El patriarcado
sobrevivió por miles de años y atravesó todas las
sociedades de clases hasta hoy. Incluso bajo el capitalismo
sigue siendo la familia patriarcal burguesa el lugar donde
se garantiza la reproducción aunque perdió su función de
unidad productiva. El capitalismo recreó el sistema
patriarcal, creando un nuevo tipo de familia, con características
particulares.
Las
primeras organizaciones
La transición a la sociedad capitalista implicó un giro en la vida de las mujeres. La
burguesía tuvo la política del
encierro de las mujeres burguesas, para asegurarse, como
había sido con la aparición de la sociedad esclavista, la
herencia a sus descendientes. Las mujeres burguesas
resistieron el encierro, creando salones donde discutían de
política, escribían y creaban arte. Su principal reclamo
fue la igualdad, principalmente obtener igual acceso a la
educación que los hombres. Mary Wollstonecraft escribió en
1792 “Vindicación de los Derechos de la Mujer”. Las
mujeres del pueblo, por su parte, jugaron un rol central
durante la Revolución Francesa. La gran Olympia de Gouges
redactó la Declaración de Principios de la Mujer y la
Ciudadana, reclamando el derecho de las mujeres a votar y
participar de la vida social y política.
El Código Napoleónico de 1804 decretó el fin de la vida
civil de las mujeres, al pasar a considerar a la mujer una
menor de edad. Se prohibió a las mujeres participar en política,
se les negó el voto y las mujeres burguesas perdieron el
derecho sobre sus propiedades, pasando éstas a manos del
esposo.
Los socialistas fueron los primeros en dar cuenta de la
situación de las mujeres. Charles Fourier ya en 1804 declaró
que la situación de las mujeres da la medida del desarrollo
de una sociedad. La extraordinaria Flora Tristán fundó la
Unión Obrera y organizó a trabajadores y trabajadoras para
luchar por sus derechos, vendiendo su periódico en las
puertas de los talleres y las fábricas. Sus palabras aún
tienen una vigencia enorme, cuando dijo que la mujer es en
la familia la proletaria y cuando instó a las mujeres a
organizarse para luchar por sus derechos.
En 1848 se realizaba en Nueva York, Estados Unidos, la
primera Convención de Mujeres, acto inaugural del
movimiento sufragista en ese país. En la Declaración de
Seneca Falls reclamaban el derecho al voto y el derecho a la
propiedad.
La oleada revolucionaria de 1830-1848 fue derrotada por
los acuerdos entre la burguesía y la aristocracia para
frenar a la clase obrera. La Asociación Internacional de
los Trabajadores encargó a Marx y Engels la redacción del
Manifiesto Comunista. Parte del Manifiesto expone la
necesidad de la clase trabajadora de luchar contra la
familia patriarcal burguesa, que garantiza la opresión
hacia las mujeres.
La burguesía vio la necesidad de disciplinar a la clase
trabajadora, y uno de los instrumentos más importantes fue la creación de la familia obrera. Hasta ese momento, las
trabajadoras y trabajadores no se casaban legalmente, por
ser un trámite caro. Pero la campaña de moralización, con
la desprotección de los hijos nacidos fuera del matrimonio,
creó la obligación de casarse y formar una familia
nuclear. Empezó también la política de persecución a la
homosexualidad. La siguiente oleada revolucionaria, la
Comuna de París de 1871, dio también ejemplos de mujeres
que lucharon por la revolución obrera, como Louise Michel.
El
siglo XX
La I Guerra Mundial dividió al movimiento feminista.
Mientras que grandes movimientos sufragistas la apoyaron,
las feministas socialistas organizadas en la II
Internacional declararon la “guerra a la guerra”. Clara
Zetkin, revolucionaria alemana, había propuesto en el
Congreso de Mujeres Socialistas de 1910 que el 8 de marzo se
convirtiera en el Día Internacional de Lucha de las Mujeres
trabajadoras. Otras destacadas revolucionarias socialistas
contra la guerra fueron Alejandra Kollontai en Rusia y Rosa
Luxemburgo en Alemania.
La Revolución Rusa de octubre de 1917 promulgó leyes que
daban la igualdad formal a las mujeres: ley de matrimonio
civil, legislación sobre el divorcio a petición de
cualquiera de las partes, secularización de la Iglesia y su
separación total del Estado. En el código de 1918 abolió
la diferenciación entre hombres y mujeres para acceder a
cargos políticos y de mando, estableció la libertad sexual
y eliminó la distinción entre hijos legítimos e ilegítimos.
Creó un programa de seguro a la maternidad y una red de clínicas
de maternidad y de residencias para madres solteras. En 1920
Rusia se convirtió en el primer país del mundo en
legalizar el derecho al aborto, y se hizo una campaña para
el uso de anticonceptivos. Además, se avanzó en el
programa de socialización del trabajo doméstico y la
crianza de los niños, base de la destrucción de la opresión
hacia las mujeres, con lavanderías, comedores y guarderías
comunitarias.
La contrarrevolución estalinista comenzó avanzados los años
20 y se consolidó hacia los años 30. En 1926 Stalin liquidó
el Secretariado de la Mujer y puso en su presidencia a una
mujer que declaró que la actividad más importante de las
mujeres soviéticas era apoyar a sus maridos. En 1930 Stalin
declaró que la cuestión de la mujer estaba resuelta porque
se había llegado el socialismo, y en 1936 sostuvo que la
abolición de la familia había sido un error. El Código
Civil de ese año ilegalizó el aborto y criminalizó a la
homosexualidad. En 1944 se restauró el concepto de hijos
ilegítimos y se prohibió que las mujeres hicieran demandas
económicas a los padres de sus hijos.
El siguiente período de alza de las luchas de las mujeres
fueron los años 60 y 70, con el movimiento por el derecho
al aborto. Se organizaron también grandes movimientos
homosexuales, como el Frente de Liberación Gay en Estados
Unidos, surgido tras la revuelta de Stonewall en 1969. La píldora
anticonceptiva hacía materialmente posible separar la
procreación de la sexualidad.
Tres corrientes se debatían dentro del movimiento de
mujeres. Las feministas liberales
(Betty Friedan, por ejemplo) definen a la situación de la
mujer como desigualdad en el acceso a los derechos
civiles y políticos, no como una situación de opresión
y explotación. Plantean que la igualdad va a ser alcanzada
a través de reformas políticas y legales, y el problema
principal para ellas es la exclusión de la mujer de la
esfera pública.
Las feministas radicales
(como Kate Millet) plantearon el análisis de relaciones de
poder que estructuran la familia y la sexualidad y que son
base de la opresión de la mujer. Sus precursoras habían
obtenido el voto y alguna dosis de emancipación legal, pero
las verdaderas barreras sociales y culturales contra la
igualdad permanecían intactas. El patriarcado, para las
feministas radicales, es un sistema de dominación sexual
que es previo y está
por sobre el sistema de explotación de clase.
Las feministas socialistas
(como Mary Alice Waters del SWP) van a continuar en la línea
de Marx, Engels, Trotsky, Clara Zetkin, planteando que las
mujeres son condenadas a su estado de opresión por las
mismas fuerzas y relaciones sociales que han llevado a la
opresión de una clase sobre otra. El sistema
capitalista es la fuente principal de la degradación y
opresión de las mujeres. Los aspectos sexistas de la religión,
las leyes, la tradición y las costumbres sociales no crean,
sino que reflejan este sojuzgamiento económico fundamental
de la mujer. Se incorporan de lleno al movimiento de
liberación de la mujer en EEUU, pero esa lucha no puede
separarse del resto da las luchas contra la opresión
racial, la explotación clasista. Toda cuestión que afecte
a la mitad femenina de la humanidad es también una cuestión
social más amplia.
Los
debates más recientes
El concepto que llevó la teoría feminista a un nuevo
escalón fue el de género.
Describe la opresión de las mujeres en términos de todo lo
que el sistema patriarcal define que deben ser un hombre y
una mujer. El sistema sexo-género implica la relación de
opresión del género masculino sobre el género femenino.
Además de sostener la opresión sobre la mujer, crea una
opresión específica sobre las personas que eligen vivir su
sexualidad por fuera de la heteronormatividad.
Las feministas radicales se proponen una lucha por la conciencia
de las mujeres, que enfrentando el machismo terminaría con
el patriarcado, ampliando los límites que se les impone a
las mujeres en la política, los espacios de poder y la
esfera pública en general. Las feministas socialistas
encaran la tarea de revolucionar la totalidad de las relaciones
sociales, las de explotación capitalista y las de
opresión patriarcal.
La derrota de los años 80 y 90 inauguró todo un ciclo de
imposición del capitalismo ahora sí como sistema dominante
en todo el globo. Esto dio lugar por un lado, a las teorías
del fin de la historia, del fin de los relatos, de los
sujetos, de la ideología y de las clases sociales. Esto se
resume en la crisis de la alternativa socialista.
El posmarxismo se hizo eco de esta ideología y declaró
que la clase obrera estaba muerta como sujeto capaz de
liderar el cambio social. Apareció la política del “empoderamiento”,
término acuñado por las feministas políticamente
correctas que abandonaron la lucha y se dedicaron a crear
ONGs y a ocupar puestos en el Estado, en los organismos
internacionales y en las universidades. Por otra parte, una
nueva teoría, la teoría queer
o posfeminista, dio por tierra con el género como categoría
que explica la opresión de las mujeres. La teoría de
Judith Butler, principalmente, pasó a considerar que los
dos géneros, mujer-varón, son los dos polos de la opresión,
dos géneros hegemónicos que oprimen a todas las personas
que no son heterosexuales. El programa de la teoría queer
aboga por la proliferación de géneros que subvertirían la
heterosexualidad obligatoria. Esta teoría profundamente
idealista desconoce la raíz material y cultural de la
opresión de la mujer, el capitalismo patriarcal.
Desconstruye de forma reaccionaria la potencialidad de la
mujer y de la organización de las mujeres para luchar
contra el patriarcado, en alianza con la clase trabajadora y
el movimiento LGTTBI.