|
Debate
por la Ley de Medios
Dos
pesos pesados y un ausente
Por
Marcelo Yunes
Por peso
propio del tema y por interés, el proyecto de “ley de
servicios de comunicación audiovisual” ocupa el centro
del debate político y, por supuesto, de la agenda mediática.
En el ring están, de un lado, los Kirchner; del otro, los
grupos multimedios, encabezados por el mayor, más poderoso
y más histérico por la iniciativa, el Grupo Clarín.
Podemos dejar de lado sin más trámite las cínicas
invocaciones a la “lucha contra los monopolios”
(Kirchner) y a la “defensa de la libertad de prensa contra
el autoritarismo” (Clarín). El trasfondo
de la disputa es, en cierto modo, la situación abierta
desde la derrota electoral del oficialismo: una puja entre un
gobierno burgués cada vez menos tolerado por la burguesía
y una clase capitalista que no se termina de decidir entre
soportarlo dos años más o tomar las medidas para sacárselo
de encima, pagando un serio costo político e institucional.
Pero tanto el proyecto de medios oficial como las críticas
de la oposición tienen en común la negación más absoluta
de un actor esencial: los trabajadores de prensa.
La pelea de
los Kirchner con buena parte de los grupos mediáticos y en
particular con Clarín es parte del tironeo general gobierno
burgués–burguesía que busca nuevo gobierno, pero tiene a
la vez un costado específico.
Que hace tanto a la estrategia política de los Kirchner
(con la contra de que para casi todo el mundo es un producto
con fecha de vencimiento próxima) como a los planes de
expansión de Clarín. Más abajo veremos eso en detalle.
Por otra
parte, hay que señalar que además del peso económico
propiamente dicho (Clarín es uno de los fundadores de la
AEA, la entidad empresaria que nuclea a los grupos más
poderosos del país), la
cuestión de los medios y de su propiedad, regulación y
administración tiene una importancia muy superior a la de,
digamos, dos o tres décadas atrás. Los cambios tecnológicos,
económicos, políticos y culturales advenidos desde la
mundialización–globalización capitalista (desde los años
80–90 del siglo pasado) le confieren a la “mediasfera”
un lugar de una preponderancia impensada. Sin exagerar,
puede decirse que hoy
los grandes grupos de medios son actores políticos y económicos
(en ese orden) de primerísima magnitud. No hay más que
ver el rol de los medios en proveer personajes políticos
(Fujimori y Collor de Melo), crear otros (por dar un solo
ejemplo, De Narváez), sostener y, sobre todo, hacer
tambalear gobiernos cuando éstos no satisfacen el paladar
de la gran burguesía (en América Latina, huelga dar
nombres).
En
consecuencia, el marco regulatorio de propiedad y de
licencias de comunicación es no sólo un botín económico,
sino una arena de disputa por espacios de poder político.
Naturalmente, ambos planos se retroalimentan.
Qué
busca la Ley de Medios del kirchnerismo
Empecemos
por establecer con claridad algunos términos del debate. Un
argumento usado hasta el cansancio es que hace falta una ley
para derogar “la ley de la dictadura”, esto es, la
22.285 de 1980. Esto es una verdad que no llega a ser a
medias; tal vez es un cuarto de verdad. Porque la realidad
es que el actual
marco regulatorio de la actividad de los medios de
comunicación, incluyendo los requisitos para adquirir
licencias, no es el
de 1980, de la dictadura, sino esencialmente el de 1989, del
menemismo puro.
En efecto,
tanto la conformación de grupos multimedios locales como la
posibilidad de ser titular de hasta 24 licencias (la ley de
1980 las limitaba a cuatro) sólo fueron posibles a partir
de la ley 23.696 de “reforma del Estado”, que derogó el
inciso e) del artículo 45 de la ley de la dictadura. Aunque
el resto de la ley siguió y sigue vigente, los efectos
sobre el panorama de propiedad
y adjudicación de licencias fueron tan profundos que, a
todos los efectos prácticos, es
como si hubiera sido una ley nueva. El
esquema legal que propone el kirchnerismo, en sus puntos
centrales, es cambiar lo resuelto en 1989, no en 1980.
Cambio que, por otra parte, es muy limitado, ya que apunta
sobre todo a desalojar al Grupo Clarín (y algunos otros) de
su posición privilegiada.
Los
Kirchner no hacen tanto hincapié en esto por motivos demagógicos:
suena mucho mejor decir que “hay que eliminar la ley de la
dictadura”. Pero esa demagogia no es nada comparada con la
de Clarín y la oposición de derecha, incluido el inefable
vicepresidente Cobos. Porque aúllan como lobos que “los
Kirchner quieren imponer cambios con un Parlamento viejo”,
que hace falta “un análisis sereno” y que “no dan
tiempo para discutir en profundidad”. ¡Qué cantidad de
patrañas! Lo único que buscan es dilatar todo para que el
que vote sea el Parlamento post 10 de diciembre, con el
kirchnerismo en minoría en ambas cámaras.
Sobre estos
angelicales defensores de la libertad hay que recordar que
los cambios al artículo 45 de la ley 22.285 –que,
repetimos, permitieron
legalmente la conformación de multimedios, es decir, que un
diario pudiera tener canales de TV y radios– se
votaron en agosto de 1989 en
una sesión con quórum mínimo, a la madrugada y sin el
menor debate. Es decir, al mejor estilo
“Congreso–escribanía”. Naturalmente, ni Clarín
ni ninguno de los exaltados defensores de la “libertad de
prensa” de hoy esbozó el menor asomo de queja por un
procedimiento tan irregular (en verdad, perfectamente
habitual en la “democracia”).
¿Cuáles
son los cambios de la nueva ley?
Sintéticamente: a) se divide el espacio radioeléctrico en tercios
(sector privado, Estado, cooperativas y asociaciones
civiles); b) se restringe el máximo de licencias por
operador de las 24 actuales a 10, y se excluye a operadores
extranjeros; c) el centro de la pelea con Clarín: un
operador de TV por cable no puede tener licencias de canales
de aire; d) se permite el ingreso de operadores de
telefonía, siempre y cuando sean de capital nacional. Esto
abre la puerta al llamado triple
play (servicio conjunto de cable, telefonía e
Internet). Lo otro: hay un año de plazo para adaptarse a los cambios. El resto es, en el
fondo, negociable, como la autoridad de aplicación (es
decir, quién controla).
¿Qué
hay detrás de esto? Si se aprueba la ley: 1) Telefónica
debe vender Telefé, por ser extranjera; 2) el Grupo Clarín,
además de tener que elegir entre operar
Multicanal–Cablevisión (una fusión que es otro entuerto)
o Canal 13 (seguramente elegirá el cable, mucho más
rentable), deberá desprenderse de varias señales de cable
propias (la ley sólo autoriza una); 3) grupos como Prisa
(radio Continental), Vila–Manzano–De Narváez (canal América)
y Cadena 3 deberán deshacerse del excedente de 10
licencias.
Esto deja
dos bocados muy apetecible: Canal 13 y Telefé deberían venderse en el plazo de un año. Por
otra parte, los accionistas italianos de Telecom se están
yendo de la Argentina, por lo que pasa a ser un botín
mayor. Gran candidato
a quedarse con Telecom, desde hace rato, es Clarín, que
muere por entrar al negocio del triple
play.
Aquí opera el gobierno en contra del grupo y a favor de
empresarios amigos, como Eurnekian y Ernesto Gutiérrez. El
multimillonario mexicano Carlos Slim (dueño de Claro) podría
entrar vía algún socio–testaferro argentino. Por otra
parte, los plazos cortos, especulan los Kirchner, obligarán
a vender todas las señales
de aire en cuestión a precios de oferta. Y los amigos
del gobierno, como es sabido, son gente medio corta de
efectivo. Es por eso que sus operaciones suelen hacerse con
plata prestada o “apalancadas” (el caso de Eskenazi en
Repsol–YPF).
¿Ley
antimonopólica? Sí, contra el actual cuasi monopolio de Clarín en el cable –digan lo que digan
los desencajados editorialistas del “gran diario
argentino”– y contra la actual
constelación de multimedios, donde el que no le debe
favores al menemismo es porque se los debe a la dictadura
militar. Pero a favor de cambiar
esa articulación por otra donde los capitalistas
“amigos”, o menos hostiles,
ocupen el lugar del que los otros fueron desalojados. Por
otra parte, la reserva de un tercio del espectro al Estado y
de otro a las entidades del “tercer sector” (que
dependerán, en buena medida, de la publicidad y/o
subvenciones oficiales) mueve a los que quedarán fuera del
negocio a acusar a los Kirchner de “totalitarismo” y
hasta de –horror de horrores– “chavismo”. Nada
que no se haya visto en los grandes medios de Bolivia,
Ecuador u Honduras antes del golpe.
Los
trabajadores de Prensa, convidados de piedra
En este
duelo de titanes, a cual más demagógico y mentiroso,
formalmente, se le ha “dado la voz” a organizaciones de
todo tipo y pelaje. Por supuesto, es más democrático que
asociaciones de indígenas, estudiantes, cooperativas, etc.,
tengan acceso a radios y canales antes que los pulpos de
siempre.
Pero los límites llegan enseguida. El larguísimo texto de
la ley (157 artículos y 168 páginas) no deja de acordarse
de nadie: los empresarios grandes y los chicos, las ciudades
y los pueblitos, los pueblos originarios, las cooperativas,
las asociaciones civiles, las minorías, los niños, los
mayores y los jubilados. Todo el mundo... salvo
las personas que trabajan en los medios (que no es lo
mismo que la burocracia sindical, que sí recibe alguna dádiva).
Sobre ese
tema, ni los “antimonopolistas” oficiales ni los
“antiautoritarios” de la oposición dicen ni pío. Los
derechos de los trabajadores, el ninguneo al que se ven
sometidas las noticias que tienen que ver con los atropellos
de los empresarios a los trabajadores y las luchas de éstos,
el corporativismo de los medios a la hora de informar
conflictos en medios de prensa, el problema de la libertad
de conciencia de los periodistas que trabajan en medios con
línea editorial opuesta a su pensamiento, todo esto no es
digno de mención ni de debate. Evidentemente, tanto los
redactores como los detractores se ubican y razonan desde
el punto de vista de los propietarios de los medios de
comunicación.
He aquí,
justamente, el tema
tabú, el monstruo innombrable, el muerto en el placard: el
que labura. Está fuera del debate. No existe como
sujeto ni como tema para el gobierno ni para la oposición.
Pareciera que los medios y las noticias se hicieran solas, o
únicamente con licencia, plata, amigos poderosos y
“periodistas estrella”, que suelen ser más socios del
patrón que empleados de él.
Y
no es de extrañar que esto sea así, porque más allá de
la pirotecnia verbal de uno y otro lado (que por otra parte
sólo convence a los que ya están convencidos), cuando
pasamos en limpio los proyectos y los debates llegamos a lo
del principio. Es decir, una
disputa política y económica entre dos actores
capitalistas hasta el hueso, que no se atreven a hacer
parte de la cuestión a los trabajadores ni siquiera para
hacer demagogia. Si los trabajadores en general y los de
Prensa en particular quieren tallar –y deben hacerlo– en
este debate, no les queda otra alternativa que hacerse
oír de manera independiente y con sus propios “medios”.
Que no son, justamente, aquellos de que trata la ley, ni
tampoco los quiosquitos “alternativos” a los que es tan
afecta la CTA y la UTPBA, sino las herramientas
de lucha de toda la vida. Que son las que ya están
usando los trabajadores de los medios actualmente en
conflicto, como Crónica y otros y que deben
apuntar en el sentido de que
todos los medios de comunicación sean estatizados y
puestos bajo
el control y gestión no de los gobiernos capitalistas de
turno, sino de los trabajadores.
La Nación, 7–9–09. Ese diario es una fuente insospechable de
animosidad contra Clarín, ya que fueron y son socios,
entre otras cosas, en el acuerdo que hicieron con la
dictadura para quedarse con Papel Prensa. El
kirchnerismo, tardíamente, desempolvó ese trapo sucio
del que pocos se acuerdan y casi nadie habla.
En cuanto a operar a favor de un grupo mediático para
esperar contraprestación, los Kirchner harían bien en
mirarse en el espejo de Rodríguez Zapatero. Tras
pelearse con los grandes emporios mediáticos para
hacerle lugar al Grupo Prisa (diario El
País), el jefe de gobierno español debió sufrir
embates todavía peores de sus ex “amigos” (Página 12, 8–9–09). ¡Y que viva la “independencia de la
función de la prensa”!
Otro paladín de la libertad de prensa tiene el descaro
de argumentar que como en Argentina hay nada menos que
nueve grupos multimedios, tenemos un nivel de democracia
mediática superior
incluso a EE.UU., donde el mercado está acaparado
por sólo cinco grupos. Y se pregunta con “sutil”
ironía: “¿Podrá la ley introducir más
pluralismo que el que existe hoy en este mercado?”
(Adrián Ventura en La
Nación, 6–9–09). ¡La inmensa mayoría de lo
que la población ve y escucha es decidido por nueve empresas! Y eso en general, porque para cada provincia o región
la oferta es mucho menor. ¡Vaya “pluralismo”! Sin
duda, el nivel de exigencia de nuestros “demócratas”
ha bajado drásticamente. Debe ser la mala influencia
kirchnerista...
|
|