Mucha fiesta y
poco contenido
Acaban de concluir las jornadas de festejos del
Bicentenario. Hay dos hechos que saltan a la luz alrededor
del mismo. Por un lado la participación popular en los
eventos fue multitudinaria, pero por el otro, si dejamos de
lado las luces y las mega puestas en escena, es difícil
descifrar el contenido que tuvieron las jornadas mismas.
La
multitudinaria participación
Respecto de la participación, hay que intentar dar una
explicación del fenómeno: no de las “pompas” e
internas que se vivieron en las alturas, sino del sentido de
la participación de masas en los festejos. Creemos que a
este respecto hay dos elementos centrales a rescatar. Por un
lado, popularmente parece haber pesado el hecho de la
oportunidad del calendario –los doscientos años cumplidos
por la Argentina– una fecha histórica que uno y su
familia no podía perderse. Es decir, pegó en cierta forma
la idea –sin ningún contenido real– que se estaba
participando de una fecha histórica, de un hecho
trascendente y que entonces no se podía estar ausente.
En segundo lugar, el contenido del festejo desde el punto
de vista popular, pareció ser el festejo del aniversario de
la “patria” sin mayores connotaciones ideológicas.
No parece que haya calado entre los participantes el tono
“progresista” de las fanfarrias de los K, que fueron más
bien un hecho distintivo de los actos por arriba organizados
por Cristina, pero no así respecto del tono general de los
festejos en las calles.
Tampoco se podría decir que la participación masiva haya
reflejado algún tipo de adhesión al gobierno K. Otra cosa
es que el gobierno de Cristina, al haber presidido las
actividades y el evidente éxito, de alguna u otra manera
intente capitalizar políticamente los festejos.
Pero este se equivocaría si creyera que lo que se puso en
juego en la calle es un balance de su gestión o un apoyo
multitudinario a la misma. Más bien las cosas parecieron ir
por carriles bien separados: nadie dejó de volcarse a las
calles debido a que los actos oficiales evidentemente fueron
organizados por el gobierno K, pero de ninguna manera esto
es asimilable a un apoyo político a los mismos.
También es verdad que la oposición prácticamente pasó
desapercibida. Si con la inauguración del Colon o el Tedeum
de Bergoglio tuvo su “momento” por así decirlo, en todo
caso esas actividades tampoco tuvieron un sentido del todo
categórico antigubernamental –aunque lo eran de
contenido– y muchos menos podían opacar la marea humana
que se volcó a las actividades organizadas por el
oficialismo.
En tercer lugar, hay otro factor de peso: la cantidad de
eventos artísticos públicos completamente gratuitos,
fueron un gran atractivo para los sectores populares y de
las clases medias, privados por lo general de ellos. Es
decir, no todos los días se puede asistir –incluso con el
transporte gratis como fue el caso del 25 de mayo– a
semejantes espectáculos al aire libre: desde recitales de
Fito Páez hasta el impactante desfile histórico final
organizado por el grupo teatral “Fuerza Bruta”.
En definitiva, nada más que efímero parece surgir de la
tan masiva participación, más allá del impacto por la
masividad del mismo y que por la propia circunstancia de ser
los K los que estuvieron presidiendo la jornada. En todo caso
suma un elemento más al relativo fortalecimiento que han
venido exhibiendo en los últimos meses.
Un festejo
“patrio” pero no antiimperialista
La realidad es que el verdadero contenido del festejo quedó
realmente oculto. Es decir, no se puede afirmar que el mismo
haya sido un festejo realmente antiimperialista y
latinoamericano como de alguna manera quiso ensayar el
kirchnerismo, aunque cuidándose a limitar esto sólo en las
pompas superestructurales.
Es que el contenido digamos “antiespañol” y
“patrio” de la independencia, nunca fue extensivo –y
en los propios días originarios del evento histórico– al
conjunto de la dominación imperialista. Sí en su orígenes,
la independencia solamente desató el vínculo formal con
España para darle la suma del poder a las clases dominantes
criollas, tampoco luego, en la evolución de la nación, la
burguesía que siempre gobernó el país, nunca produjo una
ruptura real, revolucionaria, con el imperialismo y mucho
menos con la estructura capitalista semicolonial y
dependiente del país.
A decir verdad, respecto de los festejos del Bicentenario,
las cosas fueron realmente más lejos: el gobierno K se cuidó
como de “mearse en la cama” de que el mismo apareciera
excesivamente politizado.
Es que no está demás recordar que finalmente los
Kirchner encabezan un gobierno redondamente burgués
representativo de la Argentina capitalista –a pesar de
todas las internas– que ha garantizado a lo largo de todos estos años, súper ganancias a
los empresarios de la ciudad y del campo. Sí la ligazón
de esta clase capitalista es orgánica con el imperialismo
mundial, mal podría ser el festejo del “Bicentenario de
la patria” consecuente en su contenido real
“antiimperialista”.
El balance de la
burguesía
En todo caso, lo que brilló por su ausencia es el balance
del país burgués que la Argentina es. Es decir, como decía
León Trotsky cuando se habla de un país hay que
especificar realmente de que se está hablando. Porque no se
puede hablar del mismo sin decir quién está al frente de
él, que clase es la responsable de su curso histórico. Y
está claro que cuando hablamos de la Argentina en ese
sentido, solo podemos hablar del balance de la burguesía al
frente del mismo. En
todo caso hasta podríamos decir que todo lo bueno del mismo
ha venido solamente de las luchas y conquistas históricas
obreras y populares, y todo lo malo –que es su condición
estructural de país capitalista semicolonial y
dependiente– tiene que ver con el balance burgués.
En este sentido vale el contraste con los festejos del
centenario de 1910. Por un lado es verdad que se festejó la
Argentina agro-exportadora oligárquica de aquél entonces
que a la vez daba clases de persecución anti-obrera. Pero
también se festejaba
la ensoñación de que un país agro-exportador pudiera ser
potencia mundial. Evidentemente esta era una utopía
reaccionaria que las décadas subsiguientes vinieron a poner
en su lugar.
Sin embargo, en todo caso, lo que los K no han dicho en
este Bicentenario es que a la Argentina capitalista actual
no le queda ni eso. Hace décadas ya que perdió la
“carrera” por querer sumarse a las “grandes
naciones” capitalista del globo. Un proyecto reaccionario
utópico como acabamos de decir –hay que recordar que
también Juan Domingo Perón hablaba de “Argentina potencia”– pero que en la actualidad, de tan poco
realista, siquiera puede ser enunciado, a no ser por parte
de los cuatro mosqueteros de la Mesa de Enlace campestre que
suelen trasmitir la ensoñación agro exportadora en el
siglo XXI de la mano incluso de algunos sectores de la
“izquierda” vernácula.
La perspectiva solo
pueden ser la Unidad Socialista de Latinoamérica
En realidad, lo que estamos viendo hoy en la Argentina es todo
lo que el “progresismo” capitalista y burgués puede
dar: es decir, casi nada. En Latinoamérica ocurre algo
similar: si bien gobiernos como el de Chávez y Lula son muy
distintos (con rasgos de autonomía respecto del
imperialismo el primero, neoliberal como el que más el
segundo), no se están viviendo en la región verdaderos
cambios estructurales en un sentido anticapitalista. Más
bien, los rasgos de todos estos gobiernos han sido muy
parecidos, gozando todos ellos las ventajas de los precios
internacionales de las materias primas, tratando de
compartir parte de las rentas alimentarias, gasíferas o
petroleras con las multinacionales para hacer algunas
concesiones y, sobre todo, garantizando súper ganancias a
los capitalistas.
Ni la verdadera independencia nacional, ni la solución de
los flagelos de la miseria, el desempleo y los salarios súper-explotados,
ni la flexibilización laboral, ni dejar de pagar realmente
la deuda externa, ni castigar de una vez y para siempre a
los genocidas: ninguna de las grandes tareas pendientes
democráticas, nacionales, antiimperialistas, obreras y
socialista pueden venir de la mano de estos gobiernos.
Sencillamente porque para eso hay que acabar con la clase
social y el Estado que está sosteniendo a los mismos: la
clase capitalista. Por esto mismo también, la tan mentada
unidad latinoamericana, la más de las veces, no pasa del
apretón de manos entres los gobernantes “progres” y no
mucho más.
Mal que le pese al kirchnerismo y toda la cohorte de
sectores políticos “nacionales y populares” cooptados
por el mismo, la verdadera emancipación nacional y la
unidad latinoamericana auténtica solo podrán venir de la
mano de los explotados y oprimidos encabezados por la clase
obrera continental en la perspectiva de la Unidad Socialista
de Latinoamérica. No ha sido casual: el kirchnerismo se
“olvidó” en los festejos de la independencia de Haití
y sus próceres: la única verdadera revolución social
ocurrida a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX y que
precedió toda la lucha independentista ocurrida una década
después pero que tuvo objetivos mucho más modestos: encumbrar
a la clase dominante criolla solo descontenta con los
funcionarios virreinales, no emancipar a los explotados y
oprimidos.