Ni
ajuste K, ni ajuste “ortodoxo”:
el centro de la pelea es
el salario
Escala móvil de salario y paritarios electos en asambleas
En
el Norte del mundo la economía parece estar dando muestras
de una nueva recaída:
desde el posible default en Grecia hasta un desempleo histórico
en EEUU, la clase
dominante comienza a temer que los multimillonarios rescates
no hayan alcanzado para salvar al capitalismo del abismo de
una depresión.
Mientras
tanto, en Latinoamérica, las tendencias económicas son por
ahora más contradictorias: la caída fue menor y la recuperación parece más
firme. Al mismo tiempo, las tendencias políticas siguen
yendo para el lado de la “normalización” post rebelión.
Sin embargo, el ciclo político inaugurado a comienzos de
siglo sigue abierto y
podría
escalar si el capitalismo mundial finalmente se
desequilibra.
La
realidad argentina combina ambas tendencias: las que vienen
de la crisis económica mundial y las que se relacionan con
los vientos políticos que soplan en la región. Si el
verano no fue “caliente” desde el punto de vista de las
luchas sociales, salvo algunos conflictos, el año político
comenzó con la pelea en las alturas acerca de las vías
para pagar la deuda externa: con
un ajuste “heterodoxo” o con uno “ortodoxo”.
En
todo caso, desde el punto de vista de los trabajadores, la
clave pasa por no dejarse confundir por ninguno de los dos
sectores patronales en pugna. Para ello, hay que poner en el
centro de sus luchas la pelea por no pagar los costos de
la crisis nacional, lo que en estos momentos pasa por
evitar un mayor deterioro salarial a cuenta de la creciente
inflación.
El
precio político de la carne
Lo
que está en boca de todos es el precio de la carne. Apresurémonos
a señalar que no se trata de un valor sólo “económico”,
sino político.
El gobierno de Cristina, por intermedio del secretario de
Comercio Moreno, y como guiño al campo,
ha
dejado subir el precio de la carne sideralmente en las últimas
semanas.
Detrás
de estos incrementos hay un problema económico estructural,
la “sojización” del campo argentino (ver aparte). Si
los precios están llegando hoy a la cifra que reclamó en
su momento De Angelis es porque los capitalistas del campo
ganaron la pulseada de la 125, triunfo
reaccionario que ahora pagan los bolsillos de los
trabajadores argentinos. En las antípodas del triunfo
“popular”, como llegaron a decir los idiotas
útiles que apoyaron a los sojeros desde la
“izquierda”: Solanas, De Gennaro, Lozano, el PCR y el
MST de Ripoll.
Sin
embargo, a esta razón “económica” de libre mercado se
le suma la política que podría contrapesarla: la
vista gorda del gobierno K, que no quiere ni puede comprar
otro frente de tormenta. Dice el oligárquico diario La
Nación: “el llamativo bajo perfil que mantiene hasta
el momento el secretario de Comercio Interior es un dato no
menor en medio de la suba de la carne (…) los ganaderos no se animan a festejar en voz alta la recuperación de los precios
de la hacienda, aunque en general se piense que la suba vino para quedarse y no hay posibilidades de desandar el
camino” (13-2-10).
¡Los
productores capitalistas ganaderos festejan superganancias a
costa del bolsillo popular!
Este precio “político”, en definitiva, muestra el avance de determinados sectores patronales que redoblan la
apuesta a una “normalización” del país cuyos costos
deban pagar los trabajadores y los sectores populares.
Todos
quieren pagar la deuda
El
otro tema de la “agenda nacional” ha
venido siendo el de las reservas del Banco Central. Más
allá de que esta absorbente puja todavía sigue abierta, lo
importante es
clarificar su naturaleza. Increíblemente, sectores de
la “izquierda” llegaron a creer que expresó que un
sector patronal, “a consecuencia de la presión de la
crisis internacional”, habría encarnado “la bandera del
no pago”. ¡Redrado, un “abanderado de no pagar”!
Nada
más lejos de la realidad que esta delirante
interpretación. En ningún momento Redrado defendió
“los ahorros de los argentinos”. La famosa
“independencia” del Central no es más que la
dependencia del Central del capital financiero… o del
gobierno kirchnerista, que se propone “volver a los
mercados” para, justamente, redoblar los pagos al capital
financiero.
Pero
si todos quieren pagar y esos dólares no
son “de todos los argentinos”, ¿por qué se desató
semejante puja? Muy sencillo: la oposición patronal quiere
que esas reservas queden para el próximo gobierno y pretende que el kirchnerismo, para pagar la
deuda, lleve adelante
un ajuste en regla de la economía nacional y logre un superávit
en las cuentas ordinarias del Estado para afrontar esas
obligaciones.
Es
decir, ambos bandos quieren pagar y son lamebotas de los acreedores. Es una
disputa a dentelladas entre dos fracciones burgueses para
ver cómo hacer frente a las “obligaciones”: los K
tratando de quedarse con algún resto de caja para hacer política,
y la oposición jugada a obligar al gobierno a hacer un
ajuste brutal que juzgan inevitable, pero que quieren
ahorrarle al próximo gobierno…
Por
esto, el programa de clase de la izquierda no pasa ni por
una ni por otra formulación,
sino por poner todos los recursos nacionales al servicio de los
trabajadores y sus reivindicaciones.
Ajuste
heterodoxo vs. ajuste ortodoxo
Los
dos bandos son capitalistas hasta los tuétanos. Sin
embargo, esto no quiere decir que no haya matices entre
ambos sectores. Es que los Kirchner asumieron en las
condiciones de una rebelión popular y encarnan una
determinada manera de “normalizar” el país cada vez más
cuestionada por el grueso de la clase dominante.
Los
Kirchner entienden que el “modelo” de los años 90 no es
viable, lleva al “estallido social” y que para evitarlo
es mejor una economía capitalista que funcione con más
empleo super explotado y en condiciones de inflación de
precios, que con uno modelo ortodoxo de ajuste económico,
baja inflación y mayor desempleo.[i]
En
todo caso, el problema es que el “modelo K”, con el
correr de los años, fue perdiendo algunos de los supuestos
que lo caracterizaron. Ante esta realidad, lo fueron
“atando con alambre”, fugando hacia adelante y sin estar
dispuestos del todo a girar finalmente a un ajuste ortodoxo
que los incineraría políticamente.
La
manifestación más visible de esta realidad de crisis del
modelo es la creciente inflación: Por su parte, la oposición
ha venido explotando demagógicamente los límites del
modelo K cuando, en el fondo, lo que más se acerca a su
postura es un ajuste económico ortodoxo.[ii]
Sin
embargo, la oposición no es tonta: aprovechando que falta
bastante para el 2011, le exigen a Cristina de aquí al fin
de su mandato, que sea ella la que lleve adelante el ajuste,
con el pretexto de la
escalada inflacionaria que los mismos capitalistas están
motorizando. Este conjunto de factores es el que impulsa
la suba de precios.
¿Crisis
como en 2001?
La
dinámica del país está marcada por la crisis económica,
la escalada inflacionaria y la división en las alturas
acerca del curso a seguir. Las peleas en la clase dominante,
ante el tremendo deterioro que exhibe el oficialismo, podrían
terminar en la caída del gobierno, aunque hoy lo más probable es
que a pesar de todo se llegue finalmente a las elecciones
del 2011.
Sin
embargo, aun en caso de que caiga Cristina, sería un error
hacer una analogía
mecánica con la crisis del 2001, como ocurre en algunas
fuerzas de izquierda. Por supuesto, una eventual caída
del kirchnerismo antes de las elecciones del 2011 no
se procesaría sin una grave crisis política. Una
renuncia anticipada
no dejaría de ser una
salida traumática que podría dejar abierto un abanico de
escenarios.
Sin
embargo, cabe recordar, en primer lugar, que cuando la caída
de De la Rúa (o incluso la rebelión del hambre bajo Alfonsín)
la situación de la economía nacional era de catástrofe;
recesiva en 2001, hiperinflacionaria en 1989. En lo
inmediato, no hay ninguna previsión realista en tal sentido.
Pero además, sobre todo respecto de 2001 (en 1989 fue
distinto porque Menem ya había sido electo), el panorama
del régimen político, aun con sus elementos de continuidad
de la crisis, para nada es tan agudo como cuando nueve años
atrás. En 2001
estaban cuestionados ambos
partidos tradicionales, lo que se expresó en el “que
se vayan todos”.
Pero
de 2001 a esta parte la burguesía logró recuperar
en parte la confianza en las elecciones. Y, además, procesa el descontento por la vía de las instituciones. Aunque la
oposición está completamente fragmentada, para las masas
no aparecen más opciones al oficialismo que
Cobos, Reutemann, Duhalde o algún personaje por el estilo. La
oposición ya no es “la calle” y los movimientos
sociales y de trabajadores como en 2001, sino
instituciones como el Congreso y diversas figuras
patronales.
Inclusive,
el fusible en caso de caída de Cristina es el propio
Cobos, que no renuncia a la vicepresidencia –amén de sus
cálculos electoralistas– para
cumplir ese rol institucional. No ver esta relativa
“institucionalización”
de la vida política del país sólo puede conducir a análisis
impresionistas y estrategias políticas facilistas y
oportunistas. En la izquierda, este es el caso de
corrientes como el PCR, el MST, y también, en parte, el PO.
Si los dos primeros se la pasan preanunciando “un nuevo Argentinazo”, el último no tiene empacho en hablar
de “crisis de
dominación”, es decir, que
estaría en cuestión el poder de la burguesía…
Por
otra parte, la actual división en las alturas configura una
situación por donde se podrían colar las luchas y reivindicaciones populares en cualquier
giro de los acontecimientos. Un ejemplo
son los fallos de la Corte Suprema sobre la “libertad
sindical”.
La
oposición pretende desmontar una a una las leyes que han
hecho a la “heterodoxia” K en materia de intervención
del Estado en la economía y de estatización –muy
marginal– de determinadas empresas, así como eliminar las
retenciones al agro y volver a las relaciones carnales con
el imperialismo yanqui. Todos estos son factores de fondo de crisis política.
Insistimos:
que el escenario no sea similar al previo al Argentinazo de
2001 no quiere decir que una crisis de gobernabilidad no
pueda tener
consecuencias no previstas por sus actores directos. Con
la crisis podría abrirse paso la lucha e intervención
independiente de los trabajadores. Pero esto ocurriría en
un contexto en que, a priori, el régimen está en mejores condiciones hoy para enfrentar un salto en
la crisis política de lo que lo estaba en 2001.
Por
otro lado, ante un eventual gobierno a la derecha del
kirchnerismo que pretenda imponer un ajuste económico
ortodoxo –más aún si es uno improvisado por un recambio
anticipado–, es
probable que las masas trabajadoras hagan una experiencia
acelerada con él.
Se podría entonces abrir la vía para un desborde por
izquierda más profundo y radicalizado que en 2001, porque
casi inevitablemente tendrá en su centro a
la clase obrera ocupada.
La
recomposición obrera es lo más dinámico
La
equivocada analogía con el Argentinazo del 2001 puede
llevar a otros errores de estrategia política para las corrientes de la izquierda. Si en
2001, en el centro de la lucha estuvieron los sectores de
desocupados (junto con docentes y estatales, en determinados
momentos, y asambleas populares), hoy la geografía económica
y social de la lucha está poniendo en el centro de la
escena a la clase
obrera con trabajo (incluso sectores del proletariado
industrial, casi completamente ausentes años atrás).
El proceso más dinámico hoy es la
lucha salarial y, estratégicamente, el
proceso de reorganización en curso –que podría ser histórico–
en sectores de trabajadores.
Uno
de los hechos más importantes del verano entre los
trabajadores ha sido la batalla campal de los colectiveros
de larga distancia en Retiro contra la patota de la UTA.
Encabezada por un sector de la CTA, la UCRA, muestra el
evidente asedio que vive la burocracia de la UTA, uno de los gremios históricos
y claves de la CGT. Ese asedio, que comenzó con el Subterráneo
de Buenos Aires, ahora podría extenderse a líneas de larga
distancia de importancia como Chevallier. A eso se suman
casos como la sindicalización en curso de los trabajadores
de IBM, entre otros.
Entonces,
hoy lo estratégico es ser
parte e impulsar con todo el proceso de la lucha por una
recomposición clasista del movimiento obrero. Si la
izquierda gana posiciones entre los trabajadores, y en tanto
la clase obrera ocupada logre transformarse en el centro de
la lucha contra ambos bandos patronales, ante un salto en
calidad en la crisis económica y política,
estará
planteado dar una salida independiente desde la clase
obrera.
Pero
los análisis facilistas
de la crisis nacional no ven esto y se repiten en la
orientación de creer que el eje pasa por “engordar” los
movimientos piqueteros disputando la administración de la
desocupación a los K, cuando lo estratégico
es el proceso de recomposición y surgimiento de un nuevo
clasismo en la clase obrera.
Hay
quienes no ven este proceso, o quienes creen que se trataría de
pelear “por una nueva dirección” en los sindicatos o más
en general en el movimiento obrero y punto: “Todas esas
visiones tienen elementos de verdad pero son esencialmente
falsas porque no ven la totalidad: lo
que está en juego (e incluye con todo el problema decisivo
de la dirección) es la posibilidad de un nuevo movimiento
obrero independiente, clasista y revolucionario.
Para nosotros está claro que existe un profundo proceso
de recomposición que es general, orgánico y que más
allá de las idas y venidas se está profundizando
y extendiendo (otra cosa son sus ritmos). Atañe a todos
los elementos constitutivos del movimiento obrero” (R.
Torres, “El desafío de la recomposición obrera”, Socialismo
o Barbarie revista 23-24, en prensa).
El centro es la pelea por el salario
Una
parte de la izquierda parece ajena a las preocupaciones más
sentidas hoy por la clase obrera: los
precios y las próximas paritarias.
Y ése debe ser el centro también de la política de
las corrientes revolucionarias, cuya política siempre se
hace en función de las necesidades más imperiosas de las
masas. Y hoy, eso pasa porque
a los trabajadores no se les haga pagar los costos de la
crisis con aumentos por detrás de la escalada
inflacionaria.
Flaco
favor les hace una izquierda que levanta una bandera que si
bien es válida, como el No pago de la deuda, no deja de ser
un reclamo tomado sólo por sectores marginales de la
realidad. Así, no
hacen centro en lo que está planteado por las más amplias
masas: el salario. Claro que levantar esa bandera
implica saber que la
burocracia sindical de la CGT y la CTA van a esforzarse para
controlar y “achatar” la pelea.
Veamos
recientes declaraciones del secretario gremial del SMATA:
“Sería hipócrita no admitir el aumento de la canasta
familiar. La preocupación es que empiecen los juegos
inflacionarios y que todos los actores sociales, desde
los gremialistas hasta los empresarios y el gobierno, no manejen con prudencia el tema”, y explica: “Sería una imprudencia
que por las dudas de que aumenten los precios, se terminara
pidiendo un 35%, que los empresarios vuelvan a subir los
precios y todo sea incontrolable” (La Nación, 11-2).
Es
lo mismo que decir que la culpa de la inflación la tienen
los reclamos de los trabajadores; por lo tanto, hay
que ser “prudentes” y evitar aumentos salariales que
equiparen o superen el robo inflacionario. A confesión
de parte, relevo de prueba: los
gremialistas se van a “autolimitar” en los reclamos
entregando el salario real de los trabajadores.
Esto
plantea una serie de tareas para la izquierda. Por un lado,
reclamar aumentos
reales del salario, por encima de la inflación –no
por debajo, que es la política de Moyano y Yasky– y la
escala móvil de salarios, esto es, revisar periódicamente
los acuerdos ante el avance de la inflación.
Otro
reclamo fundamental es que
las negociaciones no sean a puertas cerradas: paritarios
electos por la base en asamblea viene siendo una experiencia muy fructífera en fábricas
de importancia como FATE, del Neumático (o la Lista Marrón
en el conjunto del gremio),
que se debe intentar multiplicar para evitar que los
burócratas cierren acuerdos a la baja.
En
tercer lugar, en muchos casos está en curso la negociación
por condiciones de
trabajo. En este terreno hay que evitar que con la
excusa de la crisis se pierdan conquistas. Por el contrario,
el objetivo debe ser imponer
la revisión general de convenios hechos a medida del neoliberalismo
menemista de los 90, y que reventaron conquistas históricas
de los trabajadores. En este sentido, el Subte ha sido desde
hace años un ejemplo de cómo ir logrando recuperar
conquistas perdidas.
En
lo inmediato, lo que ya está sobre la mesa es el salario
docente. Aquí la política del gobierno K es
meridianamente clara: un aumento por detrás de la inflación, de un magro 15%.
Finalmente,
una cuestión estratégica que se plantea al calor de las
luchas es el encuadre político de éstas. La clase y la vanguardia obrera en
sus luchas, aun aprovechando tácticamente las
contradicciones que puedan surgir entre gobierno, burocracia
sindical, patronales y oposición patronal, deben tener
claro que en su perspectiva más general no pueden colocarse como furgón de cola de ningún sector patronal.
El enemigo hoy es tanto el gobierno K en retirada, como la
oposición de derecha que pretende reemplazarlo. Por lo
tanto, la perspectiva de los trabajadores, ante la
eventualidad de una crisis política incrementada en los próximos
meses,
es la de
imponer una salida independiente y de clase.
[i]
En su cinismo, Cristina no falta a la verdad cuando dice
que “a la oposición no se le cae una idea alternativa
a las cosas que propone el gobierno… es posible que no
las tengan, y si las tienen, tal vez no la puedan
contar, porque si lo hacen, a lo mejor, nadie los vota,
y nadie les cree… Están los que no tienen ideas y los
que tienen alternativas, el ajuste de siempre, que
paguen las universidades, que paguen los maestros, que
no haya obra pública y hablan de un término que se usa
para ocultar: variables macroeconómicas” (La Nación, 16-2).
[ii]
“El carácter abiertamente reaccionario
de los planteos ruralistas [extensivo a prácticamente
toda la oposición patronal] se expresó en la puesta en
cuestión de los tímidos elementos de regulación
estatal introducidos por el gobierno de Kirchner (…).
El cuestionamiento a los impuestos a las exportaciones
agrarias, al rol del Estado en la economía, a los
acuerdos de precios, la exigencia de libre exportación,
el desentenderse del consumo de las ciudades, el esbozo
de un mecanismo de relacionamiento económico directo
con el mercado mundial, socavan
supuestos del ‘modelo’ K en beneficio de una forma más
‘ortodoxa’ de racionalización de la economía
nacional” (R. Sáenz, La rebelión de las 4 x 4).