Seis
meses de Obama
Las contradicciones del reformismo
sin reformas...
y en tiempos de crisis
Por
Claudio Testa
Ya
van seis meses de Obama en la presidencia de EEUU. El
agitado curso de la situación mundial –por un lado, la
peor catástrofe económica desde la Gran Depresión; por el
otro, un surtido de crisis políticas y sociales, dentro y
fuera de EEUU– han sido más que suficientes para ajustar
una caracterización del inquilino de la Casa Blanca y sus
políticas.
Al mes de iniciarse su mandato, en un artículo de José
Luis Paredes –“Los limites del «gatopardismo
imperial»”, SoB Nº 145, 19/02/09–, señalábamos
las “presiones contrapuestas” que enfrentaba, en “el
imposible intento de conformar a «tirios y troyanos».
“Es que Obama –añadíamos– es la encarnación de un
gobierno redondamente burgués e imperialista pero bajo una
expresión «progresista» ante el escenario del derrumbe
del consenso neoliberal imperante en el mundo y los propios
EEUU desde finales de los años 70. Con qué reemplazarlo,
nadie lo sabe.
“¿Será capaz Obama de realizar un arbitraje en
relación a quién pagara los dramáticos costos de la
crisis entre la propia clase dominante estadounidense,
los demás estados imperialistas, países ‘emergentes’
tipo China, India, Brasil y México, y respecto del
movimiento de masas mundial? Nos permitimos dudarlo. Porque
no está nada claro que tenga la suficiente fortaleza como
para mediar eficazmente ante el tremendo trastrocamiento de
las condiciones de la estabilidad mundial y las presiones
contrapuestas de clases, estados y fracciones de clase.
“En todo caso son estas dramáticas circunstancias las
que ya están poniendo a prueba la eficacia de esta suerte
de proyecto de «gatopardismo imperial» (como bien
lo definió el intelectual argentino Atilio Borón),
proyecto que hasta ahora no parece atinar a ir mucho más
lejos que una suerte de «neoliberalismo light» de
pacotilla...”
Efectivamente, los seis meses transcurridos han confirmado
esencialmente este pronóstico, con el añadido de que las
“expresiones «progresistas»” de Obama no han pasado
a mayores... ni en EEUU ni en el exterior.
Obama ganó la presidencia de EEUU (y también grandes
simpatías en el exterior) agitando una palabra mágica: “cambio”.
Pero, como analizamos más en detalle en otros artículos,
resulta que los “cambios” son insignificantes...
o para peor. Esto coloca a su gobierno en una
contradicción cada vez más escandalosa entre las enormes expectativas
de “cambios” progresivos que suscitó –tanto a
nivel nacional como internacional–, y las miserables
realidades de su mandato. Es un conflicto entre los
deseos de cambio de las masas y el infierno que ofrece un
capitalismo en crisis y un imperialismo en decadencia, que
trata de recuperar su lugar por las buenas o por las malas.
En otras palabras, el “gatopardismo” de Obama ha
demostrado sus estrechos límites. En la famosa novela “El
Gatopardo”, uno de sus personajes afirma: “Si
queremos que todo siga como está, es necesario que todo
cambie”. Pero la política de Obama ni siquiera
alcanza a cumplir ese axioma elemental del reformismo.
A Obama le gusta compararse con Franklin D. Roosevelt, el
presidente demócrata que en los tiempos de la Gran Depresión
realizó efectivamente grandes reformas. Con ellas no sólo
logró que el capitalismo estadounidense “siguiese como
está”, sino que además conquistase la hegemonía
mundial. El “reformismo” de Obama es cualitativamente
insignificante en relación al “modelo Roosevelt”.
Esto refleja, asimismo, importantes diferencias de la
situación estadounidense y mundial, entre ellas que la
clase obrera de EEUU se puso “en pie de guerra” al
llegar Roosevelt a la presidencia. Había además una
situación mundial en que estaba más polarizado el
enfrentamiento revolución/contrarrevolución. Obama, en
cambio, sube en hombros de un movimiento progresivo de las
masas norteamericanas de rechazo al desastre neoconservador
de Bush, pero que luego de asumir no se traduce en
grandes movilizaciones con exigencias, como en los años
30.
Las masas trabajadoras y populares se han mantenido expectantes,
pero no movilizadas. A diferencia de Roosevelt, Obama
no ha soportado –hasta ahora– presiones serias
desde abajo. En cambio, las presiones de las
corporaciones –y en especial de Wall Street– y del Pentágono
sobre el gobierno siguen como de costumbre, a través del
sistema de lobbies que conforma el peculiar régimen
oligárquico que impera en Estados Unidos y que maneja a
presidentes, legisladores y jueces. Así, una vez más se
cumple la norma de que las “reformas” son principalmente
el subproducto de las luchas revolucionarias de las masas.
Las masas estadounidenses se sienten cada vez más
defraudadas en sus expectativas. Por eso Obama ha
comenzado a caer vertiginosamente en la encuestas de opinión.
Del 70% de “popularidad” que tuvo inicialmente, hoy está
apenas unos puntos por encima del 50%. Y la perspectiva es
que el tobogán no se detenga allí.
Por supuesto, una cosa son las encuestas y otras las acciones
de la lucha de clases. Sólo ellas podrían determinar un
cambio de la situación política que arranque eventualmente
concesiones “reformistas”. Sin embargo, este desinfle de
las expectativas en Obama podría marcar la etapa previa
a estallidos y luchas sociales.
Es que, por un lado, la crisis está llevando al desempleo
y la miseria a sectores cada día más amplios, sin que
desde el gobierno federal y desde los estados se haga gran
cosa para paliar el desastre. Por el otro, los cambios de
humor de las masas que apoyaron o aún apoyan a Obama, no se
estarían desarrollando en el sentido de una vuelta al
neoconservadorismo republicano. Al contrario, se advierten rupturas
ideológicas, sobre todo en la joven generación.
Los estudios de opinión vienen revelando que hoy los
norteamericanos son menos conservadores en cuestiones
sociales y religiosas que hace años. En abril, una encuesta
reciente de un instituto de encuesta serio y, además, de
derecha –Rasmussen Reports– dio un resultado sorprendente:
una de cada tres personas menores de 30 años dijo que
preferiría el “socialismo” al “capitalismo”, algo
inconcebible años atrás.[1]
Por supuesto, el gran interrogante
es cómo y cuándo estos cambios en la
conciencia van a traducirse en el terreno de las acciones;
es decir, de la lucha de clases. Aquí entra a tallar el
problema de los problemas: las formas y ritmos de la
recomposición del otrora combativo movimiento obrero de
EEUU.
1.-
“Obama in office - Is this change we can believe in?”,
ISR Nº 66, March–April 2009.
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