Salir
a la lucha por 35% para todos
“En las negociaciones paritarias del primer trimestre
de este año los reclamos se movieron en la franja del
veintipico. Así, por ejemplo, los bancarios consiguieron un
23.5% de aumento y los metalúrgicos 26.5%. Incluso en abril
los reclamos continuaron en esa escala: el gremio Luz y
Fuerza acordó en ese mes por un 22% de incremento. En mayo
el escenario cambió por completo con la suba del 35.2%
obtenida por el sindicato de la Alimentación. Ese acuerdo
hizo replantear todas las discusiones paritarias. Es más:
apenas 47 días después de haber firmado su paritaria, el
sindicato Luz y Fuerza exigió reabrirla. Como consideran
que se quedaron cortos con el 22% conseguido, ahora quieren
que el incremento sea como ‘mínimo’ del 35%” (Clarín,
07-06-10).
El
aumento conseguido por la alimentación semanas atrás sonó
como un campanazo en el panorama de las negociaciones
paritarias en el país. Porque el hecho es que la burocracia
sindical de la CGT y la CTA venían negociando y acordando
por cifras mucho menores, que bordeaban, en todo caso, no más
del 25%.
Sin
embargo, el aumento conseguido por la alimentación dejó
descolocado a más de uno.
Las razones del triunfo en la alimentación
Desde
estás páginas ya hemos comentado los elementos que se
combinaron para el triunfo de los trabajadores de la
alimentación. Hubo varios de orden económico –por así
decirlo– y también sindicales-políticos. En el terreno
estrictamente económico, el gremio venía arrastrando un
contraste muy visible para el conjunto de la base: salarios
muy atrasados en una circunstancia donde los precios
internacionales de las materias primas –y los alimentos
entre ellos– siguen estando muy arriba aun a pesar de la
crisis económica mundial y la agro-industria es una de las
ramas económicas más dinámicas del país. De ahí que no
sea casual que la familia Pagani, dueña de Arcor, se haya
quejado de que no había sufrido una lucha de esta dimensión
“en sus 60 años de historia”…
A
este respecto, tampoco suena casual que el centro del
conflicto, su “núcleo duro” haya estado en Córdoba. Es
que la provincia mediterránea es una de las “potencias”
agrícolas y agro-industriales del país, donde además el
conflicto del campo pegó muy fuerte, quizás como dejándole
el mensaje tácito a los trabajadores de que “ahora nos
toca reclamar a nosotros”.
Sin
embargo, a las razones estrictamente económicas se le suman
las sindicales y político-sindicales. Por un lado, está
claro que el retraso salarial era sentido por el conjunto de los compañeros,
viendo un retraso mayor respecto de otros gremios. Esto ya
de por sí le metió una evidente presión a la burocracia
de Moran, Daer y Morcillo. Pero, además, hay otro elemento
evidente: la
experiencia de Kraft. Es que en la alimenticia más
grande del país se vive una experiencia muy importante que
hace parte del proceso de recomposición en curso entre los
trabajadores. Luego de más de década y media, y a pesar de
un durísimo conflicto de alcance nacional que terminó en
una dura derrota con decenas de despidos, una ajustada mayoría
de trabajadores resolvió quitarse de encima una comisión
interna que si bien no respondía directamente a la
burocracia, se venía ajustando a los designios de ella y de
la misma patronal desde hace mucho tiempo.
Así
las cosas, el temor de los burócratas es que el ejemplo de
Kraft cundiera en todo el gremio, hecho que ya comenzaba a
ocurrir –y sigue su curso– sobre todo en otras plantas
del gran Buenos Aires.
La
suma de la presión por la base por el retraso salarial, más
la experiencia de Kraft y mismo, eventualmente, el
desarrollo de una “interna” entre los principales
caciques del gremio, es lo que dio lugar al desarrollo del
conflicto y su triunfo.
La
burocracia se dedicó a convocar a medidas entre gallos y
medianoche y nunca a instancia donde pudiera participar
democráticamente la base. Además, tuvo a su favor que el
Ministerio de Trabajo de alguna manera “miró para otro
lado” a lo largo de todo el conflicto, decretando
conciliaciones obligatorias que al no ser acatadas no
tuvieron consecuencia alguna. Básicamente el gobierno no
quiso ir contra dirigentes sindicales de la CGT que se
vieron bajo la presión de hacer algo.
Es
al ver esta situación que la patronal terminó finalmente
retrocediendo seguramente evaluando que la continuidad del
conflicto le traería perjuicios económicos mayores.
En
definitiva, es este conjunto de factores combinados el que
terminó posibilitando el triunfo de los compañeros,
claro que sobre la base de la disposición a la lucha de la base del
gremio.
El temor a la “psicosis” salarial
Luego
de firmado el acuerdo la UIA puso el grito en el cielo. Le
echaron la culpa a todo el mundo: desde la patronal
alimenticia de la COPAL, pasando por los dirigentes
sindicales y hasta el propio gobierno. El temor evidente:
que el reclamo por un 35% o mismo por la reapertura de las
paritarias ya realizadas se generalizara. Es que amén del
ejemplo de la alimentación, en los primeros meses del año
la remarcación de precios fue incontrolable, y si bien eso
ahora se “moderó” en algo, la remarcación de precios
los amenaza con dejar en la lona los aumentos conseguidos
muy rápidamente.
En
estas condiciones, el gobierno K comenzó a tomar medidas.
El inefable ministro Aníbal Fernández salió a declarar
que “todo tiene un límite” como señalando que Cristina
no estaba dispuesta a convalidar más aumentos de un 35%.
También el gremio camionero se apresuró a afirmar que
ellos no pedirían el 35%, sino solamente algo en torno al
20%. Calo de la UOM complementó señalando que “no tenían
previsto pedir la reapertura de las paritarias” y que los
metalúrgicos estaban próximos a recibir el porcentaje
–que aplicado por tandas– les correspondía para este
mes, y la faena fue completada por los estatales de UPCN que
firmaron por sólo un 21%.
Sin
embargo, el día 9, la
UIA –a través de un comunicado– volvió a manifestar su
preocupación por “las demandas salariales desmedidas que
afectan la competitividad de las empresas, particularmente
de las PYMES”. Concretamente los industriales salieron a
cuestionar: “las acciones directas que en algunos casos se
manifiestan en parálisis de la actividad y en situaciones
inéditas como el no acatamiento de las medidas de
conciliación obligatoria dispuestas por el Ministerio de
Trabajo, ni de órdenes judiciales, como en el caso de la
pesca”.
En
sustancia, lo que la UIA está denunciando es una situación
que expresa una cierta novedad: el hecho que desde las
experiencias más avanzadas de la recomposición de los
trabajadores, desde determinados lugares de trabajo que
tienen al frente comisiones internas, delegados o ejecutivas
más o menos independientes de la burocracia, se logre meter
presión y esto sirva como comportamiento ejemplificador
para el conjunto del gremio que pueda terminar en el
desborde de los dirigentes.
Esto
que venimos señalando es -de alguna manera- lo que terminó
ocurriendo en la alimentación. También viene siendo el
caso del neumático, aunque luego de los despidos masivos
del 2008 en este caso haya habido más dificultades. Sin
embargo, la tendencia es la misma (ver artículo al respecto
en la página 2). O mismo en el subterráneo de Buenos
Aires, es evidente la presión que le mete a la UTA la
existencia de un cuerpo de delegados independiente, más allá
de que en la actualidad los compañeros están ya fuera de
la misma y peleando por el reconocimiento de su propio
sindicato.
El desborde es lo que paga. La pelea es contra la CGT y
la CTA
En
definitiva, más allá de las algarabías del Bicentenario,
la próxima “fiesta” del mundial, y las internas
patronales que se siguen cocinando por arriba (luego de
ganar la interna de los radicales de provincia de Buenos
Aires, Alfonsín hijo se ha sumado a la lista de los que se
están poniendo el traje de “presidenciables”) la enseñanza
que ha dejado la alimentación es que la lucha paga. Es este el temor que tienen
la patronal (pero también el gobierno y la burocracia): que
el efecto demostración de la alimentación se extienda a
los demás gremios: de ahí las diatribas empresarias contra
“la peligrosa carrera” de buscar mayores aumentos
salariales y el intento de Aníbal Fernández de “poner límites”.
De ahí también que burócratas como Lezcano o mismo de la
Bancaria, como para evitar el peligro de desbordes no
queridos, salgan a curarse en salud exigiendo “la
reapertura de las paritarias”.
Sin
embargo, la lección principal está en otro lado: lo que “paga” para los trabajadores es el salir a la pelea. Es
en los casos donde el desborde a los dirigentes se pone a la
orden del día donde se consiguen los mejores resultados,
incluso porque de esta manera se logra que la burocracia
vaya más lejos de lo que se proponía hacer si esta presión
desde las bases no existiera.
Sin
embargo, lo anterior no debe confundir: tanto
las burocracias de la CGT como de la CTA son agentes de la
patronal y el Estado en el movimiento obrero. Si en
algunos casos han salido a pedir más es porque o han visto
mayores márgenes económicos para ello, o porque ha visto
de cerca el rostro del desborde obrero y la emergencia de
experiencias independientes que tienen el temor que termine
cuestionando su monopolio de décadas sobre los gremios más
importantes del país.
Es
esta la tendencia que desde la izquierda revolucionaria hay
que alentar sin recaídas “sindicalistas” ni
“oportunistas”: empujar sistemáticamente el proceso de
recomposición obrera en el país y de emergencia de una
nueva generación dispuesta a lucha en la perspectiva de
pelearles de manera intransigente tanto a la CGT como a la
CTA el monopolio de la representación obrera, llegando a
hacer esto incluso en gremios importantísimos como la
alimentación, el transporte o el neumático. Y esta tarea
pasa hoy por aprovechar con todo la brecha abierta por los
compañeros de la alimentación para extenderla a los
sectores más amplios posibles de los trabajadores,
empujando por la vía de la coordinación efectiva de los
sectores en lucha y de una perspectiva inclaudicable de
lucha implacable contra todas las burocracias.
[2]-
En algunos casos como los Gastronómicos de Barrionuevo,
también se juegan fichas en la interna de la CGT.