Está
en curso en el Estado español uno de los conflictos obreros
más resonantes de los últimos tiempos: la huelga
“salvaje” de los trabajadores del Metro de Madrid.
Las medidas de fuerza –desarrolladas del 28 de junio al 5
de julio– han quedado en suspenso hasta el próximo lunes
12, mientras los delegados del Comité de Empresa están
negociando con la patronal, que en este caso es la Comunidad
de Madrid, propietaria de esa empresa de servicios públicos.
La
huelga del Metro madrileño ha tenido gran repercusión,
tanto en el Estado español como en Europa y otros
continentes. Este eco no se debe sólo a que los
trabajadores lograron paralizar varios días una de las
principales capitales europeas. Lo principal es que ha sido una
de las primeras respuestas contundentes a los
brutales planes de recortes y medidas antiobreras decididas
por la Unión Europea (UE) en las últimas semanas.
Y en
estos planes coinciden tanto la “izquierda” del PSOE
(que con Zapatero gobierna el Estado español) como la
“derecha” (que con el PP gobierna Madrid).
El
Estado español no era justamente un país como Grecia, que
estuviese a la cabeza de la resistencia obrera a las medidas
cada vez peores con que el capitalismo europeo descarga la
crisis sobre los trabajadores. Por eso, el estallido de
Madrid es doblemente significativo.
Para
colmo, la respuesta de los obreros del Metro desbordó en un
primer momento los diques de contención de los burócratas
de la UGT y CCOO. Días antes, estos “luchadores” habían
respondido a la “reforma laboral” y los recortes
salvajes dispuestos por Zapatero y los gobiernos de la
comunidades, con el llamado a un paro general... el 29 de
septiembre.
Semejante
burla debe haber causado poca gracia a los “metreros”,
como se llama en Madrid a los trabajadores de esa rama del
transporte. No esperaron hasta septiembre. La huelga del
Metro, que inicialmente era de paros parciales por turno y
con servicios mínimos, se hizo total al votar la Comunidad
de Madrid una rebaja del 5% de los salarios.
Más
allá del resultado final de este conflicto, en él ya se
cruzan las coordenadas de la actual situación, junto con
los inicios de un cambio histórico y desafíos inmensos
para la clase trabajadora y el movimiento obrero europeos.
Primera respuesta a planes
de recorte salvajes
Los
medios españoles y europeos claman contra el
“salvajismo” de los huelguistas. Una campaña histérica
ha intentado poner contra ellos a los trabajadores y
sectores de la población que usan el Metro. Pero lo único
verdaderamente salvaje son los recortes y los cambios en la
legislación laboral que pretende introducir Zapatero.
En
un país en que la cifra oficial de desempleo llega al 20% y
el desempleo juvenil alcanza el 40%, la reforma laboral
apunta en primer lugar a facilitar y abaratar los despidos.
Simultáneamente, se intenta generalizar en todos los
sectores los “contratos de trabajo temporal”, que
implican indirectamente una rebaja brutal de salarios y de
las indemnizaciones por despidos. En este contexto, los
convenios colectivos pasan a ser “papel mojado”.
Además,
se pretende montar un sistema por el cual los subsidios de
desempleo serían pagados... por el mismo trabajador.
Mientras tenga empleo, se le descontará un porcentaje del
salario para un “fondo de capitalización”. Cuando lo
despidan, pasará a vivir de ese “fondo”. De esa manera,
los capitalistas y su estado “se lavan las manos” de lo
que pase con los desempleados. ¡Los burgueses se ahorrarán
las indemnizaciones por despidos y el estado burgués se
sacará de encima a los desempleados!
Junto
a este proyecto de reforma laboral, están haciendo cola
otras medidas recomendadas por la Unión Europea a los países
miembros, como llevar la edad de retiro (jubilación) a los
70 años, exigiendo 43 años de aportes. Es decir, que una
pensión de retiro sea inalcanzable para la mayoría de los
trabajadores. ¡Los jubilados: otro problema del que los
burgueses europeos y sus estados quieren “liberarse”!
La
huelga del Metro de Madrid ha sido la primera respuesta
importante a las “reformas” en curso: concretamente, en
este caso, a la rebaja de salarios y la virtual liquidación
del convenio colectivo.
La capitulación de las
burocracias tradicionales
Como
ya señalamos, los burócratas de los sindicatos UGT (Unión
General de Trabajadores) y CCOO (Comisiones Obreras) han
batido records a nivel europeo. Ante semejantes ataques, ni
siquiera ensayaron la farsa de un día de manifestaciones,
como su colegas franceses. En junio, llamaron a un paro,
pero sólo de los empleados públicos. La “huelga
general” se realizará el 29 de septiembre, cuando
previsiblemente esas “reformas” ya estarían aprobadas.
La
conducta de UGT y CCOO no es para sorprender a nadie. Estas
burocracias han recorrido un largo camino de traiciones, y
de sometimiento al estado y las patronales. Comenzó con la
“transición a la democracia” después de la muerte de
Franco (1975) y tuvo su primer hito en 1977 en la firma del
“Acuerdo Marco” que sería parte fundamental de los
Pactos de la Moncloa. En esa ocasión, CCOO (orientada por
el Partido Comunista) y la UGT (afín al PSOE) aceptaron
entre otras cosas la “libertad de despedir” y mantener
los aumentos de salario por debajo de la inflación.
Las
más de tres décadas transcurridas profundizó la
degeneración de estos aparatos, en dos sentidos: por un
lado, se han integrado a los departamentos de “recursos
humanos” de las empresas; por el otro lado, se han
estatizado.
Esto
de la estatización es algo bien concreto: la casi totalidad
de sus ingresos no provienen de las cuotas de sus afiliados,
sino de subvenciones del Estado español. En el 2008, estas
“ayuditas” a UGT y CCOO sumaron 163 millones de euros. A
eso se agrega lo que reciben de los gobiernos autonómicos.
Pero,
al mismo tiempo, junto a UGT y CCOO –los dos “sindicatos
oficiales” con los que firman pactos el gobierno y la CEOE
(central patronal)– existen una variedad de organizaciones
sindicales con distintos grados de independencia.
Además, la falta de reacción de las cúpulas de UGT y CCOO
a los ataques antiobreros ha generado malestar en
organizaciones más de base de ambos sindicatos.
En
un período de creciente descontento esto puede facilitar el
desencadenamiento de luchas como la del Metro de Madrid.
Asimismo, las formas organizativas del sindicalismo español
dejan grietas y zonas grises que pueden escapar al
control férreo y directo de los burócratas de los
sindicatos oficiales.
En
épocas de calma chicha, esto quizás no asuma mayor
importancia. Pero si las tensiones sociales aumentan, las
cosas podrían ser distintas.
Por el camino del desborde a los burócratas,
hacia un nuevo movimiento obrero
Para
entender eso, aclaremos que el sindicalismo español (como
el de toda Europa continental) tiene formas de organización
muy distintas a las de Argentina. Aquí, los sindicatos
estructurados por el peronismo en la década del 40,
adoptaron la forma británica de la “Union”. Es decir,
del sindicato único por rama con cuerpos de delegados y
comisiones internas por empresa. Eso facilitaba el férreo
control verticalista de Perón.
En
cambio, en el Estado español (como en el resto de Europa
continental) hay pluralismo sindical. En cada
establecimiento existe un Comité de Empresa, que representa
a todos los trabajadores ante la patronal. Para formar ese
Comité de Empresa, se hacen elecciones donde se presentan
listas de los distintos sindicatos. En el caso del Metro de
Madrid, en el Comité de Empresa hay representantes de
siete sindicatos, en número proporcional a los votos
obtenidos. En esa elección pueden votar todos los
trabajadores, sean o no afiliados a un sindicato. En verdad,
los sindicatos son corrientes político-sindicales.
La
mayor cantidad de representantes en el Comité de Empresa
del Metro los tiene el SCMM (Sindicato de Conductores), el
SO (Sindicato Solidaridad Obrera, anarquista), CCOO y UGT
(sindicatos “oficiales”), aunque ninguno de ellos con
mayoría propia.
Por
supuesto, no conocemos en profundidad los entretelones de
este proceso. Pero, por los trascendidos, los del SCMM
(Sindicato de Conductores) y los de Solidaridad Obrera
parecen haber jugado un papel fundamental en el lanzamiento
del conflicto. Es decir, dos agrupaciones sindicales que no
están bajo el control directo de UGT y CCOO.
Combinado
con eso, otro de hecho de decisiva importancia ha sido el
funcionamiento asambleario. Todas las decisiones se tomaron
en asambleas masivas de los turnos en que funciona el Metro.
Esta
suma de factores, desde la fenomenal bronca de los
trabajadores hasta las fallas en el control burocrático
facilitaron que los compañeros del Metro le pasaran por
encima a los burócratas de UGT y CCOO, y rechazaran su
calendario de esperar hasta fines de septiembre para
protestar.
El
conflicto pasó por tres fases. Hubo un primer tramo de
paros parciales, encuadrados en las exigencias de
“servicios mínimos” marcados por la legislación
antiobrera vigente. La segunda fase, de radicalización de
la lucha, fue detonada por la provocación de la Comunidad
de Madrid, que votó la rebaja de salarios, que implica además
la liquidación del convenio colectivo. Frente a eso, los
trabajadores respondieron con la huelga total que implicó
“reventar” Madrid. La tercera fase del conflicto es la
actual, de suspensión de las medidas hasta el lunes 12 y
reapertura de negociaciones con la empresa y las autoridades
de Madrid.
En
este curso, sin que de ninguna manera se pueda hablar de
derrota, parece haber un momento de dificultades y
vacilaciones. Eso posiblemente se refleja en los voceros
del conflicto y del Comité de Empresa. Inicialmente, los
voceros fueron los del SCMM y SO, que hacían declaraciones
radicalizadas, entre ellas las de “reventar Madrid”.
Luego, la vocería pasó a manos del dirigente de CCOO,
Antonio Asensio, que apuntó en sentido opuesto: que
“los sindicatos están dispuestos a hablar de todo”[1].
Es decir, declaraciones nada tranquilizadoras.
De
todos modos, sería un error completo dar las cosas por
terminadas. Pero en el ánimo de los trabajadores en la
asamblea que suspendió las medidas de fuerza, parece
haber pesado la fenomenal campaña desatada contra ellos por
los medios y el gobierno, que posiblemente prendió en
sectores de la población.
Como
siempre que paran los transportes, sea en Madrid, Buenos
Aires o el planeta Marte, las autoridades y los canallas de
la TV y los diarios se compadecen de los pobres trabajadores
que no pueden ir a sus empleos. Y denuncian el “egoísmo”
de los huelguistas, que “hacen daño a todos” por sus
“problemas particulares”.
En
este caso, ésta era una mentira al cubo, porque los
“metreros” de Madrid son sólo la primera línea de
resistencia a un ataque global y generalizado contra
todos los trabajadores del Estado español. Pero ganar
su simpatía y apoyo general exige una dura batalla que, por
su contenido, es una lucha política y no
sindicalista ni corporativa.
En
ese sentido, es un ejemplo valioso el de los trabajadores
del TMB (Transports Metropolitans de Barcelona), que
realizaron una campaña que les valió el apoyo de usuarios
y vecinos a sus conflictos. Hoy esto es posible,
precisamente porque cada vez más todos los problemas y
situaciones “particulares” son parte de una lucha global
para derrotar los planes de hambre y miseria que quieren
imponer el gobierno y la Unión Europea.
Notas:
1- Público.es,
05/07/10.
Europa
y especialmente la “eurozona” han pasado a ser los
eslabones más débiles de la crisis capitalista mundial
[1]. Las bancarrotas de Grecia e Irlanda amenazan
generalizarse, en primer lugar, a España, Portugal y otros
estados.
La
situación se agrava por el “corsé” que implica la
existencia del euro, que impide a los gobiernos de los países
en dificultades “maniobrar” con la emisión de moneda
propia, con el tipo de cambio y con la inflación (como
hicieron el gobierno y los capitalistas de Argentina, en la
bancarrota del 2001).
Por
eso, en aras de mantener el euro (y la tambaleante UE), las
burguesías europeas tienen que ir a un ajuste directo
(y no “indirecto” y “mediado” por vía de la inflación):
simplemente meter la mano en el bolsillo a los trabajadores,
decretando la reducción de salarios, tratando de llevar la
edad de jubilación a los 70 años, facilitando los despidos
en masa con la simultánea extinción de los subsidios de
desempleo, recortando los “improductivos” gastos en
salud, educación, etc.
Han
optado así por el más brutal de los “ajustes”: los
planes deflacionarios de recorte brutal del salario directo
o indirecto y del gasto público... por supuesto, del
“gasto” que tenga que ver con beneficios a los
trabajadores y sectores populares. Simultáneamente, siguen
floreciendo los gastos militares, los pagos a los usureros
de la deuda pública, los subsidios y “rescates”
billonarios a bancos y corporaciones, la corrupción
fenomenal de los políticos burgueses (ahora con resonantes
escándalos en Francia) y la virtual condonación de
impuestos a los más ricos, con sus fortunas a salvo en los
“paraísos fiscales”.
La
profundidad de la crisis y la medidas que las burguesías
europeas han acordado frente a ella, tienen consecuencias
que van más allá de la coyuntura. Se está esbozando un
cambio histórico, que ha sido definido como el
fin del “estado de bienestar social” [2]. Las
consecuencias sociales y políticas de esto son inmensas.
Después
de la Segunda Guerra Mundial de 1939-45, el “estado de
bienestar social” se desarrolla en Europa occidental y
otros continentes no por “amor al prójimo” de sus
capitalistas, sino por sus justificados temores a la clase
obrera y al peligro de revolución socialista.
Luego,
la reacción neoliberal que comienza golpear en la década
de los 80 y triunfa en los 90, fue deteriorando cada vez más
las concesiones de posguerra. Pero este proceso de desgaste,
muy desigual según los países, había sido hasta ahora
evolutivo y gradual. Hoy está en el umbral de un salto
cualitativo.
Las
medidas tomadas por los gobiernos y las burguesías europeas
están marcando el fin de una época. Del “estado de
bienestar” estamos ingresando a lo que algunos han
denominado como la “latinoamericanización” de Europa
[3].
1-
Ver: José Luis Rojo, “Se abre la tercera fase de la
crisis mundial”, Socialismo o Barbarie, periódico Nº
177, 27/05/10.
2-
Jaime Baquero, “La muerte del estado de bienestar”, en
www.socialismo-o-barbarie.org, edición del 06/06/10.
3-
José A. Estévez Araujo, “El mecanismo europeo de
estabilización o la ‘latinoamericanización’ de
Europa”, en www.socialismo-o-barbarie.org, edición del
06/06/10.