En
la primera quincena de abril de 1879, el general Julio
Argentino Roca iniciaba la Campaña del Desierto. El
objetivo fue combatir y terminar con las tribus indígenas
que poblaban el vasto territorio que se extendía en la
llamada “pampa húmeda” hacia el sur. De esta manera los
terratenientes, los militares y la Iglesia se adueñaron de
las tierras y del ganado que se contaba en alrededor de 300
mil cabezas en poder de los indios. Casi 150 años después
los capitalistas arrasan poblaciones y pudren ríos y suelos
en pos de mayores ganancias.
Bajo la presidencia de Avellaneda la necesidad de ampliar
las fronteras internas se hizo prioridad. Su ministro de
Guerra, Adolfo Alsina, programó una zanja que se extendería
por más de 300 kilómetros para contener las incursiones
indígenas. A su muerte, le sucederá en el cargo
ministerial, el general Julio A. Roca, quien cambia la
estrategia diseñada anteriormente por Alsina. “Si el
objetivo de Alsina era el de proteger los intereses de los
ganaderos de la provincia de Buenos Aires, el de Roca era
nacional, mucho más extendido, más sistemático. También,
mucho más eficaz. Estanislao Zeballos –santafesino, para
más datos– fue quien le dio soporte intelectual a la
campaña, y el que más insistió en advertir que, si esta
tarea no se hacía a tiempo, la llevarían a cabo los
chilenos o los ingleses, con la previsible recompensa en
tierras.” [1]
De esta manera la apropiación de la tierra era un
problema fundamental para una economía que ya delineaba su
perfil agro-exportador. “En términos económicos, a la
Campaña del Desierto hay que pensarla como la estrategia de
las clases propietarias para fortalecer su condición
dominante. Si el modelo de acumulación económica era
primario-exportador, el principal insumo lo constituían las
tierras. A diferencia de los Estados Unidos, esta tarea no
fue realizada por granjeros, sino por el Ejército. A
diferencia del país del norte, los beneficiarios de estos
millones de hectáreas no serían los granjeros, mucho menos
los milicos, sino los especuladores y los terratenientes”.
[2] Los indios, sin posibilidades de triunfar, fueron
derrotados totalmente y cuatrocientas personas se apropiaron
de ocho millones y medio de hectáreas, consolidándose la
oligarquía en nuestro país.
Otras “campañas” se sucedieron hacia el nordeste.
Hacia los territorios chaqueños y del norte. Lo que se
conoció como la “Campaña del Desierto Verde”. La misma
reportó además de tierras, mano de obra barata para las
industrias como la caña de azúcar y la industria vitivinícola.
Los niños y las mujeres eran repartidos para el trabajo en
las casas de la región y el Ejército incorporó
compulsivamente personal a sus filas. Así el capitalismo
argentino se iba alimentando con la voracidad que siempre lo
caracterizó sin medir más consecuencias que las que
afectaran sus ganancias y estableció las fronteras internas
de la explotación de los recursos naturales y la población.
Las nuevas “fronteras” de la explotación
A principios de este siglo, una nueva geografía de la
explotación capitalista se delinea en el territorio
nacional. El boom sojero, las explotaciones mineras y el
control del agua potable del Acuífero guaraní, entre las
cuestiones fundamentales, vuelven a plantear un ataque a las
condiciones de vida de las poblaciones pobres, muchas de
ellas pertenecientes a comunidades originarias que aún
subsisten en bolsones de miseria, hambre y represión.
En 1994, la multinacional Monsanto logró que se aprobara
en el organismo central alimentario de Estados Unidos, con
la oposición de las Agencia Nacional Alimentaria (USDA), el
proceso de modificación genética de la soja. Rápidamente
el nuevo transgénico se expandió. “La superficie
sembrada hoy con soja RR, supera a toda el área sembrada
existente en 1995. Esto implica que para llegar a los 35
millones de hectáreas actuales, se debió ocupar una enorme
cantidad de tierras históricamente destinadas a la ganadería,
a la lechería, al monte frutal, a la horticultura, al monte
virgen, a la apicultura, a la producción familiar, y a
otros cultivos que fueron desplazados por la soja como el
girasol, el maíz, la batata y el algodón. La superficie
sojizada crece año a año a costa de otras producciones. Así
en 2004, la superficie agrícola total era de 27 millones de
has., mientras que hoy ya superamos las 35 millones de has.,
cifra equivalente al 12.5% de la superficie del país”.
[3]
Los pools sojeros, por supuesto, no miden consecuencias a
la hora de contar ganancias. La transgenia significa una
importante alteración de los mecanismos de la naturaleza y
actúa nocivamente sobre el sistema inmunológico y abre la
posibilidad de desarrollar factores cancerígenos. Las
comunidades indígenas del noreste son de las más
afectadas. “En la actualidad, la soja abarca 19 millones
de hectáreas, la mitad de la superficie cultivable del país.
Los pueblos originarios perjudicados por ese avance, sólo
en las provincias relevadas, son el qom, pilagá, mocoví,
wichi, chorotes, chulupies, tapietes, guaycurúes, lules,
vilelas y tonocoté.” [4]
Desde otro punto de vista, no menos importante, la
“sojización del suelo está alterando las fronteras
agro-ganaderas que se establecieron desde los tiempos de
Roca. Hemos reducido nuestra producción de carne –al
disminuir el área, el número de cabezas y la calidad de
los campos destinados a la misma– para producir
'pasto-soja', debiendo apelar a la altamente peligrosa
herramienta del feed-lot, pasando a producir carne de pésima
calidad y con bajísimo nivel de seguridad alimentaria, en
el país que alguna vez tuvo la 'mejor carne del mundo'.
Destinamos nuestras mejores tierras a producir forraje –y
ahora también agro-combustibles–, para que otros países
produzcan y exporten carne, en lugar de hacerlo nosotros.”
Afirma el ingeniero Lapolla.
Efectivamente, la producción ganadera ha corrido sus
coordenadas hacia otras zonas de menor calidad de las
pasturas. Mientras la soja avanza y derriba, a su paso, al
otrora famoso Impenetrable chaqueño, los campesinos pobres
y las comunidades indígenas de la zona son perseguidos por
las bandas de los empresarios sojeros cuando intentan
reclamar su tierra. Lapolla se queja porque de esta manera
otros países pueden producir y exportar carne “en lugar
de hacerlo nosotros” sin hacer distinción de clase
alguna. Si lo hiciera tendría que decir, por ejemplo, que
existe un capitalista argentino al que, como el conjunto de
los empresarios, les importa un bledo la cuestión nacional
y mucho menos la explotación y opresión que sufren los
pobladores de esos lugares. Este señor es Alfredo Olmedo, a
quien se lo conoce como el Rey de la Soja de Formosa. El
mismo preside la compañía Olmedo Agropecuaria que es dueña
de 98 mil has. En los departamentos de Anta, Metán y
Rosario de la Frontera en Salta, Santiago del Estero y
Formosa. Y además arrienda 10.000 más en la región.
El oro no es del moro ni de los pobres
La explotación minera, por su parte no le va en saga a la
soja en la contaminación del suelo, el agua y el aire. A
principios del 2001, a 5 kilómetros de la ciudad de Esquel,
una investigación verificó que la empresa El
Desquite había usurpado tierras para la explotación de
un yacimiento aurífero. “La empresa que realizaría dicha
explotación es Meridian Gold, empresa multinacional
Canadiense con sede en Reno [USA] que funciona desde 1981.
Dicha empresa absorbió casi la totalidad de las acciones de
la empresa Argentina, El
Desquite S.A”. [5] La explotación se realizaría a
cielo abierto provocando un fuerte impacto ambiental y el
mineral molido se trataría con cianuro, lo cual planteó la
contaminación de las napas de agua y un efecto nocivo
directo sobre los habitantes del lugar.
En Catamarca, el Proyecto Alumbrera de explotación de
cobre y oro ha llevado a la contaminación de la cuenca del
río Amanao. Los pobladores también han tenido que ir
dejando también las viviendas a orillas del río Vis Vis.
“Juana Rosalinda Flores y Manuel Horacio Salas vivieron
toda su vida sobre las márgenes del Vis-Vis, unos dos kilómetros
más abajo del lugar en que Minera Alumbrera construyó el
dique de cola, donde descarga el material contaminante, y
una estación de retrobombeo que supuestamente devuelve lo
que se filtra. Pero tuvieron que irse a fines de 2002. De
acuerdo con lo que sostienen en la demanda civil, que se
tramita en el Juzgado Federal, la llegada de la empresa los
perjudicó en primer lugar económicamente, porque les
impidió continuar comerciando con Farallón Negro, en Belén,
y destruyó los rastrojos en los que cultivaban al construir
el mineraloducto, con lo que la finca fue virtualmente
arrasada sin ningún reparo o respeto por la propiedad
ajena". [6]
Los ejemplos de la sojización y la explotación minera en Esquel y Catamarca son sólo la
muestra de algunos eslabones de la cadena que ata a los
sectores más pobres a la miseria y el desarraigo por la
rapiña voraz de los empresas capitalistas multinacionales y
sus socias nacionales con la complicidad del gobierno de
Cristina K. El corrimiento de la antigua frontera
agro-ganadera junto a la explotación minera y la usurpación
de los reservorios de agua potable en el litoral por parte
de pools, holdings y otras sociedades del capital
explotador, pone a la orden del día un programa estratégico
y revolucionario que comience por la expropiación de los
capitalistas para terminar con estas “fronteras” de
miseria, hambre y muerte y ponga en pie una sociedad
verdaderamente socialista, al servicio de los intereses
obreros y demás sectores oprimidos.
Notas:
1- Rogelio Alaniz. Periodismo y opinión.
2-
Op. cit.
3- Alberto Lapolla. Ingeniero Agrónomo genetista
[Pag. 1/2/09].
4- Darío Aranda. Otra Campaña del Desierto, ahora por la
soja.
5- Andrés Wulfman. Esquel, la explotación minera.
6- Diario El Ancasti de Catamarca.