Sudáfrica está hoy a los ojos de todo el planeta, y el espectáculo
comercial-deportivo que significa el Mundial de fútbol
sirve de “cortina de humo” para que no se vean las
penurias de negros y trabajadores en el continente africano.
El lado deportivo de este deporte, que es pasión para
millones, bajo la lógica capitalista es deformado para ser
utilizado en contra de las masas trabajadoras y explotadas.
Acá en el país podemos recordar como la dictadura militar
utilizó el Mundial del `78 para anestesiar a la gente,
mientras torturaba y mataba a toda una vanguardia de lucha.
Y no es casualidad que en España el presidente Zapatero
haya votado la reforma laboral “justo” el día que la
selección española jugaba un partido, mientras la gente
estaba pegada al televisor, el PSOE reventaba los derechos
de la clase obrera.
Desde estas páginas queremos contar lo que la televisión no cuenta de
Sudáfrica: el tenaz enfrentamiento masivo del pueblo negro
sudafricano contra la opresión racial del régimen del apartheid
(derrotado hace apenas 16 años) centrándonos en la
conmovedora Masacre de Soweto, y las traiciones de quienes
hoy son mostrados como héroes.
La “Etapa Inferior” del apartheid
(1867-1950)[i]
Común
a la historia de todo el continente africano, Sudáfrica fue
durante siglos un territorio en disputa entre distintas
potencias coloniales (Portugal, los Países Bajos, Gran
Bretaña) voraces por apropiarse de las riquezas naturales
disponibles (particularmente oro, diamantes y platino)
descubiertas a partir de 1867. Ya en los primeros complejos
mineros instalados los trabajadores negros obtenían un
ingreso quince o veinte veces menor a los trabajadores
blancos, eran recluidos en alojamientos “exclusivos”
(sin “mezclarse” con los blancos) y, si querían salir
del complejo para transitar por las ciudades, debían
solicitar a las autoridades un “pase”, que no siempre
obtenían, y, que en el caso de que sí lograran obtenerlo,
siempre era limitado temporalmente y restringido
territorialmente. El conjunto de la población negra (70% de
la población sudafricana en los inicios del siglo XX)
tampoco tenía libertad de asentamiento y desplazamiento ya
que, de acuerdo a la Native Lands Act (1913),
debían vivir en “territorios designados” especiales que
en su totalidad abarcaban el 13% del territorio nacional. La
tendencia hasta 1950 es de mayor reclusión, segregación y
apartamiento pero con un salto importante que transforman a
estos rasgos en un régimen
racial capitalista que liga más “eficazmente”
segregación racial y social, explotación económica y
producción capitalista.
El régimen del apartheid en
su plenitud: organización, función, resistencia y represión
(1950-1976)
En
1947, el racista Partido Nacional triunfó en las elecciones
generales representando a la minoritaria población afrikaner
(grupo étnico germánico-holandés) y presentando un
programa abiertamente racista y segregacionista: el apartheid
(“separación” en el idioma afrikaan).
Inmediatamente fueron prohibidos los matrimonios
“mixtos”, “cualquier
acto inmoral e indecente” entre blancos y personas “de
color”. También, por las dudas, se prohibió el
“comunismo” (decreto 44 de 1950). Pero la base de la
organización del apartheid
son los bantustanes,
una farsa de “Estados independientes” creados
arbitrariamente con el objetivo de recluir allí forzada y
permanentemente a la población negra. Millones y millones
de personas fueron desplazadas. Una vez instaladas en el bantustan eran despojadas de su ciudadanía sudafricana y de todo
(poco) derecho, sólo podían salir al territorio
sudafricano “blanco” como “transeúntes” o
“población temporal” con un contrato de trabajo y un
“pase”. La vida en los bantustanes
era miserable, las tierras improductivas, el agua potable
ausente, la electricidad inexistente y el hambre abundante[ii].
El único camino para apenas subsistir era venderse como
pura fuerza de trabajo a los blancos, y así garantizar el
cumplimiento efectivo de la principal función del apartheid:
“proporcionar mano de obra negra barata a las fábricas,
minas, granjas y oficinas de los blancos”[iii],
o sea, garantizar la superexplotación de los trabajadores
negros. Y así, con una barbarie tan explícita, Sudáfrica
se convirtió progresivamente en el país capitalista más
desarrollado del continente africano, y su burguesía
blanca, riquísima y poco sutil, envidiada por los burgueses
de los países europeos.
Salir
de los bantustanes para
trabajar en la ciudad implicaba inevitablemente vivir en un township, “barrio especial” para negros en los suburbios de las
“ciudades blancas”. Los residentes no sólo estaban
obligados a vivir allí sino también a pagar un alquiler
que, además, era aumentado por la administración blanca
cada vez que se presentaba algún problema económico. Como
puede esperarse, la alta concentración de trabajadores
negros en un mismo espacio y el trato directo (“cara a
cara”) con las autoridades generaba un estado de tensión
latente que frecuentemente se tornaba explícito.
En 1960 estalló el township de
Sharpeville. El 21 de marzo 20.000 personas se movilizaron
ante la principal oficina policial ofreciéndose en arresto
por no cargar sus “pases”. La respuesta fue tan
contundente como cruda: disparar. 69 personas fueron
asesinadas. Inmediatamente, con la sangre todavía fresca,
el gobierno sudafricano decreta el Estado de Emergencia,
detiene a 12.000 personas y prohíbe al “Congreso Nacional
Africano”, la organización política negra más
importante que sostenía como programa (condensado en la
“Carta de la Libertad” de 1955) la igualdad de derechos
entre blancos y negros, el reparto de la tierra para los que
la trabajan y la propiedad del pueblo de las minas, bancos e
industrias, todo lo cual atacaba la base política y económica
de la burguesía blanca[iv].
Tras la lucha de Sharpeville, Nelson Mandela (como otros
dirigentes del C.N.A. y de diversas organizaciones negras)
es detenido y condenado a cadena perpetua. La represión
provocó la radicalizacion de los métodos de lucha pero
también cierto aislamiento. Recién en 1976 la resistencia
del pueblo negro, y la brutalidad del régimen, engendran en
su encuentro una gran acción de masas: el levantamiento de
Soweto.
El apartheid
en
la educación y la Masacre de Soweto como principio del fin
El
apartheid no
hubiera sido tan esencialmente eficaz sin ordenar la
totalidad de la vida del pueblo sudafricano. Y la educación,
o la (con)formación de nuevos (no)ciudadanos, era, en este
perverso engranaje, fundamental. En 1953 se sancionó el
“Decreto de Educación Bantú[v]”
según el cual se creó un sistema educativo totalmente
nuevo y separado para los estudiantes de “color”. El
objetivo de la reforma es expresado muy claramente por el
ministro del Interior Hendrik Verwoerd (principal impulsor):
“La escuela debe preparar al bantú
para las exigencias de la economía. De esa forma, ¿cuál
sería la necesidad de enseñar matemáticas a un niño bantú
si nunca las va a usar?”. Además (por si fuera poco)
todos los negros deben, según Hendrik, “... ser educados
desde edad temprana de forma tal que entiendan que la
igualdad con los europeos (blancos) no es para ellos”[vi].
Esta “escolarización” del sometimiento y la esclavitud
“productiva” con una finalidad económica práctica
estaba acompañada por una generalizada miseria estructural
(pocas y derruidas escuelas, pocos docentes, etc.). En 1975
el gobierno sudafricano invertía 644 rands
(moneda nacional) por año en la educación de un niño
blanco y 43 rands
en la de un niño negro[vii].
Pero, paralelo a la ofensiva cada vez mayor del apartheid, también crecía (progresiva y desigual) la politización
de los jóvenes canalizada con cierta masividad por el
“Movimiento de Conciencia Negra”, ocupando el vacío
creado por la represión contra el Congreso Nacional
Africano. Los “conciencias negras”, a diferencia del
C.N.A., se oponían a los “frentes únicos” con los
blancos liberales afirmando desafiantemente: “... la
construcción de la identidad y el orgullo negro como tarea
esencial para la verdadera liberación del pueblo”[viii].
La liberación de las colonias portuguesas en 1975 por la
combinación de la revolución obrera en Portugal y la
guerra de liberación sostenida por las masas en las
colonias, sumado a que especialmente en una de ellas
(Angola) había actuado (y sido derrotado) el poderoso Ejército
Sudafricano (ejecutor militar del rol de “submetrópoli”
del Estado Sudafricano contra las colonias negras
circundantes), imprimieron enorme convicción de triunfo a
las masas negras. Sólo era necesaria una “excusa”. Y no
tardó en aparecer.
En
1974 el régimen decretó la obligación del aprendizaje del
afrikaans (idioma
germánico emparentado con el holandés) en todas las
“escuelas negras”. La oposición contra esta imposición
fue inmediata aunque, producto de una lenta acumulación de
pequeñas “escaramuzas”, estalla en el township
negro de Soweto recién en junio de 1976. Soweto expresaba
“... en forma concentrada la situación del negro urbano
en Sudáfrica”[ix]: 86% de viviendas sin
electricidad, 97% sin agua caliente y el 54% de
desempleados. En este ambiente la imposición del idioma del
opresor era una torpe provocación.
Todo
empezó[x]
con el boicot de las clases de afrikaans
y siguió con el boicot de todas las clases. A comienzos de
junio miles de estudiantes del township
ya habían declarado la huelga. El 13 de junio una Asamblea
General en la que participaron 400 estudiantes de 55
escuelas y colegios decidieron convocar a una movilización
para el día 16. A los fines de organizar la agitación y
acción se conformó un “Consejo Representativo de los
Estudiantes de Soweto” integrado por 2 delegados de cada
colegio. El día señalado gruesas columnas de jóvenes
partieron desde distintos puntos de reunión acordados a la
hora señalada para estirar las líneas de cobertura
represiva de la policía lo máximo posible. Camino al
Orlando Stadium (lugar elegido para la confluencia de todas
las columnas) los estudiantes negros se encontraron con el
bloqueo de la policía que, en un instante inesperado fatal,
abrió fuego. Hector Pieterson, un niño de 12 años, es la
primera víctima. La respuesta a este salvaje ataque es
improvisada, desesperada, pura furia. Pero la policía
retrocede. Todos los edificios de instituciones del régimen
son atacados con bombas “molotov”. Helicópteros del Ejército
arrojan desde el cielo gases lacrimógenos. Varias
“Unidades Especiales de Contrainsurgencia” son
desplazadas desde Pretoria y Johannesburg. El saldo final
del día es de, al menos, 100 muertos. Al día siguiente
todos los establecimientos educativos de Soweto son cerrados
y el township es ocupado por 1.500 policías y militares. La línea de
acción de la ocupación es muy simple: disparar. Los cadáveres
ya empiezan a apilarse por cientos. Un grupo de jóvenes
estudiantes blancos universitarios realizan un acto de apoyo
a la juventud negra con una pancarta que sobresale: “No
Empiecen la Revolución Sin Nosotros”. La solidaridad se
extiende a otras universidades... y también a algunas fábricas.
El 22 de junio 1.000 obreros de la Fábrica Chrysler ubicada
en un township
cerca de Pretoria se suman a la lucha convocando a una
huelga (ilegal) en solidaridad con los jóvenes estudiantes.
La rebelión ya no es sólo juvenil, ni exclusiva de Soweto,
ni contra la imposición del afrikaans o la “educación bantú”, es un levantamiento general
de la población negra sudafricana contra el régimen del apartheid. Tras la masacre, el “Consejo Representativo” convoca
a una serie de movilizaciones y huelgas generales que
llegaron a tener un carácter casi nacional. Las respuestas
del régimen eran puramente represivas llegando al punto cúlmine
con la detención y asesinato de Steve Biko el 12 de
septiembre de 1977. La muerte del líder del “Movimiento
de Conciencia Negra”, influencia real entre los activistas
de Soweto, provocó protestas en todo el país. El 19 de
octubre el régimen prohíbe a la mayoría de las
organizaciones políticas y sociales de la población negra.
La represión se agudiza y logra cerrar el ciclo de
conflictividad que, iniciado por la “Masacre de Soweto”,
costó la vida de 1.000 jóvenes negros. Después de Soweto
nada fue igual. La juventud, vanguardia del pueblo
sudafricano en esta etapa, y los trabajadores,
comprendieron, por la fuerza tozuda de los hechos, la
necesidad de establecer la unidad de todos los oprimidos y
explotados como precondición necesaria para una victoriosa
lucha contra el régimen, o, al menos, para hacerlo temblar.
Las potencias capitalistas empezaron a “despegarse” de
la “mala imagen” del apartheid y a apostar por una salida “humanitaria” y “pacífica”
del régimen sin alterar la rentabilidad de su estructura
económica. Y el régimen mismo, perdiendo legitimidad tanto
“dentro” (incluso entre algunos blancos) como
“fuera”, intentó dejar de ser pura represión para
también conceder. Pero, repetimos, ya nada fue igual. El apartheid
estaba herido de muerte...
[i]
Para este apartado hemos consultado diversas fuentes.
Recomendamos especialmente “El Apartheid”, artículo
escrito por Eugenio Greco, Raphael Coat y Susy Shelley
para la Revista “Correo Internacional” Nº12, Agosto
1985. También nos fue útil “Oro, Boers y
Apartheid”, de W. H. Silva para “Correo
Internacional” Nº 69, Octubre 1996.
[ii]
Cualquier similitud con la vida cotidiana del pueblo
palestino en la Franja de Gaza y Cisjordania no es pura
coincidencia.
[iii]
Alex Callinicos, “The Soweto Uprising”, Revista
International Socialism Nº 90, Julio/Agosto 1976.
[iv]
La “Carta de la Libertad” está reproducida
parcialmente en Eugenio Greco, Raphael Coat y Susy
Shelley, “El Volcán Negro”, artículo incluido en
el mismo número de la revista “Correo
Internacional” que el ya citado “El Apartheid”.
[v]
Los “bantú” son, básicamente, los
“no-blancos”.
[vi]
Ambas declaraciones en “Se Cumplen 34 Años de la
Masacre de Soweto, inicio del fin del apartheid”, artículo
sin firma publicado en aporrea.org, 16 de Junio 2010.
[ix]
Alex Callinicos, op. cit.
[x]Para
la crónica del levantamiento y la masacre nos hemos
basado privilegiadamente en Weizmann Hamilton, “The
Soweto Uprising 1976”, socialistworld.net.