El miércoles 18 de noviembre el gobierno pudo avanzar en
la implementación de su Reforma Política al lograr media
sanción de la Cámara de Diputados y al cierre de esta
edición los senadores se disponían a hacer ley la Reforma.
El oficialismo kirchnerista tiene como objetivo la concreción
del proyecto, antes de que el Congreso cerrara el período
anual y de que se establezca una nueva relación de fuerzas
en el ámbito parlamentario.
Como dimos cuenta en ediciones anteriores, más allá de
los avatares, maniobras y compras de votos en esa cueva de
bandidos que es el Parlamento Nacional, la reforma está
centralmente destinada a avanzar en la “normalización”
institucional y a cerrarle el paso a un eventual ascenso de
la influencia de la izquierda en el terreno político
electoral.
En el 2001, el régimen democrático burgués hizo crisis
ante el embate de las masas en la calle echando al gobierno
de De la Rúa y cuestionando a todas las instituciones
burguesas, fundamentalmente a los partidos tradicionales. La
consigna “que se vayan todos” y las asambleas barriales
y los movimientos sociales, aún con importantes
limitaciones políticas y de clase, fueron la expresión
concreta del repudio de amplios sectores de masas a la
estantería capitalista. El período presidencial
kirchnerista iniciado en el 2003 logró imponer nuevamente
la figura presidencial y un funcionamiento más “normal”
del Congreso. No obstante, la división del peronismo y el
estallido del radicalismo por la crisis, dejaron el campo
político patronal fragmentado en diversos agrupamientos y
alianzas que mostraban la debilidad de implementar un
recambio alternativo burgués.
La proyectada reforma política aspira, en este sentido,
retomar la senda del bipartidismo que fortalezca el régimen actual para enchalecar
mejor a los trabajadores y los sectores populares. La
oposición política burguesa, desde Macri hasta Pino
Solanas, a pesar de que el gobierno K realizó muchas
modificaciones al proyecto inicial, se opone. “Pese a que
el kirchnerismo introdujo más de medio centenar de
modificaciones al proyecto oficial, buena parte del arco
opositor lo rechazó, al advertir que sólo se limita a una
reforma electoral y que no avanza en cuestiones de fondo,
como la introducción de la boleta única en reemplazo de la
lista sábana o la limitación de la publicidad oficial”
(La Nación, 19/11/09). Claro que los radicales han sido más
cuidadosos y han tratado de no hacer mucho ruido ya que la
reforma los beneficia porque son el partido llamado a jugar
en el mecanismo del bipartidismo. La reorganización de las
filas radicales está en curso y aspira a volver a ser la
segunda fuerza para disputarle periódicamente el gobierno
al peronismo.
La oposición burguesa tiene diferencias aún en el
terreno de oponerse a la reforma política. Es significativo
el planteo de Ignacio Fidanza, quien dice: “La oposición
parece encerrada en un espiral de bronca hacia el gobierno
que acaso no le permite ver las oportunidades del momento.
El rechazo frontal a la reforma política podría llevarlos
a desperdiciar un camino para ordenar el sistema y hasta
sacar a Kirchner de la próxima presidencial” (La política
on line, 25/11/09).
En el punto opuesto, el periodista Joaquín Morales Solá,
columnista de La Nación, fustiga al
gobierno: “Los Kirchner no quieren,
definitivamente, que el próximo Congreso resuelva sobre la
reforma política. En una vertiginosa escalada sobre las
instituciones, el perdidoso kirchnerismo está modificando
con profundidad cuestiones cruciales del sistema democrático.
El régimen electoral, la relación del Estado con los
medios periodísticos, el destrato al Congreso y la propia
independencia de la Justicia se encuentran en una zona
riesgosa e incierta.” (La Nación, 25/11/09)
Unidad de acción contra la reforma
El otro objetivo de la reforma, como dijimos, está
dirigido a echar del circuito político electoral a las
fuerzas de izquierda. En primer lugar, es importante
reconocer que el terreno electoral no es nuestro terreno,
sino que es un
instrumento político patronal para embaucar a los
trabajadores. Por otro lado, la representatividad que
la izquierda gana en las luchas directas que los
trabajadores dan a la patronal no se traduce mecánicamente
en un apoyo explícito en el campo de las urnas. Pero, en el
último período importantes conflictos obreros encontraron
al frente de los mismos a direcciones sindicales de la
izquierda. Subterráneos, Kraft, Neumático y otros
mostraron una incipiente pero significativa influencia de la
“izquierda roja”. Sin dudar, la burguesía y el gobierno
tomaron nota de este hecho y alertaron sobre las
consecuencias que eso traería si el fenómeno político se
continuaba desarrollando, ya que si irrumpiera un proceso de
radicalización en las filas obreras podría ampliar y
alimentar el espacio de la izquierda también en la
representación electoral. Las últimas elecciones a
diputados nacionales mostraron que el conjunto de la
izquierda había logrado un avance. El Frente de Izquierda
(Nuevo MAS, PTS, IS), por ejemplo, se convirtió en la
quinta fuerza en el distrito electoral más importante y de
mayor concentración obrera como es la Provincia de Buenos
Aires. En este sentido la reforma kirchnerista apunta a no
dejar resquicio electoral a los partidos obreros de la
izquierda.
El reordenamiento del país es una necesidad de la clase
dominante desde el 2001. La dependencia económica del país,
las apetencias capitalistas, la degradación política de
los partidos patronales y las urgencias electorales del
gobierno K provocan chisporroteos en las alturas.
Los
trabajadores no pueden esperar nada bueno de esta reforma,
pero no puede quedar ajenos a este problema. Es importante
pelear contra ella en defensa de la libertad para expresarse
políticamente a través de los partidos de la izquierda
como parte de una lucha global contra el régimen
capitalista. Y
hay que actuar en la más amplia unidad de acción con todas
las fuerzas que se opongan al proyecto kirchnerista, sin
renunciar a la independencia política de clase. Esta lucha
política reafirma más que nunca la tarea central de la
izquierda, que es intervenir prioritariamente en las luchas
que cotidianamente dan los trabajadores en todo el país. En
este terreno desde donde los obreros deben forjar su propia
herramienta para poder proyectar a los demás sectores
explotados y oprimidos una alternativa de clase que termine
con la encerrona electoralista y restrictiva que los
capitalistas nos quieren vender.