En
los últimos días nuestro partido realizó una serie de
paneles presentando la nueva edición de la revista Socialismo
o Barbarie. Entre los panelistas participaron los compañeros
Claudio Katz, Pablo Bonavena y Eduardo Sartelli. El
intercambio permitió dar cuenta de una serie de debates
acerca de la crisis mundial sobre los que queremos levantar
acta aquí.
Entre el ajuste y la rebelión: Grecia como banco de
pruebas
El
primer intercambio giró en torno a la caracterización de
la actual coyuntura. Hubo acuerdo acerca de que el respiro
en la crisis logrado desde la segunda mitad del 2009 tenía
bases endebles. Las charlas se realizaron cuando se ha
puesto sobre el tapete la rebelión popular en Grecia y los
peligros concretos de estallido del euro. Se trata de una circunstancia que podría
modificar el “clima” de los mercados y parar en seco la
incipiente recuperación económica sobre todo en el norte
del mundo: de ahí los desesperados llamados de Obama a
Merkel, Sarkozy y Zapatero en los últimos días.
El
hecho es que desde el 2008 el capitalismo vive una crisis
histórica: la
segunda gran contracción contemporánea. Sólo con
tomar nota que se trata de la crisis económica más grave
desde la Gran Depresión se puede tener una aproximación de
la magnitud del
evento que se está viviendo internacionalmente.
Hasta
el momento la crisis había pasado por dos fases
diferenciadas.
Ahora se está abriendo una tercera. La primera fue la de su
desencadenamiento a partir de la bancarrota de la Lehman
Brothers. Esto desató un pánico mundial de quiebras en
cadena que hizo derrumbar las bolsas en el mundo. Con la
velocidad de un rayo la crisis se trasladó a la economía
“real” introduciendo al mundo como un todo –con las
desigualdades del caso– en una profunda recesión. Por poner un dato significativo, digamos que en
el 2009 el comercio internacional cayó más de 10%: la primera caída de los intercambios globales desde finales de la II
Guerra.
Sin
embargo, a partir de marzo-abril del 2009, y como
subproducto de los inmensos paquetes de rescates económicos
por parte de los estados imperialistas, comenzó una cierta
“recuperación”. Por la vía de la “inyección” de
millones de millones de dólares los gobiernos capitalistas
centrales lograron evitar que el mundo se deslizara a una
depresión en esta primera fase de la crisis.
Al
calor de esa circunstancia comenzó un debate acerca de
“si la crisis había sido superada”. Los medios de
comunicación hablaban de la existencia de “brotes
verdes” de recuperación económica. En determinados
sectores de la izquierda, lo que se destacaba era una mirada
escéptica que
buscaba subrayar “la paradoja de la ausencia de respuesta
obrera a la crisis”…
Bastó
con la amenaza de default en Grecia y el traslado de la
crisis a toda la Unión Europea para que este castillo de
naipes se viniera abajo. Con
la rebelión popular desatada en el país helénico se ha
abierto la tercera fase de la crisis: una en la que crisis
económica y lucha de clases comienzan a entrecruzarse más
estrechamente: una coyuntura de choque –eventualmente
brutal– entre el ajuste capitalista y la resistencia
obrera y popular.
El
dato cualitativo que aporta Grecia, es que por primera vez en el
transcurso de la crisis económica se puede ver la
respuesta de los explotados y oprimidos a la pretensión de los
capitalistas de que sean ellos los que paguen la cuenta de
la crisis.
Este
último no es un dato menor. La crisis griega, y la
eventualidad del estallido de la Unión Monetaria Europea,
han puesto a la economía mundial nuevamente ante el riesgo
de una recaída económica:
¡de
producirse una caída en W el mundo podría adentrarse
finalmente en una depresión!
Lo
que está ocurriendo no debería sorprender: la
anunciada “recuperación” tenía mucho de “ficticio”.
Es decir, se trata de una circunstancia que –en
definitiva– lo único que hizo fue trasladar las
obligaciones de pago de los capitalistas privados –al
borde de la quiebra– a los estados: es decir, al conjunto
de la sociedad: en
primer y excluyente lugar, a los trabajadores.
Pero
esto mismo colocó, lógicamente, la
eventualidad de la quiebra de los estados mismos: no sólo
de Grecia, sino de Portugal, Irlanda y España (que no
casualmente acaba de anunciar también un durísimo ajuste)
por sólo tomar los países de la UE. Los estados tienen dos
formas de afrontar sus obligaciones: o logran pagar las
deudas vía una recuperación sustancial de los ingresos
producto de una recuperación económica sostenida (lo que
no está en la agenda). O, en su defecto, desencadenan
brutales ajustes económicos que les permitirán paliar los
déficits generados por el rescate como está ocurriendo
ahora mismo en Grecia y España.
De
ahí el estallido en Grecia ante la imposibilidad –a
priori, de mantenerse en el euro– de devaluar la moneda
para frenar importaciones, aumentar exportaciones, y de esta
manera lograr un superávit comercial y de balanza de pagos
que le permita pagar las deudas, la
UE y el FMI le imponen realizar un brutal ajuste
deflacionario.
Es
decir, reducir los gastos y, sobre todo, el salario obrero y
las jubilaciones de manera
nominal: un ajuste brutal, abierto, directo, sin anestesia, que
transforma a Grecia (y ahora a España) en un laboratorio
internacional de pruebas del ajuste. No será la misma dinámica
–de la crisis y sus salidas– si se impone este tipo de
ajuste en el país helénico y España, que si esto fracasa.
La
tasa de ganancia, las fuerzas productivas y el carácter de
la crisis
Más
allá de la coyuntura aparecieron matices de importancia en
el debate. Uno de los principales giró en torno a la
caracterización de conjunto de la actual crisis. El compañero
Eduardo Sartelli insistió en que la misma sería una mera continuidad de la crisis de los años 70. Fundamentó esto
en el hecho de la “no recuperación de la tasa de ganancia
desde aquellos años”. Desde un ángulo opuesto, el compañero
Claudio Katz –que tiene un análisis más serio y
pormenorizado de la crisis y siempre busca aportar en los
debates– mostró
una tendencia a subestimar el carácter histórico de la
misma.
Yendo
al grano directamente, digamos que la posición de Sartelli
tiene un problema: pierde de vista que la tasa de ganancia
se recuperó
parcialmente en las últimas décadas sin llegar a los
niveles de posguerra y que si esto ocurrió se debió a que
en los últimos 30 años el capitalismo vivió
transformaciones estructurales que crearon las condiciones
materiales para la actual crisis.
Repetimos:
a partir de la década de los 80 las ganancias de los
capitalistas se recuperaron parcialmente respecto de la caída
de los 70. Esta recuperación se debió a brutales
mutaciones anti-obreras y anti-populares: flexibilización
laboral, desmonte de las conquistas del Estado benefactor,
restauración capitalista en los países del Este europeo y
China, salto en la semi-colonización de la periferia, medidas
aplicadas más o menos urbi et orbi.
Es
decir: no hay cómo no entender que semejante ataque no habría
recuperado –insistimos, al menos parcialmente– las
ganancias capitalistas: ¡sería
quedarse en el terreno de la “metafísica” que no puede
dar cuenta de la experiencia y vivencia real de las amplias
masas laboriosas en estas décadas!
Consecuencia
de lo anterior es que se pierde toda la especificidad
de la actual crisis, la que se da en un
contexto y con determinaciones muy distintas a la de los
“Treinta Gloriosos” de la posguerra: una
crisis marcada, básicamente, por la insuficiente acumulación
en nuevas ramas productivas, lo que dificulta la recuperación
total de la ganancia y los problemas de realización a la
hora de la venta de las mercancías.
Pero
detengámonos en Katz: el compañero tiene claridad en que
la tasa de ganancia se recuperó –aunque quizás se le
pierde que esto ocurrió sólo parcialmente–,
y que el capitalismo mundializado introdujo modificaciones
estructurales, pero se va –por así decirlo– para el
otro lado. Tiene un problema de orden opuesto al de Sartelli
con respecto a las fuerzas productivas: si Sartelli no ve ningún cambio en ellas en los últimos 30 años…
Katz exagera “hasta el infinito” su evolución. De
ahí que tienda a ver un neoliberalismo de alguna manera
“ascendente” y que considere que la actual crisis en el
fondo
no sería histórica
en la configuración del capitalismo neoliberal sino una de
tantas –aunque la más grave– en el ciclo del mismo.
Esto
es un error: el carácter estructural
–es decir, de fondo– de los elementos puestos en juego
por la crisis (peligro de explosión del euro y la UE; la
crisis y desbalances en las relaciones económicas –y
eventualmente políticas– entre EEUU y China; el desempleo
de masas en varios países del norte del mundo, etcétera) muestran
el carácter histórico de una crisis
que no es de mero ajuste cíclico de las cosas y que ha
llegado para quedarse. Una
de las lecciones de la Gran Depresión de los años 30 es
que una crisis económica mayor es, como tal, un fenómeno
histórico que pasa por diferentes estadios. Al compañero
parece escapársele un poco esto.
A
Katz se le escapa otro elemento más: es un hecho que el
capitalismo logró ampliar su horizonte geográfico de
explotación económica directa con la “reabsorción”
plena de los países no capitalistas. Haberse puesto en el
“buche” a China y Rusia –por señalar solamente a los
países más grandes– no es un elemento menor.
Lo
mismo que no es menor la expansión del capitalismo europeo
hacia el Este, el salto en la tasa de explotación de los
trabajadores a nivel mundial y el avance en las relaciones
de semicolonización de los países de la periferia (proceso
ahora parcialmente “estancado” relativamente por la
crisis económica y las rebeliones populares
latinoamericanas).
Sin
embargo, esto no quita un elemento de mucho peso a nivel de
las fuerzas productivas presente desde hace tiempo. Bajo
la actual fase del capitalismo neoliberal el aumento de la
tasa de explotación no ha sido acompañada en la misma
medida por la tasa de acumulación (el elemento clave para
la ampliación de las posibilidades de extracción de
plusvalor o trabajo no pagado): el capitalismo carece hoy de
un “motor”, de una “locomotora” de arrastre, de una
rama económica “universal” que tiña todas las demás y
las lleve hacia adelante.
Está
claro que la computación y las telecomunicaciones van en
ese sentido. Sin embargo, no parecen tener la envergadura
del ferrocarril en la segunda mitad del siglo XIX o del
automóvil a lo largo de todo el siglo XX.
Este
no es un elemento menor, las
nuevas ramas productivas –así como los avances tecnológicos–
son los que permiten la recuperación de la tasa de ganancia
(y llevar la masa de las ganancias hasta niveles
insospechados). Si el capitalismo neoliberal está
caracterizado por una baja tasa de inversión es porque no
ha encontrado esas ramas productivas que le permitan ir
suficientemente para adelante de conjunto, de
ahí la no recuperación del todo de la tasa de ganancia en
las últimas décadas. En definitiva, este es otro rasgo
que hace a la configuración histórica-concreta de la
actual crisis.
Hacia la posible ruptura del equilibrio capitalista.
crisis, guerras y revoluciones en el siglo XXI
La
crisis que se está viviendo es histórica. ¿Cuál es el
elemento más importante que coloca la misma? La
eventualidad de que haga estallar por los aires los
equilibrios de la economía, los estados y las clases
sociales que han venido caracterizando al mundo en los últimos
30 años: el orden capitalista neoliberal.
En
el fondo, el sistema capitalista ha estado demasiado estable
desde las derrotas de los años 70. No
ha sido casual el hecho que desde la década del 60 no se
haya vivido ninguna revolución social anticapitalista en el
mundo. Hemos vivido una larga época de “democracia”
donde la burguesía ha gozado de un dominio más o menos
incuestionable.
Sin
embargo, esto no está porqué ser llamado a perdurar.
Precisamente, cuando se ponen en juego los equilibrios
logrados, cuando se mueven las “capas
tectónicas de la sociedad” –como ocurrirá de
profundizarse aún más la actual crisis– se
pueden estar creando condiciones para reabrir la época de
crisis, guerras y revoluciones. Esa es la potencialidad
histórica que puede tener la actual crisis: hacer
chocar las capas tectónicas de la lucha de clases.
¿Cuál
es la importancia –en este contexto– de la irrupción en
la escena internacional de los trabajadores griegos? Bueno,
es evidente: las crisis económicas –por sí mismas– no
son las que pueden llevar a la caída de este sistema de
explotación que chorrea sangre, explotación y opresión
por todos sus poros. Es la lucha entre las clases el único factor que puede producir eso.
Desde
ya que esta misma lucha opera dentro del terreno material
creado por la crisis. Si la situación es de estabilidad,
las luchas obreras podrán conseguir conquistas… pero
seguramente no plantearse la perspectiva de revolucionar la
sociedad.
Pero
en las condiciones de una crisis histórica (y eventualmente
dramática) como la actual, cuando de alguna manera no se
puede seguir viviendo como hasta el momento, los explotados pueden ser “arrastrados” a tomar las cosas en sus
manos.
Es
en las condiciones creadas por la crisis que se pueden dar
los desarrollos más radicalizados. De ahí la importancia
de la irrupción del pueblo griego en la escena política
europea y mundial: del
resultado de su lucha dependerá –como hemos señalado
arriba– si este “experimento” de ataque brutal puede
ser aplicado mundialmente sin anestesia, por así decirlo, o
no.
Es
en el contexto de las definiciones anteriores que se llevó
adelante el debate con Pablo Bonavena. De manera muy
fraternal, acordamos con el compañero en toda una serie de
puntos de gran importancia, incluso metodológicamente. Por
ejemplo: el compañero reivindicó el no tener una mirada
meramente “economicista” de la crisis sino destacar la
señalada interrelación entre economía y lucha de clases.
Sin
embargo, a partir de ese y muchos otros acuerdos, el compañero
trasmitió una mirada de la situación internacional algo sesgada.
Correctamente, el compañero quiso hacer alusión al hecho
que desde hace años los EEUU está involucrado en dos
guerras que no puede definir: las de Irak y Afganistán. Y
destacó el hecho de que si la principal potencia militar
del planeta no puede con dos países de tercer y cuarto
orden, tan potencia no es… Es decir, vive un proceso de
debilitamiento, de pérdida hegemónica por así decirlo.
En
este sentido, el compañero tiene toda la razón, más allá
que hay que tener claro que no es lo mismo movilizar tropas
y recursos para guerras “limitadas”… que para guerras
“totales” como las mundiales. Los factores de legitimación
son –en ese último caso– completamente distintos.
Sin
embargo, el compañero tendió a deslizarse hacia una
definición que –hoy por hoy– es unilateral y
equivocada: tiende a
decir que el mundo estaría en guerra... Pero el hecho
es que un mundo “en guerra”, literalmente, es
una conflagración internacional como las que jalonaron el
siglo pasado con sus dos guerras mundiales.
Sin
embargo, la naturaleza de la crisis económica no ha llegado
todavía a provocar, política y militarmente, tales
extremos. No es sólo el hecho que la crisis no ha llegado a
una situación de gran depresión. También está el dato de
que todavía las relaciones entre estados –y, sobre todo,
estados imperialistas– siguen contando con el
“arbitraje” –aun el mismo esté debilitado– de los
EEUU, como se acaba de ver en las negociaciones por el
rescate a Grecia y ahora el ajuste a España.
Sí
la situación es evidentemente más conflictiva con China. Y
si los desarrollos mismos de la crisis pueden terminar
llevando a grados más extremos los reflejos
“nacionalistas” y el “trasladarle la crisis al
vecino” –como se ha visto incipientemente en Alemania a
lo largo de estos meses de agonía griega–, esto es una
muestra de un escenario que potencialmente podría vivir un
salto cualitativo en los conflictos inter-estatales.
Sin
embargo, insistimos: todavía las cosas no han llegado a los
extremos de poner sobre la mesa “un sálvese quien
pueda” económico, con ruptura del comercio internacional,
ni mucho menos una conflagración mundial,
independientemente del hecho cierto que la disputa entre los
grandes países imperialistas –y sobre todo entre EEUU y
China– se expresa
hoy alrededor de la querella por el valor de las monedas.
Pero
un mundo en guerra es, eventualmente, una de las
posibilidades de desarrollo de la crisis que todavía no
llevó a tales extremos. Es una de las posibilidades
inscriptas en el hecho de que se está frente a la eventual
re-apertura
de la época de guerras, crisis y revoluciones que se está
cocinando a fuego lento en el contexto de la crisis y que
hace parte de la lógica de los acontecimientos en la medida
en que ésta se agrave.
En
todo caso, el escenario también será uno en
el que la experiencia histórica de la revolución
socialista pueda ser recomenzada capitalizando las lecciones
de la experiencia del siglo XX: revolución socialista es
una donde insustituiblemente la clase obrera está al frente
de los acontecimientos.
[1]
El compañero llegó a decir que la actual crisis su
organización, Razón y Revolución, la había anunciado
en 1996…
[2]
Este es un debate –por ejemplo en nuestro país– con
compañeros como los del PO que sólo se dedican a
tomarle la fiebre a la crisis anunciando siempre una catástrofe
tras otra como si por sí misma la crisis resolviera los
problemas.