La
Cumbre Climática ha suscitado importantes movilizaciones en
Copenhague, con activistas provenientes de distintos países.
Asimismo, en muchas ciudades, principalmente europeas pero
también de otros continentes, se han desarrollado marchas y
otras actividades. En Copenhague, además, están funcionado
dos foros “alternativos” a la Cumbre.
Es
la primera vez que sucede algo así con motivo de una reunión
sobre el cambio climático. Ni la reunión de Kyoto en 1997
ni la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro (1992)
produjeron eso. Es un síntoma de que el problema se está
agravando y, con él, la preocupación de amplios sectores
populares.
Por
ese motivo se han comparado las movilizaciones desarrolladas
en Copenhague con las de Seattle, diez años atrás, cuando
las grandes manifestaciones “antiglobalización”
pusieron en crisis la reunión de la Organización Mundial
de Comercio (OMC) en esa ciudad de EEUU.
Sin
embargo, algunos que hacen este paralelo –entre ellos la
escritora canadiense Naomi Klein– sostienen que lo de
Copenhague ha sido mucho mejor que Seattle porque, en
vez de hacer tanta bulla y oposición sistemática, los
activistas “proponen soluciones” y “alternativas
concretas”.[1] A su vez, la dirigente de una ONG que ha
impulsado marchas y distintas actividades en Copenhague,
habla con más claridad aún: “A diferencia de la gran
manifestación contra la OMC en Seattle en 1999, no hemos
ido a la calle para oponernos a la lógica de una
institución, sino para incitarla a que actúe.
Le decimos: ‘el cambio climático mata; actúen
ya!’...” Y define esto como una “actividad de lobby”
sobre las buenas gentes que se reúnen en la Cumbre Climática.[2]
Hay
un debate, entonces, en relación a qué política general
debe orientar las actividades en defensa del medio ambiente.
Si nuestro objetivo es convencer a los gobiernos para
que actúen, o luchar para imponer medidas que
salvaguarden la naturaleza y, al mismo tiempo, no lo hagan a
costa de la clase trabajadora.
Esto
lleva a una diferenciación entre los que creen que se
pueden lograr soluciones de fondo en los marcos del
capitalismo y sus gobiernos (si los convencemos, como opina
la “lobbista” antes citada) y los que pensamos que o
acabamos con el capitalismo, o el capitalismo va a acabar
con el género humano.
Lo
más “realista” no es convertirnos en consejeros de los
gobiernos patronales para que “se porten bien” en
materia de medio ambiente. La anarquía propia de la
producción capitalista, su objetivo exclusivo de obtener
ganancias y no de satisfacer necesidades humanas, y, además,
la división del planeta en multitud de estados que
defienden los intereses particulares de sus burguesías, son
obstáculos fundamentales para lograr soluciones de fondo.
La lucha por tal o cual medida en defensa del medio
ambiente, debe ubicarse en esa realidad, si quiere
avanzar... realmente. Lo demás es pura utopía... aunque
parezca “realista”.
Dicho
de otra forma: como en toda lucha, hay que tener claro quiénes
son nuestros amigos y quienes son nuestros enemigos. Y entre
los segundos hay que contar, en primer lugar, a los
capitalistas y sus gobiernos.
Para
sembrar confusión a este respecto, hay una notoria campaña
mundial que dice que “cuidar de la naturaleza es
responsabilidad de todos”, o “todos somos
responsables”, etc., etc. ¡O sea, el ama de casa que no
se preocupa de reciclar bien una pila usada es tan
responsable como la Chevron que envenena el aire y el agua
en todo el planeta!
La
verdad es que los factores decisivos de destrucción del
medio ambiente están directamente ligados a la búsqueda
capitalista de ganancias a costa de lo que sea. Así, es más
rentable “solucionar” el problema del transporte por
medio del automóvil individual que mediante buenos
transportes públicos, aunque así contaminemos mucho más.
Otro factor enorme del aumento del CO2, la tala
arrasadora de bosques para dedicar la tierra al “agribusiness”,
tiene idénticos motivos: las superganancias que logran los
capitalistas en ese rubro.
Y
para ilustrar el juego hipócrita de los gobiernos burgueses
a ese respecto, basta el ejemplo de Lula. En Copenhague, su
gobierno quiere aparecer como el verde campeón del medio
ambiente. Pero en Brasil está privatizando buena parte de
la Amazonia: 67,4 millones de hectáreas de tierras fiscales
están siendo entregadas no a campesinos sino a grandes
empresas. Es una superficie equivalente a la suma de las
provincias argentinas de Buenos Aires, La Pampa, Córdoba,
Santa Fe y Entre Ríos, donde se talarán los árboles y se
dedicarán a soja y ganado.[3]
La
lucha consecuente por la defensa del medio ambiente debe
colocarse, entonces, en una perspectiva anticapitalista,
pero también, socialista. Es que la catástrofe ecológica
generada por la producción capitalista está llevando a
ciertos sectores a sostener una especie de “anticapitalismo
romántico” (una expresión de Lenin, que viene al
caso). O sea, buscar la salida por la vía de un retroceso
de las fuerzas productivas, “crecimiento cero”,
liquidación de la gran industria, etc., y, al mismo tiempo,
la idealización de formas precapitalistas de la producción,
o de pequeña producción campesina o artesanal. En alguna
medida, esto está de moda, especialmente en América
Latina, pero es un camino sin salida.
Por
supuesto, la salida no es apostar a que las cosas se
arreglen en los marcos del capitalismo y sus gobiernos. Por
allí vamos al desastre. Pero tampoco es salida un
“anticapitalismo” que signifique un retroceso
productivo. Sólo el socialismo, al eliminar el factor
ganancias, podría reorganizar la producción logrando el equilibrio
entre las necesidades humanas y la conservación
de la naturaleza.
Notas:
1.-
Naomi Klein, “La movilización de Copenhague”, La
Nación, 11/12/09.
2.- Entrevista a Sylvie Ollitrault,
“L'influence des ONG passe davantage par le lobbying”, Le
Monde, 12/12/09.
3.- Eleonora Gossman, “Lula
traspasa a manos privadas gran parte del Amazonas”, Clarín,
26/06/09.