Hace
ya unos años, bajo la presidencia de Néstor Kirchner, llegó
al país una fuerte misión diplomática y comercial china,
de resultas de la cual el gobierno hizo rimbombantes
anuncios de inversiones chinas por “20.000 millones de dólares”.
Algunos se alegraron y otros se alarmaron, pero en vano: no
pasó nada, y quedó como uno más de los tantos anuncios
para la tribuna.
Ahora
Cristina Kirchner volvió de su visita oficial a China,
donde ella y una nutrida comitiva tuvieron varias reuniones
a alto nivel político y comercial. La buena nueva es la
“asociación estratégica” y que a partir del viaje
“cambiará la relación con China”. Pero en boca del
pastorcillo mentiroso, hasta lo cierto se hace dudoso. Y haríamos
bien en desconfiar. No sólo porque las prometidas
“inversiones estratégicas” pueden no cumplirse, sino
porque lo que está sobre la mesa, una vez más, es qué
clase de Argentina capitalista pretenden los Kirchner… y
la burguesía argentina.
¿No será que le falta aceite?
El
viaje, en rigor, estaba planeado para enero, pero debido al
sainete de ese momento –Martín Redrado atrincherado en
el Banco Central– Cristina debió postergarlo. El problema
número uno era en ese entonces el conflicto por el aceite
de soja. Dicho rápidamente: China compraba a la Argentina
casi el 70% de todo el aceite de soja que importaba. Algunas
partidas llegaron allá con una proporción de hexano
(solvente empleado en la molienda del poroto para hacer
aceite) mucho más alta que la permitida por las autoridades
sanitarias chinas. Conclusión: en lo que va de 2010, China
pasó de comprar el 46% del total de las exportaciones de
aceite de soja argentino a menos del 1%. Un derrumbe. De
hecho, el primer comprador a la Argentina de ese producto
pasó a ser la India (44% del total).
Por
otra parte, no faltan quienes, pensando mal (y el que piensa
mal suele acertar), suponen que la medida del gobierno chino
tuvo menos que ver con su interés por la salud de la
población que con un “globo de ensayo” o represalia
legal frente a la restricción argentina a las exportaciones
chinas a precio de dumping (por debajo de su valor real). La
realidad es que ambos gobiernos estuvieron haciendo fintas
en la estrategia comercial bilateral al límite de lo
tolerable.
Ahora
bien, resulta que Argentina es de lejos el primer exportador
mundial de aceite de soja: 6 millones de toneladas sobre un
total mundial de 11 millones. El conflicto con China, a esta
altura, ya estaba relativamente frío, en la medida en que
buena parte de los exportadores argentinos encontraron
compradores alternativos. Además, todo el asunto disparó más
de un 30% el precio del producto. De modo que el tema no fue
excluyente en la agenda del viaje de Cristina. Por otra
parte, es cierto que no se llegó a ninguna solución
inmediata al respecto. Pero tampoco es exacto presentar toda
la gestión oficial –como lo hacen Clarín y La Nación
con su habitual mala intención y desprecio por la información–
como un “fracaso” por no haberse acordado nada concreto
respecto del aceite de soja más que las clásicas promesas
diplomáticas de “estudiar el tema”.
La
cuestión que ofrece más interés para el análisis no es
si se destraba o no un conflicto
comercial de cierta entidad pero episódico, sino, como
se señaló precisamente desde el kirchnerismo, cuál es el “rumbo
estratégico” que se propone para el comercio exterior y
en general para todo el perfil productivo de la Argentina
capitalista de hoy.
¿Apuesta al “valor agregado”?
La
propia Cristina resumió en pocos datos el carácter de la
relación comercial con China: “el 82% de lo que
exportamos son cuatro productos con escasísimo valor
agregado, granos y aceite de soja, en tanto que el 90% de
las importaciones de China son manufacturas de altísimo
valor agregados”. Pues bien, los chinos mantienen esa política,
como lo demuestran los acuerdos comerciales firmados en este
viaje. Los convenios, por unos 9.500 millones de dólares,
se centran en compra de material ferroviario (para cargas,
pasajeros y subtes) y electrificación. Es decir, todo
“altísimo valor agregado”.
Veamos
ahora cómo las
expresiones de deseo de la Presidenta se dan de bruces con
la realidad… y con las propias medidas que alienta. La
ministra de Industria, Débora Giorgi, formuló como
objetivo estratégico “reequilibrar el intercambio de
valor agregado y trabajo, planteando una asociación
comercial que contemple el acceso al mercado chino de
alimentos y manufacturas”, en línea con lo que dijo
Cristina en la cena de honor de “abrir para la Argentina
un mercado de exportación que tenga mayor valor
agregado”.
Sin
embargo, ¿qué pasa a la hora de resolver cómo se va a
concretar esa exportación de productos manufacturados, con
mayor trabajo incorporado, en vez de commodities o cuasi
commodities? Cristina le explicó a los chinos que no deben
ver a la Argentina como un potencial mercado de consumo, ya
que “sólo somos 40 millones de habitantes”, sino que
debe “vernos como el octavo país en superficie, con
la mayoría de sus tierras cultivables, con una
capacidad de excedente
alimentario y de técnica muy importante”. Aquí, por
supuesto, la referencia a la “técnica” es poco menos
que un saludo a la bandera. El mensaje real es el
mismo del siglo XIX: somos el granero del mundo.
¿No
estaremos siendo injustos? ¿Acaso Cristina no se refirió a
incentivar la “agregación de valor” fronteras adentro?
Sí, de esta manera: “Lo que planteamos como modelo es que
el mundo que viene va a exigir que el valor agregado se produzca lo más cerca posible de la materia
prima, porque los costos de logística van a quitar
competitividad”.
Aquí
hay dos problemas muy
serios. Primero: la “ventaja competitiva” de ahorrar
en transporte (los “costos logísticos”) para agregar
trabajo humano a la materia prima sólo
es significativa cuando se agrega muy poco valor. Hoy,
en cualquier rama industrial de punta y en cualquier país
desarrollado, los costos de transporte y la cercanía a la
materia prima no son factores decisivos. Otra cosa es si,
como parece ser el “modelo” de Cristina, la “agregación
de valor” se reduce a transformar el poroto de soja en
aceite, o el petróleo crudo en refinado, o los pellets de
mineral metálico en lingotes o láminas.
Segundo:
¿quién va a encabezar la inversión productiva para
“agregar valor cerca de la materia prima”? ¿Acaso la
“burguesía nacional”? ¡Qué va: los mismos chinos! Así
pretende seducir Cristina al capital chino: “Sería más
negocio para China la inversión en nuestro país y utilizar
nuestro país como plataforma”.
¿Alguien
puede creer seriamente que puede haber estrategia de
desarrollo industrial serio y autónomo, incluso en el marco
del capitalismo, a partir de inversiones chinas en la
extracción y mínima transformación de materia prima? Lo
que hace China es casi
de manual de potencia que expolia semicolonias: exporta
bienes industriales y orienta las inversiones a las áreas
de “ventajas competitivas naturales”, como el agro y la
energía.
Ejemplo:
CNOOC, la petrolera
estatal china, presentó un plan de inversiones junto
con Bridas (“burguesía nacional”) y British Petroleum
(sí, los del derrame en el Golfo de México) por 1.100
millones de dólares sólo en este año. Los tres son socios
en Pan American Energy, que produce el 19% del crudo y el
13% del gas de la Argentina.
Frente
a esto, ¿cuáles son los “mercados” que China abre a la
“pujante” burguesía industrial argentina. Anoten:
carnes y frutas (peras y manzanas)… y minería. ¡Todo
commodities! Ah, es cierto, embriones de bovinos
congelados y zapatos de lujo también. Ése debe ser el
ejemplo de “alto valor agregado cerca de la materia
prima”, a saber, la vaca.
Lo
de la minería es muy jugoso. De Vido, ministro de
Planificación, dijo en Shanghai que la Argentina “será a
fines de la segunda década del siglo XXI uno
de los más importantes jugadores internacionales en materia
minera, liderando producciones de cobre, oro, plata,
litio, potasio y boratos”. ¡Qué bueno! Sólo que con el
actual régimen de promoción de inversiones mineras,
mientras las multinacionales se llevan toda la riqueza (no
renovable) de subsuelo argentino, el Estado se queda con
regalías ridículamente bajas, del 3%.
Negocio semejante hacía
Bolivia, otro “importante jugador internacional de la
minería” en el siglo XX, sin que ello le haya servido
para nada a la nación ni a su pueblo.
En
suma: granero del mundo, exportar materias primas
“modificadas cerca del origen”, recibir inversiones que
saquean suelo y subsuelo por migajas, importar bienes
terminados… Para semejante “estrategia de agregación de
valor en el vínculo comercial”, ni valía la pena
pelearse con la patronal agraria y posar de campeones del
“modelo industrial”…