El contenido y las formas
En
las filas de la izquierda y a propósito de esta cuestión
del “modelo sindical” se ha venido abriendo un debate
acerca de cuál sería “la mejor forma” de organización
sindical de los trabajadores. Un debate muchas veces cargado
de doctrinarismo y conservadurismo.
No
hay “modelo” ideal
Para comenzar a abordar esta cuestión, digamos que Karl
Korsch, marxista revolucionario alemán de la primera mitad
del siglo pasado, decía muy atinadamente que el movimiento no
estaba caracterizado por una “forma” en particular:
el problema de su organización es de contenido: aquello
que le permitiera luchar de manera independiente y liberara
sus fuerzas.
Precisamente es con este mismo criterio que debemos
abordar las cuestiones que tienen que ver con los llamados
“modelos sindicales” tan debatidos hoy en el país.
Porque el carácter “progresivo” de uno u otro depende
de la circunstancia de si en el momento determinado libera
las fuerzas de la organización independiente de los
trabajadores o no. No hay un único “modelo” de
organización de los trabajadores: ¡cualquier forma de
organización es útil si sirve a la lucha democrática,
independiente y autodeterminada de los trabajadores!
Ejemplos
de esto hay de sobra en la rica historia de la lucha de
clases de los trabajadores: por ejemplo señalar que en la
Revolución Rusa de 1917 los sindicatos no cumplieron ningún
rol (y cuando lo hicieron, su papel fue más bien
conservador) y la forma de organización por excelencia de
la masa de los trabajadores de la ciudad y el campo fue el
“soviet” una suerte de consejo de delegados a escala de
cada ciudad y el país como un todo.
Pero también ha habido ejemplos digamos
“opuestos”: en el caso de Bolivia a mitad del siglo
pasado con la Central Obrera Boliviana (COB) haciendo las
veces de un verdadero organismo de poder de los trabajadores
de todo el país con centro en el proletariado minero.
En
fin, la moraleja es que todo análisis de lo que libera las
fuerzas organizativas de los trabajadores (o les ata las
manos) debe ser un análisis concreto, de contenido, que no
admite el carácter “revolucionario” o “conservador”
a priori de ninguna forma de organización: todo depende
de las circunstancias concretas: en la organización de la
clase obrera no puede haber ningún “modelo ideal”, ningún
“fetiche” organizativo.
Los
sindicatos por oficio
¿Pero
a qué viene lo anterior? A grosso modo a lo siguiente: en
su larga historia –y más allá de la enorme diversidad
mundial– podemos identificar tres etapas en lo que hace a
la forma de organización sindical de los trabajadores en el
último siglo.
Todo
un primer período tuvo que ver con la organización de
sindicatos por oficio. Es decir, los sindicatos
agrupaban exclusivamente a los trabajadores que tuvieran las
mismas destrezas. Esto, de alguna manera, venía todavía
de una tradición anterior a la del capitalismo propiamente
dicho que era la del artesanado: el artesano con su
oficio que a la vez empleaba toda una escala jerárquica de
aprendices que trabajaban bajo su dirección.
Bajo
el capitalismo, la herencia de esta tradición
“artesanal” trajo consigo desvíos por así llamarlos “exclusivistas”
que hacían que hubiera ciertas relaciones “aristocráticas”
entre trabajadores con distintos oficios en vez de
dominar la unidad venida de su común situación de clase
explotada.
Sin embargo, hacia comienzos del siglo XX, esto no dejó
de expresar ya una enorme contradicción: con la
masificación de la producción capitalista (y de los
lugares de trabajo) resultaba ser que bajo un mismo techo se
agrupaban trabajadores de muy distintas especialidades. La
organización obrera por oficio fue transformándose, de
manera creciente, en una forma reaccionaria que dividía
compañero de compañero al tiempo que elevaba –cual
aristocracia obrera– a los más calificados sobre el
conjunto de la masa sin calificación que era apreciada (y
despreciada) como una suerte de subclase...
La organización por rama de actividad
Sin embargo, el propio empuje del desarrollo capitalista
fue dando lugar a otra forma de organización: el
sindicato por rama de actividad. Esto ocurrió, por
ejemplo, en un proceso realmente revolucionario al interior
del movimiento obrero de los EEUU de la década del 30. Es
que a partir de un conjunto de luchas se creó la CIO
(Congreso de Organizaciones Industriales) donde el nuevo
criterio fue posibilitar la agrupación de trabajadores
por rama de actividad. Esto dio lugar a un proceso de sindicalización
masiva de los trabajadores.
Su principio revolucionario era que no importando el
oficio de cada compañero, eran del mismo gremio si
trabajaban en la misma rama de la producción. Esto permitió
unificar sindicalmente a los lugares de trabajo.
Sin embargo, las enormes estructuras sindicales no dejaron
de tener su costado conservador, lo que rápidamente
fue aprovechado por los capitalistas y la burocracia
sindical. Con la segunda postguerra y la puesta en pie del
llamado “Estado benefactor”, y a cambio de una serie de
concesiones económicas, la estructura sindical, urbi et
orbi, se burocratizó de pies a cabeza, pasando
a funcionar estos sindicatos únicos por rama de actividad
como un corsé para la libre organización de los
trabajadores.
La fragmentación neoliberal
Finalmente, a partir de los años 90 hubo nuevamente
modificaciones. No sólo se liquidó mundialmente la idea
del pleno empleo generándose el desempleo de masas (lo que
dejó ya cuestionada la representación de los sindicatos
del conjunto de los trabajadores). También entre los
propios trabajadores con empleo fueron creándose una serie
de “anillos concéntricos” por los cuales se consagraron
muy distintas formas de contratación laboral: desde los
compañeros efectivos hasta los tercerizados; y casos
extremos como de las maquilas centroamericanas o mexicanas,
donde directamente están prohibidos los sindicatos.
Acompañando este “movimiento”, se fue abriendo paso
una legislación internacional en materia laboral con
efectos “contradictorios”. Por un lado, abriendo brechas
para la organización sindical rompiendo el unicato de un
solo sindicato por rama. Por el otro, en la medida que es
una legislación laboral burguesa, evidentemente
apuntando a neutralizar esa semilla eventualmente
revolucionaria vía la atomización y fragmentación
de la representación más acorde a los tiempos que corren
de “heterogeinización” de la estructura del movimiento
obrero: divide y reinarás es su divisa.
Por un nuevo movimiento obrero
Pero aquí viene la “astucia” de la cosa: una
determinada legislación (internacional y nacional) que
rompa con el unicato sindical en las condiciones de
retroceso de la lucha de clases facilita su atomización.
Pero esa misma legislación en las condiciones de un ascenso
general de la lucha de clases puede y debe cumplir un
rol revolucionario: servir para romper con el corsé
burocrático, abrir espacios para la organización de base y
democrática.
Justamente ahí se inserta la discusión actual en la
Argentina acerca del “modelo sindical”: no se trata
solamente del reclamo de la CTA de lograr su personaría
gremial. También está el hecho que en su lucha contra el
gobierno K (y su monopolio del aparato del Estado y
sindical), la oposición burguesa está dando lugar a un
debate que tiene que ver con la llamada “libertad
sindical” en el sentido de quebrar el monopolio de la
burocracia más íntimamente ligada al PJ como forma de
debilitar a los K y más en general la posición negociadora
de los sindicatos. Desde su punto de vista la apuesta
es evidente: buscan no liberar las fuerzas de la clase
obrera sino atomizarla.
Sin embargo, lo que en estos momentos está ocurriendo es
lo opuesto: lo que se está expandiendo es el proceso
de democracia de bases. También la fundación de
nuevos sindicatos, las más de las veces de manera “super
estructural”... pero que en cualquier giro de los
acontecimientos podría liberar fuerzas reales.
Ahí está justamente el ejemplo del Subterráneo señalado
en estas páginas, los compañeros tuvieron que irse de la
UTA no por razones “caprichosas” o una concepción
sindicalista “roja” (organizar sólo a los “buenos”)
sino por pura necesidad: que su experiencia de
democracia de las bases se imponga contra el viento y la
marea de la patota de la UTA que los obligaba incluso a
tener que hacer las reuniones del cuerpo de delegados de
manera clandestina...
Sin embargo, está claro que al formar su sindicato los
compañeros eventualmente podrían quedar como más
“separados” del resto de los trabajadores del transporte
agrupados en la UTA.
Pero aquí está la señalada “astucia” del proceso que
muestra como el contenido se impone siempre sobre la
forma: muchos de los compañeros de los colectivos de la
UTA de Capital y conurbano bonaerense están manifestando
para quien quiera escucharlos su simpatía por los compañeros
del Subte y su repudio a Fernández, afirmando que si el
Subte consigue su personaría “nos vamos con ellos dejando
la UTA” ¡No por nada estos archiburócratas tienen el
pánico que tienen!
En síntesis: abriéndose paso por entre medio de las
contradicciones en las alturas, y sobre la base de la
emergencia de una nueva generación obrera y del proceso de
recomposición de los trabajadores que tiene sus
antecedentes en la crisis del 2001, podría estar configurándose
un giro histórico en la organización de la clase obrera
argentina.
A ese proceso hay que apostar con todo desde la izquierda
revolucionaria en la perspectiva de un nuevo movimiento
obrero antiburocrático, independiente y clasista.
Los “Caballeros del trabajo” en los EEUU de finales
del siglo XIX se caracterizaban por estos rasgos
aristocráticos en relación al conjunto de la emergente
clase trabajadora norteamericana.
Esto es precisamente lo que ocurrió en los años ’30
en los EEUU
Igualmente esto ya estaba planteado en la situación
anterior dado que como “tipos ideales” la composición
de clase de los compañeros del subterráneo y los chóferes
de la UTA tienen rasgos muy distintos que no hacían fácil
la confluencia.