“Los
desbalances de la economía mundial son una de las causas
esenciales de la crisis. Para salir de ella, una
remodelación completa de la economía mundial es necesaria.
Sin embargo, la transición desde la caótica configuración
actual hacia esta nueva configuración ‘balanceada’ debe
imponerse a dos tipos de obstáculos.
El primero es social y resulta de la resistencia de
los intereses dominantes cuyo proyecto es volver a hacer
negocios como usualmente, cuestión que les calza
perfectamente. El segundo está a nivel económico:
la relativa rigidez de la división internacional del
trabajo establecida por la globalización deja la
transición, que puede no ser inmediata, incierta. En estas condiciones, las tensiones entre el deseo de
mantener el orden existente y la profunda necesidad de una
reorganización en los planos económico, social y ambiental
abren un largo período
de inestabilidad e incerteza”.
La
visita de Barack Obama a China semanas atrás, y los magros
resultados de la misma, han reabierto la discusión acerca
de las actuales relaciones entre los EEUU y China en el
contexto de la situación internacional creada por la crisis
económica.
Podemos
comenzar abordando esta cuestión recordando que hace
ochenta años, León Trotsky escribía un célebre folleto
titulado: “Sobre
Europa y EEUU”. En él señalaba la creciente
contradicción de la emergencia de un nuevo centro
imperialista (Norteamérica) en las condiciones donde los límites
históricos alcanzados en el desarrollo del capitalismo hacían que no fuera posible el ascenso de un nuevo centro sin la caída
del viejo. Ésta era la idea básica de su trabajo. Es
un hecho evidente que la II Guerra Mundial vino a confirmar
este aserto, resolviéndose por su intermedio (a costa de
una dramática destrucción de fuerzas productivas y seres
humanos) el problema de la hegemonía mundial por varias décadas.
La misma hegemonía mundial que hoy está
volviéndose a poner nuevamente, de manera mediatizada pero
muy real, sobre la mesa.
Una contradicción creciente
Está
claro que a comienzos del siglo XXI la situación no es la
misma que a principios del siglo pasado. Si por un lado están
creciendo –aunque de manera “acolchonada”–
determinadas contradicciones al interior de las relaciones
entre las potencias imperialistas, la
crisis de ninguna manera ha llegado a profundizarse de tal
manera que rompa el equilibrio internacional. Hay una
“convivencia” de elementos tanto “competitivos” como
“cooperativos” pero que no adelantan, para nada, en las
actuales condiciones, una conflagración internacional.
Sin
embargo, en materia de relaciones entre Estados, existe una
contradicción central creciente cada vez más visible,
aunque hay que terminar de mensurar sus verdaderos alcances:
la relación entre
China y los EEUU.
Apresurémonos
a aclarar que China
no deja de ser un gigante –en gran medida– “con pies
de barro”, cuyas bases estructurales no la asemejan –al
menos no todavía– a un país imperialista. Por el
contrario, en gran medida sigue siendo una gigantesca
nación dependiente de la inversión extranjera en los
puntos más dinámicos de su aparato productivo. Al mismo
tiempo, la capacidad de consumo interno y el nivel de vida
general de su población trabajadora (urbana y rural) siguen
siendo bajísimos
para los estándares internacionales. Los elementos de
esclavitud laboral continúan caracterizándola como una
“plataforma exportadora” negándose hasta el momento el
PCCH a tomar medidas de fondo para acabar con esta
conformación estructural.
Ocurre
que ese giro
obviamente significaría la necesidad de hacerles
concesiones económico-sociales a las masas, lo que
obviamente para nada está en la cabeza de los burócratas
capitalistas chinos.
Sin
embargo, existe un problema real que “cuestiona” en
cierta forma el esquema anterior. No se trata sólo de las
dimensiones del gigante asiático, con dos o tres billones
de dólares en sus manos –en dinero constante y sonante, o
bajo la forma de títulos del Estado norteamericano– China
se ha convertido en el principal acreedor de los EEUU:
“Beijín no olvida, ni un instante, que es el mayor
acreedor de EEUU, con más de un billón de bonos del tesoro
norteamericano y que 70% de sus reservas, que más que
duplican aquella cifra, están en moneda norteamericana”.
Sobre
la base que su moneda, el yuan, continúa manteniéndose en
un valor menor frente al dólar (y, por tanto, al resto de
la canasta de monedas internacionales), su potencia
exportadora sigue siendo “inexpugnable”. Esto incluso a
pesar de que su efectiva conformación “dependiente” la
hace, verbigracia,
dependiente de importar todo –o casi todo– en lo que tiene que ver
con inversiones de capital.
Mercado mundial y fronteras
nacionales
¿Pero
a qué viene todo esto? Viene a cuento del debate que se ha
venido abriendo paso al calor de la crisis respecto de la
perentoria necesidad de que el mercado mundial se “rebalancee”.
En este sentido señala el Nobel de economía Paul Krugman:
“Esperemos que cuando las cámaras no estén filmando,
Obama y sus anfitriones se embarquen en alguna franca
conversación sobre política monetaria. Porque
el problema de los desequilibrios comerciales
internacionales está a punto de empeorar significativamente
y se avecina un enfrentamiento potencialmente feo si China
no cambia su actitud”.
Es
decir,
la crisis ha hecho estallar por los aires una configuración de la
economía mundial donde los EEUU operaban como comprador en
última instancia y China como vendedora.
Necesariamente
EEUU debe encaminarse ahora hacia un enorme ajuste económico:
más que importar necesita exportar. Más que seguir endeudándose
para consumir, necesita ahorrar (esta última tendencia ya
se está dando). Y, entonces, el interrogante es: ¿quién
será el destinatario de las crecientes exportaciones
norteamericanas? ¿Qué harán otras economías “empujadas
por las exportaciones” como Alemania, Japón o la propia
China? ¿Quién será el que consuma todo lo que se produce
a nivel mundial?
Es
precisamente en esta “fractura” donde se instalan las
eventualmente cada vez más críticas relaciones entre China
y los EEUU.
Claro,
aquí la evidente paradoja es que los mismos grupos económicos
estadounidenses operan en China y entonces no debería haber
problemas… El creciente entrelazamiento de ramas
productivas en el orden mundial “globalizado” es un dato
que no se puede subestimar.
Sin
embargo, lo que debe resaltarse es que la configuración de
la economía mundial es una donde el mercado mundial se
afirma (y no puede no dejar de afirmarse) “superando”
pero también no pudiendo hacerlo del todo respecto de las
fronteras y estados nacionales.
Es
decir, como capitalistas, las fronteras “no importan”
(entre comillas, claro está, porque sí “especulan” con
los diversos niveles de salario, empleo y condiciones de
trabajo, con las distintas composiciones orgánicas del
capital, con los diversos marcos regulatorios de los estados
y las cotizaciones de las monedas).
Pero
aquí existe una dramática contradicción que re-emerge
nuevamente a cada nuevo momento del desarrollo capitalista: como
Estados capitalistas, y respecto de sus cuentas nacionales,
las fronteras sí cuentan y mucho. Y en la medida que el
capitalismo-imperialista es una configuración que superpone
economía y política, el hecho es que si la economía
mundial no se “rebalancea”, eso coloca la posibilidad de
que, o no “funcione”, o dé lugar a salidas-tendencias más
bien “competitivas” –e, incluso, de profundizarse la
crisis, hostiles–
más que “cooperativas” (como parece ser la tónica
actual).
De
ahí que desde los EEUU (en una situación de evidente
debilidad) se le esté exigiendo a China que aumente su
consumo interno por la vía de revaluar el yuan, desarmando
en parte su modelo en tanto que plataforma exportadora, posibilitando
así el rebalanceo del resto de la economía mundial y,
particularmente, la de los EEUU: “El tema al que
Washington más prioridad le ha dado es el que demanda una
presión decidida para que China se haga cargo de la crisis
mundial, aumentando sus importaciones y liquidando el
preferencial ahorro de sus ciudadanos (40% contra el 3% de
los norteamericanos). Es un mercado de 1.300 millones de
consumidores que el capitalismo real quiere dentro del plato
para recuperar los ritmos anteriores de crecimiento”.
Los
dramáticos desequilibrios en la economía mundial
Pero
entrañaría una dramática contradicción que por ahora no
hay para nada visos de que se vaya a solucionar:
China debería hacer
una suerte de “cambio copernicano” en su propio modelo
capitalista salvaje. Como lo señala el economista
marxista francés Michel Husson: “El modo de crecimiento chino no es sustentable. En el nivel económico,
la estructura de la demanda es aberrante. Con un excesivo
peso de las exportaciones (41.3% del PBI en 2007) e inversión
(42.7%) y una participación decreciente del consumo público
y privado en los mercados, está entonces expuesta
a los peligros de sobre-acumulación y, simétricamente, de
sub-consumo. Los superávits comerciales han cumplido un
rol de motor en los años recientes, pero están amenazados
por el bajo crecimiento de la apertura de nuevos mercados y,
en el largo plazo, por la creciente dependencia de la energía.
Desde ahora mismo, China necesita ‘reenfocarse’ en el
mercado interno bajo la presión de tensiones sociales
relacionadas con trabajo, salud y jubilaciones. Sin embargo,
parecido a los EEUU, esta
reconversión en el modelo de desarrollo plantea el desafío
de la desigualdad social que implica [el capitalismo
neoliberal]”.
Pero
por esa vía, además, China sería obligada a pagar parte
de la cuenta de la crisis norteamericana. De ahí que lo que
le exige a EEUU es que apliquen la receta clásica de los países
tercermundistas: que
lleven adelante un crudo ajuste fiscal de manera de
garantizar la solvencia del dólar y el pago puntual de los
intereses de la deuda a la misma China.
Increíblemente,
hay analistas “marxistas” que parecen subestimar
esta problemática. Estos expresan, básicamente, una mirada
que subestima la
dimensión histórica de la crisis: se
les pierde totalmente de vista el hecho que la configuración
actual del capitalismo neoliberal está en crisis. Y que
si bien es un hecho cierto que los capitalistas están
insistiendo en mantenerla, no
por eso deja de ser fuente de dramáticos desequilibrios que
en todo caso sólo serán postergados pero volverán a
emerger.
Esta
mirada “subestimadora” se puede observar, por ejemplo,
en el caso del compañero Claudio Katz en todos los trabajos
que ha destinado al análisis de la crisis desde el año
2008: “La eclosión del 2008-9 se enmarca en la misma
etapa de otros estallidos del período neoliberal, como la
burbuja japonesa (1993), la caída del Sudeste Asiático
(1997), el desplome de Rusia (1989), el desmoronamiento de
las Punto.Com (2000) o el descalabro de Argentina (2001).
Este tipo de temblores
se suceden con gran frecuencia y ocasionan terribles
padecimientos sociales. Pero al mismo tiempo, se inscriben
en un período signado por la recuperación de la tasa de
ganancia y la reapertura de campos de inversión. Las crisis
en curso forman parte de una etapa neoliberal, que incluyó
significativas transformaciones en el funcionamiento del
capitalismo. Estos cambios suponen otra localización geográfica
del capital, incrementos en la tasa de plusvalía, mayor
internacionalización financiera y una reorganización
productiva en torno a las nuevas tecnologías de la
información. Implican también un salto cualitativo en el
alcance de la mundialización, un incremento de la presencia
de empresas transnacionales y la vigencia de nuevos esquemas
de financiamiento. Estas transformaciones han generado
desequilibrios que irrumpen a través de crisis de
sobre-producción y sobre-acumulación. La remodelación del
capitalismo ha creado desbalances entre el ahorro y la
inversión y brechas entre el ritmo de acumulación y el
consumo. Estos desajustes
salen a la superficie durante las eclosiones financieras,
expresando contradicciones específicas del período
neoliberal”.
Como
se ve, el compañero Katz parece no observar más que “desajustes”
en el funcionamiento del capitalismo neoliberal cuando lo
que hay es una crisis con elementos que la colocan como “histórica”
y donde los crecientes desequilibrios
que viene acumulado la actual fase del capitalismo
mundializado están llamados a tener, eventualmente,
dramáticas
consecuencias.
Las perspectivas
En
síntesis: la problemática sobre las relaciones entre EEUU
y China no deja de ser una que más allá de todos los
impresionismos a la moda, y también de cualquier
sobreconsideración de la propia China en el concierto del
mercado y los estados a nivel mundial, está
llamada a tener una creciente importancia: “En ambos
países, otro factor negado debe ser agregado, cual es la relativa
irreversibilidad de la división internacional del trabajo.
EEUU simplemente no produce más parte de los bienes que
importa y tampoco puede el aparato productivo chino ser fácilmente
reconvertido hacia la satisfacción de la demanda interna
debido a la rigidez de sus estructuras productivas e incluso
dado la demasiada desigual distribución de los ingresos”.
El propio Krugman, “Obamista” convicto y confeso, es un
buen parámetro para medir la eventual “dramaticidad” de
los desarrollos:
“Mes tras mes los titulares yuxtaponen el creciente déficit comercial
de Estados Unidos y el creciente superávit comercial de
China con el sufrimiento de los trabajadores estadounidenses
desempleados. Si yo fuera el gobierno chino, estaría
realmente preocupado por esta perspectiva”.
En
fin: las contradicciones que están operando detrás de la
actual crisis no han llegado a romper el equilibrio del
capitalismo mundial por el hecho que la crisis se
“mediatizó” –rescates estatales mediante- al borde
del abismo de la depresión.
Sin
embargo, en la medida que la misma sigue abierta y que podría
tener nuevos picos de recaída del producto, los
desequilibrios mundiales podrían dispararse y, dentro de
ellos, las contradicciones entre EEUU y China, encarnizarse.
En
todo caso, la clave última de los desarrollos mundiales
tendrá que ver con la evolución de la lucha de clases, hoy
todavía “acolchonada” –entre otros factores- por el
propio “amesetamiento” transitorio de la crisis.
Amesetamiento que quizás se revela todavía más
“transitorio” que lo que se preveía ante las señales
de alerta del default en Dubai, y los temores a lo propio en
Grecia, Irlanda, España o mismo Inglaterra…
[1]
Michel Husson, “China-USA:
The incertain aftermath de la crisis”. IV Online
magazine, agosto 2009.
[2]
Este artículo es un extracto de uno mayor que está
siendo preparado sobre la situación económica mundial
para la revista Sob n°23.
[3]
Uno de las dificultades del economista marxista
argentino Claudio Katz acerca del abordaje de la crisis
–volveremos sobre él más abajo- tiene que ver con
este factor: la
casi completa subestimación de los tremendos problemas
que enfrenta EEUU, su tendencia a la declinación histórica,
y la evidente tendencia al declive de su hegemonía en
casi todos los terrenos, independientemente de que todavía
no aparezca un reemplazante a la vista.
[4]
Por ejemplo, un elemento conflictivo se está expresando
a la salida de esta edición en la disputa entre EEUU y
China alrededor de la reducción de la emisión de gases
que producen efecto invernadero en la llamada “Cumbre
climática” y que no pasa de una farsa.
[5]
Marcelo Cantelmi, Clarín, 21-11-09.
[7]
Marcelo Cantelmi, Clarín, 26-09-09.
[8]
Hay que dejar sentado que de la primera fase de la
crisis no ha
surgido ninguna transformación estructural en la
conformación del capitalismo actual digna de tal
nombre.
[9]
Michel Husson, “China-USA: The incertain aftermath de
la crisis”. IV Online magazine, agosto 2009.
[10]
Claudio Katz, “Crisis global II: las tendencias de la
etapa”, 23-11-09.
[11]
Husson, “China-USA: The incertain aftermath de la
crisis”. IV Online magazine, agosto 2009.
[12]
Krugman, La Nación, 17-11-09.