Mientras
la inflación sigue su marcha, los apóstoles de la oposición
de derecha, su coro de economistas gusanos y los medios para
todo servicio descubrieron que el tipo de cambio (el precio
del dólar) está “retrasado”. Uno de los abanderados de
la devaluación más insistentes fue uno de los amigos de
Vilma Ripoll, Eduardo Buzzi, de la Federación Agraria, que
no tuvo mejor idea que quejarse de lo mal que les va a los
desvalidos productores. Como remedio, propuso un dólar “a
cuatro pesos”.
Parecería
un reclamo muy módico: con la cotización actual a $ 3,88,
implicaría una devaluación de apenas el 3%. Pero, como
siempre con los taimados patrones del campo y de todas
partes, hay que andarse con ojo. Porque una vez que el Clarín
estridente sonó, la voz del gran jefe Cobos a la carga
ordenó para intoxicar al público con “especialistas”
pidiendo devaluaciones de diverso orden. Como en una
subasta, las voces de la oposición garca se lanzaron en
aluvión a dar su número: ¡4,20! ¡No, 4,50! ¡Mínimo, 5
pesos a fin de año!
Como
suele suceder, no fueron los economistas neoliberales ni los
miembros del opositor “Grupo A” los que se animaron a
llamar las cosas por su nombre, sino un empresario,
Cristiano Ratazzi, de Fiat. Este adalid de la “burguesía
nacional” (a quien apenas se le entiende cuando habla por
su acento italiano) defendió la devaluación con el
argumento de que así “mejora la competitividad” y se
recompone la rentabilidad.
En el
fondo, estamos en la misma discusión de hace unos meses: la
economía argentina, así como está, no puede sostener a la
vez ganancias patronales, niveles tolerables de desempleo,
superávit fiscal, gasto estatal y servicio de deuda.
Alguien tiene que ajustarse. Los acreedores externos,
evidentemente, ya fueron tachados de
la lista: canje de bonos mediante, como ya señalamos
en estas páginas, se llevarán lo suyo. Neoliberales
extremos y moderados le piden al gobierno que modere el
gasto público. Pero como las encuestas siguen sin dar muy
bien para los Kirchner, difícil que el chancho chifle. No
erra del todo el consultor Miguel Bein cuando dice que “a
este gobierno le gusta gastar; su plan económico es
maximizar el gasto sin entrar en default” (Veintitrés,
15-4). A la burguesía no le va nada mal, por más que viva
rezongando. Los bancos y la industria ganan muy bien, los
sojeros lloran para la tribuna pero en privado ya gastan a
cuenta del cosechón que se viene, a las empresas de
servicios les garantizan los subsidios... Entonces, ¿quién
paga? Pues los trabajadores asalariados públicos
y privados. En eso, todas las fracciones políticas y económicas
de la clase capitalista no pueden estar más de acuerdo. El
asunto es por qué vías y a qué ritmo, y aquí es donde se
bifurcan los caminos del Grupo A y el Grupo K.
Gobierno y oposición: dos planes de pago para un mismo
pagador
El
embate de los patrones agrarios y la oposición de derecha
cambia de flanco pero no de contenido. Hace unos meses
buscaban forzar desde el Congreso un ajuste feroz mediante
la reducción de gastos del Estado y endeudamiento con
el FMI y los “mercados financieros”. Como el Grupo A
mostró una torpeza digna de comedia italiana en la ofensiva
parlamentaria y el kirchnerismo viene zafando, ahora la
oposición cambió de ángulo. Viendo que el gobierno
se decidió a llevar adelante un ajuste administrado vía
deterioro vigilado del salario real, la mayor parte de la
patronal y sus abogados políticos reclaman devaluación
brutal. Es decir, el mismo tratamiento pero sin
anestesia, cuestión de que el paciente le dé una buena
patada al médico en 2011. Por supuesto, la oposición sabe
muy bien que en las condiciones actuales cualquier devaluación,
del porcentaje que fuere, se va a trasladar
inmediatamente a los precios. La idea principal es muy
simple: sea con recorte de gastos-recesión-desocupación o
con devaluación-inflación-reviente del salario, para la
oposición de derecha los problemas del capitalismo
argentino deben pagarlos los trabajadores al contado
rabioso.
Por el
lado del kirchnerismo, la apuesta es otra: atar la economía
con alambre hasta 2011 de manera que al fisco le quede plata
para hacer política (asignación por hijo, subsidios...) y
para pagarle a los acreedores. Al mismo tiempo, que la
patronal aproveche el actual crecimiento (suave, pero
crecimiento al fin) y que los trabajadores resignen parte
de su poder adquisitivo, con inflación algo más que
moderada pero bajo control, a cambio de mantener el empleo.
En suma, no sacudir a los asalariados de un saque,
sino que paguen el ajuste en cuotas más accesibles.
De más está decir que se trata de un
plan de lo más precario que depende de demasiadas
variables, pero los Kirchner hoy no tienen nada mejor.
En este
esquema de inflación por encima de las paritarias pero sin
desmadre, el precio de referencia de los demás
precios –una vez anclado el salario– es el tipo de
cambio, o sea, la cotización del dólar, que acomoda
precios (y ganancias) para exportadores, industriales,
ruralistas y bancos, además de los ingresos estatales. Por
eso el gobierno sabe que ceder al “tecnocrático”
reclamo de devaluación es poner en marcha una rueda
infernal. Y si alguna chance pretenden tener los Kirchner
para 2011 (siempre que un nuevo giro de la crisis mundial o
un ascenso de luchas obreras no cambien todas las
condiciones), esa chance depende de que no se les mueva la
estantería económica. De ahí que busquen tener bien
agarradas todas las variables importantes: pagos externos,
gasto público, dólar, salario... y ganancias empresarias.
Mientras eso se sostenga, sobrevive la ilusión electoral K.
“Puja distributiva”: la burocracia hace fuerza…
para los patrones
Parte
indispensable de este armado es la burocracia sindical (CGT
y CTA). Si el servicio de deuda, los gastos del Estado y el
tipo de cambio se mantienen, en el fondo, a partir de las
retenciones a la soja (vaya con el “modelo
industrial”...), el
ancla salarial está amarrado al cuello de Moyano, Yasky y Cía.
Con un agravante. Ya aclaramos en estas páginas que, sin
ser en absoluto el factor decisivo, los comportamientos
empresarios contribuyen a fogonear el índice de precios.
Como la economía crece un poquito y los ingresos de los
asalariados se deterioran de manera gradual y regulada –no
brutal–, las patronales aprovechan para mejorar su
rentabilidad remarcando precios. Mientras la demanda
no se caiga, el truco funciona, porque en la “puja
distributiva”, por ahora, se hace fuerza de un solo
lado, precisamente gracias a que del otro la burocracia
frena todo y mantiene en general el control sobre las bases
obreras.
Por
supuesto, si la patronal aumenta los precios significa que
no se molesta en generar ganancia adicional por la vía de
la acumulación capitalista “normal”, esto es, la
inversión y la expansión de la producción. Pasa que
tampoco puede recurrir, por ahora, a un redoblamiento significativo
de la explotación laboral, lo que es a su vez expresión
del relativo
equilibrio en la
relación de fuerzas más de conjunto de los últimos
tiempos.
Por
otra parte, en su pelea por el queso electoral de 2011,
oposición y oficialismo disparatan sin límite. Ni la
economía está paralizada por falta de inversiones debido a
la “inseguridad jurídica” que generarían los Kirchner
(sanata del Grupo A y los economistas gusanos), ni estamos
en plena aceleración del crecimiento que sólo espera la
resolución del canje para volver a las “tasas chinas”
(verso-expresión de deseos del gobierno). Con la inflación
pasa algo parecido: no es el caos rampante de las tapas de
la prensa canalla ni el mero “reacomodamiento” de
precios más especulación de exportadores de carne que
argumenta el ministro Boudou. La realidad económica no es
tan difícil de ver: hay un poco de crecimiento y un poco (más)
de inflación. Pero oposición de derecha y gobierno no se
pelean, como dijimos, por un punto más del PBI o un punto
menos del índice del costo de vida, sino por el ajuste al
contado o en cuotas para los trabajadores. Discusión que
puede continuar sólo supeditada a los movimientos de dos
gigantes que pueden despertar en cualquier momento: la
crisis mundial y la clase obrera argentina.