El
inicio de la publicación de una masa de documentos secretos
diplomáticos y militares de los “emperadores” de USA ha
generado un escándalo mundial.
Su
edición no se realiza directamente en el sitio web WikiLeaks
(que posee el paquete), sino que está siendo cuidadosamente
seleccionada por cinco órganos de prensa que tienen la
exclusividad de la publicación inicial del material, a
saber: The New York
Times, The
Guardian (Londres), Le
Monde (París), El
País (Madrid) y Der
Spigel (Hamburgo).
Al
revés de lo que acostumbraba a hacer WikiLeaks
(portal de informaciones confidenciales), ahora lo difundido
ha sido “filtrado” anticipadamente por esas
publicaciones. Además, previamente, esos diarios informan
al gobierno de EEUU lo que van a publicar. Al mismo tiempo,
niegan rotundamente que estén acordando sus contenidos con
la Casa Blanca.
Sea
como sea, aunque venga “amortiguado” por esos filtros
previos, para el imperialismo yanqui todo este asunto es
un golpe serio... y en varios sentidos. Es, entonces,
explicable la reacción rabiosa de infinidad de
personajes, dentro y fuera del gobierno de Obama. Varios
reclaman públicamente que Julian Assagne, fundador de WikiLeaks,
sea asesinado. Al frente de los que exigen su linchamiento
están el senador Liberman, sionista de extrema derecha que
predica el exterminio de los palestinos, y el pastor
baptista Mike Huckabee, ex gobernador de Arkansas, que
propone hacer más o menos lo mismo con los inmigrantes
latinos.
Como
hasta ahora no han podido asesinar a Julian Assagne, los
“defensores de la libertad de prensa” se han dedicado a
impedir que el sitio de WikiLeaks
funcione. Y no sólo el gobierno yanqui está en la tarea.
También el presidente Sarkozy –de longeva relación con
Washington y sobre todo con la CIA– presiona para que WikiLeaks
no sea alojado por ningún servidor de Francia.
Pero
quizás la reacción más representativa ha sido la del
Departamento de Estado, prohibiendo a su personal y a
los estudiantes norteamericanos en general “leer los
cables filtrados publicados por WikiLeaks”.[1] Esta “prohibición
de lectura” es respaldada por diversas amenazas contra
quienes se atrevan a cometer semejante pecado... Tiempo atrás
la Iglesia quemaba en la hoguera a los herejes que leían
los textos prohibidos por el Papa. Estas medidas de “policía
del pensamiento” no fueron eficaces en tiempos de
Gutemberg y menos van a serlo ahora con internet, pero da
una buena idea de la rabia que destila Washington...
¿Secretos
de Polichinela?
La
reacción “tremendista” de Washington contrasta con la primera
impresión que da la lectura de lo publicado. Es que,
hasta ahora, son lo que se llama “secretos de
Polichinela”; es decir, “secretos” sabidos por
muchos.
Por
ejemplo, que el presidente Hamid Karzai, el títere de EEUU
en Afganistán, no sólo es un fenomenal corrupto, sino
también que su hermano es el principal narcotraficante y
exportador de opio y heroína del país; que Berlusconi,
además de hacer toda clase de negociados, se dedica a
prostituir jovencitas menores de edad; que Putin es otro que
se ha hecho millonario robando a cuatro manos; que las
tropas de ocupación yanquis en Iraq asesinaron impunemente
a miles y miles de civiles, en muchas ocasiones como un
ejercicio de tiro al blanco para divertirse; que la
“imparcial” justicia de varios países europeos, en
primer lugar de Alemania, ha cedido a las presiones de EEUU
para que no juzgue ni condene a agentes de la CIA culpables
de crímenes en territorio europeo, etc., etc... ¡Nada
de eso es novedad!
Además,
en esa ensalada de lo ya publicado, ocupan más espacio
temas de chismografía como las tribulaciones de alcoba de
Sarkozy, que cuestiones fundamentales de política
internacional.
Esta
primera impresión ha llevado a algunos comentaristas
(incluso “progresistas”) a subestimar lo de
WikiLeaks: a calificarlo como “chusmerío diplomático”
y a decir que “los secretos verdaderos [están] a salvo
por ahora”.[2] La culpa de esto la tendrían las cinco
publicaciones que filtran los cables originales.
Desde
ya que todas ellas, en primer lugar el New
York Times, tienen interés en dar la versión más “ligth”
posible. Además, la mayor parte de los archivos no han sido
aún publicados... ¿Estarán allí “los secretos
verdaderos”?
La
explicable furia de EEUU
¿Pero
si las cosas son así, si se trata principalmente de chismes
de quinto orden, por qué EEUU hace tanta bulla? La rabia de
Washington, las barbaridades como los pedidos públicos de
asesinato de Assagne, el bloqueo de sitios web cuando EEUU
pretende ser el paladín de la “libertad de prensa”, la
ridícula “prohibición de leer”, etc., etc., ¿no sería
algo totalmente desproporcionado?
De
ninguna manera. La furia yanqui tiene varios y poderosos
motivos y razones.
En
primer lugar, todo el affaire
retrata el grado de decadencia del imperialismo
yanqui. Un incidente como éste hubiese sido inconcebible
cuando estaba en su cenit, cuando podía posar de
“defensor de la democracia”... y medio mundo se lo creía.
Esta
decadencia también se refleja en esa chismografía de
bajo nivel de gran parte de los sesudos informes de sus
diplomáticos y militares.
Años
después, cuando ya comenzaba la cuesta abajo, un precedente
de este episodio de WikiLeaks
fue la publicación de los llamados “Papeles
del Pentágono”, documentos revelados por Daniel
Ellsberg en 1971, acerca de los fraudes con que el
imperialismo encubría y justificaba las atrocidades de la
guerra de Vietnam.
Hoy
la decadencia
del imperialismo yanqui es mayor que en esos momentos,
aunque contradictoriamente dentro de EEUU el movimiento de
masas esté más atrás que hace 40 años. Y, de la misma
manera, es notable su pérdida de legitimidad.
Pero,
lo decisivo, más allá de su contenido chismoso, es que los
cables desnudan la “trastienda”, tanto del accionar del
imperialismo como de los gobiernos burgueses del planeta.
Para
nosotros, una minoría más o menos bien informada, no son
un “secreto” los crímenes cometidos por EEUU en Iraq y
Afganistán, ni su ingerencia prepotente en todos los países,
ni los latrocinios y mentiras del resto de los gobiernos
burgueses.
Pero
una cosa es que eso aparezca denunciado en nuestras
publicaciones, y otra cosa muy diferente es que se
muestre ante los ojos de las masas, dicho por los
mismos documentos oficiales del principal imperialismo.
Para
el dominio de la burguesía imperialista yanqui (como el del
resto de los explotadores del mundo) es esencial mantener a
las masas trabajadoras y populares con los ojos vendados.
O, mejor dicho, proyectarles una película ideológica
mentirosa, que nada tiene que ver con lo que sucede
realmente al interior de los gobiernos y los estados.
Decirles y hacerles creer que el emperador está vestido con
un traje magnífico, como en el cuento de Andersen.
Todas
las clases explotadoras y opresoras han necesitado de una
ideología que justifique y legitime eso... y con mayor razón
si además son imperialistas, si avasallan a otros pueblos.
Para saquear América, el Imperio español dijo que venía a
convertir a los indígenas a la verdadera religión para que
fueran al cielo. Luego, la legitimidad de los imperialistas
europeos que lo sucedieron, fue “la carga del hombre
blanco”: ¡había que “civilizar” a los africanos y
asiáticos, colonizándolos!
Después
–como advirtió agudamente Trotsky en los años 20–, al
entrar a la cancha EEUU tocó una canción mucho más
atractiva: venía a luchar por la “libertad” y la
“democracia”. Para eso enviaba los marines
a invadir medio mundo. EEUU, decía Trotsky, siempre está
“liberando” a alguien: ésa es su profesión.
Hoy,
la legitimidad del imperialismo yanqui está profundamente
desgastada. Sus guerras e intervenciones colonialistas y
ahora la crisis mundial han deteriorado aún más sus
mecanismos de engaño y fraude masivos. En EEUU, como en el
resto del mundo, crece la bronca y la desconfianza de los
explotados. Por eso, que se levante algo el telón,
aunque sea muy fragmentariamente, provoca en Washington
reacciones histéricas y clamores de que corra sangre.
Para
ellos es intolerable, porque atenta, en síntesis,
contra un principio fundamental no sólo de la
diplomacia, sino en general de la gestión del estado burgués:
mantener a las masas en la santa ignorancia de lo que se
cocina puertas adentro. Y esto es doblemente necesario si se
trata del principal imperialismo, que viene decayendo y
deslegitimándose cada vez más.
A
EEUU le pasa como al emperador del cuento de Andersen: no
puede admitir que el pueblo se dé cuenta que está desnudo.
Notas:
1.–
Democracy Now!, 03/12/10.
2.–
Eduardo Febbro, “Un wikilodazal sobre las preocupaciones
casi domésticas de la diplomacia estadounidense”, Página
12, 02/12/10.