Veinte
años atrás, Cuba logró resistir en medio de la debacle de
los ex “países socialistas”. El resto, de distintas
formas –unos cambiando el antiguo régimen político (la
ex URSS y el Este europeo), otros manteniéndolo (China)–,
fueron reabsorbidos completamente por el capitalismo.
En
todos esos países, se constituyó una nueva burguesía
“nacional”; es decir, una clase explotadora autóctona,
propietaria de los medios de producción y de cambio, junto
con las empresas extranjeras que tienen inversiones allí.
Con más adelanto o con más retraso en relación a esos
cambios estructurales, las superestructuras jurídicas
también expresaron esa transformación
contrarrevolucionaria, volviendo a consagrar el “derecho”
a la propiedad privada de los medios de producción.
¿Por
qué no sucedió lo mismo en Cuba a inicios de los 90? Bajo
la mirada superficial de los “periodistas”, “politólogos”
y otros charlatanes que zumbaban alrededor de la Isla,
hubiera sido lógico ese desenlace, teniendo en cuenta, además,
las terribles penurias que esos años iniciales del “período
especial” significaron para el pueblo cubano.
Pensamos
que aquí se combinaron factores que, sintéticamente, hacen
a la profunda legitimidad de la Revolución de 1959,
y sus conquistas: en primer lugar, la independencia
nacional.
Es
que la restauración del capitalismo en esos momentos
hubiese significado lisa y llanamente el regreso de Cuba
al status de protectorado cuasi colonial. Esto nos lleva
a la relación peculiar del imperialismo yanqui con
la isla –a la que consideró desde siempre casi como parte
de su propio territorio– y, también, del carácter
de la infame burguesía cubana.
Desde
antes de la independencia de España en 1898, buena parte de
las elites cubanas veían a EEUUU como a su verdadera patria
a la que deseaban anexionar la isla (como sucedió
con Puerto Rico). Si esto no se realizó, no fue tanto
porque las elites de Cuba se opusieran, sino porque
Washington prefirió otro status de dominación.
Con
la revolución de 1959, los burgueses cubanos (y sus
cortejos en las clases medias) se mudaron masivamente a EEUU
y se convirtieron luego en integrantes de la
burguesía estadounidense. Sin embargo, estos burgueses,
sus hijos y nietos –que hoy son ciudadanos
norteamericanos– aspiran a volver a reinar en la isla
y hacerse con sus propiedades. La mayoría de la burguesía
de EEUU y sus políticos, tanto demócratas como
republicanos, apoyaron y aún apoyan este despropósito,
aunque existe una minoría más sensata que lo ve un
disparate.
Pero
este “todo o nada” demostró ser una apuesta
equivocada, tanto del imperialismo yanqui como de los
gusanos de Miami. Fue un obstáculo fundamental para impedir
un curso restauracionista como el de la ex URSS y Europa del
Este. Su resultado fue fortalecer la legitimidad de la
revolución de 1959 y del viejo caudillo que, en los
momentos críticos de los ‘90, volvió a jugar un papel
central, relativamente por encima de las
instituciones calcadas a la burocracia de Moscú.
El fracaso de
la economía burocrática y las renovadas presiones hacia la
restauración capitalista
La
peculiar simbiosis entre su rol bonapartista de
caudillo –”Líder Máximo” y “Comandante en
Jefe”– y las instituciones burocráticas copiadas al
Kremlin, volvió nuevamente a primer plano y se mantuvo
hasta su retiro. Castro estableció un juego de “árbitro”
bonapartista entre la burocracia y las masas, colocándose,
por supuesto, por encima de todos.
Estas
iniciativas fueron dirigidas en gran medida a tratar de
contener los peligrosos elementos de atomización y desmoralización
social, producto de la creciente desigualdad que
acompañó la recuperación de la economía desde fines de
los ’90. Esto se expresa en la generalización de la
corrupción a todos los niveles y, especialmente el robo
de la propiedad del estado.
Fidel
y su “Grupo de Apoyo” desataron una especie de “guerra
de guerrillas” en este terreno. Pero la última “campaña
guerrillera” del “Comandante en Jefe” terminó en
derrota. Era una “misión imposible” la de contener esos
“fenómenos negativos” sin cuestionar radicalmente al
régimen burocrático mismo, cosa que por supuesto no
era ni es la política de Fidel Castro. Luego, su retiro
por enfermedad significó también el fin de las actividades
del “Grupo de Apoyo” y su caza de corruptos.
Esto
nos remite a los problemas económicos y políticos claves
que están abriendo nuevamente las puertas a la
restauración capitalista (aunque por vías diferentes a
las de Miami). El primero de ellos, es la producción y
la productividad del trabajo, sin cuyo desarrollo sólo
se “socializa” la miseria... y así se termina volviendo
al viejo sistema. La segunda cuestión, es si este
desarrollo de las fuerzas productivas es posible bajo el
mando de una burocracia que decide todo desde arriba.
La transición
al socialismo, la productividad del trabajo, y los peligros
actuales
La
gran mayoría del trotskismo del siglo pasado creyó que con
la expropiación de los capitalistas, Cuba se había
transformado “en una economía de transición al
socialismo”. Hoy todavía algunos, como el PTS-FT,
siguen sosteniendo eso.
El
gran problema es que no fue así, ni en Cuba ni el resto de
los países que se llamaban a sí mismos, “socialistas”.
No hubo tales “transiciones al socialismo”, sino
distintos y malogrados ensayos de economías nacionales
planificadas burocráticamente, cuyos fracasos (algunos
catastróficos, como el “Gran Salto Adelante” de Mao Tse-tung,
la “Zafra de 10 Millones de Toneladas” de Fidel Castro o
el conservadurismo de la era Brejnev) llevaron finalmente a
la restauración del capitalismo en casi todos esos países.
En
Cuba, ese proceso aún no se ha consumado. Sin
embargo, más tardíamente, Cuba está hoy en curso hacia
una u otra forma de restauración. Para comprender esto, hay
que retroceder a los problemas económicos básicos
que implicó expropiar al capitalismo en un país aislado y
relativamente atrasado, y, por añadidura, en las narices de
EEUU.
Desde
el principio, Cuba debió enfrentar un duro bloqueo económico
de EEUU. Los daños de esto a la economía de la isla son
enormes. Sin embargo, atribuir principalmente al bloqueo los
problemas económicos es erróneo. Hasta mediados de
los 80, la estrecha relación con la URSS y Europa del Este
permitió obviar en buena medida este factor. Esto no impidió
que la economía cubana fuese jalonada por desastres, como
la “zafra de los 10 millones de toneladas” y los zigs
zags burocráticos similares a los del resto de los países
(supuestamente) socialistas. Luego, tras el hundimiento de
la URSS y la catástrofe del “período especial”, el
bloqueo no logró cerrar las relaciones económicas con
otros países, que fueron en aumento.
Las
dificultades económicas de Cuba están cruzadas por dos
parámetros, que fueron también fatales para los
otros estados burocráticos: 1) Que la economía mundial,
como totalidad, sigue siendo capitalista. Cuba
y los países que se decían “socialistas” son meras economías
nacionales que integran esa totalidad mundial.
Y las presiones de la economía mundial fueron actuando
sobre esos falsos “socialismos nacionales”. 2) Que, además,
las burocracias de esos estados fracasaron rotundamente
en lograr una productividad del trabajo que, aunque
no estuviese al nivel del capitalismo más desarrollado,
fuese por lo menos en ascenso. Finalmente, ante a las
crisis que provocaron esos fracasos, la salida de los burócratas
fue la restauración.
Ya
el problema de la productividad del trabajo estuvo en
el centro del primer (y único) debate público sobre cómo
organizar la economía después de la expropiación. Nos
referimos a la famosa discusión de 1963-64 entre el Che
Guevara, entonces ministro de Industria, y varios
economistas cubanos y extranjeros. Aunque comenzó con
consideraciones abstractas sobre la “ley de valor” y los
límites de su vigencia en la economía cubana, el problema
central era cómo producir más y mejor. Más
concretamente, cómo interesar a los trabajadores en la
producción.
“Todo se reduce a un denominador común en cualquiera de las formas
en que se analice: el aumento de la productividad en el
trabajo, base fundamental de la construcción del
socialismo...”, resumía Guevara. [Che
Guevara y otros, “El gran debate sobre la economía
1963/64”]
En
ese debate se confrontaron dos posiciones que, esquemáticamente,
podemos resumir así: los economistas que copiaban el modelo
productivo de la URSS y los países del Este europeo, sostenían
el sistema de “autofinanciamiento de las empresas o
autogestión financiera”, que tenía como elemento
importante o fundamental el “estímulo material [a
los trabajadores] de manera que... sirva para provocar la
tendencia independiente al aprovechamiento máximo de las
capacidades productivas, lo que se traduce en beneficios
mayores para el obrero individual o el colectivo de la fábrica...”
[Cit.]
Por
el contrario, Guevara, además de sostener como objetivo una
centralización financiera y productiva total, ponía el
acento en desarrollar la conciencia socialista de los
trabajadores, a través de lo que él llamaba “incentivos
morales”.
Sin
embargo, para Guevara, esta conciencia socialista no viene
de que la clase obrera se constituya en un sujeto que
se vaya autodeterminando democráticamente, tome realmente
en sus manos los medios de producción y decida sobre
ellos. Y, entonces, por sentirlos auténticamente suyos,
podrá asumir como dueña real y efectiva de ellos,
la tarea de producir (y hacerlo más y mejor).
Guevara
sostiene, con razón, que “el comunismo es una meta de la
humanidad que se alcanza conscientemente”. Pero de este
principio que toma de Marx, no extrae la conclusión de Marx
(y del marxismo clásico) de que el desarrollo de la
conciencia –el paso de clase “en sí” (sólo
“materia para la explotación”) a la clase “para sí”–,
está inseparablemente unido al desarrollo que logre
como sujeto de la lucha de clases. En la esfera de la
producción, esto significa que, expropiado ya el
capitalismo, la clase obrera sea realmente la clase dominante,
y no en la ficción jurídica de la “propiedad social”
de la que se habla (o hablaba) en las Constituciones de los
estados burocráticos.
Esto
nos lleva directamente a la cuestión política de si
la clase trabajadora es quien discute y decide democráticamente
sobre todos los problemas (y también sobre la
producción) en el nuevo estado; o si no decide nada
y su papel es apoyar lo que siempre se
decide arriba.
Este
fue el problema de todos los estados burocráticos (y sigue
siendo el de Cuba hasta hoy) para lograr una productividad
del trabajo comparable a la del capitalismo. Esto lo
describe bien uno de los principales historiadores de la
Revolución Cubana:
“El viejo dicho atribuido a los
trabajadores soviéticos y de la Europa Oriental, según el
cual «ellos aparentan pagarnos y nosotros aparentamos
trabajar» se aplica de lleno a Cuba. [...] El problema
fundamental consiste en la falta de iniciativa, motivación
y disciplina en el trabajo y la administración.
“A través de los siglos, el capitalismo ha
desarrollado sistemas jerárquicos donde los trabajadores no
tienen idea del para qué ni del cómo del proceso general
de producción. Aun así, los trabajadores están obligados
a desempeñarse con un cierto nivel de habilidad
aguijoneados por la política del palo –produce o serás
despedido– y la zanahoria –la promesa, y a veces la
realidad, de un aumento salarial y un ascenso–.
“Los sistemas del tipo soviético no han
podido desarrollar un sistema paralelo de motivación que se
acerque a la efectividad de los métodos capitalistas. Esto
crea el contexto que nos permite entender por qué los
incentivos «morales» con su énfasis de sermoneo ascético,
propuestos por el Che Guevara, son una solución
fundamentalmente equivocada a ese dilema...”
“El marxismo clásico, además de presumir
que el socialismo se desarrollaría en sociedades ...
material y culturalmente avanzadas, enfatizaba no los
incentivos «morales» sino lo que se pudiera llamar incentivos
«políticos», como el control democrático de la
economía, el estado y la sociedad, en el que los
trabajadores mismos son los que controlan el trabajo.
“Conforme a esta perspectiva, es sólo mediante
la participación y el control democrático de su vida
productiva que la gente desarrolla un interés y un
sentido de responsabilidad por lo que hacen... Solamente así
les puede llegar a importar... Es en este sentido que la democracia
obrera se consideraba tanto un bien en sí... como una
fuerza económica verdaderamente productiva.” [Sam
Farber, “Una visita a la Cuba de Raúl Castro”]
¿Democracia obrera o “¡Comandante en jefe,
ordene!”?
Tanto Guevara como sus contradictores afectos al sistema de Moscú,
coincidían en algo fundamental: que no era la clase
trabajadora la que decidía, organizada en una democracia
obrera y socialista. Ambas partes sostenían la misma
concepción verticalista, donde, en este caso, en la
cúspide, estaba el “Comandante en Jefe” o “Líder
Máximo”, al cual se le pedía que “ordene”.
El Che sintetizaba así este mecanismo político, de consecuencias fatales
para interesar a los trabajadores en la producción y elevar
así la productividad:
“La masa –decía el Che– realiza con entusiasmo y disciplina sin
iguales las tareas que el gobierno fija, ya sean de
índole económica, cultural, de defensa... La iniciativa
parte de Fidel o del alto mando de la revolución y es
explicada al pueblo que la toma como suya...
“Sin embargo, el estado se equivoca a veces (!!!). Cuando una
de esas equivocaciones se produce, se nota una disminución
del entusiasmo colectivo... y el trabajo se paraliza hasta
quedar reducido a magnitudes insignificantes; es el instante
de rectificar...
“Es evidente que el mecanismo no basta para asegurar una sucesión de
medidas sensatas y que falta una conexión más estructurada
con las masas. Debemos mejorarla durante el curso de los próximos
años pero, en el caso de las iniciativas surgidas de
estratos superiores del gobierno, utilizamos por ahora el
[mecanismo] casi intuitivo de auscultar las reacciones
generales frente a los problemas... Maestro
en ello es Fidel...” [Che Guevara, “El socialismo
y el hombre en Cuba”]
Al Che, en la búsqueda del “mecanismo” aún desconocido de “una
conexión más estructurada con las masas”, ni se le
ocurre considerar la opción de la democracia obrera.
Estaba por fuera de su horizonte de ideas. Hay un
“método intuitivo de auscultar las reacciones
generales” (en el que Fidel es maestro), pero el
Che no concibe el método político y orgánico
de la democracia obrera, de dar a las masas
trabajadoras la palabra para que libre y abiertamente
discutan y decidan democráticamente... Correctas o
equivocadas, las decisiones serían asumidas por ellas realmente
“como suyas”.
Pero en la Revolución Cubana el mecanismo nunca fue ese, sino el que
refleja una de sus consignas más famosas: “¡Comandante
en jefe, ordene!”
Si, como dice el Che, es necesario intuir lo que opinan los
trabajadores, es porque ellos están mudos dentro del
régimen político verticalista, con un caudillo-comandante
en el vértice de la pirámide. Entonces, la solución no es
moral, sino política: un régimen de democracia
obrera, donde existan organismos –como los consejos
obreros (soviets) al inicio de la Revolución Rusa–
donde los trabajadores hablen y decidan. Pero
la concepción de Guevara no era la del marxismo clásico,
que se expresó en la democracia obrera y socialista de la
Comuna de 1871 o los soviets de 1917.
Por
esos y otros motivos, nos parecen equivocados los intentos
de muchos que tratan de emparentar directamente al Che con
el marxismo clásico y específicamente con Trotsky. En
verdad, por el respeto que merece un luchador revolucionario
de heroísmo y honestidad intachables como Guevara, deberíamos
abstenernos de atribuirle ideas que no tuvo. Además,
eso no contribuye a la imprescindible tarea de clarificar el
balance de las revoluciones del siglo XX.
Una advertencia profética: la “disputa por lo
indispensable” y el peligro de volver a “la vieja mierda”
capitalista
En
la Ideología alemana, Marx y Engels habían
advertido que, después del derrocamiento del orden social
existente, “un gran incremento de la fuerza productiva, un
alto grado de su desarrollo... constituye una premisa práctica
absolutamente necesaria, porque sin ella sólo se
generalizaría la escasez y, por tanto, con esa inmundicia,
comenzaría de nuevo, a la par, la disputa por lo
indispensable y se repondría necesariamente el conjunto de
la vieja mierda”.[Marx y Engels, “Die deutsche
Ideologie” ]
En
ese sentido, una especialista en Cuba, partidaria fervorosa
de Fidel y su régimen, hace esta pintura de la situación
actual y las dimensiones trágicas y peligrosas que
ha alcanzado esta “disputa por lo
indispensable”:
“Se
mide mal en Europa la gravedad de la crisis social que ha
afectado a la isla. Adoptada en 1993, la dolarización que
ha estado en vigor hasta 2004 [en que se reemplazó al dólar
por el CUC, peso cubano convertible al dólar que existe
junto al antiguo peso] ha modificado la jerarquía salarial
anterior, bastante igualitaria... la alimentación es muy
cara en los supermercados o en los mercados campesinos
libres y la libreta (el carnet de racionamiento) no permite
alimentarse más que durante 10 o 12 días.
“[...]
La crisis económica, las reformas y la brecha abierta en el
sector público han provocado un recrudecimiento de la
corrupción. El mercado negro prospera, alimentado por los
robos en el sector estatal... El último ejemplo es el de
los robos masivos de gasolina en las estaciones de servicio,
con la complicidad de los empleados de las mismas...
“[...]
La «doble moral» en Cuba se extiende y justifica por la
imposibilidad de vivir «normalmente», pues como dicen
numerosos cubanos, para sobrevivir en estas condiciones, «hay
que robar o abandonar el país»– o bien hundirse. En
resumen, las tensiones económicas, sociales, políticas,
demográficas imponen un cambio de orientación. ¿Pero en
qué dirección?.
“Tanto
más cuando la propiedad del estado no es percibida por
el pueblo, contrariamente al discurso oficial, como
su propiedad, sino como una propiedad que le es extraña.
Los cubanos no influyen nada en las decisiones económicas.”
[Janette Habel, “El castrismo después de Castro”]
Estas
formas de atomización de la sociedad y de la clase
trabajadora –todos roban o hacen negocios más o menos
ilegales por cuenta propia, desde el burócrata que dirige
una empresa hasta el último empleado– es una película ya
vista. Fue el prólogo social necesario –tanto
en la URSS de Brejnev como en la China de Deng Tsiao-ping–
de la vuelta al capitalismo. Antes de que se reestablezca
jurídicamente la propiedad privada de los medios de
producción, ya se reestablece la “lucha de todos
contra todos” propia del capitalismo.
Para evitar un retorno al capitalismo y defender
la independencia nacional, es necesaria una tercera revolución
que dé realmente el poder a la clase trabajadora
No vemos posibilidades de status quo. Ni las contradicciones y
tensiones de la sociedad cubana, ni la presente situación
mundial y latinoamericana (con crisis y cambios notables a
nivel económico y geopolítico) facilitan el inmovilismo.
El
futuro de Cuba se resolverá en función de qué fuerzas
sociales impongan finalmente sus intereses. En ese
sentido, hay sólo tres fuerzas sociales que
potencialmente podrían imponer rumbos propios:
1)
La burguesía gusana que tiene la radical desventaja
de estar fuera de la isla, pero que recibe el respaldo del
imperialismo yanqui y que posiblemente podría contar en
Cuba con sectores “populares” difíciles de medir, pero
alimentados por los elementos de desmoralización y
descomposición social que hemos descrito, sumados a las
relaciones familiares con la comunidad cubana del exilio.
2)
La alta burocracia administradora del estado,
encabezada por los especialistas militares que están al
frente de las joint ventures y otros sectores
importantes de la economía, que desearían marchar hacia un
“socialismo de mercado” con ciertos rasgos “estatistas”,
estilo chino.
Hay que advertir que estas dos primeras fuerzas y sus programas tienen
serias diferencias, pero no son absolutamente
contradictorios. Y hay sectores, en primer lugar la
Iglesia Católica, que trabaja por un compromiso, al estilo
de los alcanzados en Europa del Este.
3)
La clase trabajadora, única fuerza social cuya hegemonía
abriría realmente una transición
al socialismo.
Hasta
ahora, en este triángulo de intereses sociales
contradictorios, es la segunda alternativa la que parece
estar a la cabeza, mientras que de la tercera, la de clase
obrera, apenas si se perciben de cuando en cuando algunos
destellos independientes.
Sin
embargo sería un error garrafal dar ya por decidida la
partida, como hacen, de hecho, las corrientes como la LIT-PSTU,
que dan por restaurado el capitalismo e, incluso, estiman
también perdida (o semiperdida) la independencia nacional
de Cuba. Nada está ya totalmente decidido. La misma
reconvocatoria del eterno VI Congreso (que nunca logra
realizarse) indica la necesidad de la burocracia de lograr
un consenso y legitimar un rumbo.
Pero,
contradictoriamente, medidas como el “debate nacional” y
la nueva convocatoria al VI Congreso pueden poner también
en estado de asamblea a sectores de trabajadores,
estudiantes e intelectuales; es decir, un potencial
desborde, en una situación en que el control de
la burocracia es mucho más débil que
en el período 1968-90, y su legitimidad también más
cuestionada.
Un
debate estratégico
Por
un programa obrero y socialista para Cuba
Por
supuesto, en ese sentido no podemos formular un programa
detallado ni menos completo. Sin embargo, es imprescindible
bosquejar algunos lineamientos, aunque sean
parciales:
•
Por
la defensa de las conquistas revolucionarias de 1959, en
primer lugar, la independencia nacional y la expropiación
del capitalismo, y también los avances que aún restan
en materia de salud, educación, empleo, jubilación, etc.
•
Por
el fin del régimen de partido único, y de
estatización de los sindicatos y demás organizaciones
obreras, populares, juveniles, femeninas, etc. Plena libertad
de organización política, sindical y asociativa de los
trabajadores, estudiantes y sectores populares que
defiendan las conquistas de 1959, especialmente la
independencia nacional y la expropiación del capitalismo, y
repudien el bloqueo imperialista. Por la constitución
de un partido o instrumento político obrero y
socialista, independiente de la burocracia.
•
Por
la democracia obrera y socialista. Ni
“democracia” burguesa fraudulenta estilo Miami, ni la
estafa del “voto unido” por la lista única de la
burocracia. Que las organizaciones de masas obreras,
campesinas, estudiantiles y populares, con un funcionamiento
absolutamente democrático, designen el gobierno de Cuba, y
debatan y decidan los planes económicos y políticos.
•
Ni plan económico burocrático, ni caos y desastres
capitalistas. Democracia socialista para
determinar el plan económico, y verificación por el
mercado de su realización. Por la administración y/o
control obrero democrático de todas las empresas, con
absoluta publicidad de sus operaciones, como forma principal
de avanzar en la productividad y terminar con el saqueo a la
propiedad nacionalizada.
•
Frenar y revertir el crecimiento de la desigualdad.
Por una moneda única. El aislamiento nacional de la
economía cubana y el bajo desarrollo de sus fuerzas
productivas, hacen por supuesto imposible abolir “por
decreto” la ley del valor y las relaciones mercantiles,
como se intentó en algún momento. Esto, concretamente,
implica peligrosas concesiones en dos sentidos: hacia
fuera, al capital extranjero; hacia adentro, a sectores del
campesinado y pequeña burguesía urbana. Pero el control y
manejo de todo esto, no puede ser la tarea de una burocracia
que no rinde cuentas a nadie, y de la cual inevitablemente
tiende a surgir una nueva burguesía, como sucedió en China
y otros ex “países socialistas”. La total transparencia
de la democracia obrera y socialista, debe ser el contrapeso
ante estas serias presiones, sobre todo frente a las más
peligrosas, las que vienen del capitalismo mundial.