El
debate sobre Papel Prensa, a raíz del proyecto del gobierno
de regular la producción y precio del papel de diario, pone
sobre la mesa varios temas que, aunque vienen postergados no
son nuevos. En el contexto del enfrentamiento entre los
Kirchner y el Grupo Clarín, también se pone al rojo en la
agenda la cuestión de la llamada “complicidad civil”
durante la dictadura. Clarín es sólo la punta del iceberg,
pero el gobierno quiere que todo se limite a esa punta, y
tampoco tiene la intención de ir a fondo. Todo el caso enseña
mucho sobre la burguesía argentina y los políticos
burgueses argentinos, incluidos los propios Kirchner.
Lo
que hicieron Clarín, La Nación y los militares con Papel
Prensa
La
historia de Papel Prensa ha sido profusamente cubierta por
los medios y no repetiremos demasiado. Sólo importa señalar
que el dueño y mayor impulsor del proyecto, David Graiver,
era un capitalista relativamente marginal, decididamente no
orgánico de los sectores más tradicionales de la
burguesía argentina. Cuando los militares dan el golpe en
marzo de 1976, casi inmediatamente se abocan a la tarea de
poner un insumo estratégico para un sector estratégico
–la prensa– en manos mucho más confiables.
Es
así que Graiver muere en un sospechoso accidente aéreo, y
que antes de fin de ese año se concreta la “venta” de
Papel Prensa a Clarín, La Nación, La Razón... y el Estado
administrado por la dictadura. La operación fue
escandalosa, con cifras ridículas para la seña y el
traspaso final de acciones. Días después de firmarlo,
Lidia Papaleo, viuda de Graiver y principal accionista, fue
secuestrada por los militares y torturada.
Ni
vale la pena detenerse en el intento de “defensa” de
Clarín y La Nación sobre la venta de Papel Prensa. Baste
decir que se basa en dos elementos: una declaración ante
escribano de Isidoro Graiver (hermano de David que no era
accionista de la empresa) y el argumento de “recién ahora
se acuerdan de esto”. La declaración de Isidoro Graiver
tiene un tufo a Banelco insoportable, más todavía
cuando casi al otro día de hacerse pública este hombre se
va del país. Para colmo, hace sólo unas semanas había
contado a periodistas del diario Tiempo Argentino una versión
muy parecida a la de Lidia Papaleo y exactamente opuesta a
su “espontánea” declaración de agosto.
Inclusive,
Clarín intentó involucrar en el asunto a la hija de David
Graiver y Lidia Papaleo, María Sol, pero ésta sacó un
comunicado que debe entenderse como “no me metan en este
asunto, para ninguno de los dos lados”. En cuanto a la
supuesta “novedad” del tema, es cinismo puro. Es cierto
que ninguno de los gobiernos anteriores se había atrevido a
enfrentar a los diarios que marcan la agenda periodística
en la Argentina. Pero todo el gremio y cualquier político
informado sabían muy bien del origen espurio de la
propiedad de Papel Prensa, cuya planta fue inaugurada en
1977 con la presencia de Videla, Ernestina Herrera de Noble
y Bartolomé Mitre. Hay muchísimos libros, testimonios y
hasta investigaciones judiciales (que no llegaron a nada por
razones políticas) que certifican la podredumbre de todo el
asunto.
De
esta manera, esos diarios, pero sobre todo Clarín,
empezaron a construir la posición dominante de que gozaron
hasta hoy. Papel Prensa fue un gran negociado político-económico:
para los diarios, representó ventajas inmensas en términos
de acceso barato al principal insumo de la industria; para
la dictadura militar, significó asegurarse la fidelidad
incondicional de la prensa más influyente del país,
ganando así sustentabilidad política. Fue una sociedad de
socorros mutuos entre un régimen de terrorismo de Estado y
la prensa adicta a ese régimen, en un repugnante
intercambio de favores disfrazado de “operación
comercial”. Por supuesto, no fue el único caso, como ya
veremos.
Hoy
en día, el peso de la empresa es mensurable en cifras:
produce 170.000 toneladas de papel, de las cuales el 70% se
lo quedan Clarín y La Nación, a un precio 20% menor que el
resto, por el cual deben pelearse los demás 170 diarios del
país, la mayoría obligados a importar. La diferencia de
costos no sólo beneficia ostensiblemente a Clarín y La
Nación, sino que deja fuera del mercado a muchos diarios
potenciales. Por eso, cuando los dos grandes diarios claman
por los “ataques a la libertad de prensa”, la libertad
que en verdad defienden es la de monopolizar, controlar y
disponer con ventaja del papel de diario, es decir, el punto
de partida de la verdadera libertad de expresión.
Lo
que quiere hacer el gobierno con Papel Prensa
El
proyecto de ley enviado al Congreso, cuando se lo mira de
cerca, no significa en principio mucho más que esto:
formalizar la fiscalización del Estado sobre un bien que se
considera de “interés público”. No hay estatización.
Ni siquiera hay un cambio en la composición accionaria
de Papel Prensa (un 49% es de Clarín, un 22% de La Nación
y un 27% del Estado). Es una especie de monitoreo,
que controle que el producto fabricado, el papel, se venda a
precio uniforme y sin privilegios, además de aprovechar la
plena capacidad de producción de la planta (hoy se produce
menos de lo posible por decisión de Clarín y La Nación).
Esto
es, se establece sobre la provisión de papel de diario una
vigilancia (NO propiedad ni mucho menos monopolio) del
Estado, exactamente de la misma manera que hay entes
reguladores estatales para la provisión de energía eléctrica,
gas o transportes. El productor sigue siendo privado, sólo
que sujeto a control público. Ni siquiera del
Ejecutivo, sino de una comisión bicameral.
Que
se entienda: Papel Prensa sigue en manos de sus dueños
actuales. Lo que hace el proyecto oficial es limitar la
discrecionalidad, la arbitrariedad, los privilegios y las
maniobras “de mercado” en beneficio de esos mismos dueños.
Fin de la épica kirchnerista.
Parece,
y es, bastante poco, pero alcanza para que el Grupo
Alcahuete, encabezado por Santa Lilita del Clarín, así
como buena parte de la burguesía argentina, bramen o
murmuren sobre la “dictadura kirchnerista”. Sólo parte
de la UCR trata –con poco éxito, por cierto– de hacer
equilibrio entre darle espacio a los Kirchner y quedar como
felpudo de Magnetto y los Mitre.
Digamos
que tanto Clarín como el grueso de la burguesía temían
una especie de “brote chavista” del gobierno, bajo la
formas de un decreto de expropiación al estilo
“bolivariano”. Pero los Kirchner no son (ni siquiera) Chávez.
Toda la operación Papel Prensa se maneja por carriles
estrictamente “institucionales”: el proyecto de ley va
al Parlamento, empezando por la cámara más adversa, la de
Diputados, y las denuncias contra Magnetto y Cía. van a la
Justicia.
Los
que aún creen en la “genialidad táctica” de los
Kirchner harían bien en recordar el desenlace de mandar la
resolución 125 al Congreso. Los Kirchner son militantes,
son políticos, dan sus batallas y pelean por su margen de
maniobra, pero repetimos: no son Chávez. No buscan
expropiar Papel Prensa, sino sólo controlarla casi desde
afuera. Si lo decidieron así por “convicciones
republicanas” o porque “no da la relación de
fuerzas”, no es algo que importe mucho aquí; es más bien
un debate para los “filósofos” oficialistas del
programa “6-7-8”.
La
significación de Papel Prensa y lo que se debe hacer con la
empresa
Estamos
ante un caso emblemático no de “complicidad civil”,
como dice el kircherismo, sino de la complicidad de la burguesía
argentina en su conjunto con la dictadura militar. Papel
Prensa es especialmente impactante porque hace a la formación
de la opinión y la agenda política, pero hubo muchos otros
ejemplos aún más sustanciales en cuanto a su peso económico.
Para no abundar, vale la pena recordar la venia de Mercedes
Benz y Ford para instalar un régimen casi de ocupación
militar en sus plantas, con delación de activistas y
delegados luego desaparecidos. Todo esto fue rigurosamente
documentado y la información de éstos y otros muchos casos
está al alcance de cualquier ciudadano, para no hablar de
jueces, fiscales y políticos.
Y
si de negociados económico-financieros se trata, serían
muy pocos o ninguno los bancos privados (argentinos y
extranjeros) que saldrían bien librados de una investigación
al estilo de la que se hizo con Papel Prensa. ¡La
“investigación de la complicidad civil” que reclaman
algunos kirchneristas incautos, jugando con fuego, no
dejaría en pie ninguna de las grandes entidades empresarias
y afectaría a infinidad de firmas, para no hablar de la
dirigencia política y buena parte de la sindical!
Ocurre
que el verdadero “hecho maldito” de la política
argentina contemporánea no es el peronismo, sino la
dictadura militar y todo el complejo entramado de apoyo
empresarial y político, a diversos niveles, que hizo
posible que durara hasta la derrota de Malvinas.
Los
Kirchner, como dijimos, no tienen ninguna intención
de tomarse en serio y hasta el final la tarea de
“investigar la complicidad civil en crímenes de lesa
humanidad”. Agitan esa bandera de forma en parte
instrumental, porque les sirve para embestir hoy contra Clarín...
a su manera. Pero alcanza para asustar a la mayoría de la
burguesía, que teme que Papel Prensa se convierta en una
caja de Pandora. Es decir, que sea el comienzo de una
posibilidad de destapar la mugre barrida bajo la alfombra a
lo largo de décadas, aunque eso requiere una movilización
que el gobierno de ninguna manera pretende impulsar. Además,
los empresarios ven que por primera vez en bastante tiempo
un elenco político se atreve a discutir márgenes de
relativa independencia en la toma de decisiones de
Estado, incluso frente a actores económica y políticamente
fuertes.
Pero
lo que acabamos de ver son los estrechos límites de
esa independencia, que no llegan a más que un “comité de
vigilancia” de la actividad privada en un tema tan
sensible como el principal insumo de la prensa. En verdad,
el caso Papel Prensa es altamente instructivo porque deja
al desnudo las peores taras de la política burguesa
argentina: la absoluta complicidad de los capitalistas
con la dictadura, el absoluto sometimiento de la gran mayoría
de la clase política burguesa a esos mismos capitalistas y
la timidez última (disfrazada de “cruzada progresista”)
incluso del sector que aspira a cierto juego propio. Los
posibilistas y los que se conforman con lo que hay dirán
que es mejor que nada, en la misma línea de razonamiento de
la ley de medios y en general de todo lo que hace el
kirchnerismo, pero desde el punto de vista de una verdadera
transformación es pavorosamente insuficiente.
Por
lo tanto, en este tema como en todos los otros, confiar en
que los Kirchner lleven adelante con un mínimo de
consecuencia incluso sus propias banderas es pedirle peras
al olmo. No enfrentaron de verdad a los ruralistas ni
siquiera cuando les iba en juego su propia gestión. No hay
por qué esperar entonces que vayan a fondo de verdad contra
su archienemigo, el Grupo Clarín. Que para Magnetto y los
Mitre ésta sea la madre de todas las batallas es
comprensible, pero estamos a milenios luz de cualquier
intento serio de “capitalismo de Estado” o medidas a lo
Chávez.
Si
de lo que se trata aquí es de garantizar la provisión de
papel de manera justa, accesible y sin chanchullos, primero
que nada hay que echar a los delincuentes de Clarín y La
Nación de Papel Prensa, expropiando sin indemnización la
planta.
Papel
Prensa no puede seguir en manos de Clarín, que es lo que
implica el proyecto oficial.
Pero que pase a manos del Estado no alcanza: ni bajo los
Kirchner ni bajo ningún gobierno capitalista se tendrán en
cuenta otros criterios que no sean los de mercado (sólo que
“regulado por el Estado”). Lo que corresponde es, en
cambio, el único criterio verdaderamente democrático:
proveer papel al menor costo posible a todos aquellos
sectores de la población que hoy no tienen la menor
posibilidad de expresarse por escrito. Sólo el
control de los trabajadores de la planta y de las
organizaciones obreras, estudiantiles y populares puede
lograr esta auténtica conquista hacia la libertad de prensa,
y que el papel de diario no sea monopolio de Clarín o de
cualquier otra empresa o
grupo de empresas.