerte social” que significaría quedar sin
trabajo. Esto está redundando en la
“generalización” de una medida de lucha de inmensa
importancia: la ocupación obrera de la planta
evitando las trampas jurídicas y los aprietes para que las
desalojen,
y su eventual puesta a producir bajo su responsabilidad.
En realidad, las experiencias que están ocurriendo en el
norte del mundo se están llevando a cabo –hoy por hoy–
sólo para lograr el cobro de las indemnizaciones por los
despidos, no todavía para imponer la continuidad de la
fuente de trabajo.
Este limitado
programa es el que ha caracterizado experiencias como
las de los obreros de “Republic Windows & Doors” en
Chicago, EEUU, a comienzos del año; o mismo recientemente
el caso de la “Visteon” en Gran Bretaña.
Un proceso más avanzado podría estar comenzando a
manifestarse en nuestro país, no casualmente está el
precedente de las experiencias del 2001,
de una tendencia a la estatización. En casos como la
papelera Massuh (o mismo Pilkington), los compañeros no
buscan la indemnización sino la continuidad de la fuente de
trabajo habiendo logrado imponer su estatización parcial
y/o la reincorporación de todos los despedidos.
Independientemente
de lo anterior, el hecho es que el proceso de ocupación de
fábrica es un fenómeno inmensamente progresivo: coloca
sobre la mesa una situación de cuestionamiento al monopolio
de la autoridad de la patronal: una situación de
verdadero doble poder en el seno de la planta. Una
circunstancia de poder
dual entre el cuestionado patrón –que sin embargo
tiene de su lado a las instituciones del Estado– y los
trabajadores, que pasan a ejercer un control de hecho por
intermedio de la ocupación misma: “Nos hemos dado cuenta de nuestro poder” decía un obrero de la
Visteon, Gran Bretaña, cuando comentaba la principal
conclusión que había sacado de la ocupación de la planta.
Si
la ocupación se resuelve exitosamente garantizándose la
continuidad de la fuente de trabajo, el resultado es
entonces que se frena la tendencia a la descomposición
de la clase
trabajadora que es uno de los subproductos de la crisis.
Es decir, la orientación capitalista a hacerle pagar
la crisis a los trabajadores mediante el expediente de la
creación de un enorme “ejercito industrial de reserva” que
deprime los salarios y las condiciones de trabajo de toda la
clase.
Como está visto, la experiencia de la ocupación es estratégica:
revela el verdadero poder que anida en la acción colectiva de la clase
obrera cuando se saca de encima todas las telarañas
mentales, jurídicas y de todo tipo y color que oprimen su
conciencia.
Exige, por
lo tanto, la decidida atención, seguimiento, aprendizaje y
vuelco por parte de los socialistas revolucionarios para ir
sacando las enseñanzas
que las mismas comienzan a dejar.
¿Cooperativa
o estatización?
Tres son –groso modo– las “alternativas” en
materia de propiedad
que se están poniendo sobre la mesa frente a la realidad de
quebranto empresario. Desde diversos sectores
gubernamentales, patronales o sindicales el programa que se
esgrimió en oportunidad de la lucha de Massuh apuntaba a
resolver las necesidades del empresario: ni
siquiera se rozaba el derecho de propiedad privada. Bajo
excusas del tipo “defensa de la industria nacional” lo
que se propone es una serie de medidas de protección para
sectores patronales…
Dentro de esta tónica entra la
“opción” de buscar un nuevo capitalista que se haga
cargo de la empresa declarada en bancarrota.
Esta
perspectiva, por definición, excluye lo elemental: el
apoyo a la lucha que están llevando adelante los
trabajadores cuando ocupan una planta y que como tal
supone de suyo ya un cuestionamiento a la propiedad
capitalista.
Por el contrario, la respuesta suele ser el
“bombardear” la ocupación mediante una batería de
medidas: desde oficios librados por algún fiscal, pasando
por las conciliaciones obligatorias, hasta la abierta
represión “legal” (la policía), o mismo ilegal (las
patotas sindicales). Todo esto siempre
en defensa de la ya señalada “intangibilidad” de la
propiedad privada capitalista.
Si no consiguen un nuevo patrón, una variante que
levantan habitualmente sectores de los de arriba (en el caso
de Massuh el intendente de Quilmes y dirigente de la UOM
“Barba” Gutiérrez) es la cooperativa,
la más de las veces, además, transitoria, sin la
expropiación definitiva de su dueño capitalista.
Partiendo de la situación de hecho creada por la ausencia
de la patronal, y del justo impulso de los trabajadores a
tomar en sus manos la conducción de la producción, esta
propuesta entraña una grave contradicción: se
pretende que el Estado se desentienda de toda
responsabilidad sobre la situación de la empresa, a la que
se deja aislada, sin una perspectiva de conjunto, sin
financiamiento, bajo el inevitable imperio de las leyes del
mercado capitalista que llevan a la auto-explotación de sus
trabajadores para competir en él. Es por esto que en
muchas de estas experiencias rápidamente se comienzan a
imponer criterios de “productividad” para garantizar
los ingresos. Es decir, de “competencia” entre compañeros.
Se pretende incluso que los trabajadores pongan plata de sus
bolsillos para sacar la empresa adelante o para pagar una
“indemnización” a los empresarios que se han fugado y
han hundido la empresa...
Estatización
y control obrero
En síntesis: la cooperativa somete a sus trabajadores a
una ley de hierro de la cual no pueden zafar:
el intentar “salvarse” admitiendo todas las leyes de la
producción capitalista y dejando que el Estado se
desentienda de toda responsabilidad en el financiamiento de
la misma. Se trata de luchar por otra
perspectiva: la estatización sin pago de las empresas
que pretendan despedir masivamente y/o cerrar bajo el
control o la administración de sus trabajadores. En
este tipo de experiencias hay tres aspectos que remarcar. En
primer lugar, la
estatización y/o expropiación debe hacerse sin indemnización
alguna al capitalista que ya se cobró de sobra mediante los
años y años de explotación obrera.
En segundo lugar,
se
trata de hacer cargo al Estado capitalista de la bancarrota
económica y de la responsabilidad por el quebranto de estas
empresas. Al
revés que en el caso de las cooperativas, el “embrete”
de la estatización apunta a que el Estado se haga
responsable del financiamiento de la empresa en cuestión.
Responsable en la medida en que en su carácter de
representante general de los intereses de los capitalistas es una trampa el que pretenda lavarse las manos de la situación.
En tercer lugar, el planteamiento de la estatización
también es opuesto a la cooperativa en la medida que da a
entender la necesidad de ponerse
desde una perspectiva de conjunto: hacia el resto de las industrias y
ramas de la producción.
Pero hay que ser conscientes que con ser la estatización
una medida justa e imprescindible, la pelea no puede terminar de ninguna manera ahí: ¡no es una panacea que venga a resolver todos los problemas!
No se debe perder de vista la perspectiva de
acabar realmente con la explotación de la clase obrera. ¿Qué
quiere decir esto? Que la perspectiva consecuente
con los intereses obreros es que la producción pase a ser controlada por los
propios trabajadores y no por parte de un funcionario tipo
Guillermo Moreno.
La estrategia no puede ser que la producción sea
organizada por un Estado capitalista que erigiéndose
por encima de los trabajadores se quede finalmente con la
parte del león de la misma apoyándose en la subsistente
explotación obrera.
Por el contrario, se debe pelear para que la
conducción económica esté verdaderamente en manos de los
trabajadores mismos.
Esto es imprescindible para poder luchar por criterios de
solidaridad y cooperación entre los trabajadores y no de
competencia, “productividad”, y guerra de todos contra
todos como caracterizan a la empresa capitalista aún sea
esta estatal.
Esto va de la mano con la necesidad de pasar de los
criterios de la ganancia a costa de la explotación obrera a
los criterios de considerar la producción como valor
social: el ponerla al servicio de la
satisfacción de las necesidades sociales.
Es preciso ser conscientes que durante la lucha contra el
capitalismo (e incluso en la primera etapa de la transición
al socialismo), seguirá imperando –por razones de
necesidad y escasez– una forma de “explotación”
derivada: la
“auto explotación” entre trabajadores. Trabajadores
que por voluntad conciente
deben decidir que parte de su trabajo queda para la
acumulación de mejores condiciones para las generaciones
futuras y la reproducción ampliada del “capital” y que
parte va a su propio consumo. Es la administración de este excedente de su propio trabajo la que debe
ser decidida colectivamente y no dejada en manos del Estado
capitalista por más “progresista” que el mismo se
presente
La perspectiva debe ser el poder
En el fondo, aunque los compañeros no lo sepan, la dinámica
de las ocupaciones de fábrica y la estatización de las
mismas lo que coloca sobre la mesa es la
incapacidad de los capitalistas de seguir dirigiendo la
sociedad. Claro que esta tendencia es mediatizada e
inhibida por las medidas de estatización burguesa: el Estado patronal sale al rescate de los
capitalistas privados pero no para acabar con la propiedad
privada sino a la postre para garantizar su continuidad como
clase social (así como la forma política que les
corresponde). De ahí que las estatizaciones que se han
venido procesando en estos últimos años en Latinoamérica
–gobierno de Chávez y Evo Morales– no
han puesto en cuestión la continuidad del capitalismo en la
región.
Estas medidas han involucrado sobre todo la reestatización
de lo anteriormente privatizado (sobre todo en materia de
explotación de recursos naturales) más que
avanzar sobre áreas de propiedad privada de “toda la
vida”.
Esto por una razón sencilla: la gestión de este
“nacionalismo burgués” del siglo XXI (a igual modo que
el del siglo XX) no
busca acabar con el capitalismo sino sólo darle más peso
al Estado en la gestión del mismo en circunstancias de
crisis precisamente para rescatarlo de la crisis, cuestión
que la propia crisis mundial ha actualizado hoy a escala
mundial.
La política de los esposos K es un pálido reflejo de
esto último: pálido decimos porque sus medidas
“estatizantes” (como la de las jubilaciones privadas)
han llegado en plena decadencia del mismo, lo que las hace aún
más inestables.
En definitiva, aquí se termina planteando un problema político-estratégico:
la perspectiva de la estatización debe ponerse sobre la
mesa íntimamente ligada a
educar en la necesidad del poder de la clase trabajadora
como solución definitiva a sus problemas (no
puede haber salida económica que por sí misma solucione
los problemas de los trabajadores).
Desde este punto de vista, más que a la estatización la
perspectiva de los socialistas revolucionarios apunta a la abolición de la propiedad privada en las principales ramas
económicas por la vía de la expropiación de los grandes
grupos capitalistas: la
convergencia entre la pelea por la expropiación de la clase
capitalista con la toma del poder por parte de los
trabajadores.
Estas cuestiones podrían ponerse sobre la mesa en las
próximas semanas en los mismísimos EEUU ante la
circunstancia del cierre
masivo de plantas de Chrysler y General Motors.
Y no sería nada descartable que en todo el sector
autopartista mundial se generalicen experiencias de este tipo dado el grado de crisis de
esta rama industrial.
En oportunidad de las discusiones del programa para la
conformación del frente electoral con los compañeros
del PTS e IS, nos
llamó la atención que los primeros nos preguntaran
“a qué nos referíamos” cuando hablábamos del
“desborde” a la burocracia sindical…
No se nos escapa que el “legalismo” es un elemento
de enorme importancia en la conciencia de los
trabajadores prácticamente a lo largo y ancho del
mundo. No se nos escapa que es imprescindible utilizar
como punto de apoyo secundario las herramientas legales
so pena de irremediable propagandismo. Pero esto se debe
hacer sin caer en
el cretinismo legal que caracteriza a varias corrientes
de la izquierda.
A decir verdad, en la cristalería irlandesa Waterford
Cristal Visitor si
se logró la reincorporación.
En
el emotivo festejo del triunfo en Pilkington no dejó de
llamar la atención cuando cantando contra la burocracia
sindical los compañeros entonaron el ya histórico ¡“Que
se vayan todos, que no quede ni un solo”!
Esta fue la política de Alberto Piccinini, secretario
general de la UOM de Villa Constitución para Metal
Paraná cuando la lucha a comienzos de este año.
Es el señalado caso de Blas Alari en Massuh o mismo el
papel abiertamente rompehuelgas que cumplió el
sindicato del vidrio frente a la ocupación de la
Pilkington.
En
este sentido, hay que subrayar que en el caso de la
papelera no sólo no
se le expropia la planta a Massuh, sino que éste la
entrega en “arriendo” al Estado su planta, el que le
va a pagar un canon por el alquiler, canon
mediante el cual pagará sus cuentas y en un par de años
recuperaría el control pleno de la empresa…
De ahí que, por ejemplo, Guillermo Moreno haya dicho
que “ya tiene vendida toda la producción de Massuh de
los próximos meses”: esto porque el Estado es el
principal acreedor de su patronal y, a la vez, un obvio
mercado consumidor de una gran cantidad de papel.
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