A
propuesta de la dirigente revolucionaria Clara Zetkin, el
Congreso de Mujeres Socialistas de Copenhague proclamó en
1910 el 8 de marzo como Día Internacional de Lucha de la
Mujer Trabajadora. Al
cumplirse 100 años de ese primer 8 de marzo, la agrupación
de mujeres Las Rojas quiere rendir homenaje a las mujeres
trabajadoras. Publicamos a continuación el testimonio de
Lucy Luck, quien
fue capaz de escribir sus memorias. Lucy nos muestra la
opresión que sufren las mujeres trabajadoras y que lejos de
la propaganda de que las mujeres estamos mejor que nunca,
revela la continuidad de la opresión patriarcal burguesa.
Lucy
M. nació en Tring, cerca de Londres. Su padre, albañil,
abandonó a la familia cuando Lucy tenía tres años; ella
le describía como “un borracho y un bruto”. La madre de
Lucy no tenía manera alguna de mantener sola a sus hijos.
En 1848, en Inglaterra ya se había puesto fin al sistema de
“ayuda externa”, que significaba que los necesitados
recibían los donativos de caridad en su propia casa; en
lugar de eso, a la madre de Lucy se le dijo que debía
ingresar en el asilo local si quería recibir algún tipo de
asistencia. Lo hizo como último recurso (en todas las
memorias de la gente de la clase obrera aparece el temor de
tener que acudir a la asistencia pública y vivir en las
condiciones carcelarias del asilo) y Lucy recuerda en sus
memorias que cuando su madre llegó al asilo “se sentó en
las escaleras con uno de nosotros a cada lado y con otro en
brazos llorando amargamente por nosotros antes de meternos
adentro”.
Separada
de su madre, Lucy creció en el asilo (a los niños se les
separaba de sus padres para desanimar a la gente a entrar).
Su recuerdo más vivo era el de una comida horrible: “Solíamos
tener tazones de lata para tomar la papilla de harina y agua
o la leche. Una mañana mi taza estaba medio llena de migas
secas y la papilla casi fría no la mojó. Os dejo que
adivinéis cómo era aquello cuando lo removí. He pensado
en ello muchas veces, particularmente cuando veo pegamento
para empapelar.” Lucy aprendió a leer en el asilo, y a
los ocho años fue enviada a una fábrica de seda. “El
primer día que fui trabajar estaba tan asustada por el
ruido del trabajo y las ruedas girando a toda velocidad por
todos lados que no me atrevía a pasar a los talleres donde
estaban trabajando solamente hombres, y me quedé quieta
llorando, pero sin embargo, tenía que ir. Yo era demasiado
pequeña para llegar a
lo que tenía que hacer, y me tuvieron que subir en lo que
llamaban un caballo de madera para que trabajara de pie
sobre él.” En la casa de una de sus familias adoptivas
cosía, en la otra trenzaba paja para hacer sombreros. Hasta
los 18 años trabajó sucesivamente como sirvienta, en
distintas casas “donde me trataban como un perro”. En el
verano de 1864 trabajó como aprendiza en el trenzado de la
paja, así lo describe: “Fui de un sitio a otro en busca
de trabajo. A veces obteniendo sólo lo suficiente para
conseguir un poco de comida. Pero no podía obtener nada más
y mis botas se me deshacían en los pies, haciéndome ir a
veces con los pies mojados. Cuán a menudo me vi tentada a
llevar una mala vida, pero siempre pareció haber una mano
que me retenía.” A los 18 años encontró trabajo
cosiendo en un taller y se alojó con la familia que lo
dirigía. “Yo había trabajado noche tras noche hasta las
11 ó las 12, usando una vela de junco, y mis ojos habían
comenzado a ponerse tan mal que apenas veía.” Su patrón
le aconsejó que se casara con Will Luck, un labriego de 21
años, diciéndole: “Él nunca te pegará”. La única
descripción de su marido dice: “Will era un muchacho
responsable y ahorrador.” Continuó trabajando en la
costura y trenzando paja. “Las cosas iban bien por lo
general, viviendo felices juntos pero trabajando mucho;
descubrimos lo difícil que era escapar de los problemas, y
con el paso del tiempo, yo tuve tres niñas.” La tercera
hija murió a los ocho meses; la segunda a los cuatro.
Cuando nació el cuarto hijo, la familia necesitaba más
dinero. Cuando Luck pidió un aumento le dieron un mes para
que se fuera. Will se trasladó a Londres para trabajar en
el ferrocarril. Lucy le siguió: “Nunca olvidaré mis
primeros dos o tres meses en Londres… Creo que estuve
llorando la mayor parte del tiempo, porque mi esposo tenía
trabajo de noche y yo estaba entre extraños y pensando en
mi pobre niña que tan poco hacía que había enterrado.”
Pero se adaptó al cambio. Resumió el resto de su vida
escuetamente: “He trabajado durante 47 años y no he
perdido ni una sola temporada, aunque tengo una familia
numerosa (al final tuvo 7 hijos vivos)… En mis temporadas
de trabajo he trabajado prácticamente día y noche. También
he trabajado fuera de casa como asistenta y lavando, y he
arreglado la casa de un caballero algunas veces, y también
me he dedicado a la costura”. Compraba tela en las rebajas
y hacía la ropa de sus hijos. Se enorgullecía de haber
hecho siempre todo lo posible “para educarlos
respetablemente” y cuando cumplió los 70 años fueron sus
hijos los que la animaron a escribir sus memorias.
Por
las Lucy que todavía hoy sufren la opresión del
capitalismo patriarcal y por las que se levantan y se levantarán para enfrentarlo:
¡Viva
el Día Internacional de la Mujer Trabajadora!