Socialismo o Barbarie, periódico Nº 154, 03/07/09
 

 

 

 

 

 

Elecciones del 28/6: un voto conservador no exento de contradicciones

El ocaso de los K

Se acaban de realizar las elecciones más importantes desde el 2003. Está claro que el gobierno sufrió una derrota categórica que expresa el final de un ciclo político. Buscó plebiscitarse con el adelantamiento electoral y terminó con un contundente rechazo: casi el 70% le dio la espalda[1].

Este ciclo político que está terminando podríamos llamarlo de “normalización progresista” del país. Un ciclo político que se abrió con la asunción de Néstor Kirchner como responsable de reabsorber el proceso de rebelión popular que se había iniciado en diciembre del 2001.

En esta tarea los Kirchner tuvieron un éxito rotundo: el país fue normalizado. La rebelión popular se reabsorbió dándose varios pasos en la labor que el mismo Kirchner formulara años atrás de hacer de Argentina “un país normal”.

Hay que hacer una importante precisión: no se puede dejar de subrayar que se trata de toda la “normalidad” que es posible en un país semicolonial con las intensas contradicciones de Argentina, en el marco del ciclo de rebeliones populares latinoamericano (ciclo que no se ha cerrado) y, desde el año pasado, de la crisis económica mundial más grave desde los años 30 del siglo XX.

Sólo en este marco general es que se puede hacer el balance electoral, así como proyectar los escenarios alternativos que el mismo puede terminar abriendo.

De la normalización progresista a la conservadora

La normalización kirchnerista tuvo varios elementos “anormales” para los parámetros capitalistas “tradicionales”. Lo que los capitalistas intentan con estas elecciones es ensayar un escenario de normalización realmente más normal.

Muchas veces hemos señalado que el de los K fue un gobierno capitalista lo más normal posible dentro de las anormales circunstancias creadas por las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001 y del contexto regional y mundial de esta primera década del siglo XXI.

Comparado con el gobierno nacionalista burgués de Hugo Chávez en Venezuela o el de frente popular de Evo Morales en Bolivia, está claro que el gobierno de los K fue un gobierno capitalista mucho más normal. No fue nunca un nacionalismo burgués con cierta resistencia al imperialismo[2] y mucho menos de frente popular en el sentido de un gobierno sobre la base de las instituciones capitalistas pero de organizaciones no directamente de los patrones (como es el caso boliviano).

Sin embargo, esto no quita que el gobierno K haya sido todo lo normal que lo dejaron ser las circunstancias que debió enfrentar. Claro que, en este sentido, una vez cumplidas sus tareas estabilizadoras, la clase capitalista ha terminado por bajarle el pulgar inclinándose hacia una variante de normalización, verbigracia, más normal: una normalización conservadora, sin veleidades “progresistas”, sin concesión alguna –por mínima que ésta sea– hacia las masas trabajadoras.

Pero veamos primero a qué nos referimos cuando hablamos de las “anormalidades” de los K. En realidad, se ha tratado de una –y sólo una– “rareza” comparada con el escenario prevaleciente en los 90: cierta tendencia a la intervención política en la economía.

Es decir, una tendencia a la intervención del Estado a “mediar” las relaciones entre clases y fracciones de clase. Esto, sobre todo en lo que hace a un determinado arbitraje entre sectores patronales. Pero también en relación a minúsculas “concesiones” (creación de empleo super explotado vía devaluación y ciertos mecanismos de proteccionismo económico) o políticas “reformistas” de casi nulo alcance en el terreno de los derechos humanos.

Pues bien, el conjunto de la patronal del país no admite más este tipo de arbitraje[3] ni concesión alguna a las masas. De ahí la histérica campaña desencadenada por los más diversos sectores de la patronal y los medios acerca de que si Néstor Kirchner ganaba la campaña en Provincia se vendría una ola de “estatizaciones”…

En el contexto del creciente impacto de la crisis mundial en el país, lo que en el fondo exigen es que se desencadene un duro ajuste sobre las masas trabajadoras y que la propiedad privada de sus empresas, tierras, ganancias y rentas no admita cuestionamiento alguno por mínimo que éste sea. Más simplemente: ¡que la crisis la paguen los trabajadores y las masas populares!

En todo caso, lo que más fue provocando este alejamiento del conjunto de los sectores patronales fue esa intervención política del Estado en la economía. Intervención que si bien benefició a importantísimos sectores concentrados de la industria y el agro (vía subsidios multimillonarios y muchos otros mecanismos), dado el cambio completo de circunstancias provocadas por la crisis mundial, no es más admitido por la clase capitalista.

Hecho el trabajo sucio por parte de los K, los capitalistas quedaron a la búsqueda de un personal político de recambio que lleve a cabo una etapa más conservadora de la vida política nacional.

El conflicto con el campo como bisagra reaccionaria

Los cuestionamientos hacia los K venían en aumento en oportunidad de la elección de Cristina. Pero está claro que el salto cualitativo se produjo con el reaccionario lock-out de las patronales agrarias[4]. La derrota del gobierno en este conflicto le propinó un sopapo de tal magnitud que las últimas elecciones sólo han venido a ser la corroboración de su irreversible decadencia.

En un texto que acabamos de publicar hacemos un exhaustivo análisis de esta pelea que sigue marcando parte importantísima de los parámetros de la vida política del país[5].

Básicamente, lo que ocurrió es que reabsorbida la rebelión popular, con el conflicto del “campo” emergió una oposición político-social por derecha encabezada por las patronales agrarias de la Mesa de Enlace y apoyada en franjas mayoritarias de las clases medias del campo y la ciudad.

Este movimiento social conservador contó desde el principio con la equívoca simpatía de un amplio sector de la opinión pública de masas que en su creciente y justa bronca con los K, terminó siendo canalizada no por izquierda sino a la derecha del mismo gobierno.

A esta confusión contribuyó activamente un amplísimo arco iris: desde los asfixiantes medios de (des)información hasta figuras de “izquierda” como Vilma Ripoll.

Con el transcurso de los meses, y ante la emergencia de la crisis económica mundial, lo que terminó ocurriendo es que no sólo la patronal agraria quedó de la vereda de enfrente del gobierno de Cristina K. En los hechos, la realidad es que en los últimos meses las principales organizaciones de la burguesía industrial –como la UIA y la AEA– se terminaron inclinando también hacia la oposición al gobierno.

Está claro entonces que perdido el apoyo de lo más granado de la patronal, de las clases medias de la ciudad y el campo y también de amplias porciones de los sectores populares y los trabajadores, el gobierno quedó en el aire. No hay aparato que valga cuando se pierde el apoyo de las clases fundamentales. Necesariamente éstos (que no expresan políticamente otra cosa que clases o fracciones de clase) se tienen que dividir.

Y esto es lo que pasó al interior del PJ (por ejemplo, todo el tema de la “traición” de los intendentes del Gran Buenos Aires) o de la burocracia sindical de la CGT y la CTA. El gobierno nunca pudo recuperar el aliento y perdidos sus apoyos fundamentales, terminó sufriendo una durísima derrota electoral.

Unión-Pro se coloca como principal oposición

Sólo sobre estos parámetros de un análisis de clase se puede entender el resultado electoral. Es que el reflejo incluso en el “clima” electoral del 28 tuvo que ver con estas circunstancias políticas que venimos señalando. La campaña electoral fue una “heladera”. Su rasgo dominante –entre las grandes masas– fue de apatía. Esto se podía notar en cualquier actividad de agitación política.

Claro, es evidente que cuando en una campaña electoral su principal reflejo es la Casa del Gran Cuñado, el electorado muy a la izquierda no se puede expresar…

Es que se trató de una campaña dominada absolutamente por una relación mediática de las amplias masas con la política; una campaña “espectáculo” completa y absolutamente pasiva; vaciada de todo contenido que no fuera marketing; con cero relaciones militantes con los votantes a no ser las “recorridas” de los candidatos a modo de estrellas de cine… Un verdadero anticlímax del espíritu prevaleciente cuando el que se vayan todos del 2001.

Es en este sentido que se terminó dando lo evidente. En la provincia de Buenos Aires y la Capital Federal –que son las que dominan el panorama político nacional– la “estrella” de la elección fue Unión-Pro. Si bien su elección en Capital Federal fue más contradictoria (la insulsa reaccionaria Gabriela Michetti tuvo una performance bastante mediocre), el “batacazo” lo dio De Narváez en el principal distrito electoral del país. Que dos empresarios multimillonarios sean los que dominen las marquesinas políticas en los principales distritos del país no deja de tener un profundo significado conservador.

En este sentido, las matemáticas podrán indicar que la fuerza opositora que más votos sacó a nivel nacional (y que más representación parlamentaria tiene) ha sido la Alianza Cívico y Social.

Sin embargo, la alianza Carrió-UCR se quedó sin espacio político propio al estar tan corrida a la derecha. De ahí sus malas performances en Capital y Provincia donde quedó tercera. Con esto no alcanza a elevar a Carrió o más posiblemente al mismo Cobos (o Binner que perdió en Santa Fe) como opción “presidenciable” para la patronal. Esta se definirá, en todo caso, por alguna variante de este tinglado que va desde el PRO hasta el PJ disidente y post K (desde Macri hasta Reutemann).

Los K también pierden votos por izquierda

Sin embargo, que el conjunto de la elección se haya expresado en el sentido de un proceso que hemos dado en llamar de normalización conservadora del país no quiere decir que el gobierno no haya perdido también votos por izquierda. Esto es muy importante subrayarlo.

En este sentido, la importante votación de Solanas en Capital Federal –alcanzando prácticamente el 25% de los votantes– expresa esto. Está claro que Solanas “bebió” de varias fuentes: del kirchnerismo tomó la mitad de sus votos; pero también tomó los votos que supo tener en su momento Luís Zamora (entre el 2001 y el 2003), e incluso de la misma Elisa Carrió, que se corrió hacia un estilo tipo derecha de la “Libertadora” del 55 y espantó a sus iniciales votantes progres.

Desde ya que los votantes de Solanas seguramente no están al tanto de su vergonzosa posición cuando la crisis del campo. Es que de la mano de Lozano de la CTA también se alineó con la Mesa de Enlace de las patronales agrarias. Pero esto quedó opacado durante una campaña donde tocó otro tipo de “acordes” más cercanos al tema de la estatización de los recursos naturales[6].

En este contexto, es un hecho a destacar que en varios distritos la izquierda “roja” hizo una elección nada despreciable. Elecciones modestas pero no marginales que están expresando electoralmente la emergencia de una nueva generación obrera y juvenil luchadora que avanzó en su politización y cuestionamiento por izquierda a los K.

Este es un dato a subrayar aunque los reaccionarios medios de (des)información se dediquen a tirar su mugrienta basura contra la izquierda independiente. Así, el tendencioso balance del diario Clarín es que se habría tratado de “otra elección para el olvido”…

Sin embargo, la votación del Frente de Izquierda en Provincia de Buenos Aires y Córdoba (o votaciones como la del PO en Salta) expresaron que una franja importante de la vanguardia obrera, estudiantil y de la izquierda votó por las expresiones de la izquierda independiente[7].

Cuando se pretende el retorno de la ley de la selva del mercado

Sin embargo, este resultado de normalización conservadora de la vida política del país entraña una tremenda contradicción. No se trata solamente del elemento más general acerca de que toda normalización en el país debe ser concebida dentro del marco de las tensiones creadas por la crisis económica mundial y las que tienen que ver con los vaivenes del ciclo regional (ver ahora la situación en Honduras).

Se trata de consideraciones más concretas. Es un hecho que aquellos sectores de las masas populares que se inclinaron por la votación a De Narváez no tienen realmente idea del programa que su candidatura encarnó. No saben que acaban de votar un ajuste general en clave neoliberal de la economía K.  Por ejemplo, en estos días se señaló profusamente que “la mayoría [de los grupos empresarios] apuesta a que con el resultado electoral, el gobierno no podrá avanzar en propuestas estatizadoras y que será más prudente en las negociaciones de precios y salarios”[8]. Traducido al castellano: nada de intervención del Estado en la economía. Retorno del pleno imperio de la ley de la oferta y la demanda, lo que significa que si los capitalistas quieren despedir, que despidan, si quieren rebajar salario, que los rebajen. Reprivatización de empresas estatizadas (aunque los K lo hayan hecho miserablemente, en cuotas y sin control de los trabajadores). Si una empresa cierra, bienvenido, mejor para sus competidores. No importa si cientos de familias obreras quedan en la calle. Devaluación del peso y libre exportación de los productos agrícola-ganaderos de la canasta familiar, no importa si esto genera un brutal deterioro de los salarios vía inflación. Ajuste fiscal del Estado porque las cuentas no dan, no importa si esto revienta el salario de docentes y estatales, y así de seguido.

El ajuste que viene

En síntesis, se trataría de volver a respetar el “libre juego de la ley de la oferta y la demanda” y la intangibilidad de la propiedad privada aunque cree nuevamente desempleo de masas y un brutal deterioro del salario real.

Ese es el contenido de la normalización conservadora en el terreno de la economía: un muy fuerte ajuste económico para salvar las ganancias de los capitalistas aun a costa del deterioro de las condiciones de vida, trabajo y salario de los trabajadores.

Es decir, un programa económico reaccionario heredero de los reclamos de la Mesa de Enlace; programa que ahora parece haber sido hecho propio por lo más granado de la patronal industrial y que seguramente comenzará a ser aplicado por los propios esposos K más temprano que tarde en virtud de su expreso compromiso con la gobernabilidad del país.


[1] En datos “redondos”, nacionalmente el kirchnerismo obtuvo un 30% de los votos, mientras que sumados el PRO, el Acuerdo Cívico y Social y el PJ no K se alzaron con un 60% de los mismos. Un nada despreciable 10 se repartió entre el centro izquierda y la izquierda “roja”.

[2] Que los K nunca llegarían tan lejos se demostró en el conflicto con el “campo” donde no fueron capaces de hacer ninguna mínima concesión a las masas para ganarse los fervores populares. 

[3] No es casual que una figura como Guillermo Moreno, encargado de muchas de estas menesterosas intervenciones políticas en la economía sea hoy tan repudiado y este a punto de renunciar. 

[4] Paro patronal apoyado desde la “izquierda” por el PCR y el MST y que dado el alcance histórico-estratégico de tan escandalosa capitulación ha terminado por enterrar a este último quedando al borde de su liquidación luego del lapidario balance expresado en su resultado electoral. 

[5] “La rebelión de las 4 por 4”, de Roberto Sáenz.

[6] Sabattella en la Provincia de Buenos Aires no repitió el fenómeno de Solanas en Capital; su perfil es mucho más de “gestión honesta” que de otra cosa. Sin embargo, esto no quiere decir que no le haya sacado algunos votos también a los K, alcanzando casi el 6% de los votos válidos.

[7] La izquierda (incluyendo aquí al Frente nuevo MAS-PTS-IS, al PO e incluso -por una cuestión de viejas tradiciones- al MST) de conjunto aumento su caudal y a su interior se vivió un claro proceso de redistribución “a izquierda” del propio voto de la misma izquierda con la debacle del MST.

[8] Clarín, 30-06-09.