Hace
quince días se realizó una nueva reunión del G–20 en
Canadá. Lo más significativo fue la
divergencia de enfoques que se expresó a la hora de
discutir los rumbos de la
política económica respecto de la crisis. Intentaremos
hacer aquí una interpretación de las razones –y posibles
consecuencias– de las mismas.
La quimera de la coordinación económica
en el capitalismo
Hasta
aquí las recomendaciones del G–20 habían sido alrededor
de la asistencia estatal y el sostenimiento de la economía.
Pero en esta última cumbre la Unión Europea logró darle
un tono a la declaración final que marca un giro de
importancia: su consigna es que ha llegado la hora del ajuste económico en regla.
Una
vez más se pudo apreciar el limitado “poder de fuego”
de los EEUU.[1]. Porque Obama planteó –sin pena ni
gloria– que se imponía “seguir el sostenimiento económico”
por un tiempo más so pena de provocar “una nueva caída
económica”. Pero su preocupación cayó en saco roto.
La
última reunión del G–20 ha introducido otra dimensión
en la crisis: la de las discrepancias en las alturas. No se trata de diferencias
“abstractas”, “teóricas” o meramente “diplomáticas”:
se trata de que la aplicación de políticas distintas termine dando
lugar a “desigualdades” económicas que deban ser
compensadas mediante mecanismos “competitivos” que
desaten conflictos comerciales y de todo tipo entre los
estados.
Por
ejemplo, si la llamada reforma financiera es aplicada
solamente por los EEUU, no sería descabellado que el
gobierno de Obama se vea obligado a “compensar” esto con
otras medidas para no perder “competitividad” como
mercado atractivo en el terreno de las finanzas. Lo mismo
que los países que siguen con la asistencia económica,
sino quieren que esto sirva a las exportaciones de los
estados que comienzan a aplicar el ajuste, se verán
obligados a tomar medidas para que su asistencia no sirva a
sus competidores...
La
desigualdad en los abordajes entre “asistencia” y
“ajuste” podría desatar entonces
una ronda de medidas competitivas donde todo el mundo
pretenda “echarle la basura al vecino” desatando una
escalada proteccionista que no se ha visto –por lo menos
no con esa magnitud– hasta ahora.
El mercado mundial como terreno de
lucha salvaje
La
realidad es que el último G–20 resultó un redondo
fracaso. En realidad, no se pudo siquiera presentar un
maquillaje de coordinación: cada Estado quedó librado a
hacer lo que quisiera...
Obama
y Merkel asistieron con orientaciones opuestas
respecto de la próxima fase de la crisis. En todo caso,
la discrepancia entre EEUU y Alemania parece esconder una
cuestión más de fondo: el problema de la competitividad de sus respectivas economías.
Merkel confía en que la competitividad de su país –que
pasó por una fase de duro ajuste económico en los últimos
diez años– le va a permitir ganar terreno en la lucha
competitiva a nivel internacional. Por su parte, Obama, lo
que refleja, es el retroceso competitivo y la
des–industrialización relativa de los EEUU en los últimos
años. De ahí que a pesar de la necesidad de rebalanceo
económico –y de su explicitada vocación exportadora–, este último siga apoyándose en la formal necesidad de la asistencia
mientras la economía se pone “más a punto”.[2]
En
la discrepancia señalada hay un problema real:
el temor de economistas como Paul Krugman es que al
retirarse el pulmotor que está sosteniendo a las economías
del norte del mundo, y al hacerlo en las condiciones donde
éstas siguen muy frágiles, amenace con provocar una recaída
en la crisis, que al volver a dejar expuestos los elementos
de sobre–acumulación y sobre–producción económica,
dé lugar a una renovada dinámica recesiva y deflacionaria.
El
hecho es que la asistencia económica dejó en pie una serie
de bancos y empresas “zombis” (muertos–vivos) que
tiran la productividad económica para abajo a modo de un
lastre e impiden la recuperación de las ganancias. Se
inhiben así los mecanismos de necesaria destrucción de
capitales para permitir una recuperación económica de
conjunto.
El
economista Nouril Roubini en un reciente libro (“La economía
de las crisis”) se refiere a esto cuando señala el debate
histórico entre “keynesianos” y “schumpeterianos” y
toma una posición “intermedia”. Dice que para él, en
el momento de pico de la crisis, hay que asistir económicamente,
y cuando ha pasado ese extremo, pasar discretamente a la
cirugía…
Como
es conocido, el economista burgués Schumpeter tenía la
posición de dejar caer a los “débiles” para facilitar
la recuperación del “músculo del capitalismo”. Esto,
en medio de la crisis, no deja de ser una “locura”
porque agiganta las posibilidades depresivas. Pero tiene una
racionalidad de fondo fundamental ya marcada por Marx: la
eliminación de competidores es una de las tendencias más
importantes para contrarrestar la caída de la ganancia.
Pero
lo que se está viendo actualmente es muy poca “destrucción
creativa”: este no deja de ser un problema que suma más
presión al endeudamiento y a la dificultad de hacer frente
al mismo con la creación genuina de riqueza. Porque
precisamente ese es el tema: si
con dinero se podría solucionar estructuralmente la crisis
–la caída de la tasa de ganancia– entonces el
capitalismo no tendría crisis…
Pero
las cosas en la economía no funcionan así: el dinero y el
crédito funcionan como adelantos
de la creación de riquezas. Si esta riqueza no es creada en
el terreno real, entonces ocurre lo que ya se está viendo:
la
amenaza de insolvencias y quebrantos que minan la economía
europea (y mundial).
Precisamente,
los bancos y empresas “zombies” o insolventes, el
problema que tienen, es que no logran el grado de ahorros,
productividad y producción que les permita producir
riquezas de manera competitiva. Al no ocurrir esto, siguen
dependiendo de la asistencia estatal. Pero al no poder
devolver lo prestado por las mismas razones señaladas...
amenazan con la insolvencia (el quebranto) al mismo Estado
como está ocurriendo hoy en estos mismísimos momentos en
Europa (y podría ser mañana en los EEUU...).
De
ahí que creación de riquezas, crecimiento económico y
solución de las deudas soberanas tenga la señalada e
importante relación. Y por esto, la paradoja es, que lo
que se busca por la vía del ajuste, es decir, evitar el no
pago de las deudas, retorne por la vía de la caída de la
producción (y de la recaudación del Estado...).
La tercera Gran Depresión
contemporánea
El
señalado resultado del G–20 provocó una reacción
negativa en el Nobel económico Paul Krugman. En el 2009 había
pretendido trazar una definición de la crisis que poseía
una delimitación a dos puntas. Buscaba subrayar que no se
trataría de una recesión habitual pero tampoco de una
depresión lisa y llana: por eso la llamó “La Gran Recesión”,
como está escrito, con mayúsculas, estableciendo así los
supuestos alcances y límites de la misma. Esto fue parte,
también, de un operativo político vinculado al
sostenimiento de los rescates económicos y el aliento al
gobierno de Barack Obama.
Sin
embargo, como acabamos de señalar, éste salió muy
descorazonado de la reciente reunión del G–20, donde la tónica
terminó siendo la del ajuste fiscal. Krugman tiene la
convicción de que el giro del G–20 constituye un error de
política económica que, al ocurrir sobre el trasfondo de
una recuperación extremadamente frágil, pone
a la economía mundial nuevamente al borde de la recaída
recesiva. Esto debido a una suma de circunstancias: que
la crisis alcanza ya prácticamente 4 años; que la
recuperación económica es extremadamente frágil; que está
al borde de transformarse en una nueva recaída; y el giro
del G–20 hacia el ajuste fiscal. Krugman ha comenzado a
deslizar entonces una nueva definición de la crisis económica,
lo que no deja de tener importancia dado de quien viene: nos
encontraríamos ante la tercera depresión del capitalismo
contemporáneo.
Krugman
intenta nuevamente trazar una comparación: por un lado,
dice que no tiene por que ser tan grave como la “Gran
Depresión” de los años 30. Al mismo tiempo, la compara
con la llamada “Larga Depresión” de finales del siglo
XIX, que fue la matriz de nacimiento del imperialismo del
siglo XX:
“Me temo que ahora nos encontramos en las primeras etapas de una tercera
depresión. Probablemente sea más semejante a la Larga
Depresión que a la mucho más grave Gran Depresión. Pero
el costo para la economía mundial y, sobre todo, para los
millones de vidas azotadas por la falta de empleo, será
enorme. Y esta tercera depresión, será, primordialmente, un error de política. En todo el mundo –más recientemente por la
muy desalentadora cumbre del G–20 en Toronto–, los
gobiernos se obsesionan con la inflación cuando la
verdadera amenaza es la deflación, y predican la necesidad de ajustarse el cinturón cuando
el verdadero problema es el gasto inadecuado. A nivel práctico,
EEUU no hace las cosas mucho mejor. La FED parece conciente
de los riesgos deflacionarios, pero lo que propone hacer con
estos riesgos es, digamos, nada. Es casi como que los mercados financieros entendieran aquello
que los políticos no parecen comprender: que aunque la
responsabilidad fiscal a largo plazo es importante, rebajar
drásticamente el gasto en una depresión, profundizándola
y abriendo paso a la deflación, es una actitud
verdaderamente autodestructiva”.[3]
Ingresando en un territorio
desconocido
¿Qué
importancia tiene entonces esta variación en la definición
de Krugman? Es evidente: cuando se define una crisis económica
como una Depresión –“Larga” o “Grande” o con la
connotación que sea, se verá en el transcurso de la
misma– se está entrando en un terreno desconocido por largas décadas en el
capitalismo mundial.
Para
profundizar en este tópico, también sirve otra definición,
esta vez del agudo analista de mercados Nouriel Roubini. Éste,
en un libro de reciente edición que ya comentamos, ha señalado
que las décadas que precedieron la actual crisis fueron
unas que se podrían calificar como de “Gran Moderación”
en el sentido que los pilares básicos del sistema
capitalista mundial estuvieron firmes: “En las economías
más avanzadas, la última mitad del siglo XX fue un período
de relativa calma, aunque atípica, que culminó en un período
tranquilo de inflación baja y alto crecimiento, que los
economistas apellidaron como ‘Gran Moderación’.”[4]
Pues
bien: lo que se está
confirmando es que el sistema capitalista está entrando en
un “territorio desconocido” donde los pilares de la
antigua estabilidad de las últimas décadas amenazan con
venirse abajo poniendo en jaque el equilibrio mundial entre
estados y clases.
De
ahí que el paso dado por Krugman tenga tanta importancia:
es que un evento económico como una depresión mundial no
puede dejar de tener –aunque éstas no sean nunca mecánicas–
enormes consecuencias sociales y políticas de todo tipo.
Esas
consecuencias ya se están comenzando a expresar hoy tanto a
partir de la emergencia de crecientes matices en las alturas
de la clase capitalista, como, más importante aún, respecto
de la emergencia de las luchas obreras en Europa, continente
que sin lugar a dudas se ha transformado en el centro de la
lucha de clases mundial, amén de los primeros pasos de la
nueva clase obrera china.
En
definitiva, si las definiciones sirven para algo, el giro de
Krugman hacia caracterizar como depresión mundial la actual
crisis, no hace más
que ratificar que se ha abierto un proceso histórico
llamado a tener múltiples consecuencias, entre las cuales
podría estar el crear el terreno material para la
emergencia de nuevas revoluciones sociales en el siglo XXI. Porque,
efectivamente, este y no otro es el sentido estratégico de
la discusión “económica” entre los marxistas
revolucionarios:
el hacer todo lo que esté a nuestro alcance para preparar las
condiciones de las nuevas revoluciones socialistas en el
siglo que comenzamos a transitar.
Notas:
1.–
Increíblemente, todavía hay corrientes y autores que no
logran apreciar esta realidad de declinación histórica
relativa de los EEUU…
2.–
Señalemos que, en realidad, en el Congreso norteamericano,
acaba de fracasar el intento de poner en marcha un nuevo
mini–paquete de asistencia económica y que, más bien, lo
que se está enfrentando en EEUU, es la finalización de
toda una serie de paquetes de rescate...
3.–
La Nación, 29–06–10.
4.–
“La economía de las crisis”. Nouriel Roubini y
Stephen Mihn, Editora Intrínseca, Río de Janeiro, 2010,
pp. 15.
Uno
de los rasgos salientes de la actual crisis mundial, hasta
el momento, es la desigualdad
de sus desarrollos. Se trata de una crisis global que abarca
–de una u otra manera– el conjunto de la economía
mundial. Sin embargo, es un hecho que países como China,
India, Brasil (el caso de Rusia es algo distinto) y, detrás
de ellos, muchos de los países llamados “emergentes”,
han esquivado caídas recesivas de importancia: ¿a qué se
debe este fenómeno? Intentaremos dar aquí una respuesta a
modo puramente “especulativo” que requiere de un estudio
ulterior.
Una “revolución industrial” tardía
La
explicación pasa por el rol que al interior de la economía
mundial han estado teniendo estos países en los últimos años.
Por un lado, su dinámica ha sido parte íntima de la
mundialización capitalista neoliberal: son carne y uña con
el giro del mercado mundial internacional y su particular
división del trabajo. Sin embargo, aun a pesar de esto,
hasta ahora su dinámica en el contexto de la crisis ha sido
diversa. Atención: es obvio que de producirse una recaída
económica de magnitud depresiva no podrían evitar ser
arrastrados (sólo representan, a groso modo, el 30% de la
economía mundial).
Pero
aquí queremos dar cuenta de la especificidad de sus
desarrollos. Creemos que hay una razón de fondo que explica
esta evolución desigual. O, en todo caso, su relativo
“colchón” frente a la crisis. Se trata del hecho no
casual de países, todavía con
un enorme “hinterland” campesino o
ex campesino, que recién contemporáneamente están
siendo recorridos por las relaciones de mercancía y valor
en el sentido estricto del término.
Se
trata de que poseen un
ancho campo de valorización del capital y una enorme
fuente de mano de obra barata para la explotación
capitalista, tanto nacional como internacionalmente: una
nueva frontera geográfica del capitalismo en tanto
capitalismo “intensivo” por así decirlo.
Es
esta ventaja comparativa –geográfica y social– la que
ayuda a explicar su comportamiento diverso a lo largo de la
crisis. Esto amén del paquete de rescate económico chino,
uno de los más grandes, sino el más grande
comparativamente en términos relativos en el orden mundial.
Se
trata de territorios “vírgenes” desde el punto de vista
de las relaciones específicamente capitalistas (de la
producción para la ganancia) que sólo en las últimas décadas
se han transformado en áreas de subordinación directa –subsunción
real y no meramente formal– de la fuerza de trabajo y la
naturaleza a las leyes del capitalismo.[2]
Así
las cosas, una suerte
de “revolución industrial” tardía –dicho de
manera exagerada– se está produciendo en estas inmensas
regiones. Una definición de “revolución industrial”
con la que pretendemos dar cuenta aquí no de un supuesto
componente “tecnológico” de la misma,[3] sino del significado económico–social de poner bajo la ley del valor y la directa producción de mercancías
enormes recursos humanos y naturales.
Es este mismo proceso el que explica, también, la paradoja del
“super consumo” de materias primas provenientes de los
emergentes que han mantenido a las commodities en una
tendencia relativamente sostenida a pesar de la crisis económica
mundial.
¿China como nuevo país imperialista?
Aquí
se entrecruzan entonces varios factores que no podemos
abordar exhaustivamente y que requieren de un estudio
ulterior. Nos parece que esta apreciación general del carácter
ex agrario en proceso de industrialización de estos países
–una industrialización, como veremos más abajo, de todas
maneras dependiente y subordinada–, amén de su magnitud
poblacional, es lo que les ha dado el determinado
“margen” que han tenido hasta ahora para manejarse en el
contexto de la crisis. Se
trata de una variante de la llamada “ventajas del
atraso”.
Luego
de estas apreciaciones generales, están ya las
determinaciones más concretas. En el caso chino, crece la
discusión acerca de la necesidad de rebalanceo de su economía
y de que debe apreciar su moneda, el yuan (cosa que acaba de
comenzar infinitesimalmente a realizar), volcarse menos
hacia las exportaciones y más al consumo interno.
En
todo caso, lo que queremos destacar acá, es que el rol de
China ha servido a los países emergentes
y el alto valor de las materias primas funcionó como
“colchón” mediador del impacto de una crisis mundial
que tiene su foco, precisamente, en las economías
centrales. De ahí la “rareza” de este rasgo de la
actual crisis, rareza que sin embargo está siendo exagerada
hasta el infinito.
Entre
estas exageraciones, se pierden de vista varias cuestiones
que deberían ser, al mismo tiempo, evidentes. Una muy
importante es el
enorme peso de las multinacionales en China. Es decir: no
se trata de un desarrollo “económico” autocentrado ni
“soberano” por así decirlo (aunque también exista
un grado de autonomía relativo por parte de la burocracia
china). Este fue el rasgo determinante del ascenso económico
de las naciones europeas más importantes, de los EEUU y más
tardíamente de Japón, claro que mediado por las dos
guerras mundiales del siglo XX.
Pero
en el caso de China (y ni qué decir tiene la India y
Brasil) la cosas no son tan “sencillas”. Si bien cada
“experimento” tiene su especificidad, parece de un
impresionismo colosal el pensar que China vaya a dominar
realmente, económica y políticamente, y de manera
“insensible”, el mundo en el siglo XXI… En todo caso,
la especificidad del fenómeno está hablando de otra cosa: de
una situación “intermedia”, por así decirlo.
A
este respecto, no debe dejar de llamar la atención que la
propia asociación de estos países al G–20 no deja de ser
una que no parece cuestionar ninguno de los pilares del
orden económico existe: sólo
se busca escalar de posiciones DENTRO de este orden de cosas.
De ahí que no haya una sola reivindicación emancipadora o
siquiera realmente “soberana” por parte de estos países
en el concierto de los estados a nivel mundial.
Esto
lo señalamos más allá del hecho cierto del carácter de
primer acreedor que tiene China respecto de los EEUU. Este
no deja de ser un factor de importancia que responde al
problema de la relativa des–industrialización del país
del norte y que es uno de los problemas más graves que
atraviesan a la economía capitalista mundial como un
todo.[4].
Retomando
nuestro argumento, señalemos que el análisis que venimos
desarrollando muestra los alcances y límites del rol
mediador de estos países. Es decir, por ahora su
relativa “revolución industrial” ha producido el efecto
del famoso “desacople” –hasta cierto punto, claro está–
entre la economía de los países “avanzados” y los
emergentes. “Desacople” que está llamado a
“volatilizarse” en la medida que se produzca la recaída
económica que se viene.
En
definitiva: existe un problema “estructural” que va más
allá de las dinámicas puramente “cíclicas”. En la
medida que no estamos frente a naciones con la potencialidad
de emerger como nuevos centros “soberanos”
imperialistas, su capacidad de mediación no puede dejar de
estar, vg., mediada.
Una depresión arrastraría al globo
entero
Lo
anterior no lo señalamos en un sentido doctrinario. Es
decir, no hay razón para clausurar la pelea competitiva
entre estados en el siglo XXI. Esto amén de que el
capitalismo, de conjunto, está recorriendo un camino de
declive –y no de ascenso– como totalidad histórica.
Pero
por esto mismo su “ley de desarrollo” no puede dejar de
ser muy “dura” por así decirlo: si el ascenso de un
Estado al rango de nación imperialista debe implicar,
necesariamente, el declive de otra, no está claro cómo
esto podría ocurrir de manera indolora para China más allá
del real entrelazamiento de capitales que existe a nivel
mundial...
En
fin, el “misterio” de los países BRIC está llamado a
acabarse si se confirma la tendencia –que ya parece
insinuarse– a una recaída económica en regla en la
crisis mundial. Porque la misma está llamada,
inevitablemente, a arrastrar a todos los países.
Nota:
1.–
Bajo la sigla BRIC están agrupados Brasil, Rusia, India y
China y, detrás de ellos, genéricamente, otros países de
la periferia dependiente o semicolonial como la Argentina
donde la crisis no ha impactado hasta ahora de la misma
manera que en el norte del mundo.
2.–
O que si bien eran países enteramente capitalistas como la
India, hizo falta la emergencia del ciclo de la mundialización
para que entraran completa y dinámicamente bajo el imperio
completo de la mercantilización.
3.–
Está claro que la tecnología más avanzada proviene de las
multinacionales de los países imperialistas.
4.–
Como digresión, digamos que la crisis ha tenido un
desarrollo “sorprendente” en lo que tiene que ver con
los problemas estructurales de la economía mundial: ninguno
de los problemas subyacentes ha sido abordado realmente.
Veamos. ¿De qué se habla cuando se dice “rebalanceo”
de la economía mundial? Superficialmente, de cómo
equilibrar el flujo de divisas entre las diversas economías:
fundamentalmente, de cómo resolver los déficits
comerciales y de balanza de pagos de los EEUU. Pero detrás
de estos déficits, hay un problema de otro orden que tiene
que ver con la tasa de ganancia de las corporaciones
norteamericanas y el salario de los trabajadores en los
propios EEUU. Por un lado, la deslocalización de la rama
dos de bienes de consumo ha servido para abaratar el precio
de los bienes de consumo masivo y así rebajar el valor de
la fuerza de trabajo en los propios EEUU. Al mismo tiempo,
estas industrias se han beneficiado de los escasos salarios
chinos para recuperar sus tasas de ganancias.
Pero
el dramático problema es que si bien las ganancias de las
corporaciones norteamericanas en China retornan
eventualmente al país del norte por diversos conceptos,
esta tendencia se ha visto contrapesada por el déficit
comercial y de balance de pagos…