El
domingo 30 de mayo fue la primera vuelta de las elecciones
presidenciales colombianas. Varios hechos inusuales
aumentaron el interés internacional y latinoamericano en
ellas.
El
primero, fue el vertiginoso crecimiento de un candidato
(relativamente) outsider: el extravagante profesor de
matemáticas Antanas Mockus, ex alcalde de Bogotá,
al frente del Partido Verde. De un 2% inicial en las
encuestas, Mockus se habría colocado durante varias semanas
cabeza a cabeza o incluso superado a Juan
Manuel Santos, el
candidato oficialista para la sucesión del narco-paramilitar
Uribe.
El
otro hecho insólito fue el desinfle aún más vertiginoso
del globo verde. Ya las últimas encuestas (diez días antes
de la votación) marcaban un leve descenso del candidato
verde. Pero el resultado de las urnas fue mucho peor que el
pronosticado por las encuestas: Santos 46,56% y
Mockus 21,49%. ¡No hubo ningún final cabeza a
cabeza!
La
otra cifra importante (en el fondo aún más significativa)
fue que la suma de la abstención + votos blancos y nulos
llegó casi al 55% de los electores potenciales. Y eso
que también se pronosticaba una gran concurrencia a votar.
Así,
Santos, continuador del régimen narco-paraco, ya tiene de hecho asegurada la presidencia con sólo el 22% de los
electores potenciales.
¿Las
encuestas o la política?
Conocidos
los resultados de la primera vuelta, sobre las encuestadoras
se desató una tormenta de rayos, truenos... y carcajadas.
Pero aunque en Colombia, como en todo el mundo, las
manipulaciones (y falsificaciones) de las encuestadoras son
un hecho indiscutible, lo sucedido va mucho más allá.
Las
expectativas en Mockus fueron un hecho real, pero
“vaporoso”, no un verdadero movimiento de masas
trabajadoras y populares. Lo que infló vertiginosamente el
“globo verde” fueron más bien los aires imprecisos del
“voto en contra”. En este caso, de un voto-repudio
al régimen autoritario, corrupto y asesino, presidido
durante ocho años por Uribe y del cual Santos se revindica
continuador.
Pero,
desde el punto de vista de la movilización política, esto
no abarcó a las grandes masas trabajadoras y pobres, que en
su gran mayoría simplemente no fueron votar. Mockus parece
haber movilizado ante todo a sectores “ilustrados” de la
clase media urbana, con apoyo también de alas burguesas
minoritarias, que vienen alimentando diferencias con Uribe.
Estos
sectores de la burguesía no objetan los lineamientos de
fondo archireaccionarios del uribismo, pero quieren darle un
“rostro humano”, menos ilegal y sanguinario, y más en
sintonía con Obama y la burguesía demócrata de EEUU. Allí
también se juegan intereses concretos, por ejemplo de
sectores de la burguesía industrial, como la de Medellín:
el Tratado de Libre Comercio (TLC) con EEUU está bloqueado
en el Congreso yanqui por la cuestión de los derechos
humanos en Colombia y la luz verde que da el régimen al
narco-paramilitarismo y a los rutinarios asesinatos de
dirigentes comunitarios, sindicales y de derechos humanos.
Asimismo varios sectores burgueses quisieran llegar a un
modus vivendi con Venezuela y Ecuador, ya que la parálisis
de las relaciones comerciales los perjudica.
Pero
Mockus (un fracasado proyecto de Obama colombiano), al igual
que su modelo de Washington, no propone cambios de fondo. Así,
defiende la multiplicación de las bases yanquis en
Colombia. Y, en cuanto al problema de la guerrilla, su
promesa es que superará a Uribe en dureza: “Si estuviera en el lugar de las FARC –declaró Mockus–
negociaría rapidito con Uribe, pues lo que viene será más
fuerte.”
A
nivel económico-social, Mockus, cuya gestión como alcalde
de Bogotá fue cien por cien privatista, sostiene la continuidad
del neoliberalismo.
En
ese cuadro, la atracción de Mockus como alternativa al
uribismo fue finalmente poco sólida. No reflejaba un real
proceso social de movilización y lucha de masas
trabajadoras y populares. Y la ausencia de eso no la puede
llenar Twitter ni Facebook (como suponía cierto periodismo
que fantasea con las realidades “virtuales”).
Al
fenomenal aparato clientelista de Uribe no le resultó difícil
arrear a las urnas a ese 22% del padrón, con el cual aplastó
a Mockus. Es que esa maquinaria clientelista se apoya no sólo
en el aparato del Estado: en ella también se entrelazan la
potente burguesía narco, el sector financiero, los
terratenientes, las legiones de paramilitares y sicarios que
dominan gran parte de los municipios, etc., etc.
Sin
embargo, sería completamente equivocado subestimar
lo sucedido y medirlo sólo por la figura payasesca (y en el
fondo continuista) de Antanas Mockus. Su breve destello
electoral reflejó algo muy importante: que un profundo
descontento anida en las entrañas de la sociedad colombiana.
La
crisis económica mundial –Colombia es uno de los países
más castigados de América Latina– ha exasperado más
aún la cosas. El revoltijo de miseria extrema, por un
lado, y lujo alucinante, por el otro, de criminalidad y
corrupción desenfrenada a nivel de todas las instituciones
desde la presidencia para abajo, de un Congreso recién
electo cuya principal bancada está constituida por narco-paramilitares
(más de un 1/3 de las cámaras), de un régimen y una
burguesía cuya respuesta a cualquier reclamo sindical o
social es contratar un sicario para asesinar a sus
portavoces, todo eso se ha reflejado en los amplios aunque aún
minoritarios sectores juveniles que adhirieron inicialmente
a Mockus.
Ese
profundo descontento –que abarca amplios sectores
sociales– puede hacer que el suelo que pise el sucesor de
Uribe sea finalmente menos firme de lo que hace suponer su fácil
victoria sobre el estrafalario Mockus.