Socialismo o Barbarie, periódico Nº 166, 17/12/09
 

 

 

 

 

 

2010: la clave para la izquierda será el proceso de reorganización

Crisis política y conflictividad obrera en el horizonte

El año político se está terminando con novedades importantes en varios terrenos. Y en todos ellos, lo que se constata es que continúa una situación que, aunque de conjunto no termina de definir su signo, sigue acumulando contradicciones y elementos preñados de cambios de magnitud. Son justamente los aspectos más progresivos y radicales los que la izquierda clasista debe impulsar en todos los órdenes, al tiempo que combate zarpazos reaccionarios como la recientemente aprobada ley de Reforma Política donde se consagró –escandalosamente y maniobra K mediante– la cuasi exclusión de la izquierda independiente de las elecciones del 2011.

Antecedentes peligrosos

Comencemos por lo que ocupa a los medios de comunicación, que no siempre es lo más importante pero hace al marco político más de conjunto. El 10 de diciembre se terminó de consumar en el Congreso la nueva relación de fuerzas electoral y parlamentaria nacida el 28 de junio. El gobierno exprimió su mayoría transitoria lo más que pudo y logró despachar ciertas votaciones significativas (la ley de Medios, el Presupuesto y sus leyes complementarias, la reforma política), pero los dulces tiempos del control de ambas cámaras por parte del Ejecutivo se terminó.

Esto ha dado lugar a un esquema político con muy pocos antecedentes en la historia argentina: el de un gobierno que debe lidiar con un Parlamento casi o abiertamente hostil. Desde 1983 hubo sólo dos momentos en que el oficialismo perdiera el control tanto de Diputados como del Senado: Alfonsín tras las elecciones de 1987 y De la Rúa luego de las de 2001. Es sumamente significativo que ambos gobiernos terminaran abandonando el poder de manera traumática –sobre todo el segundo–, más allá de las obvias diferencias entre ellos.

Los “expertos analistas” del gorilismo periodístico se frotan las manos ante la decadencia de los Kirchner y la oportunidad que se le abre a la oposición, con una mayoría acaso frágil, fragmentaria y circunstancial pero real. Más bien, deberían preocuparse por la “gobernabilidad” en un país cuya tradición política es brutalmente presidencialista. Lo del Congreso como “escribanía” del Ejecutivo no es, ciertamente, ningún invento de los Kirchner: desde Hipólito Yrigoyen hasta Menem, el núcleo de la autoridad en el régimen de la democracia burguesa argentina fue siempre la figura presidencial, y el Parlamento no ha hecho más que sancionar y acompañar las iniciativas que emanaban de ella. Algunos políticos lúcidos de la clase burguesa han advertido el peligro que esto significa y han propuesto, sin ningún éxito, la adopción paulatina de mecanismos más parlamentaristas.1

Lo interesante de la reedición 2010 de esta situación es que la actual composición del Congreso podría ser incluso mucho más “belicosa” respecto del Ejecutivo de lo que lo fueron los Parlamentos de 1987 y de 2001. En efecto: tras la debacle electoral de la UCR en 1987, el peronismo se avino a fortalecer la “gobernabilidad” (término que se puso de moda justamente en esa época) y le dio ministros a Alfonsín, como Alderete, hombre de la CGT que fue a la cartera de Trabajo. Por supuesto, el PJ impuso ciertos términos y sabía que debía prepararse para suceder a la UCR en 1989, pero el clima político no estaba tan enrarecido más allá de la explosión social posterior. Tampoco el caso de 2001 se parece realmente al actual (que de conjunto presenta una situación a priori más “atenuada”). En parte, porque la oposición del PJ tampoco fue tan “desestabilizadora” (otro término de los 80). Pero sobre todo, porque las elecciones de 2001 fueron un golpe tremendo no sólo para el gobierno aliancista sino para el conjunto del régimen y todos los partidos de la burguesía. No es lo que ocurre hoy: es cierto que los partidos burgueses siguen sin recomponerse2, pero el gran derrotado del 28 de junio no fue el régimen en su conjunto, sino el gobierno de los Kirchner.

Por todo esto, hay que mirar con suma prevención el panorama político-institucional de aquí a 2011. Si bien está claro que la mayor parte de la clase capitalista y sus políticos parece haber acordado que lo mejor es dejar que los Kirchner terminen su mandato, para nada está escrito que en todos los escenarios primará la cordura entre burgueses y no se afectará la gobernabilidad (elemento que incluso depende, en última instancia de la evolución de la crisis internacional). Ya hubo escarceos: mientras que los Kirchner, por boca del jefe del bloque oficialista en Diputados, amenazó con “vetar leyes hostiles” aprobadas por la oposición sin el concurso del PJ oficial, De Narváez recuperó el habla para amenazar nada menos que con “juicio político a la Presidenta”...

En este marco, hay sectores ­el discurso de Biolcati el 10 de diciembre es el mejor ejemplo– que parecen no terminar de renunciar a la opción “destituyente”. Encima, los propios Kirchner se han revelado –hasta cierto punto– poco proclives a la “negociación racional en aras de la estabilidad”. Más bien, han dado señales de que piensan “morir con las botas puestas”, si bien es un hecho también que han ido tomando puntos de la propia oposición en lo que hace a su proyecto de “normalización” del país. Si a ambos factores se le llega a sumar –como no es descartable– un eventual incremento de la “agitación social”, para no hablar de un ascenso en regla del movimiento obrero, el cóctel molotov tendría todos los ingredientes.

Economía con pronóstico reservado

El gobierno ya sabe que tendrá un dolor de cabeza permanente en el Parlamento, y espera que la marcha de la economía le dé una mano. Para ese fin, intenta volver a los mercados internacionales de crédito vía la recomposición de relaciones con los deudores, el FMI y el Club de París, tema que ya hemos tratado en estas páginas y ahora se le ha agregado el compromiso de afrontar las obligaciones externas del año 2010 apelando a las reservas del Banco Central. Si a esto le suman el lograr el canje de deuda y nuevos préstamos, los Kirchner pueden quedar relativamente aliviados en cuanto al frente externo (pagos de deuda pública) al menos en 2010. Lo mismo pasaría con la estabilidad del tipo de cambio (al menos respecto de un alicaído dólar; respecto de otras monedas, hay devaluación).

Pero el oficialismo haría bien en moderar el optimismo. Por empezar, no es seguro que el “dibujo” por intermedio del cual buscan responder a las obligaciones externas cierre como esperan. E incluso así, se avecina otro frente de problemas, que ya no sería tanto el externo como el doméstico. Hablando en criollo: no hay forma de escapar a algún tipo de ajuste. Si no se ajusta la caja fiscal nacional –a la que los Kirchner juegan todo su futuro–, entonces empezarán a sufrir las arcas de las provincias. Córdoba, nada menos, ya amenazó con emitir cuasi monedas. La amenaza fue conjurada rápidamente, pero no hay ninguna garantía de que el optimista –y aun así escuálido– crecimiento económico que prevé el Presupuesto 2010 alcance para cubrir los déficits que se apilan y aumentan en casi todas las provincias. Como se sabe, el hilo se corta por lo más delgado y esto tiene que ver con el casi inevitable escenario de aumento de las luchas reivindicativas de docentes y estatales en todo el país.

A esto hay que sumar un problema más de fondo. El “crecimiento a tasas chinas”, tal como hemos señalado desde estas páginas, no era “sustentable”, y se frenó. La crisis mundial le dio a los Kirchner la excusa perfecta, pero la realidad es que la locomotora económica estaba dando señales de agotamiento ya antes de que aquélla se desatara. Lo que ocurre es muy sencillo: no había ni hay esquema de acumulación capitalista real para seguir creciendo al 8% anual. La inversión se estancó, por razones estructurales y también políticas (la burguesía no confía en un país dirigido por los Kirchner). Y si la producción no crece al mismo ritmo que la inyección de circulante, la inflación es inevitable.

He aquí el plan de ajuste “silencioso” de los Kirchner: no apuntan a subir la tasa de desempleo, como Cavallo, sino a deteriorar el salario real por la vía de paritarias retrasadas respecto de la inflación real. El objetivo oficial es quedar como “garantes del empleo” (o al menos, de que no se pierda tanto empleo), a costa del poder de compra del salario. La pregunta del millón es: ¿permitirá el movimiento obrero que lo esquilmen de manera no tan brutal pero no menos real? ¿Serán suficientes Moyano, Yasky y el resto de la burocracia para contener los reclamos de los trabajadores, si no es tan fuerte el disciplinamiento social que impone el desempleo? La respuesta es NO. Y hay que empezar a buscarla en el profundo proceso de recomposición que se está viviendo en las filas obreras desde hace unos años, y que ya está empezando a sentar mojones de lucha y organización. No por nada, en la reciente reunión empresaria de la UIA, la principal preocupación expresada por los mismos fueron los reclamos salariales en el 2010.

El 19 a Plaza de Mayo por un movimiento obrero clasista

Más allá de que la lucha de los trabajadores del Subte no ha logrado el triunfo rotundo de la inscripción del nuevo sindicato, y que se ha perdido una oportunidad de darle en lo inmediato al conjunto de los trabajadores un punto de referencia hacia una reconstitución del movimiento obrero argentino sobre nuevas bases, el proceso continúa.

No por nada, y en respuesta a este proceso, Moyano no tuvo su acto el 20 de noviembre en Plaza de Mayo, pero como “premio consuelo” acaba de realizar lo propio en Vélez Sarfield este último martes 15 en el Día del Camionero, moviendo su aparato desde todo el país y con la presencia de Néstor y Cristina, reafirmando ésta última el sostenimiento al modelo del unicato sindical.

En este contexto, el desarrollo de nuevas experiencias de lucha y organización independiente, la descomposición de la burocracia sindical, la creciente inserción de la izquierda clasista en la vanguardia obrera, las expresiones de desborde a la burocracia en cuanto la lucha crece en entidad, demuestran que una tendencia muy profunda recorre el movimiento obrero argentino. Si estas tendencias se desarrollan, si las condiciones económicas y políticas del año próximo fogonean un ascenso de las luchas, es posible que asistamos al comienzo de una nueva etapa para la clase obrera argentina, signada por el quiebre del monopolio sindical de la burocracia sindical peronista que lleva más de 60 años. Es nada menos que eso lo que está en juego.

Con esta comprensión, el nuevo MAS pone todas sus fuerzas a disposición de este proceso, y se juega con todo a que las experiencias como las del subte, Kraft, FATE y muchas otras se consoliden y se extiendan. En esta pelea, la izquierda clasista puede jugar un rol de primera magnitud y tiene ya, hoy mismo, una inmensa responsabilidad, por las ubicaciones que ha conquistado, por las que puede lograr y por el rol político que le corresponde jugar. Una circunstancia que puede terminar por imponer un gran Plenario Obrero a comienzos del 2010 convocado por el Cuerpo de Delegados del Subte y experiencias como la de Kraft, la Marrón del Neumático y otras que le daría un punto concreto de referencia al proceso de recomposición y un cierto ataque cardíaco a los burócratas de la CGT (y también de la CTA…).

Esta es una de las banderas con las que iremos este 19 al acto de aniversario del Argentinazo en Plaza de Mayo: una instancia que permita dar de manera concentrada la pelea por la puesta en pié de un nuevo movimiento obrero en nuestro país: antiburocrático, clasista y revolucionario.


Notas:

1 En verdad, difícilmente podían ser escuchados cuando incluso regímenes tradicionalmente más parlamentaristas, como los de algunos países desarrollados, se vuelcan hacia el presidencialismo. Esto se relaciona, más en general, con un relativo vaciamiento de las formas de la democracia burguesa clásica y el recurso cada vez más habitual a formas bonapartistas o semibonapartistas, tema que por supuesto excede esta columna.

2 Salvo la UCR, que intenta de manera tambaleante volver a ser algo de lo que fue, apenas puede hablarse de que existan partidos burgueses nacionales además del PJ. Algunos son sólo distritales (es decir, son fuertes en una o dos provincias), otros no son realmente partidos sino sellos de goma que dan respaldo legal a una figura política construida mediáticamente y  de modo muy poco orgánico. También esta tendencia opera internacionalmente y desde hace tiempo, por razones concurrentes al citado vaciamiento paulatino de las instituciones de la democracia burguesa.