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La
camarilla estalinista y el Estado burocrático
Un
Estado nada obrero
Por
Oscar Alba
El
desarrollo de la burocracia soviética tuvo su fuente de
alimentación en la derrota de los procesos revolucionarios
que se dieron en Europa, fundamentalmente la Revolución
Alemana, en la crisis económica interna derivada de los
estragos hechos por la Primer Guerra Mundial y luego la
guerra civil. Estas contiendas bélicas a su vez se cobraron
la vida de miles de cuadros revolucionarios surgidos de la
revolución bolchevique del 17. Una nueva capa de
funcionarios del Partido y gobernantes alejados de
tradiciones de Octubre y asumieron las tareas estatales y de
gobierno en medio de la escasez de recursos económicos,
confiriéndose el poder de administrar y repartir los
escasos recursos económicos. Lenin comenzó a ver este
proceso poco antes de morir, pero estuvo impedido de
presentar pelea. Será León Trotski, el otro gran dirigente
de Octubre del 17, quien encabezará la lucha contra la
burocracia creciente con Stalin a la cabeza. En este
sentido, C. Rakovski, revolucionario ucraniano, definirá
como a partir de la diferenciación en las funciones
gubernamentales, se lograrán privilegios que materializarán
una diferenciación social. Por esta diferenciación “no sólo
objetiva, sino también subjetivamente; no sólo material,
sino también moralmente, han cesado de formar parte de esta
misma clase obrera (...) No se trata de casos aislados (...)
sino más bien de una nueva categoría social”. (1) En
1930, Trotski planteará que la burocracia era la “única
capa social privilegiada y dominante, en el sentido pleno de
estas palabras, en la sociedad soviética...”. (2) En la
Unión Soviética los medios de producción no estaban en
manos de la burguesía sino que pertenecían al Estado. La
burocracia apropiándose del mismo va a crear novedosas
relaciones entre la riqueza del país y la casta gobernante.
También Trotski afirmó que si estas relaciones se
estabilizaran “concluirían por liquidar completamente las
conquistas de la revolución proletaria”. (3) Finalmente,
las conquistas de Octubre fueron barridas por Stalin y su
pandilla.
El dominio de la burocracia sobre el
Estado trajo aparejado además un debate sobre el carácter
del mismo. “Haciendo una lectura desde hoy y observando el
desarrollo del conjunto de la experiencia histórica, lo que
se concluye es que se pusieron en marcha nuevamente
mecanismos de explotación del trabajo. Si hay pelea por el
excedente entre capas no obreras y si hay explotación del
trabajo liso y llano, lo que no puede haber entonces es
Estado obrero por más ‘burocratizado’ y
‘degenerado’ que se lo califique.” (4)
Y en esto, algunos sectores del
trotskismo, como la
corriente morenista, lo definieron como un Estado obrero
degenarado. Rakovsky, a fines de los años 20 tendrá una óptica
distinta al señalar que Rusia se estaba convirtiendo en un
"Estado burocrático con restos proletarios” ya que
para él lo que definía el carácter del Estado era la
clase que estaba al frente del mismo. Y en Rusia ya no era
la clase obrera quien lo dirigía con sus organismos
naturales y democráticos sino la siniestra pandilla
estalinista con sus privilegios
económicos, sus “purgas” y sus campos de trabajo
forzado para los opositores. Todo justificado con la teoría
reaccionaria del “socialismo en un solo país” contra el
principio teórico-político marxista-leninista de
“revolución socialista internacional”.
La
experiencia del Estado burocrático en el Este europeo echa
luz sobre otra cuestión. Y es que hay que terminar con la
identificación de estatización con socialismo. La transición
al socialismo presupone como dijimos, el control de la clase
obrera en forma efectiva en las tareas de expropiación,
apropiación social y distribución de las riquezas
materiales y la producción.
Notas
1-
C. Rakovsky. Los
riesgos profesionales del poder
2-
L. Trotski. La
revolución traicionada
3-
Idem.
4-
R. Sáenz. Construir
otro futuro. Aportes para relanzar la batalla por el
socialismo.
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Al
fin de la Segunda Guerra Mundial y como parte de los
acuerdos contrarrevolucionarios entre las potencias
imperialistas y la URSS; la capital de Alemania, la ciudad
de Berlín, se dividió en cuatro partes que quedaron bajo
el mando de Estados Unidos, Francia, Inglaterra y la Unión
Soviética. Cuatro años después los estados capitalistas
resolvieron crear un estado burgués en el sector Oeste: la
República Federal Alemana (RFA) y la URSS creó la República
Democrática Alemana (RDA) en su sector Este. La partición
alemana trajo consigo la mal llamada “guerra fría”
entre el imperialismo y la burocracia soviética. En
realidad esta “guerra fría” solo fue el tironeo de
intereses políticos, económicos y militares entre estos
dos grandes sectores, en el marco del acuerdo
contrarrevolucionario para controlar el ascenso
revolucionario del movimiento de masas en el ámbito mundial
ante la caída del nazismo y la crisis producida por la
guerra.
En
los países de Europa del Este, ocupados por el Ejército
Rojo de la URSS y fuerzas de la Resistencia, dirigidas por
el Partido Comunista, a poco de terminar la contienda bélica,
surgieron gobiernos con mayoría de este partido. Luego, a
partir de las relaciones
de fuerzas nacionales e internacionales, la
burocracia soviética expropiará en su provecho a los
sectores burgueses y formará gobiernos afines a sus
intereses. Serán los equivocadamente llamados “países
del socialismo real”. Se instaura en ellos un régimen
calcado de la Unión soviética bajo el mando del
“padrecito” Stalin, donde los cuerpos de la
policía “política” y las fuerzas armadas
implantaron la persecución, la cárcel y las ejecuciones a
toda oposición política.
La
construcción del Muro
El
13 de agosto de 1961, una gran movilización de tropas soviéticas
y del Pacto de Varsovia se constituyó como muro humano para
delimitar y sellar la partición de Alemania, y comenzar la
construcción del Muro de Berlín. Esta construcción no
tuvo nada de democrática. Familias enteras quedaron
divididas y miles de trabajadores perdieron el empleo de la
noche de la mañana, al quedar impedidos de llegar a su
trabajo del otro lado de Alemania.
Hacia
el interior de los países de la órbita soviética, el Muro
sellaba también los límites del régimen estalinista, una
verdadera “cárcel de pueblos” bajo los gendarmes de la
burocracia del Kremlin. Muchas personas que trataron de
pasar al lado occidental van a ser encarcelados o perderán
la vida en el intento y los pueblos y los trabajadores verán
acalladas sus protestas bajo las orugas de los tanques rusos
y las fuerzas de represión de los regímenes del Glacis.
En
mayo de 1955 los jerarcas de Moscú suscribieron el Pacto de
Varsovia con las llamadas “democracias populares” de los
países afines. Bajo la definición de “tratado de
amistad, cooperación y asistencia mutua”, el comando
militar soviético agrupó a las fuerzas armadas de Albania,
Checoslovaquia, Bulgaria, Alemania Oriental, Hungría,
Polonia y Rumania. Agrupamiento que tuvo como real finalidad
preservar la hegemonía militar de la URSS sobre los países
satélites del este europeo resguardando los intereses de la
burocracia rusa.
En
junio de 1953, ya había estallado un movimiento de protesta
de los obreros en Berlín Oriental. La exigencia
gubernamental de mayores cuotas de producción sin aumento
salarial fue el detonante de la crisis política. Las
protestas se extendieron a otras ciudades y fueron
recogiendo también el descontento por el régimen
totalitario del Partido Comunista alemán de Walter Ulbricht.
De esta manera el movimiento se transformó en una demanda
política de elecciones libres. Las manifestaciones
cubrieron todo el país y se tornaron violentas. El PC alemán
perdió el control de la situación y las tropas soviéticas
intervinieron en la represión del alzamiento obrero
abriendo fuego sobre los trabajadores que manifestaban. Esta
intervención del ejército estalinista fue el prólogo del
Pacto de Varsovia.
Este
pacto es también el que va a operar en Hungría en 1956.
Cuatro millones de obreros lanzaron una huelga general y
crearon los “consejos obreros”. Estos consejos se
perfilaron como organismos de doble poder, frente al
gobierno del PC. En Budapest se produjeron los mayores
enfrentamientos y las tropas del Ejército Rojo y sus
aliados cargaron sobre los insurrectos que marchaban hacia
la Plaza del Parlamento y comenzaban a destrozar con masas y
soplete la estatua de Stalin. Los barrios obreros son
arrasados y hay decenas de miles de muertos en las filas
obreras. La
revolución es aplastada.
Yalta y Postdam
Los
acuerdos
contrarrevolucionarios
Por
Ana Vázquez
La conferencia de Yalta se celebró del 4 al 11
febrero del año 1945 entre la URSS, EEUU e Inglaterra.
Participaron el primer ministro inglés, Winston Churchill,
F.D. Roosevelt, presidente de EEUU y José Stalin,
secretario general PC soviético.
En la Conferencia de Postdam, realizada entre
el 17 de julio y 2 de agosto del mismo año, a Roosevelt lo
sucedió el presidente Truman.
En ambas se selló el acuerdo por el cual las
potencias triunfantes en la Segunda Guerra Mundial se
repartieron el mundo y establecieron los parámetros para
establecer la paz. En primer lugar, sofocar la revolución
obrera en Europa que se desarrolló al calor de la
resistencia al fascismo. Bajo la consigna de: ¡producción!
los partidos comunistas entregaron los procesos
revolucionarios en desarrollo y ordenaron a los trabajadores
que se pusieran a trabajar para recuperar el capitalismo. Así
se logró el famoso “boom” europeo y la recuperación de
la economía capitalista: con la sangre de los millones de
muertos en la guerra y la explotación de los obreros del
mundo, de manera más descarnada aún los de las colonias y
semicolonias de los imperialismos.
Con el fin de estas cumbres
contrarrevolucionarias se abre un período nuevo para el
movimiento obrero y de masas.
“Los cronistas vulgares
llaman al período que va desde el fin de la Segunda Guerra
Mundial hasta la caída del Muro de Berlín (1989) y el
derrumbe de la Unión Soviética (1991) como el ‘período
de la guerra fría’, de la cual EE.UU. es proclamado
‘vencedor’. Más correcto es definirla como la época
de los acuerdos de Yalta-Postdam entre el imperialismo
yanqui y la burocracia soviética, que garantizó un orden
internacional como no existió en el interregno entre las
dos guerras mundiales... y como no ha vuelto a recobrarse
hasta ahora. La llamada ‘Guerra Fría’ tuvo lugar en ese
marco. Por eso (y no sólo por el arsenal nuclear) nunca
llegó a calentarse.” El imperialismo en el nuevo
siglo, Roberto Ramírez, socialismo-o-barbarie.org.
Durante estos años se
crearon instituciones fundamentales del orden mundial, como
las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, el
Banco Mundial, la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico
Norte), primer bloque militar conjunto de las fuerzas
imperialistas.
Pero no fue una época
“tranquila”, ni de uno ni de otro lado de la “Cortina
de hierro”. Revoluciones, luchas, enfrentamientos se
sucedieron en Latinoamérica, Asia y África. Baste
mencionar que en 1949 triunfó la Revolución China y en
1959 la Cubana. Como hemos visto, también la burocracia del
Este enfrentó rebeliones agudas.
Pero todas estuvieron contenidas, desviadas o fueron
sofocadas violentamente dentro del marco de este acuerdo
contrarrevolucionario de hierro que enchalecó la acción y
la conciencia de millones de trabajadores.
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En
1968, nuevamente las tropas del Pacto de Varsovia ocuparán
las calles de Checoslovaquia, para terminar con la
“Primavera de Praga”. Un proceso que surgió desde los
sectores de la intelectualidad y el movimiento estudiantil,
extendiéndose después a sectores de trabajadores que
cuestionaba al régimen impuesto desde el Kremlin. De esta
manera, Stalín y su camarilla burocrática van a cumplir su
papel contrarrevolucionario frente a los levantamientos
obreros y populares del lado oriental del Muro.
Durante
la década del 70 serán los obreros polacos los que
encabezarán luchas importantes. En diciembre de 1970, un
alza de los precios en los productos alimenticios provoca la
protesta de la población. Es reemplazado W. Gomulka,
secretario general del Partido Obrero de Unificación Polaco
en el gobierno, por Edwuard Gierek, hombre de confianza de
los jefes soviéticos, y se anula el alza de precios. Pero
en el verano del 76, vuelve la escalada de precios y esta
vez estallan huelgas violentas en Varsovia. Gierek lanza la
represión pero se ve obligado a anular los aumentos. Será
1980 el año en que los obreros polacos harán temblar al régimen
político. Ante un nuevo aumento del costo de vida comienzan
las huelgas espontáneas en numerosas fábricas.
En fábricas como Ursus se realizan asambleas, se
organizan comités de huelga y se levantan distintas
reivindicaciones. Las huelgas se extienden a otras ciudades
como Varsovia, Ldoz y Gdansk. Ante esto el gobierno otorga
un aumento de salarios para terminar con la oleada huelguística.
Pero no será por mucho tiempo. Los ferroviarios de Lublin
paran sus actividades con nuevas demandas, entre las cuales
se plantea el retiro de la policía de las fábricas y la
libertad sindical. El núcleo huelguístico se sitúa en el
litoral del Báltico en donde se encuentran los astilleros.
De allí surgirá el sindicato Solidaridad, independiente
del aparato estatal estalinista, bajo la dirección de Lech
Walesa, un electricista ligado al movimiento de la Iglesia.
El 31 de agosto de 1980 se firma el acuerdo de Gdansk entre
el gobierno y los huelguistas donde se acuerda la creación
de un sindicato independiente y autogestionado. En febrero
del año siguiente, se establece un nuevo acuerdo:
“El
gobierno polaco y el sindicato independiente Solidaridad
llegaron a las cuatro de la madrugada de ayer -hora de
Madrid-, al término de catorce horas de negociación, a un
acuerdo sobre la reducción del horario de la semana laboral
y sobre el acceso de la central sindical de Lech Walesa a
los medios de comunicación de masas.” (1) Pero en
diciembre de ese año, el general Wojciech Jaruselski da un
golpe de Estado y toma el gobierno, ilegalizando a
Solidaridad y reprimiendo a dirigentes y activistas,
cerrando un nuevo capítulo escrito por el enfrentamiento
entre las masas obreras del Este europeo y la carroña
estalinista detrás del Muro de Berlín.
El principio del derrumbe
En
1985 llega al gobierno de la URSS, Mijail Gorchavov quien va
a poner en marcha una política de reformas políticas y
económicas para transformar definitivamente el viejo mapa
político y social de la URSS y los países del Glacis. La
ofensiva imperialista de la mano de Ronald Reagan, la crisis
interna y la creciente agitación en el movimiento de masas
echará en brazos de la “economía de mercado” y la
“democracia burguesa” a la putrefacta burocracia
estalinista.
A
finales de 1989 se llevaron a cabo movilizaciones masivas en
contra del gobierno de Erich Honecker en la RDA. El líder
comunista tuvo que dejar el gobierno alemán en octubre de
ese año. Egon Krenz va a ocupar el cargo dejado por
Honnecker.
En
los primeros días de noviembre se conoció el proyecto de
una nueva legislación para poder viajar. En tanto, el
gobierno checoslovaco protestó ante el aumento de la
emigración desde la RDA. Los alemanes resolvieron entonces
facilitar, a modo de regulación, los viajes. Finalmente se
elaboró una serie de medidas que permitían obtener pases
para viajes con carácter de visitas al exterior. Y luego de
algunas idas y venidas se aprobó. Esto no hizo más que
aumentar la presión de las masas.
La
noche del 9 de noviembre caía el Muro de Berlín. Una
multitud con mazas y picos echaron abajo el siniestro Muro.
La llamada también “cortina de hierro” se desmoronó
abriendo no sólo el paso hacia la Alemania Occidental sino
fundamentalmente, a una nueva etapa en las relaciones de
fuerzas políticas económicas, políticas e ideológicas
para el movimiento de masas mundial.
Consecuencias
y perspectivas
El
derrumbe del Muro de Berlín arrastró consigo a los regímenes
de los países del llamado “socialismo real” incluida la
Unión Soviética. En pocos meses surgieron gobiernos en el
Este europeo que pusieron proa hacia las reformas políticas
y económicas que les permitieran ingresar al “mundo
capitalista”. Pero los efectos del fin de la “cortina de
hierro” fueron mas allá de las fronteras geopolíticas. Rápidamente
el imperialismo salió a predicar el fracaso del socialismo
y el triunfo del capitalismo en toda la línea. Un nuevo
orden mundial se proyectaba en las mentes de los adoradores
de la “economía de mercado”. La mundialización del
capital buscaba sentar las bases de ese nuevo orden
imperialista.
El
ataque global capitalista al movimiento obrero durante la década
del 90 fue provocando cambios al interior del mismo en la
organización del trabajo, en sus conquistas que eran
barridas y en
sus herramientas de lucha.
Junto a la crisis del viejo movimiento obrero
transitaba y se combinaba la crisis política de la
izquierda. Aún las corrientes políticas que habían
combatido la política y la nefasta ideología estalinista
desde una óptica revolucionaria, como el trotskismo, no
pudieron escapar a la dispersión y la disgregación de sus
fuerzas ante la crisis de alternativa política abierta en
los inicios del derrumbe del “bloque soviético”. No fue
la revolución política de los obreros ni la intervención
armada del imperialismo la que terminó con esos regímenes
tal como preveían desde Trotski hasta la mayor parte de las
corrientes revolucionarias de los 90 como el morenismo de la
cual fuimos parte. No obstante, hubo sectores, como quienes
hoy integramos la actual corriente Socialismo o Barbarie,
que visualizaron en la caída del Muro de Berlín un efecto
contradictorio hacia la lucha de clases: si bien las masas
del este europeo se ubicaban en un primer momento histórico
bajo las banderas de la restauración capitalista, se
sacaban de encima el yugo histórico del estalinismo como
aparato mundial contrarrevolucionario. Y esto abría las
posibilidades estratégicas en un período posterior de
reconstruir o refundar al movimiento obrero sobre nuevas
bases revolucionarias.
La
posibilidad de relanzar la batalla por el socialismo
Junto
a las grietas abiertas por picos y mazas en el muro de Berlín,
y la confusión en la conciencia política de los
trabajadores aparecían lecciones fundamentales para los
revolucionarios. En primer lugar, el socialismo por el que
luchamos no tiene nada que ver con la estatización
estalinista ni con el proclamado socialismo del siglo XXI
por el comandante Chávez. La transición al socialismo debe
ser una pelea para que los trabajadores tomen en sus manos
los resortes políticos y económicos. Y es por esto que la
revolución socialista la concebimos como un hecho
consciente y no el resultado de un devenir “lógico” de
la historia ni producto de un comandante o líder carismático.
Para esto es fundamental una recomposición global del
movimiento obrero. “La acción destructiva de estos
aparatos logró abrir una crisis histórica de perspectiva o
alternativa al capitalismo y, como parte de ella, una crisis
del mismo carácter en lo que hace al propio destino de la
clase trabajadora como tal. La crisis aguda del movimiento
obrero no solamente afecta a los trabajadores, sino que
repercute en su conjunto sobre toda la sociedad y plantea
con urgencia la necesidad de la recomposición de la
subjetividad revolucionaria del proletariado: esto es, su
reconstrucción o refundación sobre nuevas bases
socialistas y de clase.” (2) De esta manera, la crisis
abierta en los 89/90 puso sobre el tapete la necesidad de un
balance y una mirada crítica en las filas trotskistas sobre
determinadas caracterizaciones como la de considerar a la
Unión Soviética un estado obrero o vicios en la concepción
de la organización revolucionaria, tanto internacional como
nacional. En este sentido la nefasta campaña del
imperialismo sobre el fracaso del socialismo y la crisis de
las organizaciones políticas de la clase obrera abrieron
paso al cuestionamiento
de la necesidad de construir un verdadero partido
obrero revolucionario. Haciendo lugar a ideologías
reaccionarias como el autonomismo. A 20 años de la caída
del Muro y ante el carácter de las nuevas luchas obreras más
que nunca urge la tarea de construir ese partido
revolucionario.
Por
último, reafirmamos el carácter internacionalista, obrera
y socialista de la revolución. Desde la Revolución
bolchevique del 17 hasta el estallido de la segunda guerra
se sucedieron revoluciones obreras que no lograron triunfar
(Hungría, Alemania, etc). Luego de terminada la Segunda
Gran Guerra, el movimiento obrero no pudo ubicarse como
referencia política revolucionaria merced a la influencia
trágica del estalinismo. Y otros sectores sociales como el
campesinado, llevaron adelante las llamadas, en forma
equivocada “revoluciones objetivas” como en China, en el
49; proceso que a fines de los 80 giró hacia el
capitalismo.
Esta
situación comenzó a cambiar. A finales del siglo XX y
principios del XXI, se abrió un nuevo ciclo de rebeliones
en América Latina que en su desarrollo está ubicando
nuevamente a la clase obrera industrial en la escena de los
hechos de la lucha de clase. Es fundamental para los
revolucionarios tomar cuenta de esto y aportar al desarrollo
subjetivo de esta nueva generación de luchadores que con
mucho esfuerzo busca ubicarse en el centro de la pelea.
“El desafío es, entonces, no caer en el derrotismo, sino
(re)formular un proyecto revolucionario que, apoyado en la
premisa marxista de que ‘la liberación de los
trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos’,
esté a la altura de las necesidades y ubique a nuestra
organización/corriente sobre una nueva perspectiva estratégica.
Esta es la dirección por la que intentaremos transitar en
el presente texto, al que concebimos como un esbozo para ser
sometido a la prueba de la experiencia viva de la lucha de
clases y a ulteriores elaboraciones teóricas y políticas”.
(3)
(1)
Diario El País (España) 01/02/81.
(2)
“Aportar al relanzamiento de la batalla por el
socialismo” Roberto Sáenz.
(3)
Idem.