La
“intifada del pan” muestra que la crisis mundial no
terminó
Los
trazos gruesos del panorama internacional siguen marcados
por una crisis económica persistente. Si este año no se
llega a verificar una caída en el producto bruto mundial,
en todo caso lo que ya es seguro es una situación de
estancamiento duradero de las principales economías del
norte del mundo. Esto se va a instalar como uno de los datos destacados del año.
Con EE.UU. mostrando rasgos de creciente polarización
social y política (ver pág.11) y un proceso de decadencia
hegemónica evidente; con una Unión Europea que a pesar de
los brutales ajustes no logra escapar del todo a la
eventualidad de defaults (ahora es el turno de Portugal) y
de posible estallido del euro, con un Japón que vive su
propio estancamiento crónico…
No
se trata solamente de la situación de crisis económica del
norte. La crisis es global. De ahí que en estas últimas
semanas hayan estallado “rebeliones del hambre” o
contra el aumento de los combustibles en países tan disímiles
como Túnez, Argelia, Bolivia o Chile: “‘Intifada del
pan”: así bautizó la prensa europea las protestas, con más
de 50 muertos, que han estallado en las últimas semanas en
Argelia y Túnez, países del Magreb especialmente afectados
por la nueva crisis alimentaria mundial, fruto de un
aumento de los precios que ya superó los del anterior
colapso de 2008” (La
Nación, 16-1-11).
Además,
si bien China ha venido siendo una suerte de
“locomotora” de reemplazo de EE.UU. en la economía
mundial, los problemas estructurales que la desgarran podrían
hacerse más visibles en cualquier giro de los
acontecimientos.
En
ese contexto, hay que dejar señalados algunos elementos del
contexto latinoamericano. Lo más importante es que ningún
gobierno se puede dormir en los laureles. Más allá de
su signo político, el conjunto de ellos y de la región se
ha beneficiado por el dinamismo de las exportaciones de
materias primas. Esto ha configurado una coyuntura económica
favorable.
Sin
embargo, las contradicciones no dejan de acumularse. Los
estallidos sociales como los de Bolivia y Chile así lo
demuestran. Cuando Morales y Linera parecían “tocar el
cielo con las manos”, el pueblo boliviano les advirtió
que por más gobierno “popular” que se autoproclamen, si
osan tomar medidas manifiestamente antipopulares, como el
ajuste generalizado del transporte, la situación podría
estallar por los aires.
No
se trata solamente de Bolivia: en varios países de la región
crecen las tendencias inflacionarias sobre el trasfondo de
la ausencia de cambios estructurales agigantados por el déficit
inversor.
¿Cuál
es el significado de estallidos populares como los de
Bolivia o Magallanes en el sur de Chile? Sencillo: el
horno no está para bollos. Latinoamérica como un todo
sigue inmersa en el ciclo de rebeliones populares, y
allí donde los gobiernos pretendan descargar explícitamente
una política de ajuste sobre las masas populares, la rebelión
será la respuesta que encontrarán muchos de ellos.
Contradicciones económicas,
normalización conservadora y disputa interburguesa
El
anterior es el marco general indispensable para comprender
los desarrollos en nuestro país. El gobierno de Cristina se
ha venido recuperando incluso desde antes de la muerte de
Kirchner. Si la inflación es el principal problema económico,
igualmente la coyuntura en este terreno sigue luciendo como
favorable. Sobre este trasfondo, y ante la fragmentación de
todo el arco opositor, el gobierno ha encaminado todos sus
pasos hacia la reelección. Para ello viene esbozando un
giro conservador para satisfacer los principales reclamos de
la patronal. Cristina busca así cumplir con la pendiente
tarea de “normalizar” el país.
Es
que, como herencia de 2001, el cuestionamiento a la
propiedad privada y al monopolio de la fuerza por parte del
Estado siguen a la orden del día. Se trata de los justos
derechos de los explotados y oprimidos a satisfacer sus reclamos mediante la lucha.
Con la creación del Ministerio de Seguridad y el intento de
Pacto Social para este año, el gobierno intentará dar una
respuesta con
un perfil más reaccionario e incluso represivo, y también
persecutorio desde el punto de vista judicial.
No
le va a ser fácil. La economía no deja de acumular
contradicciones. No se trata solamente del problema
salarial. Se trata también de que el kirchnerismo ha
mantenido las condiciones de explotación de la clase obrera
heredadas de la dictadura militar y los años 90.
Condiciones que los trabajadores soportan cada vez menos,
como lo está mostrando la lucha histórica de los
tercerizados ferroviarios.
Tampoco
se soporta el vergonzoso contraste entre la acumulación de
riqueza en un polo y la persistencia de una dramática
pobreza en el otro: de ahí la ocupación del Indoamericano
y, en general, la emergente lucha de los sin techo.
Sobre
ese trasfondo, y si bien la orientación de conjunto del
gobierno busca satisfacer los reclamos patronales de
normalizar el país, las contradicciones por arriba
subsisten. En gran medida motorizadas por la disputa
electoral, que cruzará todo el año, pero también por
subsistentes peleas por la redistribución de la ganancia,
como se expresa en estos momentos nuevamente con el noveno
paro del campo desde el 2008.
El
motivo es muy simple: la
Mesa de Enlace pretende la libre exportación
del trigo, medida que automáticamente aumentaría el
precio del pan. No es verdad que el gobierno defienda “la mesa de los argentinos”,
pero le preocupa que un aumento más generalizado todavía
de los precios de la canasta familiar termine en indeseadas
rebeliones como en Bolivia u otros países.
Hoy,
cierto control de las exportaciones le permite desconectar
en parte los precios del mercado interno de los
internacionales, al tiempo que es fundamentalmente utilizado
para
redistribuir ganancias a los empresarios amigos de la cadena
agroalimentaria. En
fin, este rol de arbitraje entre los de arriba de parte del
gobierno K también será parte de la disputa electoral de
octubre.
El debate
por
la inflación
Se
viene más “puja distributiva”
El INDEK ha
dado su dictamen oficial: la inflación de 2010 fue del
10,9%. Las consultoras privadas, que al parecer sí viven en
la Argentina, estimaron entre un 23 y un 27%. La discusión
del momento se divide en dos: quién tiene la culpa y, por
ende, cómo se frena.
Por lo
pronto, la burocracia de la CGT quedó en parte atada a la
ya un poco vieja iniciativa del pacto social. Fue así que
Moyano, obediente, propuso un moderadísimo 22%. Pero su
gesto de buena voluntad no tuvo la acogida esperada ni entre
los empresarios, que no se animan a tirar números, ni en el
gobierno, que parece haber dejado el tema en el freezer.
Al ver que la
mesa de pacto social no avanza, los empresarios quieren
conminar al gobierno a que la convoque o la entierre de una
vez y acá no ha pasado nada. Tratando de reubicarse,
gremios importantes de la CGT como la UOM ya empezaron a
subir los números. Por ahora, todo se reduce a
chisporroteos de declaraciones: Boudou le echa la culpa de
la inflación a los empresarios y éstos contestan con el
catecismo liberal. Pero es cierto que le toca mover al
gobierno, o el tan mentado pacto social se muere antes de
nacer.
El gobierno
busca controlar la inflación moderando las paritarias,
porque otro componente de la ecuación inflacionaria, la
expansión del gasto público, sin duda no va a bajar. No
hay magia: en un año de elecciones presidenciales, si hay
que elegir entre crecimiento y consumo al estilo 2010 o
control de la inflación, la decisión está cantada. La
salud de la intención de voto a Cristina es la ley suprema.
Estas
necesidades políticas encuentran poca comprensión en el
conjunto de la clase capitalista, a la que la inflación le
pone los nervios de punta. Los candidatos más del
establishment salieron a tranquilizarlos diciendo que ellos
van a hacer lo contrario de la demagogia kirchnerista: bajar
el gasto público, contener los reclamos salariales, reducir
los subsidios. Duhalde, el más desesperado de ellos,
incluso subió la apuesta: prometió reventar a los gremios
estatales, aeronáuticos y de servicios públicos en
general. Música para los oídos de la gran patronal, hasta
que miran las encuestas y constatan que Duhalde sigue frío,
frío…
La burocracia
cegetista por ahora espera: si el pacto social se desinfla y
el índice de precios sigue tan ligero de cascos como hasta
ahora, lo que se viene es un escenario parecido al de la
paritaria 2010. Es decir, sin piso ni techo, y que cada
gremio arregle según le dé la relación de fuerzas con su
patronal… y sus trabajadores.
Del lado de
la oposición de derecha, prometerle a la clase capitalista
lo que quiere es fácil, porque sus demandas están a la
vista. El asunto es quién le pone el cascabel al gato. Como
puso de manifiesto la sucesión de cortes de electricidad,
sin subsidios la infraestructura energética (y la de
transporte vial y ferroviario, de paso) se desploma. Claro,
la opción es reemplazar subsidios con mayores ingresos por
aumento de tarifas. Pero para eso hacen falta dos
condiciones: voluntad política y algo de consenso social. A
gente como Macri, Duhalde o Carrió, si algo le sobra es
voluntad política para hacer los deberes que les encarga la
burguesía y exprimir a los trabajadores con ajuste a la
vieja usanza. Lo que no abunda en la población es ganas de
sufrir para beneficio de esa caterva. También aquí, el
conato de crisis energética en diciembre mostró que,
agotada rápidamente la paciencia, los damnificados por las
empresas no dudaban en cortar calles, quemar gomas y atacar
sedes.
¿Dónde están
los valientes que van a anunciar el aumento del boleto de
colectivo y tren al triple, de la luz al doble, de la nafta
un 50% y, al mismo tiempo, “moderación” en las
negociaciones paritarias? La rebelión contra el impuestazo
en Bolivia, los cortes de ruta en Punta Arenas (Chile) y
hasta el vuelo por los aires del gobierno tunecino,
para no hablar de diciembre de 2001, son ejemplos
heterogéneos y que parecen lejos en el tiempo y en el
espacio. Pero tal vez no lo estén tanto. De modo que los
aspirantes a poner en vereda la inflación argentina harían
bien en medir el humor regional, que muestra a gobiernos de
derecha como el de Piñera y de “izquierda” como el de
Evo Morales probando la amarga medicina del rechazo popular
a variantes de ajuste.