En las últimas semanas, con la discusión en el
Congreso y el caso del intento de casamiento en la Ciudad de
Buenos Aires, la discusión sobre la equiparación de
derechos para las parejas no heterosexuales estuvo en el
centro de la discusión política, algo que no pasaba desde
la aprobación de la Unión Civil en el 2002.
El gobierno de los derechos humanos prefirió dejar
sin quórum la discusión en el Congreso, días antes de que
Cristina se entreviste con Benedicto XVI, demostrando que
toda la parafernalia progre con respecto a las minorías
sexuales era puro circo. Macri, en el medio de la crisis política
causada por el espionaje de la Metropolitana, salió a
apoyar el primer matrimonio gay de América Latina, que se
iba a realizar en el distrito que gobierna, para luego ceder
frente a la presión de su propio partido y la fuerte
reprimenda que le diera el Arzobispo Bergoglio. Tanto el
progresismo como la derecha terminan, de una y otra forma,
cumpliendo con el mandato de la Iglesia de conservar el
matrimonio 100% heterosexual y seguir negándole a las minorías
sexuales su legítima equiparación de derechos.
En la siguiente nota queremos presentar algunos
elementos en torno al debate sobre qué figura legal debe
adoptar la equiparación de derechos.
Para
cualquier minoría oprimida legalmente, conseguir la
igualdad formal es un reclamo democrático básico que hace
al camino de la superación de dicha opresión. La
equiparación de los derechos hace a la pelea histórica de
las minorías sexuales contra la represión y violencia y
por la despenalización de las propias identidades, pelea
que continúa hoy en día vigente, como parte de la lucha
contra la opresión sexual. En este sentido, no se puede
separar la lucha por la igualdad legal de lucha por la
visibilidad, contra la discriminación y un avance en ámbito
fortalece la misma lucha contra la opresión sexual.
Particularmente, si en el proceso de conseguir estas
reivindicaciones se consolida el activismo, el movimiento de
lucha de las minorías sexuales, si se hace más masivo, más
organizado y más político (lo que no es el caso argentino,
porque aquí las principales campañas por la equiparación
de derechos se basan en el capital político de los
partidos, organismos estatales o políticos progres más que
en la fuerza y organización del propio movimiento, ver periódico
SoB 164 y 165).
Consideramos
fundamental la lucha por la equiparación de los derechos y
apoyamos todas las iniciativas que ayuden a organizar y
profundizar esta lucha. Del mismo modo, denunciamos y
enfrentamos las maniobras que hacen el gobierno de los
Kirchner y la Iglesia contra la aprobación del matrimonio
gay (propuesta de la Federación Argentina LGTB) y la unión
civil nacional (propuesta de la CHA) y estamos a favor de
que cualquier pareja que quiera acceder a estas figuras
legales tenga el derecho a hacerlo, para aprovechar los
derechos previsionales, laborales, en materia de obra social
o patria potestad o simplemente para consagrar legalmente su
unión.
El
problema es la familia
Pero
creemos que ni el matrimonio civil ni la unión civil son
las mejores figuras legales para la equiparación de los
derechos. El matrimonio constituye una de las principales
piezas de la familia burguesa, esto es, la familia tal cual
la conocemos hoy en día. Esta institución es la encargada
de reducir al género femenino a la esclavitud doméstica,
esto es, algo que todas las mujeres sufren en mayor o menor
medida, directa o indirectamente (y cabe decir que ha
cumplido este rol a lo largo de siglos con pérfida
eficacia, a pesar de todos los cambios que ha sufrido). O
sea, a las mujeres les está asignado hacerse cargo de la
reproducción doméstica, de la maternidad, del cuidado de
cada integrante de la familia y de las tareas domésticas.
Esto con el fin de garantizar la reproducción ordenada y
normalizada de las personas en tanto que futur@s
trabajador@s, estudiantes, amas de casa, patron@s, etc., en
función de las necesidades de la producción capitalista.
Uno
de los componentes de la familia burguesa es la
heteronormatividad, que es la imposición de la
heterosexualidad como única sexualidad válida. Esto no sólo
constituye la base la opresión sexual que sufren las minorías
sexuales, sino que también colabora con reducir la
sexualidad a la reproducción y el sometimiento del cuerpo y
sexualidad del género femenino al masculino. Entonces,
entendiendo al matrimonio como un engranaje importante que
hace a la propia opresión que sufrimos las minorías
sexuales, y que nos constituye como tales, es que no vemos cómo
puede ayudarnos esta figura legal en la lucha por superar la
opresión sexual.
La
unión civil, por su lado, busca crear otro tipo de figura
legal, al margen del matrimonio, lo que en los hechos la
convierte en una figura de segundo orden, por lo cual es
aceptada por la derecha e incluso por sectores de la
Iglesia. Al no cuestionar el ordenamiento general doméstico,
privado de la sexualidad, que organiza la familia burguesa,
muchos sectores lo aceptan como una forma de normalizar a la
homosexualidad sin mezclarlo con la verdadera norma y sus
instituciones.
Al
mismo tiempo, no podemos dejar de señalar que la falta de
un movimiento de lucha que organice y masifique al activismo
limita mucho la posibilidad de que este avance en materia
legal trascienda efectivamente el papel. Porque, sumado al
carácter clasista del usufructo real de los derechos
garantizados por el Estado y sus leyes, la equiparación de
los derechos puede terminar siendo el privilegio de una
minoría social que no tiene problemas de visibilizarse. Se
cerraría el camino para aprovechar estos derechos a la
vasta mayoría de las personas lgbt, que son parte de los
sectores trabajadores y populares, quienes no sólo tienen
problemas para visibilizarse, sino también tienen salarios
de miseria, o padecen el desempleo, poseen un precario
acceso a la salud, educación y vivienda, etc.
Unirse
libremente
Para
el marxismo revolucionario, la salida no es aceptar el
matrimonio civil como tal y limitarse a festejar su
apertura, ni tampoco conformarse con una figura aparte, que
no modifique la norma imperante. Apostamos a ir sentando las
bases para una sexualidad libre, que no se vea reprimida por
la moral clerical ni su versión laica burguesa, que se base
en el respeto y en el libre goce. Apostamos a ir sentando
las bases para uniones donde la opresión de género, el
sometimiento sexual, emocional y económico no condicionen
en lo más mínimo el vínculo entre sus integrantes.
En
ese camino, como figura legal, proponemos la unión libre.
La consideramos como una unión sexual y/o afectiva entre
dos o más personas que buscan conscientemente vincularse
para compartir cuantos aspectos de su vida quieran e
inscriben su unión legalmente para gozar de los derechos
que el Estado garantiza en materia previsional, social, de
salud, habitacional, laboral, etc. No demanda como el
matrimonio fidelidad ni heterosexualidad ni presupone una
relación exclusivamente entre dos personas. Al mismo tiempo
puede incluir en su interior la cantidad de acuerdos, pactos
o “contratos” que las personas involucradas deseen. Por
ejemplo, contemplaría la unión de una pareja del mismo
sexo, que quieren compartir la misma obra social, o los
beneficios previsionales, sin por eso tener que ser monogámica
o compartir la vivienda. Otro ejemplo podría ser un grupo
de amigas, que deciden unirse para poder compartir el mismo
techo y acceder a un plan de vivienda del Estado.
Para
que la unión libre pueda ser una unión basada en la plena
libertad y respeto en vistas de compartir una vida sexual y
afectiva libre de todas las trabas, como la dependencia económica
y la estrechez psicológica y emocional, que la familia
burguesa impone es condición básica e irremplazable
terminar con la opresión de género de la mujer, liberar a
la mitad de la humanidad de la esclavitud doméstica, de la
carga de la reproducción. No hay artilugio legal, figura
legal que garantice ni muchos sintetice esta verdadera
revolución, que hace también al carácter permanente de la
revolución socialista. Por eso, a la hora de la lucha por
la equiparación de los derechos, nos parece que el
horizonte político tiene que ser el hermanar y fundir en
una sola lucha la lucha contra la opresión sexual y por la
emancipación de la mujer.