Con
el retorno de Mel Zelaya se ha abierto una nueva coyuntura
en Honduras. Las jornadas pasadas desde la madrugada del
lunes 21 de septiembre han estado plagadas de marchas y
contramarchas, de estados de ánimo cambiantes, de idas y
venidas repartidas entre tres escenarios posibles: el
endurecimiento represivo del régimen golpista, la una y
otra vez renovada negociación y la caída revolucionaria de
los fascistas.
La insoportable convivencia de varios “poderes”
Los
acontecimientos se han venido moviendo aceleradamente:
euforia por el regreso de Zelaya (desaprovechada por la
cerrada negativa del “melismo” de llamar a la huelga
general para barrer de una buena vez a los gorilas), durísima
represión con toque de queda permanente, trompetas creando
renovadas expectativas en el “diálogo”. En el medio, se
vio al régimen gorila apostando al reforzamiento del
torniquete represivo mediante el establecimiento de un
Estado de sitio liso y llano, medida que ahora acaba de ser “derogada” para “facilitar la mediación de la
OEA”.
Para
entender los cambiantes desarrollos del “calidoscopio”
hondureño hace falta tomar en cuenta el contexto más de
conjunto dentro del cual se inserta la vorágine de los acontecimientos. Sólo recordemos que hemos
defendido desde estas páginas que la resistencia no estaba derrotada. También subrayamos el carácter de este de
golpe de Estado del siglo XXI, golpe que viene conviviendo
con una suerte de rebelión popular: una
contradicción que no puede permanecer eternamente.
Precisamente:
muchas veces hace falta que se produzca algún hecho
desencadenante como para que se terminen
de revelar las verdaderas características de los
acontecimientos en curso. Ese hecho fue el retorno
sorpresivo
de Mel Zelaya que abrió una coyuntura nueva que por
momentos pareció colocar el
problema del poder.
Porfirio “Pepe” Lobo (candidato presidencial del
Partido Nacional) graficó bien el tipo de crisis vivida por
unos días en Honduras cuando señalaba que no
se sabía cual es el presidente de Honduras…
Esta
definición expresó bien la suerte de “vació
de poder” que pareció vivirse en algunos momentos
pero que en ningún caso podía implicar
un camino fácil hacia la caída de los fascistas.
Porque no es un hecho menor que las FFAA siguen unificadas detrás de los golpistas, detentando el monopolio
de la fuerza; al tiempo que también el conjunto de las
instituciones y de los sectores patronales siguen viendo en
Micheletti su “piloto de tormentas”.
Por
momentos, sin embargo, da la impresión que en Honduras
conviven cómo tres poderes: el régimen de facto (que es el que tiene el
poder real pero muy baja legitimidad), Zelaya (que no tiene
poder “real”, pero si hoy mucha legitimidad) y, en
cierta manera, la resistencia misma, que tiene muchísima
legitimidad, cierto poder de movilización, pero carece
–hoy por hoy- de sólidos atributos de poder real.
En
síntesis: lo que se está viviendo en Honduras es una
crisis que por momentos desborda incluso al régimen político
y podría transformarse en una crisis de soberanía estatal:
una crisis de Estado que coloca por delante la eventualidad
de la caída de todo el régimen golpista.
Cuando los fascistas quedan en minoría
Lo
primero que hay que señalar tiene que ver con el contexto
del arribo de Zelaya a Honduras. Para esto es clave
comprender el significado de los festejos del día de la
independencia el pasado 15 de septiembre. Es un hecho que a
los golpistas se los vio en
franca situación minoritaria: “A 80 días de lucha
desde el golpe se ha desarrollado una movilización jamás
vista antes. La gente ha salido a la calle en todo el país,
y en Tegucigalpa la participación ha sido impresionante, con
mucha más gente que la del pasado 5 de julio.
Calculamos varios centenares de miles de personas que
coparon el Boulevard Morazán y el centro de la ciudad,
hasta llegar al Parque Central, en una columna de varios kilómetros.
Este pueblo ha despertado, y hoy más que nunca estamos
seguros de que nadie va a poder detener el proceso que nos
llevará a la Asamblea Constituyente. Este
pueblo tiene fe que va a recuperar lo que le pertenece a
través de una Constitución hecha para el pueblo y no para
los ricos oligarcas del país”[5]
Esto
no fue así al comienzo del proceso golpista. En oportunidad
del golpe del 28 de junio, la primera reacción entre los
sectores populares fue de “apatía”:
parecía tratarse de algo que ocurría en las alturas de los
“políticos”. Supuestamente, nada tenía que ver con las
problemáticas cotidianas de los de abajo. Incluso al
comienzo, las marchas blancas de los golpistas, causaron
gran impacto y podía parecer que los gorilas tenían el
apoyo de la mayoría social del país.
Sin
embargo, con el correr de las semanas, esto fue dando una
verdadera vuelta de campana. Si por arriba se ha venido
manteniendo una férrea unidad, entre los sectores populares
y las clases medias esa situación de “apatía” se
fue transformando en su contrario. Hoy está claro que
los gorilas ejercen el poder en una condición
minoritaria.
Aquí
hay un problema grave para los golpistas: se trata de una
dictadura militar que convive con una suerte de rebelión popular que –más allá de su lógicos
vaivenes- no ha hecho otra cosa que fortalecerse.
Una dictadura militar que hasta ahora no ha logrado ser todo
lo represiva que necesita ser. Y que, además, políticamente,
está en minoría, amen de aislada internacionalmente[7]
La resistencia se transforma en un hecho de masas
“El
elemento más representativo,
dinámico y sorprendente en esta crisis ha sido el
surgimiento de una oposición beligerante y plural al golpe
de Estado, aun bajo condiciones extremas de represión.
Movilizaciones, tomas de carreteras, puentes, actos
culturales y de solidaridad e incluso sacrificios trágicos
han permitido, bajo diversas motivaciones y afiliaciones,
que amplios sectores de la ciudadanía pasaran en muy poco
tiempo de la humillación, ofensa e intimidación inicial
que conlleva un golpe de esta magnitud, a una
etapa de autoestima, beligerancia y organización para la
resistencia”.
En
los últimos meses ha habido un hecho de extrema
importancia: la
manera en que se ha extendido entre amplísimos sectores de
masas –si bien de una manera “inorgánica” la
resistencia al golpe de Estado.
Está claro que desde el mismísimo 28 de junio que el golpe
viene siendo desafiado:
no hay más que recordar las tempranas movilizaciones de
masas del domingo 5 de julio en aeropuerto en Tegucigalpa.
Sin embargo, también es verdad que en aquellos tempranos
acontecimientos, los elementos de espontaneidad de masas
eran todavía los dominantes; y que los golpistas parecían
exhibir todavía un “alto poder de fuego” en materia de
sectores sociales que los apoyaban.
Hoy
día la situación está “basculando”:
la resistencia antigolpista es de masas y al frente de la
misma está una organización de lucha llamada “Frente Nacional de Resistencia
Popular” con pocos antecedentes en el ciclo de rebeliones
populares latinoamericano de la última década. Se trata de
un organismo de masas
con elementos de frente
único de organizaciones sindicales, populares,
campesinas y políticas que es la que aglutina nacionalmente
la resistencia.
Una
organización que si políticamente está, efectivamente,
dirigida por una corriente política burguesa (el melismo), sin embargo, en tanto
que frente único de lucha, tiene rasgos de organización de
masas: se trata en lo esencial de un
frente único de organizaciones representativas de los
explotados y oprimidos aunque con el importante déficit de
no tener verdaderas instancias de representación democráticas
de las bases en lucha.
En
este sentido, y en el contexto de las luchas agudizadas de
los últimos días a propósito de la llegada de Zelaya,
estuvo la novedad (sin embargo todavía demasiada
embrionaria) de las
tendencias a la resistencia y la organización en los
barrios populares aunque no todavía en los lugares de
estudio y, menos que menos, de trabajo, lo que sería estratégico.
El elemento señalado (aun a pesar de lo embrionario que es)
no es menor. Es que en la experiencia histórica los
organismos de lucha y poder que se han ido constituyendo al
calor de los enfrentamientos, cuando estos son
suficientemente profundos adquieren
muchas veces una realidad “territorial”. Es decir: adquieren
rasgos de cuestionamiento a las instituciones en los
barrios, localidades y municipios que podrían estar
prefigurando una instancia de poder nacional.
Cualquier
observador atento de la realidad hondureña de las últimas
semanas se habrá dado cuanta como “peligrosamente” la
resistencia popular hondureña ha ido constituyendo instancias que podrían adquirir estos rasgos.
Esta es la novedad que trajo -en las últimas semanas- la
lucha antigolpista y es tarea de los socialistas
revolucionarios buscar todas las vías para intentar
extender esta experiencia de tipo revolucionaria[11]
Los estrechos márgenes de una tramposa negociación
Desde
la llegada de Zelaya a Honduras, la OEA, la ONU, Lula y
Hillary Clinton han comenzado a moverse con una velocidad
inusitada. ¿A qué se debe esto? Es simple: la
situación hondureña amenaza con desbordarse a cada paso
yendo incluso más allá del llamado “Acuerdo de San José”.
Ocurre que la crisis política está
basculando entre tres escenarios posibles. El escenario
número uno: mantenimiento del régimen de facto mediante,
los gorilas siguen
buscando la tabla de salvación legitimadora de las
elecciones del 28 de noviembre: “Elvin Santos aseguró
que el proceso electoral de noviembre es el mecanismos para
salir de la crisis y mantener el respeto a la ley e
institucionalidad de Honduras. ‘Es la última y única
esperanza para salir de la crisis. Es una situación
desesperante y ya nadie quiere vivir con este temor y este
miedo’ señaló… Santos fue enfático y dijo que ‘vamos
a defender con todo lo que este a nuestro alcance esas
elecciones. Hay que devolverle la paz a Honduras y
enfrentar con valentía la crisis”.
A
no confundirse: este escenario está todavía presente
incluso por la vía de al tramposa negociación que se está
poniendo nuevamente en marcha. Esta opción es la que está
defendiendo Micheletti de la mano de las FFAA y el cerrado
apoyo de la flor y nata de la burguesía hondureña: mantenerse
en el poder sosteniendo el calendario electoral hacia las
elecciones del 29/11.
Pero
hay un segundo escenario que configura un gran peligro: que
se reflote –con bombos y platillos- un “acuerdo” del
tipo San José: un
San José II pero ahora negociado en Honduras mismo. ¿Cuál
es la dificultad que enfrenta esta “salida” auspiciada
por toda la “comunidad internacional”? Una realidad
donde las aspiraciones populares han ido madurando y
no será tan sencillo entregar reivindicaciones muy sentidas
como la Constituyente. Si meses atrás era más plausible
entregarlas, ahora esta opción será mucho más costosa
para el prestigio de Zelaya, amen de que a este sólo le
importa su restitución...
En
todo caso, en cualquiera de los escenarios señalados existe
una intensa contradicción: al haber ido las cosas tan lejos, los “actores” no pueden dejar de
moverse dentro de márgenes estrechos.
Los
golpistas siquiera están de acuerdo –lo siguen repitiendo
de manera insistente- con la reivindicación de mínima de
la contraparte: la restitución de Mel Zelaya. Menos que menos parecen aceptar una Constituyente, aun si esta
fuese “pactada”. Micheletti y el régimen golpista no
parecen dispuestos a otra cosa que a la legitimación
de todo lo actuado vía las elecciones del 29 de noviembre.
Por
su parte, Zelaya, no
se puede conformar con nada menos que con su reinstalación.
Esto, repetimos, amén del problema de entregar la
reivindicación de la Constituyente, que es la más sentida
entre las masas populares. Para reinstalar a Zelaya el
gorila Micheletti tendría que salir del poder... Además,
casi inevitablemente habría que postergar el calendario
electoral, lo que abriría
las compuertas a todo tipo de incertidumbres.
Como
se ve, el escenario “negociador” es ahora, categóricamente,
la trampa principal para la resistencia. Sin embargo,
eso no quiere decir que deje de estar plagada por intensas
contradicciones y que su pronóstico sea todavía
reservado...
Lo que está en juego es la caída revolucionaria del régimen
Porque
el escenario de la crisis política sigue estando marcado
por una contradicción: está
en juego la continuidad del régimen gorila. Al mismo
tiempo, Zelaya, amén de su reinstalación, necesitaría que
el régimen tenga algunas reformas.
Hay
una situación crítica
porque no se trata que los gorilas hayan puesto en pié sus
propias instituciones. Simplemente, todas las instituciones
del régimen anterior (una suerte de democracia “oligárquica”
establecida en el año 1982), se transformaron en las bases
fundamentales del régimen golpista: desde las iglesias Católica
y Evangélica, pasando por las FFAA, todos los partidos
patronales, el Congreso, el poder judicial, la mayoría de
los medios de comunicación, hasta llegar al encargado
nacional de los “derechos humanos”: todos están en el
golpe. ¡Es este andamiaje de conjunto el que amenaza con venirse abajo si no
se lo rescata con una salida negociada (o un nuevo eventual
salto represivo)!
“El
sistema político bipartidista manipulado desde los
despachos empresariales, no admite fisuras por pequeñas que
sean, en un Estado de características corporativas,
patrimonialistas, clientelares, centralizadas y
autoritarias. En ese contexto, Zelaya es una figura clave en
tanto encarna al presidente-víctima y lo seguirá siendo
mientras la acción de los usurpadores persista; pero la tendencia es que las consecuencias de lo ocurrido superen o
rebasen su protagonismo”[13]
Además,
como ya hemos señalado, la circunstancia es que frente al
golpe gorila está emergiendo como otra
“institucionalidad”: el movimiento popular de la
Resistencia que
se
podría decir que –por momentos- ha amenazado con
configurar la red de otra “institucionalidad”.
En
puridad, como ya hemos señalado, todavía no llega a tal
madurez el desarrollo organizativo y político de la
resistencia, entre otras cosas porque el “melismo”
está en la antípoda de una orientación que vaya en ese
sentido.
Pero
el hecho mismo de que por un lado esté el régimen golpista
(y todas sus instituciones) y por el otro la resistencia,
por momentos pareció hacer emerger –insistimos que esto
potencialmente- la eventualidad de otro poder: el poder de las organizaciones de la resistencia popular.
En
este escenario, la negociación
–aun siendo la hipótesis principal hoy- no será sencilla.
Una entregada muy escandalosa de parte de Mel de las
reivindicaciones de la lucha amenazaría
con abrirle un flanco izquierdo de enorme importancia.
Flanco izquierdo que podría vertebrarse alrededor de la
figura de los “Carlos” (Carlos H. Reyes y Carlos Amaya,
dirigente del PST H) a
partir del indeclinable retiro de la farsa electoral en
tanto y cuanto siga el régimen gorila.
¿Por
qué no un gobierno provisorio del FNRP?