En
Socialismo o Barbarie, periódico, Nº 156, del 30 de
julio pasado, hacíamos un balance de los primeros seis
meses de Obama. Allí señalábamos el fiasco de la ausencia
de “reformas”, aunque EEUU está en medio de una crisis
social atroz, la más grave para las masas norteamericanas
desde los años 30. Obama suele compararse con el presidente
norteamericano de esas épocas –Franklin D. Roosevelt–,
pero hasta ahora su “reformismo” es insignificante en
relación al de su predecesor.
Un
factor importante en este cuadro es que han logrado, hasta
ahora, mantener desmovilizados al movimiento obrero y,
en, general, a las masas populares estadounidenses. O
sea, no hay –hasta ahora– “presión” desde
abajo (como sucedía en cambio en los primeros años de
Roosevelt).
La
necesaria reconstrucción del movimiento obrero
La crisis ha implicado también en EEUU un ataque de los capitalistas
al empleo, al salario y las condiciones de trabajo.
Especialmente el crecimiento del desempleo viene siendo
devastador. Aquí no hay “brotes verdes” como en Wall
Street: las cifras del pasado mes de septiembre indican que
la destrucción de empleo se aceleró, con 263.000 contratos
rescindidos, 62.000 más que en agosto. Las cifras oficiales
cifran el desempleo en un 9,8% de la población activa. Pero
en EEUU (como en el resto del mundo) estas cifras son un
maquillaje de la verdadera situación. Si a ellas se le
suman los desempleados que ya no buscan trabajo “de forma
activa” o los que trabajan “a tiempo parcial”, el índice
real de desempleo por lo menos se duplica, y
en mucho estados se habla de cifras del 25%.
El hecho es que EEUU es el país “desarrollado” donde la pérdida
de empleos ha sido más notable. Al mismo tiempo, el
capitalismo estadounidense también supera al resto en un salto
fenomenal en la explotación: las estadísticas
oficiales hablan de un crecimiento de más del 6% de la
“productividad del trabajo” en relación al 2008.
Contradictoriamente,
los trabajadores no han podido responder. La misma crisis
está poniendo a la clase trabajadora ante una situación
límite: o comienza a dar respuestas (que exigen una recomposición
del movimiento obrero y sindical) o el rodillo de las
necesidades del capitalismo en crisis la va a triturar. Es
que las pérdidas importantes pero “graduales” de los últimos
30 años en materia de salario, empleo, condiciones de vida
y de trabajo, retiro, etc., amenazan ser ahora, a saltos,
porque el capitalismo norteamericano viene evitando que la
crisis se transforme en una Gran Depresión, gracias a una hipoteca
fenomenal de deuda pública, que ya está haciendo
pagar a los trabajadores y los pobres.
Las
graves derrotas de la era neoliberal
Efectivamente,
las derrotas de la era neoliberal, a partir de los años 80,
alcanzaron en EEUU un profundidad como posiblemente no
tuvieron en otras latitudes. Esto comenzó con el
aplastamiento en 1981 de la huelga del sindicato PATCO
(Professional Air Traffic Controllers Organization) por el
nuevo presidente Ronald Reagan, que abría de esta manera el
camino a lo que se conocería como el “neoliberalismo”.
Pero
Reagan no sólo derrota a esa huelga, sino que logra dejar
en la calle a todos los trabajadores y hasta destruye al
mismo sindicato. Esto inaugura una política –común tanto
a “conservadores” republicanos como a “progresistas”
(liberals) demócratas– de volcar todo el aparato
del estado para reventar los conflictos obreros, desde el
uso de tropas contra huelguistas y cárcel a dirigentes y
activistas, hasta la liquidación de sindicatos. A partir de
allí se suceden tres décadas donde casi todas las
luchas importantes son tratadas (y aplastadas) de esa forma.
Esta
respuesta de la burguesía estadounidense era la necesaria
mediación para pasar a una nueva configuración nacional
y mundial del capitalismo: la neoliberal. Por
eso, fue un proceso de profundas derrotas obreras no
sólo en EEUU sino a escala mundial, que sería
inmediatamente complementado con la restauración del
capitalismo en los mal llamados “países socialistas”.
Pero, aunque este proceso fue mundial, el epicentro
de las derrotas estuvo en EEUU.
Es
necesario recordar esto, para comprender las dificultades
mayúsculas que tiene la clase obrera norteamericana para
comenzar a salir del pozo. Asimismo, parte de estas
dificultades tienen que ver con que la contrarreforma
neoliberal en EEUU (y también, aunque en forma más
“matizada”, en el resto del mundo), fue acompañada de
una contrarrevolución ideológica. En EEUU esto fue
quizás más profundo que en otros países y regiones
del planeta.
La
trama ideológica que Bush representó en su momento, aunque
hoy es minoritaria y tiende a decrecer en los
jóvenes, sigue siendo muy poderosa y además ahora está
a la ofensiva frente a los pusilánimes de Obama y sus liberals,
y la ausencia de grandes movimientos obreros y sociales en
lucha.
Aquí
no se trata sólo de posiciones políticas de derecha o
extrema derecha, sino de ideologías cavernícolas
que expresan un atraso difícil de encontrar en otras
regiones.[1] Esta contrarrevolución ideológica nace
apuntando contra la radicalización de los 60 y 70 y sus
ideas, entre ellas las que tenían que ver con el movimiento
obrero: una mínima conciencia de clase y la búsqueda de
alternativas políticas independientes. Pega sobre una clase
trabajadora que, a pesar de sus luchas, arrastraba la
contradicción histórica que se hizo patente en los años
30: una gran combatividad sindical pero sin
independencia política, ni siquiera a nivel de partidos
“obreros” reformistas al estilo europeo.
La
contrarreforma neoliberal aplastó a palos la tradicional
combatividad sindical y, al mismo tiempo, trató de dejar
ciegos, sordos y mudos, a nivel político e ideológico, a
los trabajadores de EEUU.
El
papel de los burócratas sindicales
Por
su parte, las burocracias “obreras” de EEUU vienen
cumpliendo un papel tanto o más siniestro que sus
“hermanos” del resto del mundo. La reconstrucción del
movimiento obrero en EEUU, pasa necesariamente por desbordar
a estos dirigentes, que hacen todo lo posible para que nada
se mueva.
Desde
los años 30, la burocracia sindical está adscripta al
Partido Demócrata. Roosevelt, hábilmente, coopta a los
burócratas sindicales, para impedir que la
extraordinaria combatividad de esos años –con huelgas
revolucionarias que llegaron a organizar milicias obreras–
se tradujese en una ruptura de independencia política,
con la formación de un partido de trabajadores. Un partido
que, dado el contexto de la época, podía llevar adelante
posiciones revolucionarias.
Claro
a que Roosevelt (y a la burguesía yanqui) esto no le salió
gratis. La cooptación de los burócratas y la adscripción
del movimiento obrero al Partido Demócrata costó
concesiones importantes, en primer lugar la sindicalización
masiva, promovida por una de las primeras leyes de
Roosevelt, la Ley Wagner.
Aunque,
en su momento, la mayoría del gran capital (el llamado Big
Bussines) puso el grito en el cielo y hasta algunos
acusaban a Roosevelt de “comunista”, esto fue finalmente
un negocio redondo para el imperialismo yanqui, ya que,
entre otros dividendos, le permitió contar con la clase
obrera norteamericana para conquistar el planeta en la
Segunda Guerra Mundial de 1939-45.
Así
se abrió la edad dorada de los burócratas sindicales
yanquis, cuando “en los 50 y 60, los dirigentes del Big
Labor (los grandes sindicatos) y del Big Bussines (el
gran capital) negociaban contratos colectivos de
millones de trabajadores, y el Big Government (el gran
gobierno) actuaba de árbitro... Pero, ya en los 70, la «América
Corporativa» decidió declarar la guerra a los
sindicatos, lo que continúa hasta hoy...”[2]
El
ideal de la patronal estadounidense es el “open shop”:
es decir, que no exista sindicalización alguna,
aunque sea controlada por las burocracias más podridas y
entreguistas.
Pero
esta guerra unilateral que lleva más de 30 años,
nunca fue respondida en serio por una burocracia cuya
principal preocupación es impedir –muchas veces con métodos
mafiosos– que surjan protestas o movimientos desde las
bases. Como si estuviese en los tiempos de Roosevelt, la
burocracia sólo sabe refugiarse en la cueva del Partido Demócrata...
aunque hoy existe una “pequeña” diferencia: Obama no
les tira ni un hueso.
Roosevelt,
mediante la Wagner Act, concedió la sindicalización
masiva. Obama prometió algo parecido. Apenas fuese electo,
iba a hacer aprobar la EFCA (Employee Free Choice Act), que
podía abrir los cauces legales a un movimiento de
resindicalización masivo. Pero burló su promesa. Esto no
fue impedimento para que los burócratas de la AFL-CIO
recibiesen a Obama como un héroe en su última convención
nacional, el mes pasado.
Un
golpe terrible: la traición de la UAW
A
pesar de estos graves problemas del movimiento obrero
estadounidense, sus tempranas respuestas ante la crisis
fueron alentadoras. La ocupación de Republic Windows and
Doors –fábrica de Chicago– tuvo resonancia mundial.
Pero después de esta respuesta positiva, el curso fue
negativo.
En
esto, la burocracia sindical ha tenido una responsabilidad Nº
1. En primer lugar, los burócratas, a pesar del
incumplimiento de todas sus promesas, siguen empeñados en
desarmar cualquier lucha:
“Bajo
el gobierno republicano, los dirigentes sindicales decían
que todos los recursos había que volcarlos a hacer elegir a
los demócratas, y no a hacer movilizaciones o protestas.
Pero ahora, bajo los demócratas, dicen que debemos trabajar
con nuestros aliados, lo que significa que tampoco hay que
hacer movilizaciones o protestas.”[3]
Pero
la función de la burocracia no ha sido sólo la de servir
de freno: al mismo tiempo han cometido una de los peores
traiciones de la historia del movimiento obrero
norteamericano. Esta ha significado una derrota que ha
golpeado sobre el conjunto de la clase trabajadora.
Se
trata del acuerdo del sindicato del automóvil UAW (United
Auto Workers) con el gobierno y la patronal, en relación a
la quiebra de General Motors. Con esto, señala un
comentarista, “la UAW ha seguido su larga política de
asociación con la patronal, que ha terminado convirtiendo
al sindicato –a través de la inversión de sus fondos de
obras sociales– en el mayor accionista de la General
Motors junto con el gobierno de EEUU”.[4] A cambio de
esto, los burócratas recibieron un puesto en el directorio
de GM. Luego, ya en el doble papel de patrones y
“sindicalistas”, firmaron un “acuerdo” aceptando no
sólo miles de despidos sino también resignar todas las
conquistas históricas de la UAW en materia de salarios,
normas de trabajo, pago de horas extras, etc. Además dispusieron la prohibición por seis años de huelgas y
conflictos. Esto implicó que los trabajadores de GM
descendieran bruscamente al nivel de las nuevas plantas de
automóviles no sindicalizadas.
Pero,
desde los años 30, los convenios colectivos de la UAW servían
como referencia “máxima” para el conjunto de la
industria. ¡Ahora, esta traición empuja a todos hacia
abajo!
El
desastre de la UAW, combinado con escandalosas peleas de
perros entre sectores de la burocracia sindical para
“robarse” seccionales y afiliados [5], y con su
pasividad total frente a Obama, disipó los ánimos que había
generado la ocupación de la Republic. Así, pudieron pasar
sin resistencia los despidos masivos de empleados públicos
iniciados por Schwarzenegger en California, seguidos por los
demás gobernadores, tanto republicanos como demócratas.
Las
perspectivas
Estas
graves dificultades que enfrenta el movimiento obrero
estadounidense, no implican sin embargo que sus caminos estén
cerrados. La tragedia de la UAW es parte de la realidad,
pero también lo fue la experiencia de la Republic Windows
and Doors.
En
ella hubo, entre otros, dos componentes significativos.
En primer lugar, la dirección sindical que actuó allí es
la UE (United Electrical, Radio and Machine Workers of
America), un sindicato relativamente pequeño (35.000
miembros), pero de tradición combativa, y mucho más
independiente y democrático que los mastodontes burocráticos
de la AFL-CIO y Change to Win.
Pero
también, la base obrera de Republic reflejó más la
nueva configuración de la clase trabajadora
estadounidense, que GM y los viejos sectores del automóvil.
La mayoría de los obreros de Republic eran de origen latino
y afroamericanos.
Es
que la clase trabajadora ha ido experimentando lo que Kim
Moody –un reconocido luchador y también estudioso del
movimiento obrero de EEUU– llama su “tercera gran
transformación demográfica”: el impacto y
preeminencia del trabajo inmigrante. Esta renovación ha traído
también nuevas ideas, que se han expresado, por ejemplo, en
que ha comenzado a recuperarse la tradición del 1º de
Mayo, que la burguesía había conseguido borrar de la
cabeza de los trabajadores.
Una
nueva clase obrera más joven, de industrias más modernas,
establecida en gran medida fuera de los antiguos centros
industriales del Norte, con gran aporte de inmigración y
también de afroamericanos antes excluidos de esos empleos,
se ha ido conformando en los últimos años. En su gran
mayoría no está sindicalizada; pero, por eso mismo,
tampoco tiene sobre ella el control de los aparatos. Si se
pone en movimiento, podría ser explosivo, lo que también
es parte de las tradiciones de la lucha de clases en EEUU.
Notas:
1.- En Europa, por ejemplo, hay importantes movimientos de
derecha e, incluso, de extrema derecha. Pero estos no
sostienen, por ejemplo, el “creacionismo” o, como
algunas corrientes evangélicas en EEUU, el
“geocentrismo”. Es decir, que, como dice la Biblia, la
Tierra es el centro del Universo y la Luna, el Sol, los
planetas y las estrellas giran a su alrededor.
2.- Lee Sustar, “Can
Trumka deliver?”, Socialist Worker, September 22,
2009.
3.- Cit.
4.- Lee Sustar, “US
labor in the crisis – Resistance or retreat?”,
International Socialist Rewiev, Nº 66, July-August, 2009.
5.-
El movimiento sindical está escindido en dos centrales, la
antigua AFL-CIO y la Change to Win Federation, grupo de
sindicatos escindidos desde el 2005. Es difícil decir quién
es peor que el otro.