Crisis
política y conflictividad obrera en el horizonte
El año político se está terminando
con novedades importantes en varios terrenos. Y en todos
ellos, lo que se constata es que continúa una situación
que, aunque de conjunto no termina de definir su signo,
sigue acumulando contradicciones y elementos preñados de
cambios de magnitud. Son justamente los aspectos más
progresivos y radicales los que la izquierda clasista debe
impulsar en todos los órdenes, al tiempo que combate
zarpazos reaccionarios como la recientemente aprobada ley de
Reforma Política donde se consagró –escandalosamente y
maniobra K mediante– la cuasi exclusión de la
izquierda independiente de las elecciones del 2011.
Antecedentes peligrosos
Comencemos por lo que ocupa a los
medios de comunicación, que no siempre es lo más
importante pero hace al marco político más de conjunto. El
10 de diciembre se terminó de consumar en el Congreso la
nueva relación de fuerzas electoral y parlamentaria nacida
el 28 de junio. El gobierno exprimió su mayoría
transitoria lo más que pudo y logró despachar ciertas
votaciones significativas (la ley de Medios, el Presupuesto
y sus leyes complementarias, la reforma política), pero
los dulces tiempos del control de ambas cámaras por parte
del Ejecutivo se terminó.
Esto ha dado lugar a un esquema político
con muy pocos antecedentes en la historia argentina: el de
un gobierno que debe lidiar con un Parlamento casi o
abiertamente hostil. Desde 1983 hubo sólo dos
momentos en que el oficialismo perdiera el control tanto de
Diputados como del Senado: Alfonsín tras las elecciones de
1987 y De la Rúa luego de las de 2001. Es sumamente
significativo que ambos gobiernos terminaran abandonando
el poder de manera traumática –sobre todo el
segundo–, más allá de las obvias diferencias entre
ellos.
Los “expertos analistas” del
gorilismo periodístico se frotan las manos ante la
decadencia de los Kirchner y la oportunidad que se le abre a
la oposición, con una mayoría acaso frágil, fragmentaria
y circunstancial pero real. Más bien, deberían preocuparse
por la “gobernabilidad” en un país cuya tradición
política es brutalmente presidencialista. Lo del
Congreso como “escribanía” del Ejecutivo no es,
ciertamente, ningún invento de los Kirchner: desde Hipólito
Yrigoyen hasta Menem, el núcleo de la autoridad en el régimen
de la democracia burguesa argentina fue siempre la figura
presidencial, y el Parlamento no ha hecho más que
sancionar y acompañar las iniciativas que emanaban de ella.
Algunos políticos lúcidos de la clase burguesa han
advertido el peligro que esto significa y han propuesto, sin
ningún éxito, la adopción paulatina de mecanismos más
parlamentaristas.1
Lo interesante de la reedición 2010 de
esta situación es que la actual composición del
Congreso podría ser incluso mucho más “belicosa”
respecto del Ejecutivo de lo que lo fueron los Parlamentos
de 1987 y de 2001. En efecto: tras la debacle electoral
de la UCR en 1987, el peronismo se avino a fortalecer la
“gobernabilidad” (término que se puso de moda
justamente en esa época) y le dio ministros a Alfonsín,
como Alderete, hombre de la CGT que fue a la cartera de
Trabajo. Por supuesto, el PJ impuso ciertos términos y sabía
que debía prepararse para suceder a la UCR en 1989, pero el
clima político no estaba tan enrarecido más allá de la
explosión social posterior. Tampoco el caso de 2001 se
parece realmente al actual (que de conjunto presenta una
situación a priori más “atenuada”). En parte, porque
la oposición del PJ tampoco fue tan “desestabilizadora”
(otro término de los 80). Pero sobre todo, porque las
elecciones de 2001 fueron un golpe tremendo no sólo para el
gobierno aliancista sino para el conjunto del régimen y
todos los partidos de la burguesía. No es lo que ocurre
hoy: es cierto que los partidos burgueses siguen sin
recomponerse2, pero el gran derrotado del 28
de junio no fue el régimen en su conjunto, sino el gobierno
de los Kirchner.
Por todo esto, hay que mirar con suma
prevención el panorama político-institucional de aquí a
2011. Si bien está claro que la mayor parte de la clase
capitalista y sus políticos parece haber acordado que lo
mejor es dejar que los Kirchner terminen su mandato, para
nada está escrito que en todos los escenarios primará la
cordura entre burgueses y no se afectará la gobernabilidad
(elemento que incluso depende, en última instancia de la
evolución de la crisis internacional). Ya hubo escarceos:
mientras que los Kirchner, por boca del jefe del bloque
oficialista en Diputados, amenazó con “vetar leyes
hostiles” aprobadas por la oposición sin el concurso del
PJ oficial, De Narváez recuperó el habla para amenazar
nada menos que con “juicio político a la Presidenta”...
En este marco, hay sectores el
discurso de Biolcati el 10 de diciembre es el mejor
ejemplo– que parecen no terminar de renunciar a la opción
“destituyente”. Encima, los propios Kirchner se han
revelado –hasta cierto punto– poco proclives a la
“negociación racional en aras de la estabilidad”. Más
bien, han dado señales de que piensan “morir con las
botas puestas”, si bien es un hecho también que han ido
tomando puntos de la propia oposición en lo que hace a su
proyecto de “normalización” del país. Si a ambos
factores se le llega a sumar –como no es descartable– un
eventual incremento de la “agitación social”, para no
hablar de un ascenso en regla del movimiento obrero, el cóctel
molotov tendría todos los ingredientes.
Economía con pronóstico reservado
El gobierno ya sabe que tendrá un
dolor de cabeza permanente en el Parlamento, y espera que la
marcha de la economía le dé una mano. Para ese fin,
intenta volver a los mercados internacionales de crédito vía
la recomposición de relaciones con los deudores, el FMI y
el Club de París, tema que ya hemos tratado en estas páginas
y ahora se le ha agregado el compromiso de afrontar las
obligaciones externas del año 2010 apelando a las reservas
del Banco Central. Si a esto le suman el lograr el canje de
deuda y nuevos préstamos, los Kirchner pueden quedar
relativamente aliviados en cuanto al frente externo (pagos
de deuda pública) al menos en 2010. Lo mismo pasaría con
la estabilidad del tipo de cambio (al menos respecto de un
alicaído dólar; respecto de otras monedas, hay devaluación).
Pero el oficialismo haría bien en
moderar el optimismo. Por empezar, no es seguro que el
“dibujo” por intermedio del cual buscan responder a las
obligaciones externas cierre como esperan. E incluso así,
se avecina otro frente de problemas, que ya no sería tanto
el externo como el doméstico. Hablando en criollo: no
hay forma de escapar a algún tipo de ajuste. Si no se
ajusta la caja fiscal nacional –a la que los Kirchner
juegan todo su futuro–, entonces empezarán a sufrir las
arcas de las provincias. Córdoba, nada menos, ya amenazó
con emitir cuasi monedas. La amenaza fue conjurada rápidamente,
pero no hay ninguna garantía de que el optimista –y aun
así escuálido– crecimiento económico que prevé el
Presupuesto 2010 alcance para cubrir los déficits que se
apilan y aumentan en casi todas las provincias. Como se
sabe, el hilo se corta por lo más delgado y esto tiene que
ver con el casi inevitable escenario de aumento de las
luchas reivindicativas de docentes y estatales en todo el país.
A esto hay que sumar un problema más
de fondo. El “crecimiento a tasas chinas”, tal como
hemos señalado desde estas páginas, no era
“sustentable”, y se frenó. La crisis mundial le dio
a los Kirchner la excusa perfecta, pero la realidad es que
la locomotora económica estaba dando señales de
agotamiento ya antes de que aquélla se desatara. Lo que
ocurre es muy sencillo: no había ni hay esquema de
acumulación capitalista real para seguir creciendo al 8%
anual. La inversión se estancó, por razones
estructurales y también políticas (la burguesía no confía
en un país dirigido por los Kirchner). Y si la producción
no crece al mismo ritmo que la inyección de circulante, la
inflación es inevitable.
He aquí el plan de ajuste
“silencioso” de los Kirchner: no apuntan a subir la tasa
de desempleo, como Cavallo, sino a deteriorar el salario
real por la vía de paritarias retrasadas respecto de la
inflación real. El objetivo oficial es quedar como
“garantes del empleo” (o al menos, de que no se pierda
tanto empleo), a costa del poder de compra del salario. La
pregunta del millón es: ¿permitirá el movimiento
obrero que lo esquilmen de manera no tan brutal pero no
menos real? ¿Serán suficientes Moyano, Yasky y el resto de
la burocracia para contener los reclamos de los
trabajadores, si no es tan fuerte el disciplinamiento social
que impone el desempleo? La respuesta es NO. Y
hay que empezar a buscarla en el profundo proceso de
recomposición que se está viviendo en las filas obreras
desde hace unos años, y que ya está empezando a sentar
mojones de lucha y organización. No por nada, en la
reciente reunión empresaria de la UIA, la principal
preocupación expresada por los mismos fueron los
reclamos salariales en el 2010.
El 19 a Plaza de Mayo por un movimiento obrero clasista
Más allá de que la lucha de los
trabajadores del Subte no ha logrado el triunfo rotundo de
la inscripción del nuevo sindicato, y que se ha perdido una
oportunidad de darle en lo inmediato al conjunto de los
trabajadores un punto de referencia hacia una reconstitución
del movimiento obrero argentino sobre nuevas bases, el
proceso continúa.
No por nada, y en respuesta a este
proceso, Moyano no tuvo su acto el 20 de noviembre en Plaza
de Mayo, pero como “premio consuelo” acaba de realizar
lo propio en Vélez Sarfield este último martes 15 en el Día
del Camionero, moviendo su aparato desde todo el país y con
la presencia de Néstor y Cristina, reafirmando ésta última
el sostenimiento al modelo del unicato sindical.
En este contexto, el desarrollo de
nuevas experiencias de lucha y organización independiente,
la descomposición de la burocracia sindical, la creciente
inserción de la izquierda clasista en la vanguardia obrera,
las expresiones de desborde a la burocracia en cuanto la
lucha crece en entidad, demuestran que una tendencia muy
profunda recorre el movimiento obrero argentino. Si
estas tendencias se desarrollan, si las condiciones económicas
y políticas del año próximo fogonean un ascenso de las
luchas, es posible que asistamos al comienzo de una nueva
etapa para la clase obrera argentina, signada por el quiebre
del monopolio sindical de la burocracia sindical peronista
que lleva más de 60 años. Es nada menos que eso lo que está
en juego.
Con esta comprensión, el nuevo MAS
pone todas sus fuerzas a disposición de este proceso, y se
juega con todo a que las experiencias como las del subte,
Kraft, FATE y muchas otras se consoliden y se extiendan. En
esta pelea, la izquierda clasista puede jugar un rol de
primera magnitud y tiene ya, hoy mismo, una inmensa
responsabilidad, por las ubicaciones que ha conquistado, por
las que puede lograr y por el rol político que le
corresponde jugar. Una circunstancia que puede terminar por
imponer un gran Plenario Obrero a comienzos del 2010
convocado por el Cuerpo de Delegados del Subte y
experiencias como la de Kraft, la Marrón del Neumático y
otras que le daría un punto concreto de referencia al
proceso de recomposición y un cierto ataque cardíaco a los
burócratas de la CGT (y también de la CTA…).
Esta es una de las banderas con las que
iremos este 19 al acto de aniversario del Argentinazo en
Plaza de Mayo: una instancia que permita dar de manera
concentrada la pelea por la puesta en pié de un nuevo
movimiento obrero en nuestro país: antiburocrático,
clasista y revolucionario.
Notas:
1
En verdad, difícilmente podían ser escuchados cuando
incluso regímenes tradicionalmente más parlamentaristas,
como los de algunos países desarrollados, se vuelcan hacia
el presidencialismo. Esto se relaciona, más en general, con
un relativo vaciamiento de las formas de la democracia
burguesa clásica y el recurso cada vez más habitual a
formas bonapartistas o semibonapartistas, tema que por
supuesto excede esta columna.
2
Salvo la UCR, que intenta de manera tambaleante volver a ser
algo de lo que fue, apenas puede hablarse de que existan
partidos burgueses nacionales además del PJ. Algunos
son sólo distritales (es decir, son fuertes en una o dos
provincias), otros no son realmente partidos sino sellos de
goma que dan respaldo legal a una figura política
construida mediáticamente y de modo muy poco orgánico. También esta tendencia opera
internacionalmente y desde hace tiempo, por razones
concurrentes al citado vaciamiento paulatino de las
instituciones de la democracia burguesa.