En
la edición anterior de Socialismo o Barbarie, concluíamos
nuestro artículo “EEUU vuelve a tambalearse” subrayando
que “el curso de la crisis mundial ha puesto otra vez a
EEUU en el centro de la escena. Esto abre un crítico
panorama político dentro de EEUU, tema de trascendental
importancia pero que no podemos desarrollar hoy... En lo
inmediato, se perfila el derrumbe político-electoral de
Obama y una peligrosa ofensiva desde la derecha para
capitalizar su fracaso. Pero el elemento decisivo en este
cuadro es el enorme retraso y las dificultades del
movimiento obrero y las masas trabajadoras para entrar de
lleno en escena, aunque por otro lado se han venido dando
luchas y protestas de su sector más castigado: los
trabajadores inmigrantes”. (Socialismo o Barbarie, periódico
Nº 184, 02/09/10) Hoy vamos a examinar algunos elementos de
ese “crítico panorama político”.
Las
graves dificultades económicas y financieras de EEUU, su
evidente declive geopolítico, el pantano militar del que no
logra salir en Medio Oriente, y, por último, la situación
interna que aludimos, no deben confundirnos acerca de la
importancia mundial de lo que allí suceda. Es que desde
hace más de medio siglo, el mundo se estructuró alrededor
de la centralidad económico-financiera, política y militar
de EEUU.
Esa
“centralidad” hoy no sólo está en cuestión. Además,
dentro mismo de EEUU se está acumulando una montaña de
materiales explosivos sociales y políticos. Por
supuesto, acumular explosivos no implica automáticamente un
estallido, pero crea las condiciones para eso.
La
debacle de Obama
En
menos de dos años, Obama ha fundido su capital político,
que en su momento fue enorme. Pocas veces se ha visto
un derrumbe tan vertiginoso.
Todo
indica que en las elecciones legislativas de noviembre, los
candidatos del Partido Demócrata sufrirán un severo
“voto castigo”. Posiblemente el gobierno podría perder
la mayoría en una o en ambas cámaras. Se agravaría así
la crisis política que ya es patente en la administración
Obama.
Las
causas de esta debacle política de Obama no son difíciles
de entender. Los amplios sectores populares de jóvenes,
trabajadores y minorías que votaron a Obama, fueron un
esbozo de movimiento de rechazo al desastre reaccionario de
las presidencias de Bush. Los ocho años republicanos habían
traído las guerras eternas de Medio Oriente y, finalmente,
la peor crisis económica y social desde la Gran Depresión
de los años ’30.
Obama
apareció oportunamente prometiendo el “cambio”. Esa fue
la palabra mágica (aunque deliberadamente imprecisa) que le
abrió las puertas de la Casa Blanca. A un año y ocho
meses, el mejor balance (y el más corto) que hemos leído
de su presidencia, lo hizo un trabajador enfurecido que
escribió una carta al sitio web de actividades sindicales Labor
Notes: “¿Dónde mierda está el cambio por el
que votamos?”[1]
Efectivamente,
los demócratas no sólo burlaron la gran mayoría de sus
promesas electorales “progresistas” y vaciaron de
contenido las pocas que implementaron (como la reforma del
sistema de salud). Lo peor es que, bajo el mandato de Obama,
no se tomó ninguna medida seria para paliar los golpes de
la crisis sobre los trabajadores, especialmente el desempleo
fenomenal que alcanza las dimensiones de la época de la
Gran Depresión. Obama marcó una continuidad casi
total de la política ya establecida por la administración
Bush frente a la crisis.
El
desempleo de masas –con un 9,6% “oficial” que
maquilla una desocupación real más de dos veces mayor–
ha sido el principal factor demoledor del apoyo a la
administración demócrata.
A
este vector fundamental de desilusión y descontento, se le
suman otros factores internos y externos. La crisis económica
y el desempleo masivo van acompañados de una variedad de
desastres. Está en bancarrota, por ejemplo, la educación pública,
especialmente las escuelas secundarias,[2] y en general,
todo lo que sea servicio público. Simultáneamente, las
guerras heredadas de Bush han sido continuadas y extendidas
por Obama. La farsa de la “retirada” de Iraq es una
mentira imposible de hacer creer a nadie y la guerra de
Afganistán continúa sin esperanza de victoria.
En
suma, como dice en el New
York Times un columnista partidario de Obama, “la
gente siente que este país se está yendo al infierno,
que el sistema mismo está en bancarrota, y que el
presidente y los demócratas son incapaces de hacer algo...”.[3]
Peligrosas
alternativas reaccionarias
La
debacle del tibio “progresismo” de Obama no ha tenido
como respuesta inmediata el desarrollo de alternativas políticas
a su izquierda, sino a su derecha.
Se
ha puesto en pie un agresivo movimiento de ultra derecha,
que en las últimas semanas han tenido dos expresiones
masivas: la concentración del Tea Party del 28 de agosto
en Washington, con cientos de miles de manifestantes, y
las infames manifestaciones racistas-islamófobas de
Nueva York contra la construcción de una mezquita.
¿Por
qué el “desborde” inicial frente al gobierno de Obama
viene desde la derecha y no desde sectores a su izquierda?
Sobre
esto hay un vivo debate dentro y fuera de EEUU. Muchos
trazan explicaciones que podríamos llamar “esencialistas”;
como, por ejemplo, que EEUU sería, de por sí, un país
“reaccionario” y “de derecha”... Es algo parecido a
lo que se decía décadas atrás de los alemanes para
explicar el ascenso de Hitler al poder. Ahora, también por
“esencia”, los estadounidenses serían tan reaccionarios
como obtusos, al punto que, en medio de la crisis económica
y el desempleo masivo, pasan a apoyar a quienes predican un
neoliberalismo salvaje que agravaría mucho más las cosas.
En
verdad, la historia de EEUU desmiente todo “esencialismo”.
Se han alternado períodos de actividad y radicalización
del movimiento obrero, estudiantil y social, con períodos
de retroceso y reacción.
Hay
múltiples razones que explican por qué la primera
respuesta activa y militante frente a la debacle de Obama
proviene de la derecha.
En
primer lugar, el movimiento obrero y social estadounidense
viene de derrotas muy profundas, incomparablemente más
graves que las sufridas en otros países desarrollados, como
los de Europa. Las organizaciones sindicales han sido
barridas estructuralmente de muchos sectores de la producción
y los servicios. Parte de ese cuadro es el sometimiento
perruno de las burocracias sindicales al Partido Demócrata
(en un grado cualitativamente mayor que sus colegas de otros
países) y la paralela debilidad de las corrientes
independientes.
La
cuestión de la independencia política en relación al
Partido Demócrata no es sólo un problema del movimiento
obrero: pesa también en amplios sectores de “izquierda”
(radicals,
en términos estadounidenses) que son hoy críticos a Obama
y los demócratas pero que no van a una ruptura con ellos ni
los combaten.
La
gran mayoría de los que votaron por Obama no han “girado
a la derecha”. Pero tampoco han conformado un movimiento
independiente del gobierno demócrata o, por lo menos, que
trate de presionarlo y exigirle. Hasta ahora, ha primado una
desilusión pasiva.
Por
el contrario, desde la derecha, al otro día de asumir Obama,
entraron en acción poderosos aparatos, desde la Christian
Coalition y el Partido Republicano, hasta la Cadena Fox y
otros monopolios de la (des)información. Además, para
poner en marcha sus motores, estuvo el combustible de
millones y millones de dólares.
El
Tea Party es el principal engendro de estos operativos.
Aunque trata de presentarse como un movimiento
“popular”, está constituido mayoritariamente por
sectores blancos de altos ingresos. El típico “tea
party” es un estadounidense blanco con ingresos de unos
100.000 dólares anuales, según un estudio del New
York Times.
El
mismo New York
Times revela el multimillonario engendro del Tea
Party. En un artículo cuyo título lo dice todo –“Los
billonarios financian el Tea Party”[4]– explica cómo ha
sido formado y bancado por tres billonarios –Rupert
Murdoch, propietario de la cadena Fox y otros medios fuera
de EEUU, y los hermanos David y Charles Koch–. La fortuna
sumada de estos buenos muchachos excede de lejos la de Bill
Gates. Se trata –concluye el New
York Times– de una operación similar a la de los
hermanos Du Pont (que encabezaban la gran corporación del
mismo nombre), cuando en 1934 organizaron un “movimiento
popular” parecido al Tea Party, la “American Liberty
League”, para derrocar al “socialista” Roosevelt.
Pero
hoy con Obama, Murdoch y los hermanos Koch tienen más éxito
que los Du Pont con Roosevelt en la anterior Gran Depresión.
Entre otros motivos, porque Obama –como explicamos en
nuestro artículo pasado– no ha tomado ninguna medida
efectiva para reactivar el empleo y paliar los efectos de la
crisis, como hizo Roosevelt. Su política ha sido una
total continuidad de la de Bush, centrada en los salvatajes
a los peores bandidos de Wall Street.
La
campaña racista, islamófoba y antiinmigrante, que salió a
las calles con el pretexto de la mezquita de Nueva York,
tiene las mismas bases sociales y políticas del Tea Party,
aunque la encabezan algunos “especialistas” en el tema.
El más notorio es Robert Spencer, que predica la
delirante tesis de que Obama es un hijo ilegítimo y secreto
de Malcolm X (el gran líder negro asesinado en 1965).
Siguiendo los pasos de su padre clandestino, Obama es musulmán
y socialista, y por eso quiere destruir Estados Unidos.
La actitud de Obama frente esto lo
retrata de pies a cabeza y revela los mecanismos de su
debacle. Primero, salió al paso de los racistas,
defendiendo la libertad de cultos también para los
musulmanes y el derecho a construir su templo. Poco después,
en uno de sus típicos trabalenguas, Obama se volvió atrás:
explicó que si bien los musulmanes tienen ese derecho,
mejor que se vayan con la música (o la mezquita) a otra
parte.
Con eso, Obama se ganó el rechazo
tanto de los racistas islamófobos, como de los defensores
de los discriminados musulmanes.
Esbozos de respuestas
Sin embargo, en este cuadro político,
en el que la iniciativa la tiene abrumadoramente la
derecha y la ultra derecha, hay algunas respuestas que
van en sentido contrario. Entre ellas podemos apuntar
dos de importancia: 1) Las movilizaciones de inmigrantes y
de sectores que los apoyan contra la ley racista de Arizona;
2) Las manifestaciones repudiando la campaña islamófoba,
que por su amplitud compitieron en Nueva York con las
convocadas por el delirante Robert Spencer.
Por último, el próximo 2 de
octubre habrá otro test que puede ser importante. Ha sido
convocada una marcha a Washington que aparece como réplica
a la concentración del Tea Party del 28 de agosto. La
iniciativa partió de la NAACP (National Association for the
Advancement of Colored People), tradicional organización de
la comunidad negra, junto con algunos sindicatos
importantes.
Esta movilización de alcances
nacionales –con el nombre de “One
Nation Working Together”–
convoca a “la juventud, los ciudadanos de la clase obrera,
los trabajadores sindicalizados, las mujeres, la población
inmigrante” y a los “hermanos y hermanas negros, morenos
y blancos” a manifestar en la capital el 2 de octubre, por
“trabajo y justicia”, para “lograr el American Dream
(sueño norteamericano): trabajo seguro, hogar a salvo y
educación de calidad”. El resumen del programa es “exigir
el cambio que votamos en el 2008”.[5]
Son
fórmulas por demás imprecisas. Los organizadores no
plantean ninguna consiga concreta, ni siquiera en relación
al problema capital del desempleo. Y, por supuesto, tanto la
NAACP como los sindicatos que están adhiriendo en gran número,
han girado siempre en la órbita del Partido Demócrata... y
hasta ahora no movieron un dedo para protestar ni reclamarle
nada a Obama.
Sin
embargo, esta convocatoria podría ser un hecho importante,
y no sólo porque trata de ser una respuesta a la
concentración de ultraderecha del 28 de agosto. Es la
primera vez que se pretende hacer exigencias y presiones
a Obama mediante una movilización. Hasta ahora, las
masas que lo votaron han sido mantenidas en la pasividad y
el letargo. Si esto comienza a cambiar, también significaría
un cambio del conjunto de la situación política.
Notas:
1
“Where the f**k is the change we voted for?", by
Clare, Labor Notes, September 10, 2010.
2 Ver Roberto E. Mercedes, “Crisis de la educación en
Estados Unidos”, en www.socialismo-o-barbarie.org, edición
del 06/09/10.
3Bob
Herbert, “Paying the Price”, New
York Times, September 10, 2010.+9
4 Frank
Rich, “The Billionaires Bankrolling the Tea Party”, New
York Times, August 28, 2010.
5 “One
Nation Working Together”, NAACP,
September 2010.
Hasta
ahora, gracias a la desmovilización de los trabajadores y
las masas populares, y a la política llevada adelante por
Obama, las corporaciones estadounidenses y especialmente la
llamada “industria (sic) financiera” han logrado pasarla
relativamente bien. En medio de la peor crisis de EEUU desde
la Gran Depresión y cuando todo confirma la recaída en W
de la economía, los ejecutivos de la “industria
financiera” están recibiendo bonos aun más substanciosos
que los de años anteriores.
Pero
ellos y sus empleadores no están satisfechos. La mayoría
de ese 1% de la población estadounidense que forma la capa
de los “super-ricos”, quiere sacarse de encima al pelele
de la Casa Blanca que tuvieron que apadrinar y/o tolerar
debido al desastre final de los ocho años de Bush.
El
programa neoliberal salvaje de la derecha republicana y la
ultra derecha del Tea Party, es el que expresa más directa
y mayoritariamente a estos sectores de la burguesía
imperialista.
Terminar
con el “big government”
(intervención masiva de la economía, un chiste de humor
negro si se aplica al pusilánime Obama), que los ricos
paguen cada vez menos impuestos pero que al mismo tiempo se
vaya reduciendo el déficit fiscal, que se vayan a la
quiebra los sectores que no sean “competitivos”, que se
corten los gastos sociales y los subsidios de desempleo, al
mismo tiempo que la desocupación se va a la nubes, etc.,
etc., significa consagrar un violento empobrecimiento
de la sociedad estadounidense.
Es
decir, establecer lo que se ha llamado una “nueva
normalidad”: pobreza y desempleo mayúsculos, pero no
como una situación momentánea de crisis
“coyuntural” o que afecte a pequeñas minorías, sino
como norma “sine die” y ampliamente extendida
en una sociedad cada vez más polarizada entre ricos y
pobres.
Esta
“latinoamericanización” o “africanización” de EEUU
ya está en marcha. Uno de sus datos más aterradores es el
del crecimiento espectacular del hambre, como si se
tratara de Haití o el Congo. Y eso sucede no en algún rincón
perdido de EEUU, sino en Nueva York, la capital mundial de
las finanzas, a pocas cuadras de Wall Street.
El
Food Bank For New York City, una institución que se
ocupa de los neoyorquinos con “pobreza de comida” (un
eufemismo para no hablar de “muertos de hambre”),
informa que la gente en esa condición está creciendo
vertiginosamente. Hoy, “en Nueva York, una de las
ciudades más ricas del mundo, la pobreza de comida está
en cada esquina... El número de neoyorquinos con
dificultades de conseguir comida para ellos y sus familias ha
crecido un 60% y llega ya a 3,3 millones”.[6]
¡3,3 millones de hambrientos “en cada esquina” de una
ciudad que es la capital financiera de EEUU y del mundo!
Pero esta “nueva normalidad” apenas
comienza. La
perspectiva de que se imponga el plan ultra-neoliberal
sostenido por la oposición de derecha, agravaría todo.
Sería
un cambio histórico. Los aprendices de brujo
de la ultraderecha no se inmutan por sus consecuencias, pero
los sectores más lúcidos de la burguesía yanqui –como
los que se expresan en el New York Times– comienzan
a desesperarse.
Es
que la relativa “paz social” y el débil desarrollo del
clasismo en el secular ascenso del imperialismo yanqui tuvo
su expresión en el mito del “American Dream” (el “sueño
norteamericano”), tema central de la marcha del 2 de
octubre.
Esto
ya lo había advertido Trotsky: en “el país de las
oportunidades ilimitadas”, había menos márgenes para la
lucha de clases. Funcionaba la gran zanahoria del “ascenso
social”: si trabajas como un burro, vas a estar cada vez
mejor y mañana tu hijo podrá ser presidente o millonario.
El
mito venía deteriorado desde hace años. Pero el deterioro
era todavía gradual y relativo. Ahora todo se va a pique,
bruscamente. En vez de “trabajo seguro” hay desempleo
masivo y sin perspectivas de remisión. Ya casi 5 millones
de hogares hipotecados han sido desalojados. Y la “educación
de calidad” es sólo para los hijos de millonarios.
La
violencia del racismo antiinmigrante refleja esa misma
realidad. Este imperialismo, que creció asimilando oleada
tras oleada de inmigrantes, hoy en su decadencia ya no puede
tolerarlos.
En
resumen: hay una acumulación histórica de material
explosivo. Y la perspectiva de un curso a la derecha sólo
va a agravar esto.
Nota:
1 “Food
Poverty in NYC”, Food Bank For New York City, September 2010, http://www.foodbanknyc.org.