El hundimiento de las Bolsas en febrero mostró que la
crisis entra en una nueva fase. Los últimos meses del 2008
habían visto el paroxismo de la crisis financiera y su
transmisión a la “economía real”. Sin embargo, tras
una caída fenomenal en 2009 del PBI de EEUU del -2,4% (sin
precedentes desde la Gran Depresión), se había creído ver
una recuperación, rápidamente bautizada como “salida de
la crisis”.
¡Ilusiones! La economía mundial
estaba en estado de levitación, apenas tocando el suelo,
llevada en brazos por un apoyo estatal de extraordinaria
amplitud. Dejando crecer los déficits, acudiendo en socorro
de los bancos, poniendo en marcha planes de apoyo, los déficits
públicos han alcanzado niveles increíbles: el 10% del PBI
en EEUU, 8% en Francia, más del 12% en Gran Bretaña. El
endeudamiento público ha perforado todos los techos,
alcanzando el 85% del PBI en los EEUU y el 76% en Francia.
Como en un partido de rugby en el que se pasan la pelota
que quema en las manos, así se ha transformado el
sobreendeudamiento de las familias norteamericanas en
sobreendeudamiento de los estados. Cuando un deudor se
muestra incapaz de hacer frente a los pagos, no hay más que
dos formas de enfrentarse a la deuda en suspenso:
transferirla o anularla. Anular las deudas habría
significado entrar en una crisis financiera, y luego económica,
de una enorme amplitud. Prefirieron, una vez más, huir
hacia adelante: las deudas privadas han sido transformadas
en deudas públicas. Así, el problema no ha sido superado,
sino solamente disfrazado y desplazado. El
sobreendeudamiento público es universal, pero siempre hay
eslabones débiles.
Eslabones débiles
Éstos se llaman Grecia, España, Portugal e Irlanda.
Grecia (cuya deuda pública alcanzaría el 125% del PBI en
2010) ha sido colocada bajo tutela de la Comisión Europea.
Pero los demás países no se quedan atrás en
endeudamiento. Los porcentajes correspondientes previstos
para 2010 se elevan al 85% para Portugal, el 83% para
Irlanda (44% en 2008), el 66% para España (40% en 2008).
Era evidente desde el comienzo que esta situación no podía
durar. Lo privado (consumo de las familias, inversiones de
las empresas) debía tomar el relevo de lo público,
permitiendo a éste retirarse. El gran problema es que lo
privado sigue sin “embragar” sobre lo público, sin
ponerse en marcha. Y el gran cambio es que comienza a
prevalecer en el establishment el temor de que sea así
durante largos meses.
La idea, en suma, es que la crisis está lejos de haber
terminado, y que no estamos en un esquema en V, ni siquiera
en W, sino sin duda más bien en L.
Pero los planes de recuperación de las finanzas públicas
que había hasta ahora estaban basados en la hipótesis de
una recuperación vigorosa de la economía, que permitiría
bajar el déficit debido a la drástica reducción del gasto
público.
Si la recuperación esperada no se produce, también
desaparece la hipótesis de un rápido crecimiento de los
ingresos fiscales. Así, los gobiernos de los países que
están en el punto de mira de los inversores se ven ante un
dilema temible:
si prosiguen con el apoyo a la economía, evitan su
hundimiento pero entran en una espiral autoalimentada, sin
final a la vista, de agravamiento de sus déficits. De tal
forma, éstos serán cada vez más costosos de cubrir; si
abandonan el sostén a la economía retirando el andamiaje público,
corren el riesgo de precipitar la economía en el abismo,
sin tener a pesar de eso la garantía de reducir el déficit
público.
Estos países son todos miembros de la Unión Europea, y
se puede pensar que tendrían derecho a un apoyo de la UE o
de algunos de sus componentes. Pero si las principales
potencias económicas europeas deciden ayudar a los que están
con el agua al cuello, corren el riesgo de ser arrastradas y
hundirse a su vez. Esto es así, porque ellas también están
también muy endeudadas.
Pero también, si estas potencias no prestan ayuda y los
países más directamente amenazados no pueden pagar su
deuda, saben que la crisis se relanzará de forma
espectacular... y que son las siguientes en la lista.
“Los mercados” no piensan, no hablan; sólo envían
“señales”. Y éstas son bastante claras.
Manifiestamente, “los inversores” están cada vez más
convencidos de que los países amenazados no podrán
sostener sus economías durante mucho tiempo. Será preciso
entonces salir de la situación “por abajo”; es decir,
intentando la recuperación de las finanzas públicas sobre
todo mediante la reducción de los gastos.
Es inútil hacerse ilusiones: tras haber volado en auxilio
de los capitalistas a fondo perdido, ahora los gobiernos
pedirán a los trabajadores que “hagan sacrificios”,
mediante el aumento de los impuestos y/o la destrucción de
servicios públicos.
El hundimiento de los mercados que acaba de tener lugar el
mes pasado puede entonces ser interpretado como una severa
reprimenda, un llamamiento a los gobiernos para poner manos
a la obra en el plazo más breve: que demuestren que son
capaces de atacar a la gran masa de la población para
salvar a una ínfima minoría. Corresponde a los
trabajadores organizar la resistencia, pues esta crisis es
la del capital, y no es cuestión de pagar sus platos rotos.
(*) Economista marxista, autor
de "La grande crise du XXIème siècle : Une analyse
marxiste", Editions La Découverte, 2009.